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lunes, 1 de mayo de 2023

Errante

 El hombre de las moscas  

Rezaba, la bruja blanca, levantaba su libro sagrado, amenazante, cómo dispuesta a azotar a quien no le escuchara, todo aquel que se cruzara en su camino era amenazado por ser consumido en los ardientes infiernos, sus seguidores le imitaban, vociferaban de forma cruel sobre un Dios castigador y furioso; algunas personas, huían despavoridas, otras más, se sometían al adoctrinamiento, algunas más, se burlaban y murmuraban que, su dios era el verdadero.

Entre mendigos y gente doliente; la bruja blanca y sus acompañantes, intimidaban más que consolar, al pie de un árbol frondoso, un hombre rodeado de moscas, parecía dormir sobre una cobija, su mano derecha hacía de almohada, la mano izquierda la tenía sobre su costado, agarraba con firmeza su muslo, como si de esa manera se sostuviera de continuar en el mundo, a dos metros de distancia, emitía un fuerte hedor el hombre, tenía unos ojos oscuros y profundos, un rostro sumamente afilado, denotaba la presencia de la muerte, la bruja blanca y su séquito, no se atrevieron a acercarse más, la barrera maloliente los obligó a retroceder; sólo se limitaron a verle con asco y desearon huir a toda prisa cuando las moscas empezaron a rodearles con lujuriosos zumbidos, uno de los seguidores, corrió asqueado a un riachuelo que estaba a unos pasos, frenéticamente , se sumergió en la corriente fría y cristalina para lavarse el hedor del hombre de las moscas, unos más, no soportó las náuseas y vomitó sobre el vestido de la bruja blanca; abriéndose paso entre los patéticos religiosos, una dama de capa azul, como el cielo, se acercó al hombre postrado, con respeto, le ofreció un jarro de agua del riachuelo y alimentó, le dedicó unas palabras llenas de cariño para confortarlo, el hombre de las moscas ya estaba adherido a las raíces del árbol, sólo podía mover sus manos y cara; ya no emitía sonido alguno, las moscas hablaban por él, lo protegían, a la dama de capa azul le permitieron el acercamiento, el hombre de las moscas desprendió su mano de su muslo e intentó levantarlo, sin éxito, volteó su rostro para mirar a los ojos a la dama de la capa azul y ella desapareció entre los árboles, alejándose del zumbido ensordecedor y protector de las moscas.






lunes, 27 de marzo de 2023

El pueblo del silencio



Sin un mañana

Rutvín, cose la boca de la pequeña niña con hilo negro, le pide en un susurro que cierre los ojos, la pequeña niña, aterrada, se acurruca en el rincón de su cama sin poder emitir ningún sonido, sus lágrimas se deslizan por sus mejillas regordetas y se mezclan con la sangre de su boca, cuando el rey de las niñas, Rutvín, culmina su acto vil, rápidamente, vuelve a vestir a la pequeña y salta de la ventana de la habitación, hacia la calle, sin antes haber arropado bien a su víctima, esa noche es particularmente más fría, se sube el cuello de su camisa para protegerse del viento helado y se pierde en medio de las calles mal iluminadas. El rey de las niñas se conformó un tiempo con toqueteos entre sus chiquillas vecinas, arrumacos discretos, cuidándose de las miradas de los adultos; a veces, obsequiaba una moneda a las nenas cuando iban de la mano de su familia, era un vecino respetable y nadie dudaba de su buena fe e integridad; la primera vez  que abusó de una infanta fue tan excitante que, aún se estremece y hierve todo su cuerpo con sólo recordarlo; se las ingenia para introducirse hasta las recámaras de sus víctimas, siempre halla una puerta o ventana mal cerrada, cuando la suerte le sonríe, en la recámara halla a más  de una pequeña y se regocija con todas, dejando tras de sí, boquitas cosidas con hilo negro. Quiso el destino que, a Don Rutvín, le nacieran diez hijas, como los mandamientos a cumplir, ningún varón y casi se borró el interés de asaltar las camitas infantiles del pueblo.  Todas sus hijas conocieron el amor secreto de su padre, sólo a ellas no les cosió la boca con hilo negro, esta vez utilizó hilo invisible, ellas pasaron los años creyendo que de no amar a su progenitor de esa manera, algo grave le sucedería a su padre, con ese cuento las mantuvo desquiciadas en su lecho, aprovechaba las ausencias de su esposa, pretextando cualquier asunto o compra, enviaba a su mujer a los puntos más lejanos del pueblo o a la ciudad, el paciente padre se quedaba al "cuidado" de todas sus crías;  curiosamente, su esposa siempre advirtió algo extraño en los juguetes de sus nenitas, todos eran cosidos de la boca con hilo negro, razón por la que ocultó sus madejas de hilos, a partir de ahí, los peluches o muñecas nuevas eran marcadas con tinta negra en la boca.

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El adorador de niños es el perverso más temido del pueblo, camuflajeado, este ser, permanece invisible entre los campos, bosques, calles. Procede sin horario, a su antojo, acecha a la sombra de un árbol, de un maguey, de un caballo o lo que sea, nadie jamás ha visto su rostro, arrebata de la mano de sus padres a los pequeños y como por magia negra, las criaturas desaparecen a la luz del día o a la luz de los faroles; cuando topa con un niño solitario, primero lo escupe, de esta manera se asegura de su buena fortuna, según él,  para encontrarse continuamente con estos dulces bocadillos (niños) y entre más tiernos, mejor. Sin embargo, después de deleitarse en los pequeños, los deja en la puerta de sus casas, siempre con una bolsa de golosinas en mano, ensangrentados, maltrechos y una mordida en sus boquitas es la firma que llevarán  toda su vida, la marca maldita de que le pertenecerán siempre.  Algunas veces, se llegan a escuchar los sollozos de estos pequeñitos, sin lograr encontrar el paradero de el adorador de niños en ninguna parte del pueblo, es un mago o brujo, sin nombre ni apellido, sin voz, sólo perciben su aroma, impregnado en los pequeños que tira a su paso.

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A grito pelón, rompiendo el silencio del atardecer, clama con su pregón, "no mueras, sé inmortal", seguido de un intenso chiflido que hace bailotear los trastes de todo el pueblo y llega a hacer volar en pedazos los vasos de vidrio y los cristales de las ventanas; es un hombre oscuro, llamado Vasel, de pies tan ligeros que, en un santiamén, atraviesa el pueblo o sube y baja del monte; viene de el cerro prohibido, ahí anidan la mayoría de los delincuentes, balas perdidas y seres licenciosos, ahí sólo se adentran los de dudosa  reputación, en busca de sabrá dios.  Vasel, vende inmortalidad, confirmado por personas que se olvidaron de morir, consumidos por los brebajes hirvientes de Vasel, deambulan sin sentido, sin tiempo, sin linaje, sin memoria, sólo con el infinito deseo descontrolado del siguiente brebaje hirviente, los conocen como "los inmortales de Vasel", siempre errantes, se mimetizaron a la oscuridad de Vasel, delinquen sin piedad para costearse un brebaje más de inmortalidad, una inmortalidad nunca es suficiente. Las víctimas, de los inmortales de Vasel, permiten los abusos y entregan, en sigilo,  sus pertenencias, ni un leve clamor se les escapa cada vez que son saqueados, se han sometido por voluntad propia y cómo no han de hacerlo, pues aquél que se resiste a estos delincuentes, no sólo es asesinado,  también, por conjuro de Vasel, los hace morir para siempre.
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En cada hogar, se van enmudeciendo sus moradores, la vergüenza, la culpa y demás estupideces, crearán un caos en sus mentes; vivir, a veces, es una tragedia, a punto de explotar, sin explotar, las palabras serán negadas, se condena a un infierno no sólo a quien ha sufrido alguna monstruosidad, a su alrededor, todos bailarán al compás de los secretos, en oscuridad.  Una trompeta celestial anuncia que, cuando una tragedia toca a uno en la familia, toca a todos y que su misión es, alzar la voz y la cabeza, que de continuar mirando al piso, sólo caerán más veces, sin sonido alguno que emitir, porque los silencios se contagian, cual peste negra.




sábado, 4 de marzo de 2023

De tumba en tumba

 

Después de la golpiza que nos propinó mi padre, corrí hacia el cementerio, el cual quedaba a doce cuadras de mi casa, era domingo, día de visita a los muertos y además, habría dos sepelios, lo cual representaba trabajo para mí y dinero; de tumba en tumba, limpiando y acarreando agua, terminé tan cansado esa tarde, con las manos llenas de ampollas, tierra y monedas, las cuales entregué a padre, feliz por haber cumplido mi cuota de ese día; mi madre me esperaba con un plato de sopa y frijoles, mis hermanos mayores ya jugueteaban en el patio, sólo alcancé a probar unas cucharadas y me quedé dormido en la silla, un manotazo de padre me despertó y madre me cargó hasta la cama que compartía con mis hermanos.

Madre nos amenazaba con un, le voy a decir a tu padre, ya verás, sin lograr controlarnos, once hombres y una mujer, además, habían muerto cuatro hermanos mas, con una docena de chiquilllos, era difícil para mi pobre madre, sólo los golpes y amenazas vociferantes de padre lograban mantener la paz en casa. Yo era el octavo hijo, mi hermana era la más pequeña y desde los cuatro años de edad era obligación de todos el tener que llevar dinero a casa o no comíamos, varias veces, nos quedamos sin comer, madre obedecía ciegamente a padre, las constantes golpizas que le daba padre no dejaban ver su rostro natural, siempre llena de moretones, derrames en los ojos y los labios hinchados; sin embargo, madre era la mujer más hermosa del mundo para mi.

Todos nos esforzábamos tanto en el trabajo como en la escuela, una mala nota escolar concluía en una buena tunda de cinturonazos. Yo soñaba con ser presidente de México y crear una ley para proteger a los niños de los cinturonazos de los padres, dolían tanto que, a veces no me podía sentar en los pupitres de la escuela.

La fecha donde todos coincidíamos  en la mesa era navidad, imaginaba que nosotros éramos como los doce apóstoles en la última cena y un judas, mi padre. A punta de golpes, padre levantaba de la cama a todos, nos bañábamos con agua fría, ni mi hermanita se salvaba, algunas veces, tratamos de protegerla y sólo recibimos un castigo mayor, en el patio había un árbol frondoso y ahí era el lugar de castigo preferido de mi padre, nos ataba al árbol por horas, sin derecho a alimento y agua; un tormento que probé varias veces, por lo que me discipliné voluntariamente e hice todo lo posible para superarme y nunca tener que volver a pasar hambre y sed.

Una casa con un pequeño jardín, sin árbol alguno, un título, un empleo medianamente acorde a mis aspiraciones, matrimonio e hijos, una vida vacía y truncada; nada me satisfacía, fui infiel varías veces, hasta que creí hallar a la mujer ideal, bote a mi familia por ella y volví a casa, después de un mes, nunca supe en qué fallé con el amor de mi vida, Rapidita, la secretaría más hermosa que había conocido y así como su nombre, fue nuestra relación. Mi esposa, Reina, me acepto con los brazos abiertos, mis pequeños hijos no entendían el llanto cotidiano de su madre, ni mi indiferencia, cumplía económicamente con mi familia, jamás levante la mano a Reina ni a mis hijos, sin embargo, en mi casa siempre sospeche que, tambien vivía un Judas.

Repetidamente, debía hacer viajes de trabajo y siempre había una nueva Rapidita en mi lecho de hotel, cada vez que tenía sexo con mi esposa o alguien más, por mucho tiempo, el cuerpo y rostro eran de Rapidita, por lo que me discipliné en nunca hablar durante el sexo, sólo su nombre jugueteaba en mis labios: Ra-pi-di-ta.

Mis canas me obligan a evocar tantas vivencias, miro sin sentimiento nuestras fotos familiares y los títulos de mis hijos que cuelgan de la pared; mi padre cambió con los años y ahora es un hombre bonachón, con múltiples conquistas, las cuales iniciaron desde que éramos tan pequeños, trato de entenderlo, mi madre ha muerto y a ella le limpio su lápida, aprovecho para limpiar y deshierbar las tumbas cercanas a mi madre, cansado, como en los viejos tiempos, de tumba en tumba, no espero unos centavos en pago, solo queda el anhelo de su mano tibia en mi mejilla. Entre las tumbas del cementerio, un niño fue abusado, un niño que temía más a contárselo a su padre que al acto mismo, había tanto para decir y sólo era tragado y sellado en mi boca.  De los doce apóstoles, sólo quedamos seis y Judas, por ello será difícil volver a una última cena; haré lo mismo que con mi madre, decirle a mi padre que, pese a todo, gracias y que lo amo. Me quedaré, tristemente, sin saber qué he estado buscando en esta vida.



domingo, 26 de febrero de 2023

El muerto

No quise despedirme de el muerto, ya apestaba, lo dejé con el celular en la mano, finiquitaba sobre qué hacer con sus cenizas,  hablaba con algún familiar, pausado y tajante, como cualquier otro trato comercial importante, dio indicaciones de sus cuentas bancarias y del lugar secreto donde se encontraban los documentos legales; ni siquiera busqué sus ojos gélidos y opacos para despedirme, tomé mi bolsa, mi gabardina y salté de su auto, caminé aprisa hacia mi casa, detesté pensar que el muerto pudiera alcanzarme y, simplemente, no lo hizo, cosa que agradecí; los perros de todo el vecindario ladraron y aullaron de manera impertinente, quizás el muerto los alteró, la muerte asusta, dicen.

Lloré inconsolablemente por mi novio cuando por fin entendí que él tenía su muerte hecha,  lloré por la orfandad en que me hallaba fuera de sus brazos y de su beso, cuánto extraño a ese hombre mustio de muerte que sonreía al verme, cuánto extraño la tibieza de su pecho y de la locura que compartimos cada vez que lo sacaba del ataúd, bueno,  hasta llegué a meterme con él a ese espacio tan breve, nos acurrucábamos tan bien, apretados y casi sin poder respirar, el ataúd fue un lecho nupcial que incendiamos  y aunque me quemé en algunos asaltos pasionales, cómo añoraba ese fuego que levantaba a mi novio muerto y daba un leve destello a sus ojos velados; volvía a la vida unos momentos, aferrado a mi cuerpo y al dejarlo en su ataúd, en su soberbia soledad, una sonrisita traviesa cruzaba sus labios helados y amoratados, me retiraba de su lecho fúnebre salpicando  mis ansias por verle errar nuevamente hacia mi casa, como un zombie, hambriento de mí.

Soy tan ilusa, después de varios años, el muerto, se ha deteriorado más y más; llegué a meter un beso en su corazón quieto, ni siquiera me humedecí de su sangre, ya estaba seca y oscura, como una costra ligera; todos se sorprenderían si te conocieran y me envidiarían, me dijo el muerto; eres la única que ha cruzado la frontera del hades, en pos del amor y soltó una risa siniestra, sabes, me dijo irónico, amas algo que no puede amarte, ni siquiera existes para mí, una risotada  que me herizó la piel surgió de la nada y logró hacerlo callar; además, el muerto también se erizó con todo y sus canas, me reí al ver  su cara de cera y sus ojos a punto de saltar de sus cuencas, no quise preguntarle si aún le temía a la parca después de cuatro años de haber muerto,  yo, reía a carcajadas y el muerto saltó a mi espalda torturándome los hombros con sus manos congeladas, aquí, me besó el cabello o se lo comió, porque sentí un tirón doloroso en mi nuca, no pude desprenderme de su abrazo de susto y terminé disfrutando su acercamiento, vaya locura la mía, enamorada de un muerto, válgame, ni yo logro creerlo.

Ha sucumbido ante su prisa de morir, en el muerto ya no existe el calor del amor, ya no siento su sentir por mi sentir, por el contrario, me congela su desvío y su desprecio ante la vida. Nunca necesitó amar, vivió roto por dentro, marginándose no sólo a él, sino a todo el que se acercara a él, ya nadie lograba hallarse ante su desprecio y rabia y terminaban huyendo; nadie existió ante él, porque él muerto ya no existe, se destruyó a sí mismo con tanto rencor y cólera. Ya casi no habla y tampoco mira; su indiferencia cortante ahuyenta a todo ser vivo, algunos se burlan del no-muerto o del no-vivo y hacen toda maldad para con él, pisotean y rompen lo que todavía le pertenece; al fin que el muerto ya no existe, ¿qué puede importar?, cuando contemplé esta crueldad hacia el muerto, algo aguijoneó mi corazón, ¿cuánto ven los otros en el muerto qué yo no logro interpretar? ¿Cómo justifican el desdén de sus actos hacia este muerto que amo? Duele notar sus vilezas hacia el muerto, aunque, en realidad, desconozco casi todo de él, no quisiera recelar de su actitud hacia los demás, pero, medito sobre las atrocidades que le hacen a el muerto y sólo llego a una conclusión, ¿muerto, qué les hiciste, cómo los trataste, para que hasta los niños se mofen de ti mientras apedrean y escupen a tu ataúd? Quizás, no necesito saber más de él, caminamos en pararelo, cada día, yo, amanezco más viva qué nunca y con la felicidad irradiando mis labios; el muerto ya no despierta al alba, silba un adiós raído a la vida en todo momento, codiciando con que el artilugio de la muerte sea rápido y certero, qué no demore más; ya que se ha agotado de seguir viviendo muerto y de hacer todos los arreglos para su prolongada muerte; asqueado de lo ruin de sí, ya no halla seducción en su auto destrucción. Qué acabe de un golpe su aliento, qué ya no se soporta ni un instante más él mismo, qué duele la soledad de su arrogancia y de ese estéril corazón que no supo amar a nadie, ni a él mismo. Qué la vida no deseada, es un cruel castigo, peor que la muerte misma. Qué el último suspiro, es el que más duele. Qué no vuelva a abrir más los ojos, haber si así se puede encontrar.

Me sujetó con sus descarnados brazos y no pude contener un grito, apareció de la nada y me pegó un susto; lo peor es que le tiré un golpe con mi pesado bolso y le arranqué un pedazo de cuero cabelludo, dejando a la vista su cráneo, cuando me recuperé de la sorpresa, recogí el pedazo de carne con cabello canoso y se lo volví a colocar en el hueco de su cabellera y le di un tierno besito en la cabeza; creo que se enojó.



El callejón de la rata

 Asqueado, el predicador, no perdía de vista el cuerpo de la enorme rata, estuvo a punto de pisarla, pese al salto forzado que hizo cuando la vio, su calzado, bien lustrado, quedó manchado de sangre, maldiciendo, usó su cubrebocas de tela para limpiar esa inmundicia, después, dio gracias a dios por no haber pisado a la rata prensada, imaginó que se la podría haber llevado adherida a la suela de su zapato, besuqueó su biblia y se alejó a toda prisa.

Despojaron al borracho  de sus pertenencias, lo patearon en el piso lodoso y se repartieron el botín; eran los tres mosqueperros, cada noche, los tres hombres se apostaban afuera del bar del callejón de la rata, siempre a la espera de ebrios, un fácil negocio, entre aullidos y risotadas, vieron a otro cliente que salía del bar, daba un paso hacia adelante, dos para atrás, canturreaba algo incomprensible, cuando los mosqueperros le tundieron la golpiza, el hombre se abrazó con desesperación a los maleantes, la rata, la rata, gritó aterrorizado.  El predicador se asomó al callejón, nunca entendió si era mandató divino o su curiosidad de ver si aún estaba el cuerpo de la rata aplastada, más que horrorizado, lanzó una mentada de madre a grandes gritos, los rayos del sol iluminaban los restos de cinco personas, habían sido casi devorados por algo y el predicador había manchado de sangre su calzado, nuevamente.

El dueño del bar daba trozos de comida a la rata, desde su llegada al callejón para iniciar su negocio, la conoció viva, muerta, enorme, dueña absoluta del callejón, ella decidía quien podía quedarse a vivir en el callejón  o quien debía morir; el dueño del bar descartó teorías sobre que le daba ese poder, no coincidía con la luna, con las estaciones, con nada, parecía un capricho de algo misterioso, una maldición; a través de los años, dejó de temerle, pues a él nunca le había hecho daño, el dueño del bar le proporcionó una guarida y alimentó a la rata; solamente, en una o dos ocasiones al año, ocurría un fenómeno incomprensible: la rata se transformaba en humano, aquí, la rata-humano no sólo bebía alcohol y fumaba, también recorría la ciudad, se enamoraba y sufría y ante este desencanto, rezaba para convertirse nuevamente en rata; la peor miseria para una rata, decía cuando estaba ebria: era ser humano.

Entre los charcos pestilentes del callejón,  un sinnúmero de ocasiones, la rata había muerto prensada por autos, la rata se entretenía toreando a los coches o motocicletas que pasaban por el callejón, un día después volvía a la vida y se divertía con su cuerpo aplanado, ya no le gustaba su cuerpo regordete. En sus fases de humano, la rata-humano, siempre se detenía en cualquier espejo, ese cuerpo era delgado y gustaba de vestirse con trajes sastre, los cuales habían sido obsequios del dueño del bar. Entre copas, el dueño del bar le compartía sus pesares, alegrías, pecados y también aprendió de Dios y del diablo; por lo que, la rata, decidió no elegir ninguno de los dos bandos, no deseaba temerle a nadie ni atarse a nada, ni ambicionar algo efímero,  su libertad era envidiable para el dueño del bar, de ese animal, había adquirido una gran lección: no aferrarse a nada, poseyendo solamente cada instante de vida y muerte.

 


sábado, 11 de febrero de 2023

Él, un hombre




 La música suave y la cadencia de aquel cuerpo voluptuoso y el exquisito perfume, de su pareja de baile, fueron suficientes para trastornar sus sentidos; evocó a las mujeres de su vida y revivió, fugazmente, el placer que le habían obsequiado, hacia tanto tiempo de eso, un placer que aún deseaba, pese a su avanzada edad; intentó atraer hacia su cuerpo, un poco más, el cuerpo de su compañera, deseaba rozar sus senos con su pecho varonil, aunque fuera un instante, eso sería suficiente para su deleite y no lo logró, en cada esfuerzo por acercarse más a ese anhelante busto, a ese cuerpo que le hacía temblar de deseo, la chica se escurría de sus manos, con los compases del baile,  se perdía en la luz de esos ojos chispeantes, que reflejaban a alguien desconocido, un hombre revitalizado, palpitante…

Con otras compañeras de baile, logro darle el festín a sus deseos, las saboreó entre los arbustos y los frondosos árboles del extenso jardín que imperaba en aquella oscuridad, centelleando los rostros maquillados de esas chicas, ocasionalmente, por las luces del festivo gran salón.

Frustrado, volvió a la fiesta, con el cabello un poco revuelto y con unos rastros de hojas secas en sus pantalones; aún tenía sed de sexo, deseaba a la mujer que le había incitado sus instintos, le buscó por el resto de la fiesta, sin éxito, del enojo por no hallar a aquella mujer, pasó a recordar, nuevamente, a sus antiguas conquistas, ahí, en esos fantasmas, olvidaría ese busto y esos ojos iluminados que le había recordado que, él,  aún era un hombre.



sábado, 31 de diciembre de 2022