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sábado, 18 de febrero de 2017

El árbol Rey

En alerta permanente, ningún pájaro se le acercaba, se creía de madera noble, de tronco indestructible.  Lejos de ser un santuario de vida, como los árboles medianos y pequeños, en donde se escuchaba la algarabía que producen las aves, en su ir y venir, portando en sus piquitos gusanos e insectos para alimentar a sus polluelos escandalosos, que anidaban entre sus ramas.  Él permanecía en silencio absoluto, sólo observaba a su alrededor, con desprecio y frialdad.

Daba la impresión de tocar el cielo de tan alto que era, su tronco tan grueso  requería de varios humanos para poder abrazarlo.  Todos los árboles tenían la extraordinaria habilidad de comunicarse entre sí, era insospechada esa capacidad.  El árbol, el único,  el más hermoso y fuerte; todos los demás árboles eran simples brotes, según él y él se los hacía saber, los intimidaba e ignoraba.  Aprovechaba cualquier brisa para mover  majestuosamente su copa, de manera cadenciosa, al ritmo de un vals; surgían silbidos penetrantes de sus ramas y, cuando se lo proponía, se mecía con más intensidad, generando del silbido un aullido portentoso.  Se lucía, se lo merecía, era el Rey!

En un tiempo, el árbol, permitió que los pajaritos hicieran sus nidos y empollaran sus huevos,  él deseaba en esa nueva generación de aves encontrar una gran familia para sí.  Cuando los polluelos saltaron en pleno vuelo, sin retorno, el árbol, decepcionado de tal abandono, se juró no volver a permitir ese engaño cruel.

Continuamente, los pájaros iniciaban sus elaborados tejidos en sus nidos, para  sus huevos; las ardillas y otras faunas silvestres correteaban entre sus interminables ramas, confiados en la naturaleza del árbol; con una audacia increíble, el árbol soltaba fragmentos de madera, de su capa externa, cientos de bellotas, las hacía caer con tal violencia y al mismo tiempo balanceaba sus ramas vigorosamente, causando la caída, en cascada, de los nidos y daba una dura tunda a los demás animales, los cuales huían despavoridos.  El árbol Rey, se jactaba entre los demás árboles, los brotes.  Nadie volvería a abandonarle, no daría oportunidad. Actuaba según la ley primitiva de la vida, su ley.

Durante muchos años, los leñadores lo respetaron, era el más anciano de todos los árboles, el de más sabiduría.  Talaban a los de menor tamaño y edad.  Al descubierto, la herida de muerte de los árboles caídos permitía ver su interior y en sus anillos de crecimiento se vislumbraban todas sus batallas superadas.  Todos los árboles lloraban gotas de savia por sus hermanos muertos, había un duelo, hasta los animalitos transmitían su tristeza, dejando su fiesta interminable suspendida por un tiempo.  El árbol Rey, hasta en eso, tenía la certeza de que en sus anillos eran más deformes, dentro de él había más prosperidad, más años frondosos, más sufrimiento, más enfermedades y miles de batallas superadas.  Su porte hablaba de su historia añeja, era el Rey.

La dicha de los brotes, los otros árboles, contrastaba con el árbol Rey.  En los demás árboles se generaban nuevas especies, susurraban vida, eran ejemplares santos, hermosos, irradiaban eternidad; sus raíces infinitas armonizaban con los silbidos de sus ramas: Felicidad.

La fauna evadía al árbol Rey, daban un gran rodeo, no lo respetaban, le tenían miedo. El árbol Rey, parecía no percatarse de ello, jamás miraba hacia abajo.  Había dejado de ver a los demás brotes, los árboles, sus hermanos, él siempre miraba al cielo; en su interior, en sus anillos había dolor, envidia, no soportaba la felicidad de todos; hastiado de soledad, deseaba el poder de caminar, de alejarse de todos ellos.

Los humanos organizaron un evento, el árbol Rey sería el más famoso, por su longevidad y pese a su actual situación, merecía un reconocimiento.  El árbol Rey, escuchó toda la ceremonia, hinchado de orgullo, deseaba hacer una demostración de su poder y emitir un gran aullido, había viento, estaba a su favor.  Su mirada siempre en el cielo, se concentró, balanceó con enorme vigor sus ramas y un gran crujido, seguido de lluvia de astillas, salieron de su tronco, gran parte de él se desplomó, derribando con sus enormes ramas a varios de sus hermanos.

Calmada la confusión, los expertos revisaron las ramas desgajadas del árbol Rey, el interior estaba negro y seco.  Tomaron muestras, la teoría de ellos era que, dada la antigüedad del árbol Rey, se había dañado el flujo de agua y nutrientes y esto había ocasionado su muerte.  Murió de viejo.

En su aislamiento necio, el árbol Rey había perdido contacto con la naturaleza, dejó de ser portador de la madre tierra.  En su sabiduría orgullosa no reconoció que todo ser vivo es energía, la cual fluye para fortalecerse mutuamente.  Su odio hacia los demás, su rencor, su envidia, su aislamiento, le obstruyeron la sensación de bienestar, de tranquilidad, serenidad que produce el amor y cariño hacia quienes te rodean.  El tacto de los demás nutre el espíritu, las caricias sanan las heridas. Ignoró la ley que intuía desde que era un brote, la ley primitiva y eterna: "El Amor".  Sus hermanos, los brotes, los árboles, llenos de savia, bendicen con sus silbidos a el árbol Rey, lloran con más pena, la agonía de él fue eterna; desde mucho tiempo atrás, aún con sus anillos intactos, el árbol Rey, había muerto de pie, ya estaba muerto en vida.

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