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jueves, 31 de diciembre de 2020

¡Feliz Año Nuevo!

 Despedimos un año inusitado, 

De aprendizaje y agradecimiento;

De vacíos y sentimientos contenidos;

De renacer y levantarse y andar.


Te deseo un Año Nuevo lleno de salud y abundancia;

Que logres vivir intensamente cada instante;

Que quien te ame, vele por ti y te rescate de las tinieblas;

Que no pierdas la fe y fortaleza ante tantas vicisitudes;

Que seas feliz por el simple hecho de estar vivo,

Que seas colmado de bendiciones en toda tu vida.

Recibe un abrazo lleno de luz y cariño❤️


Besos al cielo🌷




sábado, 31 de octubre de 2020

Tlimaya y los viejos

Se cubrió con ceniza todo el cuerpo
Y rasgó sus ropas


Golpeó a la anciana en la cabeza con su puño cerrado, la dama cayó aturdida, el pavimento no solamente le raspó las rodillas, también la cara y su nariz sangró profusamente; Tlimaya tomó el bolso de la anciana, lo vació sobre el cuerpo inerte de la mujer, de su desgastado monedero, bordado con hilos sedosos, sacó algunos billetes arrugados, todas las monedas, aún las monedas viejas de cobre que ya no tenían valor, ensalivó el delgado dedo de la anciana para quitarle con facilidad el anillo de bodas que era de oro y sus arracadas diamantadas de plata; revisó sus muñecas ocultas por el grueso suéter y, maldiciendo al ver que no llevaba más joyas, pateó el cuerpo de su víctima, robó también su canasta llena de víveres y se alejó sin aspavientos. La esposa de Tlimaya abre la puerta de madera para que entre su esposo e inmediatamente la cierra;  ella está siempre a la espera, sedienta de los diversos botines, revisa con ansia las arracadas de plata y  las coloca en sus orejas, con una sonrisa coqueta, Macca, observa detenidamente como lucen sus nuevos pendientes de plata ante un espejo. 

Tlimaya espera pacientemente entre las sombras de los árboles, en la calle donde se ubican las sucursales de los bancos, aquí a donde acuden los ancianos a realizar sus movimientos bancarios, es el lugar ideal de Tlimaya; desde los ahorros de toda su vida hasta los alimentos de esos seres indefensos, son su trofeo, cada vez que vislumbra ese caminar pausado, brinca de su escondite y ataca a esos seres débiles y enfermos; algunos llegan a oponer resistencia pero, Tlimaya los somete de inmediato, su rudeza no tiene límites, casi todos esos cuerpos lentos son violentados y saqueados con gran habilidad; desarrolla su "trabajo" con eficacia y disciplina; hasta se da el gusto de patearlos con ritmo mientras tararea un rock urbano, rompe el pavimento entre patada y patada y los va sepultando lentamente en medio de dos tierras, esas capas de tierra amarillenta y oscura cubren a los viejos sin haber muerto aún.

Tlimaya, fogoso, se desata en su amada esposa, Macca, se contorsiona en éxtasis,  acostumbra pedirle a Tlimaya que, en cada acto sexual, él utilice lo que ha robado ese día a los vejetes en sus jugueteos eróticos, se ha vuelto una ceremonia torcida, su acto de amor se consuma en sus oscuras ambiciones, poder y sexo, es la combinación perfecta para ellos. Su ambición se ve colmada cuando ya no hallan más espacio para sus botines, el cuarto de los billetes está rebosante, al grado de que para tomar un billete debe hacer acopio de toda su fuerza para lograr sacarlo y no hay espacio para uno más; el cuarto de las piezas de oro parece una maraña con tantos anteojos, relojes, joyería, doblones españoles, monedas de oro antiguas, centenarios y hasta dientes de oro aún con manchas de sangre, lo cual hace de esta habitación un lugar desagradable por las moscas enormes y verdosas que revolotean sobre las piezas dentales y algunos gusanillos dorados que sabrá dios de dónde salieron (aquí, Tlimaya se pregunta rascándose, en el siguiente orden,  sus genitales, la cabeza, las orejas, las axilas, terminando con sus genitales: ¿acaso el oro se agusana?); el cuarto de la plata, ni qué decir, está hasta el tope de monedas y joyería, no cabe un arete más; el cuarto de los alimentos se ha mezclado tanto que cada vez que quieren un queso, por ejemplo,  sacan un chorizo, si quieren un plátano, logran sacar una piña, así de rídiculo es esto de los alimentos, la esposa de Tlimaya está harta de querer preparar algún platillo y terminar preparando otro; el patio está abarrotado de botellones de agua, llenos de monedas viejas, las cuales han planeado vender por kilo, algún día pasará el señor de los fierros viejos para que se lleve todas esas monedas de cobre y demás metales, a cambio de algunos billetes que ya pensarán en donde colocar.

Su fortuna es cuantiosa, Macca pensó en adquirir una casa más grande, así podrían disponer de más espacio para lo que Tlimaya continúe hurtando; Macca sueña con una sola habitación para las monedas y otra para los billetes, se excita con sólo imaginar tener sexo sobre esa piscina de monedas o el calor y cosquilleo de un lecho de billetes en su cuerpo desnudo; después de discutir por meses, Tlimaya logra convencer a su esposa para ampliar la pequeña casa hacia arriba, con el pretexto de que el "trabajo" le quedaría lejos y su rendimiento podría disminuir, ya tenían varios autos recientes pero, el ir y venir a dejar el botín a la nueva casa, le restaría horas de hurto; Macca aceptó e, inmediatamente, un grupo de hombres hormigueaba día y noche en las afueras de su casa, todos los trabajos de construcción se realizaron con escaleras y andamios colocados en la calle, jamás ningún albañil logró asomar siquiera las narices a la casa de Tlimaya, cuando concluyeron la obra, toda la familia de Tlimaya les ayudó a derribar la pared que comunicaba con la nueva construcción; nadie conocería de la secreta fortuna, excepto, la familia de los esposos.

Los padres de Tlimaya y Macca, eran favorecidos de estos robos. Tlimaya, amaba profundamente a sus padres y ellos eran el verdadero motivo de no querer irse a vivir a otro lugar, sus padres vivían en la casa contigua, le preocupaba, enormemente, que pudieran ser víctimas de algún malhechor; estando cerca de ellos, procuraba cuidarlos, estaba al pendiente de todo lo que pudieran necesitar, también Tlimaya sentía seguridad al estar cerca de su familia, así que,  alejarse de ellos no lo haría nunca. 

La nueva construcción se asignó para ser usada como casa, elegantemente decorada y con todos los caprichos de la familia de Tlimaya; las plantas bajas, continuarían siendo usadas para lo hurtado, principalmente, el dinero, el matrimonio no confía en los bancos, son peligrosos; se usaron más habitaciones para organizar el botín, Macca se sorprendió cuando su esposo le mostró una habitación casi repleta de monedas, Tlimaya la desnudó y le exigió su pago en medio de un tintineo ensordecedor; aún desnudos, admiraron la habitación de los billetes, las últimas capas de billetes estaban esparcidos como hojas caídas de un árbol en otoño, además, eran billetes nuevos y crujieron delicadamente con sus cuerpos; Macca saltó de dolor, pegó un grito, seguido de maldiciones, la idea de amarse en la habitación de las joyas de oro le dejó un arete clavado en la nalga y por lo tanto, pasó de largo la habitación de las joyas de plata; le pidió a Tlimaya que la impulsara para poder entrar a la habitación de los alimentos, en su desnudez, fue fácil deslizarse y muy placentero hacer el amor; de ahí en adelante, ese sería su tercer lugar favorito para amarse; monedas y billetes, primera elección.  Tlimaya se hinchaba al ver su torre, los vecinos se admiraban de la exquisita fachada de la casa renovada y les adulaban, qué alta, qué increíble, qué hermosa tu casa-torre, Tlimaya; Macca se sonrojaba y se erguía, su esposo, fruncía el ceño, no entendía si era por el sol o por la reluciente fachada dorada que se imponía ante quien alzara la vista.

Los viejos abundaban, así que su éxito no se detendría, ¿quién contra él? Tlimaya se siente poderoso, valiente y audaz; agazapado entre un árbol y un arbusto, con su gesto de enojo, está a la espera de los viejos, de los demasiados viejos o de los centenarios, con su puño derecho listo para el ataque, en ocasiones lo esconde y otras veces, lo tiene casi en alto, no se inmuta ante nada, una silla de ruedas, un par de muletas o un bastón de sus mártires son sólo basura, pasa por encima de ellos, los aplasta, esos viejos tienen todo para ser saqueados, de no ser él, otro lo haría, el dinero tendrá mejor uso por Tlimaya y su familia.  Su poder económico le da la tranquilidad a Tlimaya de delinquir abiertamente, ya ha comprobado que el dinero compra todo, ante cualquier situación inesperada, Macca o su familia, con dinero en mano, aliviarán cualquier contratiempo. Tlimaya se va perfeccionando, rebasa todos los límites, ante sus víctimas, se sirve a placer, procura que el atraco sea siempre rápido, sin embargo, dilatarse en golpear a los viejos  caídos al son de su tararear rockero le causa un alborozo afrodisíaco que remata con Macca al llegar a su casa con el botín en mano, le arranca la ropa a su esposa en la habitación de las monedas o los billetes o los alimentos y después de su forcejeo amoroso, vuelve a la zona de sucursales bancarias, se oculta entre los árboles y levanta su puño, Tlimaya sabe que, lo que golpea lo convierte en oro.


martes, 20 de octubre de 2020

Los muertos de la Sirena (Capítulo XVIII)

Rompían las olas mi alma triste, la roca mitigaba el enojo del mar, su dureza se imponía tratando de protegerme, una melodía tétrica ambientaba la oscura soledad, era el chasquido salado que amenazaba con devorarme y los silbidos chorreantes de los 66 laberintos aumentaban furiosamente sus tonadas, al grado de parecer bocanadas rugientes cada vez que castigaban mi cuerpo polvoriento.  Las sombras de esta oscuridad tenebrosa palpitaban alocadamente, aprisionando mis huesos, cerré mis ojos suavemente y tomé el sendero de las olas y su olor a sal pero, una gran ola me hizo trastabillar y me negó el camino del cordero sobre el agua, fui levantado entre su cadenciosa música y su beso asesino, incrédulo, me vi dentro de el baúl café tabaco, el más grande, mi caída fue amortiguada por las prendas que ahí guardaba para mantenerlas secas, prendas que fungen de lecho en este frío que arremete hasta contra el abrazo de mi azarosa roca; incliné el baúl para que fluyera el agua marina y varias prendas se escurrieron de mis dedos, ni siquiera intenté aprisionarlas en mi puño, me quedé recostado dentro del baúl, resignado al azote de las olas, en quietud, evoqué a aquel hombre regordete y enamorado de esos ojos color miel y de la promesa de sus labios y de la delicadeza de su dorado cabello, Tanian, mi amada que lloró ante mi partida; mi familia, amigos y enemigos y cualquiera que miré; aprisioné mi anillo, como tantas otras veces, recorrí mi escudo con mi mente, este anillo es el último eslabón de mi cordura y de mi humanidad; dudando, volví a hacer otro nudo sobre mi anillo, mi camisa,  hecha jirones, atesoraba la joya, un cristo en un rosario tejido que amenazaba con desintegrarse al roce de una espuma salada.  Detallé hechos olvidados y me reogocijé de la viveza tan cristalina de mi vida,  desenterré emociones y lloré por lo que quizá nunca sería, por lo poco y por lo mucho que dejé al perseguir un sueño, sin imaginarme  esta pesadilla, eso es, esto es un sueño alucinante, sin soltar mi anillo, me repetía, despierta, despierta Yunluan, palpé algo sedoso e imaginé estar en mi mullido lecho, sometí la tela ante mi rostro y mi pecho, varias veces, con mi incoherente, despierta, despierta, hasta que ella, la hechicera marina, se deslizó en mi empapado lecho, mejor aún, mi estrecho ataúd.

Bebo cada estrella de su pecho, la Sirena deleita con su melodía desquiciante, la he sitiado en el fondo del baúl café tabaco y ella se funde en mí, se agolpan en mi mente uno a uno los rostros de aquellos que asesinó la Sirena infame, esa niña inocente, no dejo de pensar en todos ellos, ¿se desvanecieron o viven en la morada de la Sirena?, ¿existirá un infierno más tenebroso que éste que habito?, el agua, la tierra y el cielo tienen sus propios demonios?, y esta roca le pertenece al mar, quien osa pisarla cede su alma a la ardiente Sirena, deben amarla y permitir ser consumidos por su voraz apetito, todos ellos, mis compañeros de roca, son los muertos de la Sirena y perturbado por la sangre que ha derramado ese ser malévolo, fornico desaforado, tratando de castigarnos, vuelvo a cuestionarme cómo puedo desearla y amarla.  La tenue caricia del sol da con todo en mi espalda, la Sirena me aprisiona en su cuerpo, sus ojos profundos y maliciosos cuestionan los míos; sonríe burlona, al mismo tiempo que se desliza del fondo del baúl café tabaco hacia el mar, antes de zambullirse en el azul abismal, se detiene y me lanza una mirada furtiva, la cual no se detiene hasta perderse en el horizonte infinito, noto que su cuerpo sangra, su pecho, su cuello y un brazo; en un salto gracioso, la Sirena desaparece en medio de unas olas débiles, me deja en la soledad de los muertos, sabe que estaré aquí, esperándola o hasta que decida matarme, mis manos están manchadas de su sangre y también mi camisa, la cual sólo cuelga de mi cintura, en mi cuerpo desnudo.


domingo, 31 de mayo de 2020

Los rosales de Mónica

Hincada en el pasto, algo invisible atrapó su mano en el momento que retiraba las hojas secas de las rosas,  Mónica retiró su mano bruscamente de los rosales, gritando horrorizada, corre a su cocina y se sienta, llorando, apoya su cabeza en la mesa, al mismo tiempo que se lleva las manos al vientre y pide perdón a sus bebés no nacidos; Mónica se siente tan culpable de interrumpir esos embarazos, todo por amor a Favo, su esposo, le ama tanto y no soporta la idea de perderlo. Con los ojos hinchados y aún temerosa de la extraña presencia del jardín, ve entrar a Favo, porta un traje gris, Mónica no pierde ningún detalle del aspecto de Favo, es tan delgado y con sus negras patillas ensortijadas, afinan más su rostro, sus cejas enmarcan unos ojos oscuros y su boca voluptuosa, hacen estremecer a Mónica, como el día que le besó por primera vez, en la fiesta de la empresa donde laboran su padre y Favo, castigando su cuerpo contra la pared, en esa oscuridad de la terraza y los helechos lujuriosos, en medio de sensaciones desconocidas y pecaminosas, donde ella sólo se abandonó a las manos urgentes de Favo, sin saber qué hacer, envuelta en ese calor naciente y el palpitar del cuerpo de Favo, supo que ese hombre era el amor de su vida.

Favo abofeteó a Mónica cuando ella le anunció que estaba embarazada, le dio un puñetazo en la cara y otro en el vientre y la pateó en las nalgas por pendeja, salió furioso de su casa, Mónica en el piso, sangraba de la nariz y de la boca,  sintiendo la culpa del embarazo, el primero, Mónica se atrevió a pensar que Favo se alegraría con la noticia y olvidaría lo que le exigió cuando le propuso matrimonio. Los padres de Mónica escucharon atónitos la propuesta de matrimonio, seguido de las condiciones que Favo le imponía a su prometida, que no deseaba hijos, que ella se tenía que cuidar siempre y no debía engordar, de lo contrario, les devolvería a su hija, la madre de Favo no pudo opinar, bien que conocía los deseos de su hijo y nada le haría cambiar de opinión, o, definitivamente, no se casaban. Mónica lucía espléndida en su boda, en contraste con los ojos desorbitados y furiosos de su padre y las tristes lágrimas de su madre, Mónica aceptó todas las demandas de su prometido, le amaba con locura, haría lo que Favo le pidiera, todo.

Un médico, amigo de su suegra, mantiene a Mónica con los cuidados necesarios para evitar embarazos, métodos empleados por la madre de Favo, al fallar éstos, este mismo médico se hace cargo de interrumpir los embarazos de Mónica, los gastos médicos son cubiertos por los padres de Favo, el desgaste emocional es cubierto por Mónica y el médico entrega a Mónica, secretamente, un bultito envuelto en gasas, con manchas de sangre, a petición de ella. El tercer embarazo de Mónica fue un aborto espontáneo, Mónica nunca se percató porque continuaba con los periodos, sucedió cuando Mónica aseaba la casa, la gran mancha roja en el piso blanco le hizo un hueco en su corazón, este bebé renunció a la vida que no le esperaba; con las manos manchadas de sangre, Mónica cubre con la tierra del jardín el pequeño envoltorio blanco, semanas después, surge un bello rosal rojo, los tiene de varios colores, en las tardes, cuando ella riega su jardín, el aroma a rosas es embriagante, el perfume penetra hasta su alcoba, a su lecho, ahí, cuando palpitan sus cuerpos, Favo le dice a Mónica que apestan demasiado sus rosas y que un día de estos las rociará con petróleo y ella encenderá el fósforo, Mónica jamás le ha develado a Favo que sus hijos no nacidos los ha sepultado entre los rosales, nunca lo sabrá, nunca los quiso Favo, son  sólo de ella.

Con la mesa puesta primorosamente, noche a noche, Mónica espera a Favo, algunas noches no llega a casa y al día siguiente vuelve con manchas de labial en la camisa, las primeras veces, Mónica lloraba interminablemente y cuando reclamaba a su esposo, éste le propinaba una golpiza, ignorándola por varios días o se ausentaba  y a su regreso, Mónica volvía a recibir golpes; nunca volvió a reclamarle nada a Favo, las noches que permanece sola, se observaba en el espejo, cuestionándose qué ve Favo en sus amantes. Mónica come sólo lo necesario para mantenerse esbelta y cuida de no asolearse para evitar arrugas en su piel blanca. La soledad de Mónica se intensifica cada día, Favo le negó el derecho a trabajar o a alguna otra actividad, le advirtió sobre no tener amigas y mucho menos que metiera a alguien a su casa, que el día que lo hiciera, sacaría a todos a patadas de ahí, que su mujer sólo se debe dedicar a su casa y a él; la familia de Mónica evita a Favo y ante ese rechazo, ella también se aleja más de sus padres. Mónica se refugia en su jardín, evoca  el recuerdo de sus hijos, de lo que pudo haber sido, de lo que pudo haberlos amado, sin nada más que hacer, se desahoga al concentrarse en mantener sus plantas en perfectas condiciones y, a la llegada de Favo, se esmera con gran diligencia en tener contento a su esposo, sólo él  importa en su existencia.

Al discurrir de los años, Mónica se hunde en un fango de culpabilidad, de celos, de conformismo, de tristeza y de abandono. Mónica continúa puliendo su aspecto, Favo pule sus gustos con las chicas más jóvenes, se descara más y más; cuando bebe, golpea con placer a Mónica y le grita con  cinismo cómo lleva a cabo sus actos sexuales con sus amantes y en la vieja bruja en que se está convirtiendo Mónica. Un día, Favo, ebrio, le escupe a Mónica que ya tiene un hijo varón con una joven amante, Mónica siente enloquecer y golpea los vidrios de las ventanas; Favo, enardecido, la toma por los cabellos y la arroja al jardín, Mónica toca con las puntas de los dedos las rosas, sangra de las manos y llora quedamente; siente una caricia en su mejilla y el aroma de los rosales se vuelve más intenso, Mónica retrocede asustadísima y cae en el pasto; en ese instante, Favo sale de la casa, vocifera insultos y patea a Mónica;  algunos vecinos, atraídos por la violencia escandalosa, los gritos de Favo y los alaridos de Mónica, tratan de interceder, lo cual desafía más a Favo y les reparte golpes  e improperios; cuando los vecinos se retiran, sin haber logrado controlarlo y con algún golpe de los que repartió su vecino borracho, Favo, más iracundo que antes, dirige nuevamente su furia a Mónica, cayendo de bruces sobre los rosales.

Favo aún  no comprende lo que sucedió en el jardín, cada vez que cruza hacia la casa, un escalofrío intenso le recorre el cuerpo al pasar por los rosales, recuerda, perfectamente,  patear  la cara de Mónica, cuando una mano de gran fuerza le dio un empellón, lanzándolo a los rosales, recuerda que intentó incorporarse varias veces, sin éxito, pues era jalado de manos y pies hacia las rosas; su rostro, manos y pecho, fueron atendidos por el médico de su madre, con grandes espinas clavadas, inclusive una rama mediana se incrustó en su brazo, es ilógico, dijo el médico y preguntó, escéptico, ¿cómo metiste todo esto en tu cuerpo?; Mónica, sobrecogida en la camilla y con el rostro amoratado, no daba crédito a lo que vio en su jardín.

Desconfiada, Mónica, evita, en lo posible, el jardín, lo ha abandonado, después de que Favo arrojó petróleo sobre los rosales e intentó arrojarles un fósforo encendido, como lo había prometido anteriormente, el fósforo jamás se logró encender, por más intentos que hizo Favo, la chispa nunca se dio, también le ordenó a Mónica que lo intentara, sin lograr hacer arder ningún cerillo, no había viento, no había permiso para la flama. El jardín luce sofisticado con tantas rosas, su fuerte fragancia la advierten hasta los vecinos más lejanos y todos ellos desean conocer los rosales de Mónica y los secretos con los que logra abonar la tierra de su jardín; Mónica, nerviosa, se tuerce los dedos ante cada uno de ellos, excusándose con las personas de no tener tiempo de atenderlos y pasarlos a su jardín, que sólo se limita a regar cada noche sus rosas y que no hay secreto alguno, que la tierra es fértil y más mentiras.  No admite lo que ocurre ahí, ha adelgazado demasiado, no logra conciliar el sueño, cada vez que arroja un balde con agua y cloro al jardín, para evitar que sigan creciendo los rosales, siente una mano invisible que la jala hacia sus rosas. Favo, pretextando viajes de trabajo, se ausenta por días o semanas, Mónica sabe que lo ama, sólo eso. Mónica, en su aislamiento, ahora se infringe daño, se golpea el vientre, las piernas, se abofetea y tira fuertemente de su cabello, cuando Favo se percata de sus moretones, en la intimidad, continúa su acto y le planta unas cachetadas, seguido de, eres una pobre pendeja. Mónica observa el jardín, desde la ventana de la alcoba, percibiéndose como las blancas cortinas de gasa, ligera y transparente se estremecen cuando se escucha un murmullo dulce, suave y perfumado; desde hace semanas no toma las pastillas anticonceptivas, le dará un hijo a Favo, aunque la mate.

El secreto sólo es compartido con sus padres y éstos le suplican a Mónica que abandone a su esposo, que la llevaran a un lugar distante y seguro para que nazca su hijo.  Mónica se faja cuando Favo esta en casa, continúa con sus viajes de "negocios", lo cual favorece a el embarazo y cuerpo de Mónica, en esos días de ausencia de Favo, Mónica admira su abdomen y fantasea que en cuanto nazca el niño, no niña, debe ser niño para que Favo lo acepte, serán una armoniosa familia, ese nacimiento será el milagro deseado, asegura Mónica.  Una sucursal de la empresa requiere a Favo en otro estado por algunos meses, la suerte está de su parte, cree Mónica y después de una golpiza que arremete Favo en contra del cuerpo gordo de su esposa, se encamina al nuevo proyecto de su empresa, eso sí, bajo la amenaza de que a su regreso Mónica debe estar nuevamente en forma o la abandonará, las gordan le asquean a Favo.

El secreto es confesado a la madre de Favo, quien se enternece con la idea de ser abuela, con el apoyo de su suegra y sus padres, nace el bebé, un varón, un maravilloso milagro, todos se encuentran muy felices y en la primera oportunidad, Mónica lleva a su hijo al jardín,  llora con aflicción sobre las tumbas olorosas a rosas, acuna a su hijo en su pecho, sin lograr evitar mojar la carita de su pequeño.  El cuerpo de Mónica está más delgado que de costumbre, además de alimentar al bebé, ella come poco, quiere lucir lo mejor posible para el regreso del amor de su vida, Favo.  Al atardecer, los padres de Mónica, su suegra y Mónica, reciben a Favo en la gran estancia, Favo llega con cara de pocos amigos y cansado del viaje, da un vistazo al cuerpo de Mónica y parlotea fanfarronamente, más te vale; se dirige a su madre para saludarla y ella, seria, lo  esquiva, al mismo tiempo que señala hacia la pequeña cuna, Favo, atónito, sólo golpea la madera que protege a su hijo y se lanza a golpes sobre la aterrorizada Mónica, en medio de gritos de los abuelos, es un varón, es tu hijo, Favo, enfurecido, golpea brutalmente a su esposa, Mónica intenta huir y Favo logra darle alcance en el jardín; nadie logra quitarsélo de encima, su suegro es derribado de un puñetazo y su madre de un fuerte empellón, la madre de Mónica sostiene a su nieto y sólo atina a gritar histérica al ver a su hija bañada en sangre; algunos vecinos, alertados por la gresca, desean ayudar a la pobre mujer y son recibidos por golpes; aprisionada entre Favo y los rosales, Mónica  está a punto de morir y es en ese instante en que Favo es cubierto por los fragantes rosales, cual boa a su presa, Favo es presionado hasta dejarlo sin vida. 


Donde los muertos no perecen

Émine se hechó al hombro bueno la gran canasta llena de oloroso pan dorado, también, abrazó con la mano derecha  una bolsa grande llena de azúcar, café, canela y piloncillo, aún sentía el brazo izquierdo, aunque estaba consciente de que su vista no le engañaba, de que no volvería a contar con el apoyo de su brazo perdido, sus ojos se humedecieron pero las palabras de su abuela le hicieron tragarse su sentimiento, no quería mortificar más a su adorable abuela; la abuela Nelita le dijo que se apurara, que el café tendría que estar listo para cuando la gente empezara a llegar al velorio de su hermana Linora, por lo que Émine se apresuró a partir, la casa de la tía Linora estaba a una hora de camino, te vuelves rápido mijito, que no has comido, le dijo abuela Nelita mientras partía una cebolla para el pico de gallo que preparaba y con el cuchillo en mano le hizó un además de despedida a su nieto; abuela Nelita vio perderse en el sinuoso camino lleno de árboles a su nieto, observó que caminaba tratando de no perder el equilibrio o caería de su hombro la canasta con el pan, con sus ojos tristes y lloroso miraba ese cuerpo delgado e incompleto de Émine alejarse; ya vas a empezar, le gritó su hermano Nesin, si a esas estamos, mejor me voy con mi hermana Linora, allá va a estar mejor la chilladera, dijo burlón; no, hermano, dijo abuela Nelita, no acabo de comprender cómo es que mi nietecito perdió el brazo, cuando partí, estaba completo y ahora que regreso sólo tiene esa herida horrible y fresca, lo dijo entre sollozos, Nesin y su esposa, Rita, miraban hacia donde se había encaminado Émine.

Fingiendo su tristeza por su propia muerte, la tía Linora ayudó a descargar la canasta con la que llegó el sudoroso Émine, le besó la frente y la cabeza al muchacho cuando éste se postró ante el ataúd y derramó sus ojos al ver a su tía abuela  Linora con esa quietud y paz que sólo los difuntos poseen; toda la familia se acercó a Émine para consolarlo, no sabían si era por la muerte de la tía abuela Linora o por la falta recién de su brazo, lo ayudaron a incorporarse y lo sentaron junto a su madre quien lo recibió amorosa en sus brazos; Émine lloró más suave cuando vio entrar a su abuela Nelita, no llegó sola, una multitud borrosa la acompañaba en medio de un viento helado y un susurro envolvió a Émine que le decía, ya no comiste mijito, al mismo tiempo que la mano cariñosa de abuela Nelita se apoyaba en su muñón.

En ese rencuentro de muerte y vida; cantaron felices entre sorbos de café con piquete,  lloraron abrazados al evocar el dolor ante sus partidas, enriquecieron sus corazones ante sus experiencias del umbral de la muerte y del camino desconocido y temido por los vivos; rezaron no sé cuantos rosarios y relataron anécdotas añejas perdidas en el polvo del olvido. Al día siguiente, en la última palada de tierra, abuela Nelita ayudaba a su padres y abuelos a colocar las flores en la tumba de Linora e, inmediatamente, se despidieron con infinidad de abrazos y besos; esta vez, el llanto era de felicidad, Linora acarició a toda su familia con una tibieza suave y un destello ligero de sol, les agradecía el haberla acompañado en esa transición, irradiaba al sonreírles, tanto a los que se quedaban y como a los que irían con ella; y, sucedió lo inevitable: "los vivos se quedaron tan solos" cuando el viento helado disipó a los idos, a Linora, a la abuela Nelita, a Nesin, Rita y todos los antepasados y los trasladó allá, donde los muertos no perecen.



sábado, 21 de marzo de 2020

Samael

Le grité a Julio, ata a la bestia, ahí está la cadena, junto a tu pies, Julio, aún atontado por la lucha con el cocodrilo,  logró arrastrar la gruesa cadena oxidada, jadeaba y, casi a rastras, le dio varias vueltas al cuello de la bestia; sin quitar mis cuatros extremidades del cuerpo del cocodrilo, en un pestañeo luz (eso significa para nosotros, rápido), le arrojé el candado a Julio, colocándolo en la cadena, urgentemente, en ese clic del candado, todos soltaron a la bestia, excepto yo, montada en su espalda rugosa, aprisionaba el enorme cuerpo del cocodrilo, no lograba desprenderme,  Julio me ayudó a soltar uno a uno mis brazos y después mis piernas; entonces me abracé a él y acallé mi llanto en su pecho de niño grande; el fango empezó a secarse en nuestros cuerpos, la neblina inició sutilmente, al igual que un ligero viento frío, Belena, Sira y yo nos enjuagamos el lodo en las aguas frescas del río, Jesús intentó hechar a correr, pero, algo invisible le detuvo y cayó en el pasto húmedo, un hombre, ricamente ataviado, encendió un puro apestoso, yo tosí porque me acerqué demasiado para verle el rostro, el cocodrilo  golpeó al hombre con su enorme cola, sin lograr moverlo un ápice, así que, éste, se inclinó hacia el gran animal para acariciar su enorme hocico censurado por las cadenas, la bestia se retorcía furiosa, intentando librarse de su encadenamiento, el hombre elegante nos miró con desprecio y burlonamente nos dijo que sólo habíamos logrado atar a la bestia porque estaba débil y a punto de morir, de lo contrario, ya estaríamos dentro de él, como una botana ligera; también nos dijo que había visto toda la batalla y escuchado los gritos de júbilo y horror ante esa bestia agonizante; no teneis vergüenza, nos gritó, esta bestia sólo buscaba la soledad para morir y ustedes le han golpeado con saña, diciendo esto, arrancó la cadena de la bestia y la levantó entre sus brazos, colocándola en un enorme carruaje que nosotros no habíamos visto, Jesús tenía la boca abierta, Belena, sin dejar de santiguarse, abría sus ojos de tal manera que temí se le salieran de sus cuencas, yo me pensé, quién sería este hombre, al cual no podía verle el rostro, sólo el fulgor de su apestoso puro iluminaba brevemente unos ojos malignos y de un rojo centelleante, como brasas, él contestó, soy Samael, váyanse, ordenó, en el momento que subía a su carruaje siniestro y, llevándose a la bestia, desapareció entre la ya espesa neblina, todos corrimos desaforados, sin voltear atrás.

En el recreo escolar, sentados con cara al sol, compartimos nuestros alimentos, tortas de huevo, de frijoles refritos con jamón o con queso, sólo Sira no había probado su manzana ni su emparedado, nadie hablaba, hasta que Sira, desató un llanto histérico, balbuceando que sólo había sido un mal sueño, que nunca ese cocodrilo nos atacó cuando jugábamos en la orilla del río, cosa que hacíamos siempre al salir de clases, qué tampoco existía ese hombre, seguramente guapo y joven, llamado Samuel; Samael, dijo una sombra que nos eclipsó el sol, con voz profunda y ronca y un puro apestoso en los labios; Samael, repitió y añadió, Sira, eres la única que se salvó de unos azotes de parte de tus padres, movió sus largos rizos oscuros y logramos ver a un hombre despiadadamente hermoso, con una sonrisilla de labios voluptuosos llenos de nubes, sus ojos de un rojo profundo, con ese brillo de lumbre, enmarcados por una cejas espesas y perfectas, su traje no reconocía época, negro, al igual que su capa, sólo una especie de corbata de seda que imitaba el rojo de sus ojos abismales, sus manos eran enriquecidas por joyas con brillos igual de espectaculares que los de sus ojos. A orillas del río, sentados entre las rocas de colores rosa pálido, conversábamos con Samael, nos invitó todo tipo de platillos y bebidas refrescantes; la bestia ya descansaba en paz, nos dijo irónico, qué valientes son con un ser tan indefenso, aquí, Jesús, le interrumpió, al mismo tiempo que le mostraba una mordida enorme que abarcaba su espalda y su pecho, ni tan indefenso, dijo enfurecido y sus ojos se humedecieron; todos le mostramos las heridas y los golpes que nos dejó la batalla con el cocodrilo, por lo que Samael lanzó una carcajada entre sus volutas de humo, diciendo: débiles y desapareció entre las rocas, el fango y las sombras de los árboles.

Dios no ha muerto, porque dios no existe, dijo Samael, en respuesta a Belena, cuando ella le preguntó por qué el sacrificio cruel de dios en la cruz, Belena sollozó aprisionando entre sus delgados dedos el cristo que colgaba de un cordón de cuero negro y, entre pucheros, le gritó a Samael que dios sí existe, que el padre Mery le daría unos azotes por esa blasfemia mentirosa; Samael, lanzaba piedrecillas a los peces del riachuelo y le preguntó a Belena, sin siquiera voltear a verla, ¿ese padre Mery les azota a ustedes?, Belena, furiosa, lo cual le enrojeció hasta sus orejitas, le espetó grosera, ese padre Mery es el más santo de todos, es un altruista bondadoso, dice mi madre y todas la comunidad del rosario de María, además, siempre nos da dulces en las misas, alimento a los necesitados y nos bendice con sólo mirarnos, continuó Belena, sin dejar de llorar; Jesús, Julio y Sira, también ensalzaron al padre Mery, de como había unido a las familias, de las rifas que hacía para mejoras de la iglesia y justo en ese momento, una camioneta elegante, último modelo, pasó a gran velocidad, Belena le  hizo señas con las manos al padre Mery, quien iba al volante, pero éste, la ignoró y pisó más el acelerador; yo no quitaba los ojos de Samael, pensé que un rayo le iba a caer y a chamuscarlo por hereje, Samael me contestó, no, un rayo no podría quemarme, miraba la camioneta del padre Mery y dijo con sarcasmo, qué altruista el tal Mery, no es bondad, sólo se cree superior a todos, por eso ayuda a los débiles y desgraciados, él, se cree dios.

 Busqué a Samael en todo el espeso bosque, nadie quiso acompañarme, jugaban arrojándose lodo, cada mancha era considerada una herida, después de diez manchas, estabas muerto, es decir, habías perdido, dejé de escuchar sus risotadas, el susurro del río me invitó a meditar sobre este escalofriante personaje, todos coincidieron en que era un fantasma o un demonche; ¿un demonche?, grito Samael, vaya, ustedes sólo confirman lo que son y bajando de su tétrico carruaje, me ofreció unos bocadillos y una gaseosa, era obvio que este ser leía mi mente y mis antojos; caminamos hasta quedar enfrente de unos niños pequeños y toscamente groseros; los niños son corruptores de mayores, sólo mira como aplastan a los grillos, me dijo Samael, sentí pena por los grillos desmembrados y aplastados, aún así, tímida, le respondí que eran niños  y, en su inocencia, no sabían lo qué hacían;  Samael contestó airado, qué pureza e inocencia ni qué nada, son unos asesinos en potencia, temí por los chiquillos, supuse que Samael podría castigarlos, sin embargo, Samael sonrió o sus labios hermosos formaron una leve curva y pasó de largo a los pequeños crueles, en mi mente retumbaron sus palabras heladas: esos rapaces serán sus propios verdugos.

En medio de gran algarabía, todos bailamos alrededor de la fogata que Samael nos acondicionó, nuevamente, fuimos convidados con los mejores platillos y bebidas, todo estaba sobre una enorme mesa negra, la mesa flotaba, pasé mi mano en varias ocasiones por debajo de cada pata de la mesa, sólo rozaba el pasto húmedo, todos me observaban divertidos, Belena dijo, no es un truco, es pura magia negra, Samael ni se inmutó, Belena, con un cigarrillo en la boca, confesó, la pasamos de lo más lindo contigo, pero, no nos engañas, no eres mortal, ya, confiesa, ¿qué eres?, porque no eres un blanco angelito, soltó esto entre unas bocanadas de humo; Samael, no habló, no era necesario, su cuerpo se iluminó con una luz brillante y blanca, mostrando una alas y un atuendo igual de brillante, el cabello de Samael emitía rayos, su rostro era inmaculado, el grito de Belena al quemarse los dedos con la colilla del cigarrillo, nos volvió a la realidad, ¿Samael nos demostró que había sido un ángel y que por algún pecado, ahora era lo que era?, eso nos figuramos;  con una risa retorcida, sus ojos rojizos destellaron, había leído nuestras mentes y dijo, ¿quién le puso maldad a los colores?, tomó los dedos de Belena y éstos quedaron sin quemadura alguna.

Uno de los pequeños que martirizaban a los grillos desapareció, encabezados por el sacristán, en representación del padre Mery, las autoridades en sus patrullas y una gran cantidad de vecinos, lo encontraron después de una larga búsqueda, su cuerpecito flotaba entre las ramas de un árbol seco que era arrastrado por la corriente del río. Durante el funeral, busqué con la mente y la mirada a Samael, creo que todos pensamos que él era el causante de ese horrible accidente.  Por días, no lo volvimos a ver, en el recreo escolar nos reunimos a compartir nuestros alimentos, en silencio, nadie preguntó por ese demonche, yo, le extrañaba.  Con caras al sol, mochilas de almohadas, Belena, nos pasó un cigarrillo, cuando llegó a mí ya estaba húmedo y sentí asco, así que lo devolví; la gran sombra de Samael se interpuso entre el sol quemante y el mullido pasto, lo que le da valor a la vida es la muerte, dijo, su voz retumbó en nuestros oídos, sólo imaginen que nadie perdiera la vida, el caos en que viviría el hombre, sin el temor de cuidar de sí; lanzamos nuestros pensamientos, culpándolo de la muerte del chiquillo, entonces, Samael, inundó nuestras mentes con la escena de los pequeñitos, comían frutos caídos al pie de un árbol, como leoncitos, los frutos se los arrebataban y metían varios al mismo tiempo en sus boquitas, uno de ellos se atragantó y en su desesperación, intentó beber agua del río, ahí fue cuando cayó y fue arrastrado por las aguas presurosas; los pequeños rapaces no se dieron cuenta de nada, algunos peleaban entre sí por los últimos frutos y, otros, corrieron entre chillidos, con rasguños o sangre en la nariz, los más violentos defendieron con piedras y golpes el sabroso botín.

Belena lloriqueaba, Jesús había sido su novio y durante varios meses, Belena intentó reconquistarlo, al grado de meterse por la ventana de su habitación y suplicarle le diera otra oportunidad; después de misa, Jesús besó a Sira y tomados de la mano se alejaron ante la mirada idiota de Belena; todo un escándalo, Belena los abofeteó, les insultó y, abrazada a Jesús, le gritó a Sira los "pecados" cometidos durante el noviazgo con Jesús; muchos vecinos también escucharon. Belena, sería enviada con una tía al extranjero, para que todo fuera olvidado, el padre Mery, le mostró de lo que era capaz cuando se encerró con ella para absolverla de sus pecados; Belena, horrorizada, cabizbaja, triste, sólo me dijo que el padre Mery era malo, Samael, apareciendo de la nada, dijo, no existe la maldad, sólo es ignorancia.

Los padres de Belena, exigieron a Jesús que se casara con su hija, el embarazo de mi amiga era  notorio cuando la tía la devolvió a su familia; Jesús les juró a sus padres que hacía meses no tocaba a Belena y que ahora sólo lo hacía con Sira; Belena cayó en una profunda depresión, merodeaba la casa de Jesús y Sira y ante cada encuentro con él, suplicante, le juraba que ella no había hecho nada malo pero que, dios la castigaría a ella y a su familia en caso de decir la verdad; caía de rodillas ante Jesús y le imploraba que volviera con ella, que lo amaba y que no podría vivir sin él.  Belena, perdió al bebé, aún en la cama del hospital,  entre maldiciones y palabras amorosas, culpaba a Jesús y a Sira.  Las semanas no lograron menguar un ápice su dolor por su amor perdido, Belena llamaba a Jesús con nuevas suplicas y promesas, con tal de que la aceptara, otras veces, lo culpaba y maldecía; junto al río, sentadas, Belena y yo, en el espantoso carruaje de Samael, él le tomaba de las manos, después de escuchar una perorata de amor y odio de Belena, Samael, con voz abismal, al grado de helarme, dijo, ¿por qué culpas a ese chico, a Jesús?, nadie te puede dar amor, el amor es un florecimiento  interno, el ser humano nace con amor y ese amor te será fiel hasta la muerte, no mendigues amor, ni a Jesús ni a nadie, el amor es un tesoro propio, búscalo dentro de ti; Belena lloró más suave en el hombro de Samael, él nos sostuvo entre sus brazos, ante esos descubrimientos, también se desencadenaron en mí tristezas y el sentimiento de las pérdidas de Belena, mi llanto humedecía la capa negra; por increíble que parezca, Samael nos llevó hasta  nuestras casas en su tétrico carruaje, Belena se mostraba más tranquila cuando bajó del carruaje y lanzó una mirada profunda hacia la iglesia; Samael nos dijo: el valor de la vida, sólo es un episodio fugaz; vayan, disfruten de ella, no la desperdicien; mirando a cada una, con sus ojos rojizos centelleantes, musitó, sé suficiente para ti, o estás vacía; alejándose en su siniestro carruaje, todavía alcanzamos a escuchar, ¿recuerdan a la bestia?, entre el humo de su apestoso puro, concluyó, está noche volverá a la vida....

No asistimos a la escuela, mezclados entre tantas personas y varias patrullas, nos quedamos a presenciar la fatalidad de la iglesia, la puerta enorme de madera labrada estaba hecha astillas, al igual que varias de las largas bancas, la mesa enorme de mármol  estaba hecha añicos y ni qué decir de todas las imágenes, destruidas, las autoridades se rascaban la cabeza o la panza, sólo había marcas de enormes mordidas y lodo seco; en la habitación del padre Mery, sólo hallaron una pantufla salpicada de sangre y un botón dorado que pertenecía a la bata de seda del sacerdote; la lujosa camioneta estaba partida a la mitad, pérdida total, decía el hombre de la aseguradora a los policías. Indignación, sin tristeza, de todos los que acudían a la iglesia, faltaba la caja fuerte de la iglesia, ninguno de los padres que habían servido a dios en esa iglesia confiaban en los bancos, así que, esa caja fuerte era manejada exclusivamente por el padre en turno, para guardar los dineros de las limosnas; toda la comunidad consintió en que el padre Mery había huido con todo y la caja fuerte y qué, seguramente, estaría cumpliendo su sueño dorado, el cual había externado en varias ocasiones, de visitar París, la conmoción de la gente era que, en lugar de haber ido al vaticano, lo cual le hubieran perdonado sin excusa, estaría en la torre Eiffel, no lograban entender qué tendría esa estructura de hierro, por qué el padre Mery era tan estúpido, por qué no era más vital besar la mano santa del papa para ese padre del infierno, si vuelve, lo linchamos, gritaban y hacían una ola con las manos, como la que hacen la gente en los partidos de fútbol, en los estadios, todo esto entre chiflidos e insultos, nosotros reíamos divertidos por tantas ocurrencias de la muchedumbre y advertimos como saquearon los últimos utensilios de la iglesia; esperábamos el comentario de Belena, de que serían castigados por un rayo divino pero, esta vez, para desconcierto nuestro, no dijo nada.  De manera extraña, en las casas de los enfermos, ancianos, viudas desamparadas y todo aquel que vivía en gran necesidad; apareció una cantidad de dinero, un milagro, ese dinero lo emplearon para atender sus dolencias, para alimentarse, en fin, fue empleado para cubrir sus necesidades básicas; nosotros sabíamos que Samael había hecho esto y no le  preguntamos nada, sólo una mirada de complicidad recibió de nosotros mientras fumaba su apestoso puro.

Samael nos abrazó apretadamente, intuimos que era el final, que no volveríamos a verlo y Samael intuyó lo que mi corazón sobresaltado sentía por él; con ternura, me sostuvo entre sus brazos y me dijo al oído, Táber, soy mucho mayor que tú, llorosa, le respondí, sólo unos años, unos siglos, respondió él.  Sin soltarme de la mano, Samael se sentó en su carruaje extravagante y junto a él estaba el enorme cocodrilo, entre risitas, acaricié una de sus garras y le dije, qué lío armaste y aunque suene fantasioso, el enorme cocodrilo me devolvió la sonrisa; a mis espaldas, asustados, estaban todos, Julio, nervioso, enroscaba mi trenza en su mano de manera repetida, Belena me picaba la espalda con uno de sus dedos y sus ojos no perdían de vista al enorme cocodrilo; Jesús y Sira, abrazados, se colocaron a unos pasos de distancia de Belena, por si las dudas, pese a que Belena había hecho las paces con ellos, a petición de Samael y después de que éste le mostrara a Belena el futuro de Jesús, un hombre gordo, calvo, con ronquidos infernales y, además, alcohólico; de ahí en adelante, Belena, observaría con compasión a cada novia de Jesús.  Samael, la tarde anterior a su partida, me dijo: Táber, ¿quieres que te muestre tu futuro? y negué con la cabeza, deseaba descubrir las enseñanzas de Samael, en varias ocasiones no entendía sus frases pero, sabía que no mentía, quería saber de la vida y deleitarme con todos los sinsabores, habría un lugar y un tiempo para cada vivencia, pensaba todo esto sin apartar mi mirada de Samael, deseando que él estuviera en cada momento de mi vida.  ¿Qué ven?, nos preguntó uno de los albañiles que reparaban la iglesia,  sin responder, no perdimos de vista el enorme carruaje de Samael, una garra del enorme cocodrilo se agitaba como ademán de despedida hacia nosotros, ¿jóvenes están bien?, ¿qué les pasa?, varios de los trabajadores nos preguntaron,  acercándose a nosotros, miraban hacia donde apuntaban nuestras miradas y no entendían las muestras de adiós que hacíamos, nosotros los miramos más interrogantes que ellos; las personas no logran verme, escuché a Samael en mi mente, sólo ustedes, me aclaró y también me dijo, volveré a verte, no llores más, querida Táber y mi corazón brincó de alegría.


Los límites de la Sirena (Capítulo XVII)

Lázaro, levántate!
Y, Lázaro, caminó, burlándose de la vida y la muerte!

El viento susurra muerte a mi oído, un frío recorre mi ser, mi alma, respiro con dificultad y me duele el cuerpo; sin embargo, mi espíritu es el que se quebranta, el que me reclama haber torcido mi mente, el haber traicionado mi origen, mi anillo, mi escudo, mi humanidad. Demonio o no, la bella Sirena me lleva a los límites de la cordura, en el precipicio de su fogosidad sobrevivo gracias a la sangre que bebo de sus hermosos senos, ella jamás se queja, sólo me mira con sus ojos maliciosos y alargados, otras veces, se contorsiona vehementemente, como si le causara el mayor placer al succionar de sus pezones, aquí, siempre evoco a mi tierna dama, recordando cuando le compartí el secreto de vida si bebía de estos senos llenos de fulgores, todavía alucino cuando, al mismo tiempo, ambos bebíamos de este sensual demonio, mientras nuestros labios aprisionaban los pezones de la sirena, nos tomábamos de la mano y la mano de mi tierna dama era suave, aún cuando imprimía fuerza en la mía, jamás podré olvidarla. ¿En verdad, murió mi compañera de roca? y de ser así, ¿por qué aún siento sus mimos en mi ser?, especialmente, cuando rezo amorosamente en el placentero cuerpo de mi amada Sirena.

A su antojo, este ser veleidoso, va minando lo que resta de mí, comprendido el hecho de que no me ama, yo también me regocijo en ella, sin culpa, sin la estupidez humana que trunca a las personas con sus cadenas de creencias, de ideales, de prejuicios y demás; soy tan libre como la hermosa Sirena me lo permite, se regala a mí, sin confines, ya nadie me la disputa, he escudriñado su cuerpo a placer, y ella a envilecido y engrandecido mi ser como jamás lo hubiera imaginado, nunca tuve la más ínfima sensación como las que la bellísima Sirena desencadena en esta alma errante; es verdad que he probado más lo agrio de su hiriente ser, pero, su constante entrega desenfrenada alivia un poco esas agrias sensaciones. Voy de su mano, cosido a su talle y a su busto y a su canto. ¿Cuándo será mi fin? ¿Es real la Sirena? Quizás ya estoy muerto y esto es el infierno y la Sirena siempre ha sido el diablo que me posee. ¿Dónde hallaré la respuesta? ¿Aún respiro?  Sólo sé algo verdadero, sin su mirada, ya habría cruzado el umbral de la verdadera muerte.

domingo, 15 de marzo de 2020

La Abuela

No sabe lo que dice, no está lúcida
Dicen sus hijos ante su andar lento y la callan
Sus ojos nublados lloran las querellas de ellos
Sus gritos de pleito, no respetan a su madre ni tampoco sus puños
Su debilidad añeja, aleja más y más a sus retoños
Un estorbo no será más, que tristeza es llegar a viejo
Sus vástagos se niegan su temblorosa bendición
Ni siquiera voltean a verla, en ese rincón la Abuela se queda
Su mirada rugosa busca las manos firmes de sus hijos y
El triste vacío sostiene su aliento débil
Postrada, suplica por sus tiernos hijos y
Reza por un abrazo de ellos para despedirse
Un bullicio conforta su alma, sus nietos
Sus bisnietos, no sueltan a la Abuela
Encantados, escuchan sus historias añejas llenas de
Sabiduría y enseñanzas
Bebieron su amoroso café
Deleitaron sus tiernos platillos
Los regaños y consejos de la Abuela, son su tesoro
Fue su fortuna mezclar lo ido y lo nuevo
Entre risas y dulces amenazas de castigo de la Abuela
Los niños disfrutaron el placer de su arrugada mano y
El beso y el último aliento de su amada Abuela
Pero, la Abuela partió con la soledad de sus hijos
La misma ausencia que ellos mismos se heredaron
La pugna es incesante entre sus herederos
Su amor será eterno para sus nietos, la honrarán y
La Abuela estará latente, como la dulce brisa que acaricia
Todos los días, por las frescas mañanas




miércoles, 4 de marzo de 2020

Cual ladrón en la noche

Como un bandido de sus noches
Se desliza y se lleva su sueño y suspiros
Sin compasión, hurta sus deseos tejidos
También el roce de sus labios
El salado de sus mejillas y
Su ansia de derroche
Le hace dudar de su existencia, pues
No posee corazón
Le somete a amanecer con apagados latidos
Le obliga a hilar hondos bríos contenidos
Le orilla a buscar, ciegamente, fuerzas
Le espía para vaciar el calor de sus brazos
Se esconde y rompe sellos de ventanas y puertas
Y  el aire tapiado lo asalta, consumiendo a esa alma amante
Y, después, huye, cual ladrón en la noche




sábado, 29 de febrero de 2020

Oración por una madre

A Gipi, a la crueldad, 
A ese tierno beso negado,
A su carmín que lavó tristezas,
A esos huesos de perfume oxidado.

Diosito, pido por mi mami
Dile que me perdone, para que ya no me azote
No sé qué hice mal
¿Soy tan mala niña?, dímelo, Diosito
Te prometo llorar más suave y no mojar la almohada
¿Por qué me despierta con sus golpes?
Siempre me duermo temprano para esquivar su enojo y
Nunca funciona, eso la enfurece más
Señor, castígame tú y
Que mami me bese cuando llegue de trabajar en las noches
Diosito, castígame todo el día
Pero que mami me abrace,
Cura su enojo, la amo hasta el cielo
Mami es la mejor, necesito su arrullo, mi carita en su aroma dulce
Tan dulce que mi pensamiento se lo ha grabado
Hoy, en el kínder, no me podía sentar en la banca, me ardían las piernas
los golpes de anoche que me dio con ese cable me dolieron mucho,
hasta vomité de tanto llorar y me salió sangre de una herida
Diosito, conviérteme en una niña buena
Que mi madre sea feliz y que deje de llorar  en las madrugadas
Diosito, dale a mi ángel de la guarda para que la cuide, no lo necesito
Diosito, ya no quiero abrazarme de sus piernas cuando me golpea con el cinturón
Te pido que ella me abrace y me llene con su sonrisa de madre
Te prometo no jugar con la pelota, ni hacer pastelitos de tierra llenos de flores del jardín
Te prometo no cantar y bailar con mi faldita volando en cada giro
Te prometo no volver a pedirle a los reyes magos esa bicicleta ni la muñeca que camina sola
Te prometo no tocar las estrellas ni pedirle al viento que me lleve lejos para escapar
Te prometo ser fuerte para proteger a mi mamita
Te prometo rezar todos los días,
Te prometo todo lo que tú quieras pero,
haz que  mamita esté contenta
Señor, bendícela todos los días de la vida
Amén.