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jueves, 28 de marzo de 2019

De su mano, cruzó el umbral
De su brazo, recorrió el sendero
De su talle, el viento le abrazó
De sus labios, soñó
Sólo anheló...


¿Por qué el desvelo de la noche y del día me traiciona
Y me lleva a ti?
Allá, a lo lejos, donde niego tu alma, temblando
En ese olvido tuyo y, tú, tan huérfano de mí


 

miércoles, 20 de marzo de 2019

El mundo es de la Sirena (Capítulo XII)

Hablo vacío y desamparo; que el incompleto soy yo y que yo no existo; que el mundo es de la Sirena y que yo sólo pertenezco a la nada. Me miro en el espejo del mar apacible, con asco y desprecio, la aberración que llegué a sentir por la Sirena me fue devuelta en este espejo marino. En la vida, me doy cuenta, sólo se juega con una sola moneda y ésta es de una sola cara, a saber, lo que das, te es devuelto.

¿Qué haces?, dice mi compañera de roca y toca mi cabeza inclinada, a la vez que apoyo mi barbilla en mi pecho, sin levantar el rostro, le contesto: destruyéndome. Día con día, no dejo de pensar en la Sirena, me abandono en el abrazo de una soledad, aislándome de todo cuanto me rodea, he permanecido junto a los conductos que nos surten de peces, los atravieso con la espada decorada de aquel gallardo oficial; he comido con gula cada pez que cae en mi mano, sin embargo, ni siquiera me percato de ello, es la dama quien me lo hace notar, ella me observa desde una distancia prudente, quizás tenga miedo de la furia de mi mano cada vez que ensarto uno de estos coloridos pecesitos, quizás estoy enloqueciendo y ella ya se ha percatado que he dejado de ser un idiota sólo para convertirme en el peor enemigo de mí mismo y, sin dejar de comer peces, mis lágrimas salan cada bocado. ¿Qué me sucede?, ¿por qué me destruyo?, el torbellino caótico de mi mente no cesa, desconozco el tiempo que he permanecido en esta roca, de hecho, dudo de que el tiempo exista, siento que no puedo más, vomito en varias ocasiones y, débilmente, vuelvo a comer. ¿Qué se hace cuando ya no se cuenta con uno mismo?

La Sirena me mira perversamente burlona, prendida de mi compañera de roca, procaz, se enrosca en la dama  y su bello pecho salpicado de destellos de sol ciegan más mi cordura, una hebra de sangre en su boca, violenta mi cuerpo. Rijoso, atormentado, prefiero apagar mi mente para no soñarme en ella, cautivo de su fétido aliento y para no extasiarme en su sensual danza con la dama y en lo erótico de sus copas, cuánta sed, agonizo por mi bella Sirena, señora y dueña de este minúsculo mundo.

El canto de la Sirena (Capítulo XI)

Notas de piano golpean mis oídos, es un sueño suave, la armonía melodiosa endulza mi ser, su cadencia sonora me traslada al paraíso, danzamos en el viento, ciñe mi cuerpo delicadamente, aún así, me adhiero más y más a su cuerpo y su busto resplandeciente me ha cegado, no hay cadenas, nada me ata y soy tan de la Sirena; el mar salpica mis piernas, mi cabello  húmedo también baila, sus acordes entrecortados disparan mi cuerpo, descargo mi existencia en su ser y me recibe lenta y furiosa;  saboreo su boca, sediento, en calma y  zozobro en sus labios,  mis manos no logran recorrer todo su cuerpo, en sigilo y presuroso, es tan extenso, estoy ansioso, en embeleso, las notas me hechizan, en delirio, tiemblo, su arrebato me trastorna, sin firmamento, sin mi roca, sin la  espuma del océano, nada a que afianzarse, sólo a su canto, el canto que haría  perder la vida a cualquier marinero,  pero, yo,  perdí el cosmos, ¿quién me hallará? Admito, he naufragado con más desesperación en el cuerpo de la Sirena que en la roca misma.

Desfallecido en su pecho, la Sirena,  murmura a mi oído y le he comprendido, me ha confiado su voluntad, que soy suyo, que la dama es su esclava y que las estrellas cumplieron su promesa cuando nos halló, uno a uno, me embriaga su melodía, su canto de vida y de muerte es la maldición del amor, de la profundidad de su lecho marino, de mi caída y mi entrega.  Acaso, ¿sueño?, no, palpé mi sangre y me siento débil, ellas sonríen, me  percato que estoy enmedio del candado de sus brazos, las dos recorren a besos mi cuerpo, sonríen entre sí cada vez que se encuentran sus miradas, sus manos atrevidas palpan todo de mí, van más allá de los límites, les correspondo, beben de mí y yo de ellas; extasiado, me abandono a sus talles, sin discernir si mi abandono es a la muerte misma, ¿ya no me importa?,  ¿no son ellas mi fortuna fatal?; duele y no, no me besan, la dama y la Sirena muerden mi delgado cuerpo, liban mi sangre...