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domingo, 26 de febrero de 2023

El muerto

No quise despedirme de el muerto, ya apestaba, lo dejé con el celular en la mano, finiquitaba sobre qué hacer con sus cenizas,  hablaba con algún familiar, pausado y tajante, como cualquier otro trato comercial importante, dio indicaciones de sus cuentas bancarias y del lugar secreto donde se encontraban los documentos legales; ni siquiera busqué sus ojos gélidos y opacos para despedirme, tomé mi bolsa, mi gabardina y salté de su auto, caminé aprisa hacia mi casa, detesté pensar que el muerto pudiera alcanzarme y, simplemente, no lo hizo, cosa que agradecí; los perros de todo el vecindario ladraron y aullaron de manera impertinente, quizás el muerto los alteró, la muerte asusta, dicen.

Lloré inconsolablemente por mi novio cuando por fin entendí que él tenía su muerte hecha,  lloré por la orfandad en que me hallaba fuera de sus brazos y de su beso, cuánto extraño a ese hombre mustio de muerte que sonreía al verme, cuánto extraño la tibieza de su pecho y de la locura que compartimos cada vez que lo sacaba del ataúd, bueno,  hasta llegué a meterme con él a ese espacio tan breve, nos acurrucábamos tan bien, apretados y casi sin poder respirar, el ataúd fue un lecho nupcial que incendiamos  y aunque me quemé en algunos asaltos pasionales, cómo añoraba ese fuego que levantaba a mi novio muerto y daba un leve destello a sus ojos velados; volvía a la vida unos momentos, aferrado a mi cuerpo y al dejarlo en su ataúd, en su soberbia soledad, una sonrisita traviesa cruzaba sus labios helados y amoratados, me retiraba de su lecho fúnebre salpicando  mis ansias por verle errar nuevamente hacia mi casa, como un zombie, hambriento de mí.

Soy tan ilusa, después de varios años, el muerto, se ha deteriorado más y más; llegué a meter un beso en su corazón quieto, ni siquiera me humedecí de su sangre, ya estaba seca y oscura, como una costra ligera; todos se sorprenderían si te conocieran y me envidiarían, me dijo el muerto; eres la única que ha cruzado la frontera del hades, en pos del amor y soltó una risa siniestra, sabes, me dijo irónico, amas algo que no puede amarte, ni siquiera existes para mí, una risotada  que me herizó la piel surgió de la nada y logró hacerlo callar; además, el muerto también se erizó con todo y sus canas, me reí al ver  su cara de cera y sus ojos a punto de saltar de sus cuencas, no quise preguntarle si aún le temía a la parca después de cuatro años de haber muerto,  yo, reía a carcajadas y el muerto saltó a mi espalda torturándome los hombros con sus manos congeladas, aquí, me besó el cabello o se lo comió, porque sentí un tirón doloroso en mi nuca, no pude desprenderme de su abrazo de susto y terminé disfrutando su acercamiento, vaya locura la mía, enamorada de un muerto, válgame, ni yo logro creerlo.

Ha sucumbido ante su prisa de morir, en el muerto ya no existe el calor del amor, ya no siento su sentir por mi sentir, por el contrario, me congela su desvío y su desprecio ante la vida. Nunca necesitó amar, vivió roto por dentro, marginándose no sólo a él, sino a todo el que se acercara a él, ya nadie lograba hallarse ante su desprecio y rabia y terminaban huyendo; nadie existió ante él, porque él muerto ya no existe, se destruyó a sí mismo con tanto rencor y cólera. Ya casi no habla y tampoco mira; su indiferencia cortante ahuyenta a todo ser vivo, algunos se burlan del no-muerto o del no-vivo y hacen toda maldad para con él, pisotean y rompen lo que todavía le pertenece; al fin que el muerto ya no existe, ¿qué puede importar?, cuando contemplé esta crueldad hacia el muerto, algo aguijoneó mi corazón, ¿cuánto ven los otros en el muerto qué yo no logro interpretar? ¿Cómo justifican el desdén de sus actos hacia este muerto que amo? Duele notar sus vilezas hacia el muerto, aunque, en realidad, desconozco casi todo de él, no quisiera recelar de su actitud hacia los demás, pero, medito sobre las atrocidades que le hacen a el muerto y sólo llego a una conclusión, ¿muerto, qué les hiciste, cómo los trataste, para que hasta los niños se mofen de ti mientras apedrean y escupen a tu ataúd? Quizás, no necesito saber más de él, caminamos en pararelo, cada día, yo, amanezco más viva qué nunca y con la felicidad irradiando mis labios; el muerto ya no despierta al alba, silba un adiós raído a la vida en todo momento, codiciando con que el artilugio de la muerte sea rápido y certero, qué no demore más; ya que se ha agotado de seguir viviendo muerto y de hacer todos los arreglos para su prolongada muerte; asqueado de lo ruin de sí, ya no halla seducción en su auto destrucción. Qué acabe de un golpe su aliento, qué ya no se soporta ni un instante más él mismo, qué duele la soledad de su arrogancia y de ese estéril corazón que no supo amar a nadie, ni a él mismo. Qué la vida no deseada, es un cruel castigo, peor que la muerte misma. Qué el último suspiro, es el que más duele. Qué no vuelva a abrir más los ojos, haber si así se puede encontrar.

Me sujetó con sus descarnados brazos y no pude contener un grito, apareció de la nada y me pegó un susto; lo peor es que le tiré un golpe con mi pesado bolso y le arranqué un pedazo de cuero cabelludo, dejando a la vista su cráneo, cuando me recuperé de la sorpresa, recogí el pedazo de carne con cabello canoso y se lo volví a colocar en el hueco de su cabellera y le di un tierno besito en la cabeza; creo que se enojó.



El callejón de la rata

 Asqueado, el predicador, no perdía de vista el cuerpo de la enorme rata, estuvo a punto de pisarla, pese al salto forzado que hizo cuando la vio, su calzado, bien lustrado, quedó manchado de sangre, maldiciendo, usó su cubrebocas de tela para limpiar esa inmundicia, después, dio gracias a dios por no haber pisado a la rata prensada, imaginó que se la podría haber llevado adherida a la suela de su zapato, besuqueó su biblia y se alejó a toda prisa.

Despojaron al borracho  de sus pertenencias, lo patearon en el piso lodoso y se repartieron el botín; eran los tres mosqueperros, cada noche, los tres hombres se apostaban afuera del bar del callejón de la rata, siempre a la espera de ebrios, un fácil negocio, entre aullidos y risotadas, vieron a otro cliente que salía del bar, daba un paso hacia adelante, dos para atrás, canturreaba algo incomprensible, cuando los mosqueperros le tundieron la golpiza, el hombre se abrazó con desesperación a los maleantes, la rata, la rata, gritó aterrorizado.  El predicador se asomó al callejón, nunca entendió si era mandató divino o su curiosidad de ver si aún estaba el cuerpo de la rata aplastada, más que horrorizado, lanzó una mentada de madre a grandes gritos, los rayos del sol iluminaban los restos de cinco personas, habían sido casi devorados por algo y el predicador había manchado de sangre su calzado, nuevamente.

El dueño del bar daba trozos de comida a la rata, desde su llegada al callejón para iniciar su negocio, la conoció viva, muerta, enorme, dueña absoluta del callejón, ella decidía quien podía quedarse a vivir en el callejón  o quien debía morir; el dueño del bar descartó teorías sobre que le daba ese poder, no coincidía con la luna, con las estaciones, con nada, parecía un capricho de algo misterioso, una maldición; a través de los años, dejó de temerle, pues a él nunca le había hecho daño, el dueño del bar le proporcionó una guarida y alimentó a la rata; solamente, en una o dos ocasiones al año, ocurría un fenómeno incomprensible: la rata se transformaba en humano, aquí, la rata-humano no sólo bebía alcohol y fumaba, también recorría la ciudad, se enamoraba y sufría y ante este desencanto, rezaba para convertirse nuevamente en rata; la peor miseria para una rata, decía cuando estaba ebria: era ser humano.

Entre los charcos pestilentes del callejón,  un sinnúmero de ocasiones, la rata había muerto prensada por autos, la rata se entretenía toreando a los coches o motocicletas que pasaban por el callejón, un día después volvía a la vida y se divertía con su cuerpo aplanado, ya no le gustaba su cuerpo regordete. En sus fases de humano, la rata-humano, siempre se detenía en cualquier espejo, ese cuerpo era delgado y gustaba de vestirse con trajes sastre, los cuales habían sido obsequios del dueño del bar. Entre copas, el dueño del bar le compartía sus pesares, alegrías, pecados y también aprendió de Dios y del diablo; por lo que, la rata, decidió no elegir ninguno de los dos bandos, no deseaba temerle a nadie ni atarse a nada, ni ambicionar algo efímero,  su libertad era envidiable para el dueño del bar, de ese animal, había adquirido una gran lección: no aferrarse a nada, poseyendo solamente cada instante de vida y muerte.

 


sábado, 11 de febrero de 2023

Él, un hombre




 La música suave y la cadencia de aquel cuerpo voluptuoso y el exquisito perfume, de su pareja de baile, fueron suficientes para trastornar sus sentidos; evocó a las mujeres de su vida y revivió, fugazmente, el placer que le habían obsequiado, hacia tanto tiempo de eso, un placer que aún deseaba, pese a su avanzada edad; intentó atraer hacia su cuerpo, un poco más, el cuerpo de su compañera, deseaba rozar sus senos con su pecho varonil, aunque fuera un instante, eso sería suficiente para su deleite y no lo logró, en cada esfuerzo por acercarse más a ese anhelante busto, a ese cuerpo que le hacía temblar de deseo, la chica se escurría de sus manos, con los compases del baile,  se perdía en la luz de esos ojos chispeantes, que reflejaban a alguien desconocido, un hombre revitalizado, palpitante…

Con otras compañeras de baile, logro darle el festín a sus deseos, las saboreó entre los arbustos y los frondosos árboles del extenso jardín que imperaba en aquella oscuridad, centelleando los rostros maquillados de esas chicas, ocasionalmente, por las luces del festivo gran salón.

Frustrado, volvió a la fiesta, con el cabello un poco revuelto y con unos rastros de hojas secas en sus pantalones; aún tenía sed de sexo, deseaba a la mujer que le había incitado sus instintos, le buscó por el resto de la fiesta, sin éxito, del enojo por no hallar a aquella mujer, pasó a recordar, nuevamente, a sus antiguas conquistas, ahí, en esos fantasmas, olvidaría ese busto y esos ojos iluminados que le había recordado que, él,  aún era un hombre.