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sábado, 31 de octubre de 2020

Tlimaya y los viejos

Se cubrió con ceniza todo el cuerpo
Y rasgó sus ropas


Golpeó a la anciana en la cabeza con su puño cerrado, la dama cayó aturdida, el pavimento no solamente le raspó las rodillas, también la cara y su nariz sangró profusamente; Tlimaya tomó el bolso de la anciana, lo vació sobre el cuerpo inerte de la mujer, de su desgastado monedero, bordado con hilos sedosos, sacó algunos billetes arrugados, todas las monedas, aún las monedas viejas de cobre que ya no tenían valor, ensalivó el delgado dedo de la anciana para quitarle con facilidad el anillo de bodas que era de oro y sus arracadas diamantadas de plata; revisó sus muñecas ocultas por el grueso suéter y, maldiciendo al ver que no llevaba más joyas, pateó el cuerpo de su víctima, robó también su canasta llena de víveres y se alejó sin aspavientos. La esposa de Tlimaya abre la puerta de madera para que entre su esposo e inmediatamente la cierra;  ella está siempre a la espera, sedienta de los diversos botines, revisa con ansia las arracadas de plata y  las coloca en sus orejas, con una sonrisa coqueta, Macca, observa detenidamente como lucen sus nuevos pendientes de plata ante un espejo. 

Tlimaya espera pacientemente entre las sombras de los árboles, en la calle donde se ubican las sucursales de los bancos, aquí a donde acuden los ancianos a realizar sus movimientos bancarios, es el lugar ideal de Tlimaya; desde los ahorros de toda su vida hasta los alimentos de esos seres indefensos, son su trofeo, cada vez que vislumbra ese caminar pausado, brinca de su escondite y ataca a esos seres débiles y enfermos; algunos llegan a oponer resistencia pero, Tlimaya los somete de inmediato, su rudeza no tiene límites, casi todos esos cuerpos lentos son violentados y saqueados con gran habilidad; desarrolla su "trabajo" con eficacia y disciplina; hasta se da el gusto de patearlos con ritmo mientras tararea un rock urbano, rompe el pavimento entre patada y patada y los va sepultando lentamente en medio de dos tierras, esas capas de tierra amarillenta y oscura cubren a los viejos sin haber muerto aún.

Tlimaya, fogoso, se desata en su amada esposa, Macca, se contorsiona en éxtasis,  acostumbra pedirle a Tlimaya que, en cada acto sexual, él utilice lo que ha robado ese día a los vejetes en sus jugueteos eróticos, se ha vuelto una ceremonia torcida, su acto de amor se consuma en sus oscuras ambiciones, poder y sexo, es la combinación perfecta para ellos. Su ambición se ve colmada cuando ya no hallan más espacio para sus botines, el cuarto de los billetes está rebosante, al grado de que para tomar un billete debe hacer acopio de toda su fuerza para lograr sacarlo y no hay espacio para uno más; el cuarto de las piezas de oro parece una maraña con tantos anteojos, relojes, joyería, doblones españoles, monedas de oro antiguas, centenarios y hasta dientes de oro aún con manchas de sangre, lo cual hace de esta habitación un lugar desagradable por las moscas enormes y verdosas que revolotean sobre las piezas dentales y algunos gusanillos dorados que sabrá dios de dónde salieron (aquí, Tlimaya se pregunta rascándose, en el siguiente orden,  sus genitales, la cabeza, las orejas, las axilas, terminando con sus genitales: ¿acaso el oro se agusana?); el cuarto de la plata, ni qué decir, está hasta el tope de monedas y joyería, no cabe un arete más; el cuarto de los alimentos se ha mezclado tanto que cada vez que quieren un queso, por ejemplo,  sacan un chorizo, si quieren un plátano, logran sacar una piña, así de rídiculo es esto de los alimentos, la esposa de Tlimaya está harta de querer preparar algún platillo y terminar preparando otro; el patio está abarrotado de botellones de agua, llenos de monedas viejas, las cuales han planeado vender por kilo, algún día pasará el señor de los fierros viejos para que se lleve todas esas monedas de cobre y demás metales, a cambio de algunos billetes que ya pensarán en donde colocar.

Su fortuna es cuantiosa, Macca pensó en adquirir una casa más grande, así podrían disponer de más espacio para lo que Tlimaya continúe hurtando; Macca sueña con una sola habitación para las monedas y otra para los billetes, se excita con sólo imaginar tener sexo sobre esa piscina de monedas o el calor y cosquilleo de un lecho de billetes en su cuerpo desnudo; después de discutir por meses, Tlimaya logra convencer a su esposa para ampliar la pequeña casa hacia arriba, con el pretexto de que el "trabajo" le quedaría lejos y su rendimiento podría disminuir, ya tenían varios autos recientes pero, el ir y venir a dejar el botín a la nueva casa, le restaría horas de hurto; Macca aceptó e, inmediatamente, un grupo de hombres hormigueaba día y noche en las afueras de su casa, todos los trabajos de construcción se realizaron con escaleras y andamios colocados en la calle, jamás ningún albañil logró asomar siquiera las narices a la casa de Tlimaya, cuando concluyeron la obra, toda la familia de Tlimaya les ayudó a derribar la pared que comunicaba con la nueva construcción; nadie conocería de la secreta fortuna, excepto, la familia de los esposos.

Los padres de Tlimaya y Macca, eran favorecidos de estos robos. Tlimaya, amaba profundamente a sus padres y ellos eran el verdadero motivo de no querer irse a vivir a otro lugar, sus padres vivían en la casa contigua, le preocupaba, enormemente, que pudieran ser víctimas de algún malhechor; estando cerca de ellos, procuraba cuidarlos, estaba al pendiente de todo lo que pudieran necesitar, también Tlimaya sentía seguridad al estar cerca de su familia, así que,  alejarse de ellos no lo haría nunca. 

La nueva construcción se asignó para ser usada como casa, elegantemente decorada y con todos los caprichos de la familia de Tlimaya; las plantas bajas, continuarían siendo usadas para lo hurtado, principalmente, el dinero, el matrimonio no confía en los bancos, son peligrosos; se usaron más habitaciones para organizar el botín, Macca se sorprendió cuando su esposo le mostró una habitación casi repleta de monedas, Tlimaya la desnudó y le exigió su pago en medio de un tintineo ensordecedor; aún desnudos, admiraron la habitación de los billetes, las últimas capas de billetes estaban esparcidos como hojas caídas de un árbol en otoño, además, eran billetes nuevos y crujieron delicadamente con sus cuerpos; Macca saltó de dolor, pegó un grito, seguido de maldiciones, la idea de amarse en la habitación de las joyas de oro le dejó un arete clavado en la nalga y por lo tanto, pasó de largo la habitación de las joyas de plata; le pidió a Tlimaya que la impulsara para poder entrar a la habitación de los alimentos, en su desnudez, fue fácil deslizarse y muy placentero hacer el amor; de ahí en adelante, ese sería su tercer lugar favorito para amarse; monedas y billetes, primera elección.  Tlimaya se hinchaba al ver su torre, los vecinos se admiraban de la exquisita fachada de la casa renovada y les adulaban, qué alta, qué increíble, qué hermosa tu casa-torre, Tlimaya; Macca se sonrojaba y se erguía, su esposo, fruncía el ceño, no entendía si era por el sol o por la reluciente fachada dorada que se imponía ante quien alzara la vista.

Los viejos abundaban, así que su éxito no se detendría, ¿quién contra él? Tlimaya se siente poderoso, valiente y audaz; agazapado entre un árbol y un arbusto, con su gesto de enojo, está a la espera de los viejos, de los demasiados viejos o de los centenarios, con su puño derecho listo para el ataque, en ocasiones lo esconde y otras veces, lo tiene casi en alto, no se inmuta ante nada, una silla de ruedas, un par de muletas o un bastón de sus mártires son sólo basura, pasa por encima de ellos, los aplasta, esos viejos tienen todo para ser saqueados, de no ser él, otro lo haría, el dinero tendrá mejor uso por Tlimaya y su familia.  Su poder económico le da la tranquilidad a Tlimaya de delinquir abiertamente, ya ha comprobado que el dinero compra todo, ante cualquier situación inesperada, Macca o su familia, con dinero en mano, aliviarán cualquier contratiempo. Tlimaya se va perfeccionando, rebasa todos los límites, ante sus víctimas, se sirve a placer, procura que el atraco sea siempre rápido, sin embargo, dilatarse en golpear a los viejos  caídos al son de su tararear rockero le causa un alborozo afrodisíaco que remata con Macca al llegar a su casa con el botín en mano, le arranca la ropa a su esposa en la habitación de las monedas o los billetes o los alimentos y después de su forcejeo amoroso, vuelve a la zona de sucursales bancarias, se oculta entre los árboles y levanta su puño, Tlimaya sabe que, lo que golpea lo convierte en oro.


martes, 20 de octubre de 2020

Los muertos de la Sirena (Capítulo XVIII)

Rompían las olas mi alma triste, la roca mitigaba el enojo del mar, su dureza se imponía tratando de protegerme, una melodía tétrica ambientaba la oscura soledad, era el chasquido salado que amenazaba con devorarme y los silbidos chorreantes de los 66 laberintos aumentaban furiosamente sus tonadas, al grado de parecer bocanadas rugientes cada vez que castigaban mi cuerpo polvoriento.  Las sombras de esta oscuridad tenebrosa palpitaban alocadamente, aprisionando mis huesos, cerré mis ojos suavemente y tomé el sendero de las olas y su olor a sal pero, una gran ola me hizo trastabillar y me negó el camino del cordero sobre el agua, fui levantado entre su cadenciosa música y su beso asesino, incrédulo, me vi dentro de el baúl café tabaco, el más grande, mi caída fue amortiguada por las prendas que ahí guardaba para mantenerlas secas, prendas que fungen de lecho en este frío que arremete hasta contra el abrazo de mi azarosa roca; incliné el baúl para que fluyera el agua marina y varias prendas se escurrieron de mis dedos, ni siquiera intenté aprisionarlas en mi puño, me quedé recostado dentro del baúl, resignado al azote de las olas, en quietud, evoqué a aquel hombre regordete y enamorado de esos ojos color miel y de la promesa de sus labios y de la delicadeza de su dorado cabello, Tanian, mi amada que lloró ante mi partida; mi familia, amigos y enemigos y cualquiera que miré; aprisioné mi anillo, como tantas otras veces, recorrí mi escudo con mi mente, este anillo es el último eslabón de mi cordura y de mi humanidad; dudando, volví a hacer otro nudo sobre mi anillo, mi camisa,  hecha jirones, atesoraba la joya, un cristo en un rosario tejido que amenazaba con desintegrarse al roce de una espuma salada.  Detallé hechos olvidados y me reogocijé de la viveza tan cristalina de mi vida,  desenterré emociones y lloré por lo que quizá nunca sería, por lo poco y por lo mucho que dejé al perseguir un sueño, sin imaginarme  esta pesadilla, eso es, esto es un sueño alucinante, sin soltar mi anillo, me repetía, despierta, despierta Yunluan, palpé algo sedoso e imaginé estar en mi mullido lecho, sometí la tela ante mi rostro y mi pecho, varias veces, con mi incoherente, despierta, despierta, hasta que ella, la hechicera marina, se deslizó en mi empapado lecho, mejor aún, mi estrecho ataúd.

Bebo cada estrella de su pecho, la Sirena deleita con su melodía desquiciante, la he sitiado en el fondo del baúl café tabaco y ella se funde en mí, se agolpan en mi mente uno a uno los rostros de aquellos que asesinó la Sirena infame, esa niña inocente, no dejo de pensar en todos ellos, ¿se desvanecieron o viven en la morada de la Sirena?, ¿existirá un infierno más tenebroso que éste que habito?, el agua, la tierra y el cielo tienen sus propios demonios?, y esta roca le pertenece al mar, quien osa pisarla cede su alma a la ardiente Sirena, deben amarla y permitir ser consumidos por su voraz apetito, todos ellos, mis compañeros de roca, son los muertos de la Sirena y perturbado por la sangre que ha derramado ese ser malévolo, fornico desaforado, tratando de castigarnos, vuelvo a cuestionarme cómo puedo desearla y amarla.  La tenue caricia del sol da con todo en mi espalda, la Sirena me aprisiona en su cuerpo, sus ojos profundos y maliciosos cuestionan los míos; sonríe burlona, al mismo tiempo que se desliza del fondo del baúl café tabaco hacia el mar, antes de zambullirse en el azul abismal, se detiene y me lanza una mirada furtiva, la cual no se detiene hasta perderse en el horizonte infinito, noto que su cuerpo sangra, su pecho, su cuello y un brazo; en un salto gracioso, la Sirena desaparece en medio de unas olas débiles, me deja en la soledad de los muertos, sabe que estaré aquí, esperándola o hasta que decida matarme, mis manos están manchadas de su sangre y también mi camisa, la cual sólo cuelga de mi cintura, en mi cuerpo desnudo.