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lunes, 27 de febrero de 2017

Entre besos

Gugu.

¡Le buscaba, existía, era un misterio,
se lo habían contado las estrellas, en confidencia.
 Recorrió a besos todo el contorno de su boca, varias veces,
serenamente, dominando su locura y frenesí.
Finalmente, en el camino besado, encontró su secreto,
la comisura derecha, era dulce y profunda,
devolvía la caricia palpitando y al mismo tiempo sonreía.
Ya era suya, la había descubierto,
se deleitó en ella, cayendo en ese abismo.
Probó ensayar en la izquierda, 
con la poca cordura que le quedaba, 
no tenía la misma entrega, ni el suave dulzón.
Volvió en sus besos, ahí le esperaba,
anhelante, ese rinconcito de vida, de pasión;
se prendió de ella, de su ternura, de su furia y,
 esta vez, en encantamiento total,
desfalleció ahí mismo!

Bygal

Tatuaje de amor.
Grabado de odio.

 El amor materno marcaba su cuerpo casi todos los días, esta mañana, Gabriela, su madre, explotó sin motivo, cuando planchaba su blusa blanca para irse a trabajar;  Bygal desayunaba, sentada, distraída, algo caliente le estalló en la cabeza. Mojada de sangre del lado izquierdo de su cabeza, sus rizos empapados con el goteo de sus ojos y de su herida.

Su justificante médico lo entregó en la dirección de la escuela;  su ausencia de  días tenía molesto al profesor; Bygal se presentó sin uniforme escolar, llevaba falda corta y zapatillas. Ignoró a todos, sólo dirigió su mirada a su amiga Bibi, esa pequeña niña, tenía algo que le lograba sacar sonrisas, la hacía sentir cómoda, con menos años, pequeña otra vez. Bibi  escuchaba pacientemente sus confesiones familiares y reclamos a la vida; Bibi le sonreía, eran  amigas, las mejores.

Gabriela no lograba controlar sus ataques de furia, abandonada por el padre de Bygal, descargaba su cólera en su hija desde que era muy pequeña.  En repetidas ocasiones se tuvo que mudar de domicilio, los vecinos amenazaban con denunciar el maltrato a esa niña hermosa.  Bygal había heredado la belleza de su madre, el lenguaje obsceno y la mirada de lobo de esa violenta dama.

En el recreo, Bygal, Bibi y sus hermanas   compartían su almuerzo, sus apuntes escolares y travesuras.  Bygal siempre requería de ayuda escolar, eran tan difícil captar las materias en labios de los profesores; Bibi, con paciencia, le mostraba, a manera de juego y entre risas, lo que ella comprendía. Bygal tenía 14 años, Bibi 10.  Al salir de clases, botaban las mochilas en el pasto y corrían con alboroto a brincar en el arroyuelo, todas las niñas terminaban húmedas de los zapatos y con grandes risotadas caminaban en el bosque, subían esa interminable escalinata empinada, con vegetación y florecillas a los lados; corriendo, tropezando, cayendo, en medio de risas y más bromas entre ellas.

Después de varios días de ausencia de Bygal, se presentó su madre, Gabriela, le suplicó al profesor que no la diera de baja escolar, era una vergüenza para ella que su hija continuara en ese grado; reportó a su hija como enferma, tardaría unas semanas en presentarse a clases.  El profesor le indicó a Bibi le llevara los apuntes y tareas a Bygal, debía mantenerse al día con las clases, o la reprobaría.

Bygal jamás mencionó lo que había sucedido en esta ocasión. Bibi le entregaba las tareas y le ayudaba, como siempre, a resolverlas.  Rápidamente, Bygal se recuperó, había adquirido el gusto de comer carne cruda, se lo confesó a Bibi, también le confesó que tenía novio, si su madre se enteraba, la mataba.

Bygal buscaba con frecuencia a Bibi en su casa, sentadas en una roca grande que estaba en el patio de Bibi, hacían planes, conversaban de lo que querían ser de grandes, contaban chistes, reían sin parar hasta las lágrimas, las ocurrencias de Bibi eran interminables. En ocasiones, Bygal, triste, llorando, le narraba a Bibi todas las crueldades de su mamá, los maltratos físicos, sus heridas y cicatrices en brazos, piernas, torso, cuellos, cabeza, hablaban de ello; la herida que más impresionaba a Bibi era la de la cabeza de Bygal, ahí le había arrojado la plancha caliente, como resultado de este golpe, tenía una herida grande y le faltaban rizos; Bibi respiraba profundamente antes de verla, le daba el reporte a su amiga de la evolución de esa "enorme rajada".  Bibi había sido testigo de la evolución del ciempiés, así había bautizado a esa larga herida.

A unas semanas de concluir el grado escolar, Bygal casi no asistía a la escuela; esta vez, se iba de pinta con su novio.  Buscaba a Bibi y le pedía los apuntes, la cuestionaba acerca de los comentarios del profesor hacia ella. Días después, el profesor le indicó a Bibi le diera una mala noticia a Bygal, las dos niñas estaban asustadas, Bygal lloraba sin parar, sabía que, Gabriela, su madre, al enterarse que estaba expulsada de la escuela,  la golpearía sin piedad.  Bygal huyó de su casa. La tristeza y preocupación de Bibi por su amiga no le abandonaría en años.

Bibi caminaba, tenía que pasar frente a una cantina, era de día, en la acera estaban varios borrachos sentados, abrazaban a unas mujeres, una de ellas se puso de pie, a punto de caer, se abalanzó hacia Bibi, traía a un hermoso bebé, con escaso cabello rubio, de ojos claros,  una boquita como botón de rosa, sucio, con un suéter que fungía como pañal y una camiseta manchada, alguna vez fue blanca, ahora era amarillenta;  sostenía al bebé con una mano, fuertemente y en la otra mano sujetaba un vaso con  bebida, de sus labios sonrientes colgaba un cigarrillo, le impedía el paso a Bibi, movió su cabeza hacia el lado izquierdo y dejó al descubierto el ciempiés, ¡era el ciempiés de Bygal!, volvió a mover su cabeza y miró fijamente a Bibi, la recorrió lentamente con la mirada, habló, arrastraba un poco la voz: "¿Cómo estás pequeña?", "¡Bueno, ya no estás tan pequeña!", "¡Me gusta tu vestido rojo!, ¿me lo regalas?", "¿Cómo puedes caminar con esas zapatillas?", cuando decía esto, el cigarrillo cayó de sus labios al piso, lo cual aprovechó otra de las mujeres y, a gatas, se acercó a recogerlo, acto seguido, llevó la colilla a sus labios.  Bibi le acarició su cabeza, donde estaba el ciempiés, las lágrimas lavaban su maquillaje. Dos de los hombres tomaron a Bygal de sus ropas y la jalonearon; entre risas desdentadas y maldiciones, oliendo terriblemente, se la arrebataron de las manos,  la introdujeron a la cantina, con todo y bebé; Bygal alcanzó a gritar, ebria: "¡Vete, pequeña!, ¡Vete!".

El llanto le acompañaría por meses interminables, nunca olvidaría esos rizos apagados, esos ojos rojos, cortantes, ese angelito sucio, pero de gran belleza, heredó la belleza de su madre y su abuela. Cada vez que pasaba frente a la cantina, Bibi deseaba encontrar a Bygal, deseaba ayudarla, deseaba abrazar a ese querubín, por mucho tiempo siguió buscándola. Algunas veces, se atrevió a preguntar por Bygal a las otras mujeres, nadie la conocía, no sabían dónde vivía. Sin embargo,  existía la esperanza de ver el ciempiés en alguna de las cabezas de las mujeres que se sentaban a tomar el sol en la acera, frente a la cantina, quizás, algún día...




Mariposa en bisutería

Más bisutería



Cristal negro, plateado y figuras de pasta.

Collar turquesa.



Perlas de río, cristales, turquesa y níkel.

sábado, 25 de febrero de 2017

Sin retorno

El rocío eterno de sus sensaciones no le descuidan ni un instante.
Ya se esperan, ya se encontrarán.
La sonrisa de su andar se refleja en su mirada.
La cruenta maldad que los encadenaba fue vencida al suspirar.
El corazón a punto de estallar fortalece en la distancia.
Rozan sus mano en su mutuo evocar.
El frío que eriza la piel le conforta sin piedad.
Se consuelan sin malgastar.
El cítrico qué recorre su cuello endulza sus labios también.
Se ven en la bruma que estalla la oscuridad.
Ondulándose en su piel anuncia cuánto está presente.
Ya se codician, llegarán.
El gemido lastimero es el eco de esperar.
La paciencia es leal.
Desfallece, el temblor le fortalece.
Sabiduría eterna les bendice y lo concederá.


Laberinto

Desesperada, deambulo senderos  en este laberinto sin bifurcaciones, sin alternativa, sedienta de libertad; el mismo espacio andado, a veces en fuga, a veces vencida; he de encontrar la salida!

Sólo choqué en su poder, dañando mi espíritu, fracturando mi corazón.  Me persigue en silencio, con lentitud, sin medida, contempla la caza con risa torcida; siempre me da alcance; sólo vías muertas en cada evasión.

Sin juicio, entré en sus brazos, el sueño de amor.  Jamás creí perderme en su interior, aseguraba, qué, por esa entrada también estaba la ida.

Aislada, devaluada, pero ansiosa en Dios, suplico, le exijo: me muestre la vía a mi deserción. Mudo, me bendice en fuerza, cada instante equivale a oportunidad, gracias Señor!

Coexisten: tiempo, espacio, desamor y destrucción, en el  laberinto complejo de esta vencida relación.

Sometida, mi mente no perece, conspira  filtración; se sacude el yugo, retoma voluntad.  Voy tramando mi alma emancipar.

Con fe, firmeza, confiada en Dios y en el ímpetu de mi clamor, escudriño el laberinto infinito.  Su mirada hostiga, no me pierde de vista, sonrisa burlona, confiado en su mano, qué, oprime la mía.

Vislumbro otro acceso, ¿será la salida?, beso al cielo, ya palpo la huida, conquisto llegar!

¿Vuelo o corro?, suspiro!  A unos pasos, paro en seco, el umbral tapiado, lo empujo, golpeo, le grito,  apretada a él, sollozo, suelto los brazos.  Levanto mi rostro y murmuro ¿te burlas de mí?,  ¿es broma macabra?, ¿de quién?

Su voz me tortura, sujeta mi hombro, reclama su presa.  Dios me reanima, un viento ligero besa mi llanto, susurra a mi oído: "No te des por vencida".  Zarandeo su opresión, no abdico mi autonomía!  Encomiendo mi andanza en Dios, mi búsqueda en su verdad.  Mi batalla no la abandonaré jamás!







Mi barrio

Recorro mis raíces, con paso sereno, imágenes agolpadas en mi memoria: la casa de la bruja, cada balón que caía en su patio era sacrificado a cuchilladas; en bola, todos los chiquillos nos armábamos de valor y tocábamos a su puerta, le pedíamos, con los mejores modales, nos devolviera el balón, acto seguido, sacaba a su perro furioso con correa o sin ella,  con su jerga obscena, intimidante para nosotros, nos echaba de su casa.

La casa del chico guapo, vaqueros ceñidos, ojos claros, cabello ondulado, largo, rubio, reparando su auto deportivo, eternamente; todas las niñas lo observábamos, él lo sabía, sacudía su melena y nos lanzaba una mirada altanera.  Ahora, su piel y sus rizos de color gris cenizo, tardé en reconocerlo.

El terreno más grande, los hermanos se disputaron cruentamente esa herencia, al terminar, todo sombrío, uno de ellos, obscuridad eterna y el otro, la obscuridad del  remordimiento.  Ahora, la casa quedó dividida en varias partes, la disfrutan los familiares más cercanos.

Nada quedó de las dos cantinas, acudían a ellas hombres y mujeres; ahí se perdían las honras, las vidas y el futuro de sus familias.  La sed era inagotable, de ambos, una parte, de dinero, la otra, de vicio y juego.  Ahora, se edificaron casas, sólo el recuerdo de esa vergüenza y mala sangre, dicen las abuelas.

De las tres tiendas, sólo dos en pie.  Después de un partido de fútbol, los niños perdedores invitaban un refresco, el cual era consumido sorbo a sorbo, por los ganadores, entre risas y burlas dirigidas a los contrarios, los cuales veían con avidez la botella de vidrio que recorría todas nuestras manos.

La casa más sombría, su dueña salía y entraba de manera sigilosa, siempre; mantenía sus cortinas cerradas y cuando tocábamos a su puerta, la abría un poco, hablaba a media voz, potente, seca y cerraba silenciosamente.  Algunos creían que era un ángel, a otros les daba pavor, los chistosos se burlaban y hacían todas las travesuras imaginables frente a su puerta, deseaban ver su cara seria, pero, principalmente, escuchar su voz de ultratumba.

La casa llena de hojas verdes, sin flores, tenía una vieja cortina, siempre se asomaba una niña, nos veía con desprecio, aunque la invitábamos a jugar.  Sus padres eran campesinos, la niña siempre evitaba ser vista con ellos.  Triunfante, del brazo de chicos malos, pasaba entre nosotros, se contoneaba.  Tiempo después, aún siendo niña, ya era madre también.

En una esquina, recuerdo a dos señores siempre peleando a puñetazos, recorrían toda la calle, en ocasiones hasta rodando, pero, no se soltaban, eran familia, todos los niños coreábamos divertidos, hacíamos apuestas; el alcohol los envalentonaba, afuera de su casa, el último brindis era un trancazo, sus esposas siempre tratando de separarlos, sus hijos lloraban.  Advertí a uno  de ellos, ya anciano, en silla de ruedas, su nieto lo saca a la calle a tomar el  sol, dormita, ya no pelea.

La casa más hermosa, con jardín y pinos, tenía tres camionetas en su cochera, las rejas negras, era la única familia con televisor a color.  Ahí vivía mi compañera de primaria, en mis visitas a su casa, siempre jugábamos adentro de las camionetas. Su madre me reconoció, toma mi mano, la oprime contra su pecho, conversamos largamente, la beso con ternura y ella me llena de bendiciones. A punto de irme, llega su esposo, camina con dificultad, encorvado, pasa de largo, sus ojos opacos ya no ven más.

La casa pequeña del niño tierno, siempre protegía a las mujeres, su voz dulce y amable atraía a las niñas, todas eran sus amigas; jamás entendimos el motivo de las golpizas que su madre le propinaba.  El vicio lo consume, un gorro negro cubre su  calva, barba blanca y chamarra; vaga en la calle, pasa muy cerca, me saluda, da vuelta en la esquina y se pierde.

Casi al final, vivía la pequeña que viajaba, tenían los medios, nació sin padre, era tan libre, robaba el tequila de su hermano, después, masticaba cebollas para disfrazar su aliento.  Su mirada vidriosa la delata tanto hoy, como en el pasado.

La casa de la ventana pequeña con barrotes ya no existe, ahora es un portón gigante.  Vivían tres niñas, su madre las rapaba constantemente, ellas se cubrían la cabeza con retazos de telas.  Del trato hacia sus hijas, hablaban los gritos y alaridos de esas niñas bellas, que se escuchaban en todo el barrio.  Las encerraba, sin alimentos.  Sin poder salir, todos conversábamos con ellas, nos tocábamos las manos, nos hacíamos cosquillas; a veces, lloraban y nos contagiaban; ellas, adentro, nosotros, afuera, nos limpiábamos las lágrimas con el dorso de la mano.  Se mudaron del barrio, casi las olvidamos. 

El terreno de los árboles frutales, fue vendido en varias partes, gente extraña derribó los duraznos, los chabacanos, las higueras y los pinos gigantes; de los gallineros, ni una pluma queda.  Hallé el recuerdo de una fogata, rodeada de niños traviesos y bulliciosos, en ese terreno, en una noche de luna llena.

El pavimento cubrió el mar de tierra y piedras, ahí todos fuimos víctimas, cuando al caer entre ellas, las piernas y brazos escurrían sangre por sus mordidas.

Concluyo mi recorrido, me llevo los sonidos de las canicas de vidrio; del golpeteo del bote, seguido del grito "salvación por mí y todos mis amigos"; de los balonazos en las puertas y ventanas de los vecinos molestos por ello; del aullido más largo, sin respirar; de las risas cristalinas, esas risas que endulzan los tragos amargos de la vida.

Pulsera Sandy 2


                                         

Turquesa, piedras minerales, cristal café, dijes de plata y broche de níkel.
A divertirse!

Sed de inmortalidad

Rosario en bisutería


Perlas y cristal color topacio, cristo de nikel con aplicación de pátina negra (para darle un aspecto antiguo), mide 50 cm de largo.

jueves, 23 de febrero de 2017

Ellos no se irán!

Noté que colgaban de la cortina de gasa, eran 4, separados unos de otros, me aproximé para ver de qué se trataba, curiosamente, eran casi transparentes; por un momento pensé haber olvidado tomar la pastilla de la presión y que estaba alucinando, recordé que sí la había tomado, claro que sí!

El día estaba muy nublado, gris.  Yo tomaba mi clase de baile en internet muy emocionada de lograr seguir los pasos que indicaba el instructor, bueno, casi todos los pasos; me había sentado frente al monitor a descansar, ya había bailado por cincuenta minutos, estos años pesan.  Ahí fue cuando logré verlos, la luz tenue se filtraba por sus cuerpos, creando un brillo iridiscente y de cerca parecían manchas, pequeñas manchas.

No sabía qué hacer, busqué algo para atraparlos,  no se me ocurrió nada; decidí acercarme, nuevamente, para ver qué eran en realidad, tenía curiosidad, uno de ellos se lanzó hacia mi mano y el golpe me hizo brincar de la silla, cayó al piso y brincó hacia mis pies, al bajar la mirada vi manchas en las piernas de mi pijama, eran muchas, eran ellos colgando de la tela rosa floreada.

Había desayunado y al ver, a través de la ventana de la cocina, el árbol de níspero pensé en esa fruta ácida, jugosa, mmm, deliciosa; sin más, salí por un racimo de nísperos, observé cuanta fruta madura tenía el árbol; subí por mi celular a mi recámara, tomaría fotos de esos racimos para compartirlos con mis amigos, la imagen de esa fruta era digna de admirarse, regresé y tomé varias fotos, me quedé unos minutos más contemplando el césped, la higuera con escasas hojas y el durazno casi pelón; sintiéndome muy afortunada de tener a la mano alimentos, reflexionando, triste, que habría personas sin comida para ese día.

Ahora, pensaba rápido cómo desprenderlos de mis piernas, sentí unos piquetes en la rodilla y, sin planearlo, los desprendí de mi pantalón con las manos, uno de ellos me mordió, así lo sentí, ya nerviosa, lo aplasté con la mano, sólo se tambaleó y volvió a brincar a mi pierna, lo volví a golpear con más fuerza y presioné hasta que lo reventé, no son tan frágiles.  Los que colgaban de la cortina, se arrojaron hacia mis piernas, enojados, lo sé, emitían un zumbido ligero y molesto.

Bajé corriendo a la sala, recordé que, en el librero, había un rollo de plástico adherente muy ancho, regresé a todo lo que daban mis rodillas con artrosis, de mi pijama seguían colgando los otros; la música continuaba, ahora se reproducía una cumbia; tomé las tijeras y corté un trozo largo de plástico, con éste abracé casi a todos los que estaban entre el escritorio y la ventana, eran muchos, con una habilidad inaudita, los sellé con el plástico adherente, los que aún colgaban de mis pantalones los fui tomando con las manos y los reventé.  Me quité los pantalones de la pijama, había dos más en mi pierna derecha, uno en la pantorrilla y otro en el muslo, los aplasté. Bajé al baño y frente al espejo traté de revisarme la espalda, no ví nada, sentía rasguños en la espalda baja, al tratar de rascarme lo sentí, ahora me mordía, ni decir lo que le hice.

Llené un bote blanco con agua, en el jardín, cercana de los columpios y coloqué a los que había atrapado con el plástico, algunos lograron salir de la envoltura, dando grandes saltos lograron salir del bote y huyeron hacia las plantas; otros se escondieron bajo la resbaladilla o a un costado del bote, me observaban, ¿zumbaban o reían?

Empuje a los que seguían atrapados en el plástico, varios se ahogaron, los demás intentaban escapar.
Pensaba de qué manera lograría mantenerlos cautivos y vivos, averiguar qué especie eran y cuál era su papel aquí, a alguien tendrían que interesarle, alguna explicación existiría, además, sentí pena por ellos.

Fui a la cocina, usaría tapas de las ollas para mantenerlos en el bote, sin agua, para que no escaparan, una vez logrado esto, lo reportaría a alguna autoridad.

Ahora se reproducía música romántica, qué raro, cambió de género.

Fui a buscar las tapas para el bote, me incliné cerca del refrigerador y noté un movimiento en éste, observé con atención, a simple vista no lograba verlos, ahí había varios, junto al refrigerador, debajo de la mesa, de las sillas, junto a la vitrina, en el pasillo que conduce a las escaleras, eran demasiados, huí al baño y me encerré, casi lanzo un alarido, ahí también estaban, ¿zumbaban o reían?

Dejó de escucharse la música, el zumbido lastimó mis oídos.

Salí del baño y subí a la recámara, lo hice con tal vehemencia que mis pisadas eran golpes, ahí sentí como logré reventar a uno de ellos, me detuve y observé tranquila, todos los escalones estaban llenos de esta especie, algunos reventados y otros se mimetizaban con el gris de los escalones o con lo blanco de la pared, ¿cómo entrarían?, siempre mantuve la puerta de la entrada cerrada.  Volví a sentir el cosquilleo y las mordidas en las piernas, mis pantalones estaban llenos de ellos, colgaban por toda la tela rosa floreada.

Volví sobre mis pasos, analizando los lugares donde estaban ellos, noté que sólo se encontraban por donde yo había transitado ese día, había puntos en donde no había pasado y ahí no se encontraba ninguno de ellos.

Regresé calmada al jardín, me acerqué al bote blanco, me quedé quieta esperando qué ocurriría; note el cosquilleo en mis piernas, al bajar la mirada logré percibir como salían de entre la vegetación y se adherían a mi pantalón rosa floreado, colgaban de todas partes del pantalón; yo giraba lo más que podía mis piernas, buscando ver cuántos eran.  Los vecinos que pasaban cerca de mi puerta, elaborada de barrotes, lo cual permitía ver el interior del jardín desde la calle,  veían con curiosidad mis contorsiones.  También comprendí que, al salir al jardín por la fruta, ellos se introdujeron a la casa, seguramente, colgados de mi pijama.

Volvió a escucharse la música, ahora se reproducía rock de los 60's, maravilloso internet!

Ahora sí, estoy aterrada!  Los sentí en mis manos, brazos y espalda, habían logrado trepar más, tenía que hacer algo al respecto.  Tranquila!, ¿quién me creería, a quién acudir o estaba soñando?, no, las mordidas eran reales.

Decidí usar algún producto químico para detenerlos.  Volví a la recámara, esta vez puse más atención en mi trayecto y noté que, algunos de ellos, se soltaban de mi pijama y se adherían a las paredes; ¿cómo lograría sacarlos de ahí?, son una plaga!  Eso es, plaga! Me cambié la pijama por un pantalón deportivo y las sandalias por unos tenis, envolví la pijama y la llevé al jardín, la colgué, seguramente, los otros se desprenderían de la tela y volverían a la vegetación.  Fui a varias tiendas a conseguir algún producto para eliminar plagas, cuando lo conseguí, regresé calmada y me acerqué al bote, esta vez sentí como brincaban a mi pantalón con más violencia.  

Escuché a un vecino platicar con su hija, pasaron cerca de mi puerta y le decía: "No te preocupes, estoy preparado para esa plaga, también tengo un medicamento para los perros, no les pasará nada".  ¿Acaso se referían a esta plaga?  ¿Cómo es que no había escuchado nada a este respecto?  ¿Realmente, era una plaga?  Pensando esto, advertí más peso en mis pantalones, ahora me arañaban y mordían al mismo tiempo.

Basta!  Tomé el producto químico y rocié dentro del bote blanco, desprendí de mis pantalones a todos, arrojándolos al bote y,  sí, funcionó; ahora se ponían de color oscuro, eran de diferente tamaños, pero, juntos creaban una gran mancha en el fondo del bote.

Empecé en las recámaras, pasillos, detrás de los muebles, las escaleras, la cocina, los sillones, la alfombra, el baño,  las paredes y que se me acaba el producto!  Volví a la tienda por otro atomizador para plagas, con los otros colgando de mi pantalón.  Parece que nadie los notó, había muchos clientes en la tienda, acaso, ¿no los vieron?

El jardín, las puertas, la resbaladilla, los columpios y todas las esquinas fueron rociados con el producto químico para plagas, cerré la casa por una hora.  Me quedé en el jardín, seguían brincando a mi pantalón, eran pocos, pero no dejaron de hacerlo; los desprendía y los sumergía en el bote blanco.  Pasada la hora, ventilé todas las habitaciones.  Ahora a limpiar a conciencia con desinfectante, noté en la cocina una especie de huvecillos, casi transparente, un poco lechoso; agregaré cloro.

Son más de las 10 de la noche y aún no termino de limpiar.  Entra Marita, una chica que está viviendo en la otra recámara, ¿cómo le explico?  Marita se detiene en el bote blanco, se asoma en él y automáticamente  mete la mano, exclama horrorizada: "¿Qué es esto?".  Me siento en una silla que dejé en el jardín y respondo: "¿A qué te refieres?, quizás ella no los ve, sólo los inteligentes!  Bah, es broma, qué fastidio!

La música continúa, ahora se reproduce cumbia, pero, no tengo ganas de bailar, estoy muy cansada, me duele la cintura, horrible, demasiado trapeador, aseo exagerado.

Trato de explicarle a Marita, ella observa todo lo que está en el bote blanco y en una bolsa grande transparente, grandes manchas negras, llenas de ellos, no lo puede creer, sin embargo, las manchas oscuras son reales! Finalmente,  ella entiende todo! Ya los palpó y examinó minuciosamente.  Tiene tremendo miedo, yo, tremendo cansancio.  

La casa sigue ventilándose, ahora del cloro.  Marita me ayuda a terminar de limpiar, haciéndome todo tipo de preguntas, las cuales no contesto, ni pienso.  Sólo quiero terminar y darme una ducha, todo me molesta, estoy exhausta y asqueada.  Marita me sigue interrogando, la sigo ignorando.

Terminamos de limpiar, son las 11:33 pm. La música continúa, no me importa el género.

Marita se encierra en su recámara, asustada, nerviosa, a punto de llorar, iré a ducharme.  Salgo al jardín por la silla del comedor y  siento como se cuelga de mi pantalón!  Estoy harta!, lo desprendo y lo reviento!, Marita observa todo a mis espaldas, incrédula!, los ve moviéndose en los arbustos, cubre su boca con las dos manos.  Ese zumbido o risa!

Se adivinan en los árboles de los vecinos, se balancean en las ramas, emiten un gran coro de zumbido o risa.  Gritos cercanos y lejanos de los vecinos aterrados. El alboroto se ha contagiado, ya se escucha a lo lejos, sin fin. Se han propagado. No se han acabado! Quisiera dormir un poco, no puedo más, ya no.  Mañana volveremos a la carga, no sé qué nos espera, ellos no se irán!








Un instante!

Duro, primitivo
Hermoso brillo, precioso
Es diamante

Aún no me entregas nada y, llorando, me quedo con todo.
Y con todo, estoy vacía.
Aún no me llenan tus sonrisas y, sin embargo, me iluminas.
Y, así, iluminada, estoy sombría.
Aún no suspiras mi presencia y tu ausencia martiriza.
Y con martirio, estoy tranquila.
Aún no enlazas mi alma y, suelta, te añoro.
Y añorándote, estoy ceñida a ti.
Aún no pruebo lo dulce de tu calma y me ata esta ansiedad.
Y mi ansiedad, me amarga.
Aún no se cumple la profecía y en este aplazo soy feliz.
Y feliz, estoy en desgracia.
Aún no te tengo y ya te estoy perdiendo.
Y aún perdiendo, estoy ganando.
Y por sólo un instante contigo,
habrá valido la espera de toda una vida.



Tita

Rebosa de llanto, de amor, de inocencia
de búsqueda y yace perdida aún encontrándose.


Se oculta del sol, su cabello desaseado, su vestido sucio deja ver parte de su ropa interior, le faltan dos botones en la parte del busto, Tita no parece darse cuenta de ello; sentada en la entrada de su casa, abraza tiernamente a su gato, lo regaña, lo besa y sigue conversando con el minino.  El gato le observa y mueve su cabeza al son del dedo acusador de Tita; acto seguido, es besuqueado, el gato cierra los ojos y dormita con el arrullo de los brazos de su dueña.

Navidad, es 25 de diciembre, una vecina se acerca a Tita y le lleva un poco de alimento, se lo entrega en mano, le da dos tiernos besos en cada mejilla, la abraza y acaricia su pequeña cabecita, es tan frágil su figura; Tita derrama unas lágrimas y agradece con su voz temblorosa el gesto de su vecina, la cual se aleja conmovida y llenando a Tita de bendiciones.

Tita del brazo de su gallardo esposo camina hacia la iglesia, elegantemente vestidos, cada navidad van a dar gracias a la virgen de Guadalupe y aprovechan para suplicarle  que les haga el milagro de vida, de enviarles un hijo.  Terminada la misa, caminan entre la feria, saborean un rico ponche; la algarabía es tan ruidosa que se tienen que hablar muy de cerca, casi en el oído para platicar, y, de vez en vez, se dan un beso.

Tita sale de su ensueño, comparte con el gato la comida que le brindaron, con sus deditos le da pequeños bocados al gato, con las palabras más dulces de amor, de su negado amor maternal.  La culpa fue de los olores de los alimentos, en lo profundo de su mente,  estaban sus recuerdos olvidados y ahora evocados por esos aromas tan familiares; su carita llena de lágrimas, esta vez, se dio cuenta de lo sucia y desaliñado de su aspecto.  

Volvió a su portal, con los botones faltantes de su vestido, aunque de diferente color, cabello peinado y rostro limpio, "¡Qué vergüenza!", se decía Tita, "¡Qué van a decir los vecinos!".  El gato pegado a sus piernas, la cola rozaba insistente a su dueña, demandaba ser atendido; Tita sentada, observaba caras desconocidas y sonrientes, no le decían nada, sólo por cortesía les devolvía el saludo con una inclinación de cabeza, es muy educada, nunca haría una grosería a gente tan amable.

Abrazada a su esposo, como tantas veces, lloraba desconsolada, el niño tan deseado no llegaba, los años se escurrían sin darles esa bendición.  Qué culpa estaba pagando para recibir ese castigo.  Su esposo sólo la abrazaba, no decía ni una sola palabra, mudo,  adhería su sufrimiento al de ella.  Sus rezos insistentes le harían el milagro, estaba tan segura.  

Entre oraciones y llantos se marchitó la espera, aquella bella pareja de gran ánimo ya no existía; ahora, cabizbajos, caminar pausado, aún tomado del brazo, con ausencia de risas.  El amor aún vivía, entre ellos y el ángel postergado.  La esperanza, débil, pero no la perdían.  Por ahora, varios perros eran tan amados por Tita, "¡Cuando llegue el heredero, regalaré casi a todos, sólo me quedaré con uno!", decía Tita.

Ahogada en sollozos, abrazada a su gato, aún en la entrada de su casa, en la madrugada, el frío no le calaba.  Se asomaba a la calle, a ambos lados, su esposo no llegaba, era tarde, muy preocupada tocaba a las puertas de sus vecinos, pedía ayuda, quería preguntar si alguien sabía de él.  Sin respuesta, las puertas permanecía cerradas, los vecinos estaban hartos de tener qué explicarle miles de veces la muerte de su esposo, tanto de día como  en la madrugada, hacía tantos años de eso.

Día a día, sentada en su portal, esperaba, su marido llegaría, lo vería dar vuelta en la esquina, "¡Es tan apuesto!", decía Tita, su corazón latía desenfrenado al recordar su noviazgo.  El gato dormía en ese cálido abrazo, día y noche, no lo soltaba.  Fiel a su espera, sin contar las horas, los días, los meses; sin ocuparse de ella, de su aspecto, Tita moría en vida.  Su mente daba saltos entre el presente y pasado, otros más, se perdía.  En cada raro destello de lucidez y dándose cuenta de su lastimoso estado, se hincaba ante su pequeño altar y le rogaba con gran denuedo a la virgen de Guadalupe, ahora ya no pedía el milagro de vida, ahora pedía el milagro de la muerte.




Collar con Ágata

Níkel, plateado,  níkel, cristales checos y ágata.

Anímate, elabora tus propios diseños!

Ovejas negras

Kukulkán!


Kukulkán es una deidad de la mitología maya, se puede traducir como Serpiente de Plumas.


El Templo de Kukulkán (Chichén Itzá).

El Templo de Kukulkán, principal estructura de Chichén Itzá demuestra los profundos conocimientos de matemáticasgeometríaacústica y astronomía que los mayas poseían.

Al ser una sociedad inicialmente agrícola, los mayas observaron con detenimiento el comportamiento de las estaciones, las variaciones de las trayectorias del Sol y las estrellas, y combinando sus conocimientos, lograron registrarlos en la construcción del templo dedicado a su dios Kukulkán.

Collar turquesa



Turquesas, cristales checos, perlas de pasta y plateado.

Deseos de divertirte y listo!
 Anímate!

sábado, 18 de febrero de 2017

El árbol Rey

En alerta permanente, ningún pájaro se le acercaba, se creía de madera noble, de tronco indestructible.  Lejos de ser un santuario de vida, como los árboles medianos y pequeños, en donde se escuchaba la algarabía que producen las aves, en su ir y venir, portando en sus piquitos gusanos e insectos para alimentar a sus polluelos escandalosos, que anidaban entre sus ramas.  Él permanecía en silencio absoluto, sólo observaba a su alrededor, con desprecio y frialdad.

Daba la impresión de tocar el cielo de tan alto que era, su tronco tan grueso  requería de varios humanos para poder abrazarlo.  Todos los árboles tenían la extraordinaria habilidad de comunicarse entre sí, era insospechada esa capacidad.  El árbol, el único,  el más hermoso y fuerte; todos los demás árboles eran simples brotes, según él y él se los hacía saber, los intimidaba e ignoraba.  Aprovechaba cualquier brisa para mover  majestuosamente su copa, de manera cadenciosa, al ritmo de un vals; surgían silbidos penetrantes de sus ramas y, cuando se lo proponía, se mecía con más intensidad, generando del silbido un aullido portentoso.  Se lucía, se lo merecía, era el Rey!

En un tiempo, el árbol, permitió que los pajaritos hicieran sus nidos y empollaran sus huevos,  él deseaba en esa nueva generación de aves encontrar una gran familia para sí.  Cuando los polluelos saltaron en pleno vuelo, sin retorno, el árbol, decepcionado de tal abandono, se juró no volver a permitir ese engaño cruel.

Continuamente, los pájaros iniciaban sus elaborados tejidos en sus nidos, para  sus huevos; las ardillas y otras faunas silvestres correteaban entre sus interminables ramas, confiados en la naturaleza del árbol; con una audacia increíble, el árbol soltaba fragmentos de madera, de su capa externa, cientos de bellotas, las hacía caer con tal violencia y al mismo tiempo balanceaba sus ramas vigorosamente, causando la caída, en cascada, de los nidos y daba una dura tunda a los demás animales, los cuales huían despavoridos.  El árbol Rey, se jactaba entre los demás árboles, los brotes.  Nadie volvería a abandonarle, no daría oportunidad. Actuaba según la ley primitiva de la vida, su ley.

Durante muchos años, los leñadores lo respetaron, era el más anciano de todos los árboles, el de más sabiduría.  Talaban a los de menor tamaño y edad.  Al descubierto, la herida de muerte de los árboles caídos permitía ver su interior y en sus anillos de crecimiento se vislumbraban todas sus batallas superadas.  Todos los árboles lloraban gotas de savia por sus hermanos muertos, había un duelo, hasta los animalitos transmitían su tristeza, dejando su fiesta interminable suspendida por un tiempo.  El árbol Rey, hasta en eso, tenía la certeza de que en sus anillos eran más deformes, dentro de él había más prosperidad, más años frondosos, más sufrimiento, más enfermedades y miles de batallas superadas.  Su porte hablaba de su historia añeja, era el Rey.

La dicha de los brotes, los otros árboles, contrastaba con el árbol Rey.  En los demás árboles se generaban nuevas especies, susurraban vida, eran ejemplares santos, hermosos, irradiaban eternidad; sus raíces infinitas armonizaban con los silbidos de sus ramas: Felicidad.

La fauna evadía al árbol Rey, daban un gran rodeo, no lo respetaban, le tenían miedo. El árbol Rey, parecía no percatarse de ello, jamás miraba hacia abajo.  Había dejado de ver a los demás brotes, los árboles, sus hermanos, él siempre miraba al cielo; en su interior, en sus anillos había dolor, envidia, no soportaba la felicidad de todos; hastiado de soledad, deseaba el poder de caminar, de alejarse de todos ellos.

Los humanos organizaron un evento, el árbol Rey sería el más famoso, por su longevidad y pese a su actual situación, merecía un reconocimiento.  El árbol Rey, escuchó toda la ceremonia, hinchado de orgullo, deseaba hacer una demostración de su poder y emitir un gran aullido, había viento, estaba a su favor.  Su mirada siempre en el cielo, se concentró, balanceó con enorme vigor sus ramas y un gran crujido, seguido de lluvia de astillas, salieron de su tronco, gran parte de él se desplomó, derribando con sus enormes ramas a varios de sus hermanos.

Calmada la confusión, los expertos revisaron las ramas desgajadas del árbol Rey, el interior estaba negro y seco.  Tomaron muestras, la teoría de ellos era que, dada la antigüedad del árbol Rey, se había dañado el flujo de agua y nutrientes y esto había ocasionado su muerte.  Murió de viejo.

En su aislamiento necio, el árbol Rey había perdido contacto con la naturaleza, dejó de ser portador de la madre tierra.  En su sabiduría orgullosa no reconoció que todo ser vivo es energía, la cual fluye para fortalecerse mutuamente.  Su odio hacia los demás, su rencor, su envidia, su aislamiento, le obstruyeron la sensación de bienestar, de tranquilidad, serenidad que produce el amor y cariño hacia quienes te rodean.  El tacto de los demás nutre el espíritu, las caricias sanan las heridas. Ignoró la ley que intuía desde que era un brote, la ley primitiva y eterna: "El Amor".  Sus hermanos, los brotes, los árboles, llenos de savia, bendicen con sus silbidos a el árbol Rey, lloran con más pena, la agonía de él fue eterna; desde mucho tiempo atrás, aún con sus anillos intactos, el árbol Rey, había muerto de pie, ya estaba muerto en vida.

Insomnio

Me arrulla en murmullo
Su aliento tibio quema el alma

Acaricia mi mejilla con el dorso de su mano
Su ternura avanza bajo la piel

Caminan lentamente sus dedos en mi cabellera
Es ondulante y estimulante

Doy media vuelta, busco su abrazo
Frescor en su calor
Palpo el vacío, su ausencia fría

Bendigo este insomnio
Esta noche me ha permitido
soñar despierta.

Adicción

Psique traidora, surges en toda ocurrencia.
Me lastimas!
Quiero ignorarte, beso tu esencia.
Adivino, sufro!
Mi alma es un Judas, te anhela.
Pierdo!
Negación deseosa, cobarde.
Aislado!
La vida por nadie, sólo tú en ella.
Repudiado!
Temblor en mis manos, acaricio tu idea.
Soy vergüenza!
Te pretendo,  tú en ausencia.
Vivo vacío!
Te codicio, mi capricho.
Muero!
Obscureces familia, te ambiciono.
Qué infamia!
Pasado olvidado, vives en mí.
Humillado!
Sin cadenas, esclavizado en ti.
Incapaz!
Apeteces peligro, arrasas mi dinastía.
Compulsivo!
Mi afán, desearte; amores, extraviados.
Ansioso!
Perdido, me busco, te encuentro.
Desesperado!
Se dobla mi mente, estás latente.
Atado!
Caída vertiginosa, sin retorno.
No puedo más!
Te duermo, me sueñas, desprecio fingido.
Librarme de ti, deseo?
Volteo al cielo, bramo, suplico compasión!
Me escuchas?
Al del espejo, pido perdón!

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Cristales, cuarzos, plateado, níkel y medallas de la Virgen de Guadalupe.


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Turquesas, cristales de diferentes colores, figuras de plata, imaginación y listo!
Modelo "Sandy 2".



Cristal negro, plateado y figuras de pasta.

"Dios del inframundo y de los muertos, Mictlantecuhtli"

martes, 14 de febrero de 2017

Chispa divina

Existes?

Fue la chispa de su mirada, penetró en sus sombras,
avivó sus cenizas y palpitó el amor.
Esa chispa hizo renacer lo que aseguraban: estaba muerto.
Se habían pertenecido siempre.
Ese encuentro postergado era la culminación en
sus líneas de vida, líneas paralelas, al final,
 mágicamente, se unían.
En cada amor sólo miraron a un extraño,
era pasado doloroso, fue pasajero y olvidado.
Ya se espiaban, ya había complicidad.
No existía nada que no les deleitara de ambos.
La chispa de amor desató un fractal de sensaciones, 
les invadían, no se contenían, no era necesario.
Se ansiaban, se extrañaban, se habían elegido y
al reconocerse, surgió una tormenta de fuego.
La única certeza era que: "Perderían todo", 
ya no quedaba mucho tiempo para vaciar sus emociones,
prefirieron arder y culminar su amor infinito.
Se sonreían entre bruma, se tocaban en el aire.
El deseo eterno expresado a las estrellas,
ahora, era concedido y, las estrellas, ardían entre ellos,
en su locura, las podían oler, saborear y tomar entre sus manos.
Sólo había espacio para deleitarse,
sin culpas, sin arrepentimientos,
era justo el tiempo para su fuego, el fuego nuevo, 
surgido de su eterna espera, de aquellas pesadillas y de la nada.
Ese retoño de pasión crecía sin medida,
ahí en el vacío mutuo, se enlazaban sus almas,
sus manos, sus suspiros, sus miradas, ya no se soltarían.
Su beso libre, puro, dulce, infinito, era su talla.
La caricia cálida, de confianza, también les quemaba.
Ese cariño ofrecía sin límites, no exigía, es inocente, puro.
Sin importar sucumbir en esa maraña de flamas,
podrían hacerlo, ya estaban listos, 
se les había permitido amarse, son bendecidos,
es un premio, lo mejor de sí mismos.
No existía anhelo alguno, la bendición de esa chispa,
de esa mirada, de ese fuego, les llenaba, les recorría en la sangre.
Gracias, gracias chispa divina que, aún entre ese enojo,
sin ser bien recibido, no te extinguiste,
por el contrario: "Diste vida".





No hay fin!


Cediste el corazón y lo destrozaron.
Diste el beso y lo negaron.
Te doblegaste y te espinaste.
En tu afán te desangraste.
La vía de tu amor la abandonó.
El engaño te mató
La traición te sepultó.
Hay oportunidad, sopla  promesa de amor.
Te acaricia sanando tu corazón.
Te roza los labios encontrando el beso perdido.
Te soporta en sus brazos, ya estás de pie.
Te abraza cálidamente, reanima tu empeño.
Juntos caminan esa deserción de amor.
Con su sinceridad te resucita.
Con su lealtad te redime.
Te aviva esa mirada de amor.
No perdiste nada, ahora te das cuenta.
Tu talento de amar vivía dormido en ti, sólo se postergó.
La renuncia de aquel amor nunca destruyó nada, solo fracturó.
Tu capacidad de amar sólo estaba en letargo, depende de ti, de nadie más.
Ama, besa, llora, abraza, ríe, vive, palpita en pasión.
Esta vez la fuerza de su pensamiento es inagotable.
Esta vez la fuerza de su corazón es eterna.


La llave perdida

Ha logrado que vea más allá de todo lo que estaba muerto.
Cerré puertas y tiré la llave.
Era lo adecuado y lo creí correcto.
Vio en mí: vida. Entendió lo que yo no veía.
Percibió flores en donde sólo había espinas.
Iluminó mis sombras con seriedad y su bella sonrisa.
En la oscuridad, escondí  emociones y sentimientos.
Resguardé dolor y amor.
Un ángel, me lo envía Dios?
Me hace buscar la llave olvidada, extraviada,
o esa puerta será derribada.
Ternura y paciencia, espera sin medida, será la esperanza perdida?
Busco y no encuentro, no desespero, hace tanto tiempo.
Esa mirada  da la respuesta: jamás encontraré esa llave, 
me ha sido entregada en la palma de mi mano,
la llave es él!

Bisutería y Ojo turco




Cristales, plateado, coronitas  y ojo turco.

sábado, 11 de febrero de 2017

Cerezas inocentes

Tornábase roja el agua cristalina, tinta de sangre, ahí en la fuente seguía succionando el pecho abierto, ya sin corazón, de la hermosa ave de lindo plumaje; su boca llena de sangre, sus ropas salpicadas de cerezas inocentes, sus manos se aferraban al cuerpo con tal fuerza y demencia que, parecía querer exprimirle hasta la última gota del líquido vital al bello cuerpo suelto.  Como un hilacho, colgando en sus manos con las plumas vencidas; mientras, deleitándose, él no retiraba el rostro del cuerpecito inerte, ya no se defendía, ya no aleteaba, ya no emitía trinos de alarma y desesperación; su cabecita colgada de lado y su mechoncito rojo en su cabecilla, cual penacho azteca, daba investidura a ese singular ejemplar de ave.

Saciado de esa ofrenda, de ese tierno corazón, de ese vino de plasma, depositó a la hermosa ave de lindo plumaje en la fuente; él, aún temblaba, como al inicio de esa imprudencia, contemplaba a su víctima, sonreía complacido y burlón, diciendo: ¡El qué confía, pierde!,  ¡Vuela!, ¡Canta!, ¡Hazme feliz!, ¡Vete y vuelve!, ¡Pósate en mi mano, ingenua!, ¡Come de mi palma, tonta!, ¡Mírame con cariño!, ¡Y...!; escurrían lágrimas de sus ojos, aullaba y reía, levantaba las manos y giraba sobre sí.

Sereno, sentado en el pasto, fumaba, ese fulgor, intenso ocasionalmente, iluminaba ligeramente el pedestal blanco de la fuente, dos cerezas inocentes colgaban adheridas a ese blanco, no lograba ver a su hermosa ave de lindo plumaje, no desde esa posición, las sombras de esa noche sin luna le ocultaban su fechoría. De vez en vez, sonreía y entrecerraba los ojos, se complacía con su crueldad, con su holocausto. Ya nadie más disfrutaría de la belleza de su vuelo, de las dulces sonatas largas y complejas, de las miradas de ese magnífico ejemplar; jamás sería señalada por otros al descubrir  sus tonalidades vivas e intensas; nunca compartiría a esa ave, con nadie más; viviría en él, para él, sólo él.

Toda su atención estaba en los pajarillos huérfanos,  sin plumas, vibraban de algarabía, los alimentaba con lombrices e insectos, había observado detenidamente cómo lo hacía la hermosa ave de lindo plumaje, la imitaba; prodigaba todos los cuidados a esos polluelos, eran sensitivos, imitaba el canto de su madre cuando estaba con ellos, silbaba con ternura y lograba copiar la calidad orquestal del trino materno, lograba calmarlos y ganaba su confianza.  Transmitía su dialecto, los pajarillos aprendían de ese canto experimental, aprendían de ese canto humano, de ese cambio de madre-padre; en pocos días, los pajarillos emitían su versión de notas, en poco tiempo pulían sus notas y las hacían más complejas.

Los colocaba con toda la ternura posible en la fuente, el templo de sacrificio de su madre, en agua transparente daban brinquitos y se salpicaban entre sí, ocasionalmente, uno de ellos le miraba de manera profunda, al grado de incomodarlo, de atormentarlo y causarle agitación nerviosa, cuestionándose: ¿Sabrá lo que hice?, ¿Por qué es tan intensa su mirada, me acusa?

Heredaron el lindo plumaje y menchoncito rojo de su madre, habían tomado forma y tamaño sus alas; tenían una capacidad cognitiva elevada, tenían la capacidad de aprender y la capacidad de comunicación, lo cual llenaba de orgullo a su padre adoptivo, les enseñaba trucos y los pajarillos los desarrollaban con destreza.  Un día soleado, después de alimentar a sus pajarillos, los llevó en hombros y manos a la fuente, sabía que disfrutaban el baño; cuando terminaba de colocar al último de ellos en el agua, en medio de trinos de felicidad, uno de los pajarillos intentó volar, una mano firme y cruel lo sujeto con dureza, era el pajarillos que, ocasionalmente, lo miraba con intensidad, los demás pajaritos apagaron su canto, confundidos, miraban  fijamente esos ojos duros, entrecerrados, moviendo sus cabecitas de un lado a otro, no apartaban sus ojitos de ese rostro de piedra.

Enjaulados, en un rincón, con notas tristes y débiles, contemplaban el cuerpo inerte de su hermano con sus alas mudas, su cabecita y mechón húmedos de rubí, lo había dejado junto a ellos, encerrado con ellos, era una advertencia, había cerezas inocentes regadas en la jaula, algunas, eran tantas que, habían formado un charco, el pecho de esa cándida y extraordinaria ave yacía abierto, sin corazón.  Su sonrisa fumaba, la boquilla del cigarro estaba manchada de rojo, esta vez, sin lágrimas, eso era debilidad.  Eran suyos, no deleitaría a nadie más con esas hermosas aves de lindo plumaje, tenía el poder absoluto, vivirían a su antojo, le obedecerían o sabían las consecuencias, eran inteligentes, ya les había revelado su poder, su superioridad, se proclamaba a sí mismo como dios,  ¡Era su dios!