Entradas populares

lunes, 27 de marzo de 2023

El pueblo del silencio



Sin un mañana

Rutvín, cose la boca de la pequeña niña con hilo negro, le pide en un susurro que cierre los ojos, la pequeña niña, aterrada, se acurruca en el rincón de su cama sin poder emitir ningún sonido, sus lágrimas se deslizan por sus mejillas regordetas y se mezclan con la sangre de su boca, cuando el rey de las niñas, Rutvín, culmina su acto vil, rápidamente, vuelve a vestir a la pequeña y salta de la ventana de la habitación, hacia la calle, sin antes haber arropado bien a su víctima, esa noche es particularmente más fría, se sube el cuello de su camisa para protegerse del viento helado y se pierde en medio de las calles mal iluminadas. El rey de las niñas se conformó un tiempo con toqueteos entre sus chiquillas vecinas, arrumacos discretos, cuidándose de las miradas de los adultos; a veces, obsequiaba una moneda a las nenas cuando iban de la mano de su familia, era un vecino respetable y nadie dudaba de su buena fe e integridad; la primera vez  que abusó de una infanta fue tan excitante que, aún se estremece y hierve todo su cuerpo con sólo recordarlo; se las ingenia para introducirse hasta las recámaras de sus víctimas, siempre halla una puerta o ventana mal cerrada, cuando la suerte le sonríe, en la recámara halla a más  de una pequeña y se regocija con todas, dejando tras de sí, boquitas cosidas con hilo negro. Quiso el destino que, a Don Rutvín, le nacieran diez hijas, como los mandamientos a cumplir, ningún varón y casi se borró el interés de asaltar las camitas infantiles del pueblo.  Todas sus hijas conocieron el amor secreto de su padre, sólo a ellas no les cosió la boca con hilo negro, esta vez utilizó hilo invisible, ellas pasaron los años creyendo que de no amar a su progenitor de esa manera, algo grave le sucedería a su padre, con ese cuento las mantuvo desquiciadas en su lecho, aprovechaba las ausencias de su esposa, pretextando cualquier asunto o compra, enviaba a su mujer a los puntos más lejanos del pueblo o a la ciudad, el paciente padre se quedaba al "cuidado" de todas sus crías;  curiosamente, su esposa siempre advirtió algo extraño en los juguetes de sus nenitas, todos eran cosidos de la boca con hilo negro, razón por la que ocultó sus madejas de hilos, a partir de ahí, los peluches o muñecas nuevas eran marcadas con tinta negra en la boca.

---

El adorador de niños es el perverso más temido del pueblo, camuflajeado, este ser, permanece invisible entre los campos, bosques, calles. Procede sin horario, a su antojo, acecha a la sombra de un árbol, de un maguey, de un caballo o lo que sea, nadie jamás ha visto su rostro, arrebata de la mano de sus padres a los pequeños y como por magia negra, las criaturas desaparecen a la luz del día o a la luz de los faroles; cuando topa con un niño solitario, primero lo escupe, de esta manera se asegura de su buena fortuna, según él,  para encontrarse continuamente con estos dulces bocadillos (niños) y entre más tiernos, mejor. Sin embargo, después de deleitarse en los pequeños, los deja en la puerta de sus casas, siempre con una bolsa de golosinas en mano, ensangrentados, maltrechos y una mordida en sus boquitas es la firma que llevarán  toda su vida, la marca maldita de que le pertenecerán por siempre.  Algunas veces, se llegan a escuchar los sollozos de estos pequeñitos, sin lograr encontrar el paradero de el adorador de niños en ninguna parte del pueblo, es un mago o brujo, sin nombre ni apellido, sin voz, sólo perciben su aroma, impregnado en los pequeños que tira a su paso.

---

A grito pelón, rompiendo el silencio del atardecer, clama con su pregón, "no mueras, sé inmortal", seguido de un intenso chiflido que hace bailotear los trastes de todo el pueblo y llega a hacer volar en pedazos los vasos de vidrio y los cristales de las ventanas; es un hombre oscuro, llamado Vasel, de pies tan ligeros que, en un santiamén, atraviesa el pueblo o sube y baja del monte; viene de el cerro prohibido, ahí anidan la mayoría de los delincuentes, balas perdidas y seres licenciosos, ahí sólo se adentran los de dudosa  reputación, en busca de sabrá dios.  Vasel, vende inmortalidad, confirmado por personas que se olvidaron de morir, consumidos por los brebajes hirvientes de Vasel, deambulan sin sentido, sin tiempo, sin linaje, sin memoria, sólo con el infinito deseo descontrolado del siguiente brebaje hirviente, los conocen como "los inmortales de Vasel", siempre errantes, se mimetizaron a la oscuridad de Vasel, delinquen sin piedad para costearse un brebaje más de inmortalidad, una inmortalidad nunca es suficiente. Las víctimas, de los inmortales de Vasel, permiten los abusos y entregan, en sigilo,  sus pertenencias, ni un leve clamor se les escapa cada vez que son saqueados, se han sometido por voluntad propia y cómo no han de hacerlo, pues aquél que se resiste a estos delincuentes, no sólo es asesinado,  también, por conjuro de Vasel, los hace morir para siempre.
.......

En cada hogar, se van enmudeciendo sus moradores, la vergüenza, la culpa y demás estupideces, crearán un caos en sus mentes; vivir, a veces, es una tragedia, a punto de explotar, sin explotar, las palabras serán negadas, se condena a un infierno no sólo a quien ha sufrido alguna monstruosidad, a su alrededor, todos bailarán al compás de los secretos, en oscuridad.  Una trompeta celestial anuncia que, cuando una tragedia toca a uno en la familia, toca a todos y que su misión es, alzar la voz y la cabeza, que de continuar mirando al piso, sólo caerán más veces, sin sonido alguno que emitir, porque los silencios se contagian, cual peste negra.




sábado, 4 de marzo de 2023

De tumba en tumba

 

Después de la golpiza que nos propinó mi padre, corrí hacia el cementerio, el cual quedaba a doce cuadras de mi casa, era domingo, día de visita a los muertos y además, habría dos sepelios, lo cual representaba trabajo para mí y dinero; de tumba en tumba, limpiando y acarreando agua, terminé tan cansado esa tarde, con las manos llenas de ampollas, tierra y monedas, las cuales entregué a padre, feliz por haber cumplido mi cuota de ese día; mi madre me esperaba con un plato de sopa y frijoles, mis hermanos mayores ya jugueteaban en el patio, sólo alcancé a probar unas cucharadas y me quedé dormido en la silla, un manotazo de padre me despertó y madre me cargó hasta la cama que compartía con mis hermanos.

Madre nos amenazaba con un, le voy a decir a tu padre, ya verás, sin lograr controlarnos, once hombres y una mujer, además, habían muerto cuatro hermanos mas, con una docena de chiquilllos, era difícil para mi pobre madre, sólo los golpes y amenazas vociferantes de padre lograban mantener la paz en casa. Yo era el octavo hijo, mi hermana era la más pequeña y desde los cuatro años de edad era obligación de todos el tener que llevar dinero a casa o no comíamos, varias veces, nos quedamos sin comer, madre obedecía ciegamente a padre, las constantes golpizas que le daba padre no dejaban ver su rostro natural, siempre llena de moretones, derrames en los ojos y los labios hinchados; sin embargo, madre era la mujer más hermosa del mundo para mi.

Todos nos esforzábamos tanto en el trabajo como en la escuela, una mala nota escolar concluía en una buena tunda de cinturonazos. Yo soñaba con ser presidente de México y crear una ley para proteger a los niños de los cinturonazos de los padres, dolían tanto que, a veces no me podía sentar en los pupitres de la escuela.

La fecha donde todos coincidíamos  en la mesa era navidad, imaginaba que nosotros éramos como los doce apóstoles en la última cena y un judas, mi padre. A punta de golpes, padre levantaba de la cama a todos, nos bañábamos con agua fría, ni mi hermanita se salvaba, algunas veces, tratamos de protegerla y sólo recibimos un castigo mayor, en el patio había un árbol frondoso y ahí era el lugar de castigo preferido de mi padre, nos ataba al árbol por horas, sin derecho a alimento y agua; un tormento que probé varias veces, por lo que me discipliné voluntariamente e hice todo lo posible para superarme y nunca tener que volver a pasar hambre y sed.

Una casa con un pequeño jardín, sin árbol alguno, un título, un empleo medianamente acorde a mis aspiraciones, matrimonio e hijos, una vida vacía y truncada; nada me satisfacía, fui infiel varías veces, hasta que creí hallar a la mujer ideal, bote a mi familia por ella y volví a casa, después de un mes, nunca supe en qué fallé con el amor de mi vida, Rapidita, la secretaría más hermosa que había conocido y así como su nombre, fue nuestra relación. Mi esposa, Reina, me acepto con los brazos abiertos, mis pequeños hijos no entendían el llanto cotidiano de su madre, ni mi indiferencia, cumplía económicamente con mi familia, jamás levante la mano a Reina ni a mis hijos, sin embargo, en mi casa siempre sospeche que, tambien vivía un Judas.

Repetidamente, debía hacer viajes de trabajo y siempre había una nueva Rapidita en mi lecho de hotel, cada vez que tenía sexo con mi esposa o alguien más, por mucho tiempo, el cuerpo y rostro eran de Rapidita, por lo que me discipliné en nunca hablar durante el sexo, sólo su nombre jugueteaba en mis labios: Ra-pi-di-ta.

Mis canas me obligan a evocar tantas vivencias, miro sin sentimiento nuestras fotos familiares y los títulos de mis hijos que cuelgan de la pared; mi padre cambió con los años y ahora es un hombre bonachón, con múltiples conquistas, las cuales iniciaron desde que éramos tan pequeños, trato de entenderlo, mi madre ha muerto y a ella le limpio su lápida, aprovecho para limpiar y deshierbar las tumbas cercanas a mi madre, cansado, como en los viejos tiempos, de tumba en tumba, no espero unos centavos en pago, solo queda el anhelo de su mano tibia en mi mejilla. Entre las tumbas del cementerio, un niño fue abusado, un niño que temía más a contárselo a su padre que al acto mismo, había tanto para decir y sólo era tragado y sellado en mi boca.  De los doce apóstoles, sólo quedamos seis y Judas, por ello será difícil volver a una última cena; haré lo mismo que con mi madre, decirle a mi padre que, pese a todo, gracias y que lo amo. Me quedaré, tristemente, sin saber qué he estado buscando en esta vida.