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sábado, 21 de marzo de 2020

Samael

Le grité a Julio, ata a la bestia, ahí está la cadena, junto a tu pies, Julio, aún atontado por la lucha con el cocodrilo,  logró arrastrar la gruesa cadena oxidada, jadeaba y, casi a rastras, le dio varias vueltas al cuello de la bestia; sin quitar mis cuatros extremidades del cuerpo del cocodrilo, en un pestañeo luz (eso significa para nosotros, rápido), le arrojé el candado a Julio, colocándolo en la cadena, urgentemente, en ese clic del candado, todos soltaron a la bestia, excepto yo, montada en su espalda rugosa, aprisionaba el enorme cuerpo del cocodrilo, no lograba desprenderme,  Julio me ayudó a soltar uno a uno mis brazos y después mis piernas; entonces me abracé a él y acallé mi llanto en su pecho de niño grande; el fango empezó a secarse en nuestros cuerpos, la neblina inició sutilmente, al igual que un ligero viento frío, Belena, Sira y yo nos enjuagamos el lodo en las aguas frescas del río, Jesús intentó hechar a correr, pero, algo invisible le detuvo y cayó en el pasto húmedo, un hombre, ricamente ataviado, encendió un puro apestoso, yo tosí porque me acerqué demasiado para verle el rostro, el cocodrilo  golpeó al hombre con su enorme cola, sin lograr moverlo un ápice, así que, éste, se inclinó hacia el gran animal para acariciar su enorme hocico censurado por las cadenas, la bestia se retorcía furiosa, intentando librarse de su encadenamiento, el hombre elegante nos miró con desprecio y burlonamente nos dijo que sólo habíamos logrado atar a la bestia porque estaba débil y a punto de morir, de lo contrario, ya estaríamos dentro de él, como una botana ligera; también nos dijo que había visto toda la batalla y escuchado los gritos de júbilo y horror ante esa bestia agonizante; no teneis vergüenza, nos gritó, esta bestia sólo buscaba la soledad para morir y ustedes le han golpeado con saña, diciendo esto, arrancó la cadena de la bestia y la levantó entre sus brazos, colocándola en un enorme carruaje que nosotros no habíamos visto, Jesús tenía la boca abierta, Belena, sin dejar de santiguarse, abría sus ojos de tal manera que temí se le salieran de sus cuencas, yo me pensé, quién sería este hombre, al cual no podía verle el rostro, sólo el fulgor de su apestoso puro iluminaba brevemente unos ojos malignos y de un rojo centelleante, como brasas, él contestó, soy Samael, váyanse, ordenó, en el momento que subía a su carruaje siniestro y, llevándose a la bestia, desapareció entre la ya espesa neblina, todos corrimos desaforados, sin voltear atrás.

En el recreo escolar, sentados con cara al sol, compartimos nuestros alimentos, tortas de huevo, de frijoles refritos con jamón o con queso, sólo Sira no había probado su manzana ni su emparedado, nadie hablaba, hasta que Sira, desató un llanto histérico, balbuceando que sólo había sido un mal sueño, que nunca ese cocodrilo nos atacó cuando jugábamos en la orilla del río, cosa que hacíamos siempre al salir de clases, qué tampoco existía ese hombre, seguramente guapo y joven, llamado Samuel; Samael, dijo una sombra que nos eclipsó el sol, con voz profunda y ronca y un puro apestoso en los labios; Samael, repitió y añadió, Sira, eres la única que se salvó de unos azotes de parte de tus padres, movió sus largos rizos oscuros y logramos ver a un hombre despiadadamente hermoso, con una sonrisilla de labios voluptuosos llenos de nubes, sus ojos de un rojo profundo, con ese brillo de lumbre, enmarcados por una cejas espesas y perfectas, su traje no reconocía época, negro, al igual que su capa, sólo una especie de corbata de seda que imitaba el rojo de sus ojos abismales, sus manos eran enriquecidas por joyas con brillos igual de espectaculares que los de sus ojos. A orillas del río, sentados entre las rocas de colores rosa pálido, conversábamos con Samael, nos invitó todo tipo de platillos y bebidas refrescantes; la bestia ya descansaba en paz, nos dijo irónico, qué valientes son con un ser tan indefenso, aquí, Jesús, le interrumpió, al mismo tiempo que le mostraba una mordida enorme que abarcaba su espalda y su pecho, ni tan indefenso, dijo enfurecido y sus ojos se humedecieron; todos le mostramos las heridas y los golpes que nos dejó la batalla con el cocodrilo, por lo que Samael lanzó una carcajada entre sus volutas de humo, diciendo: débiles y desapareció entre las rocas, el fango y las sombras de los árboles.

Dios no ha muerto, porque dios no existe, dijo Samael, en respuesta a Belena, cuando ella le preguntó por qué el sacrificio cruel de dios en la cruz, Belena sollozó aprisionando entre sus delgados dedos el cristo que colgaba de un cordón de cuero negro y, entre pucheros, le gritó a Samael que dios sí existe, que el padre Mery le daría unos azotes por esa blasfemia mentirosa; Samael, lanzaba piedrecillas a los peces del riachuelo y le preguntó a Belena, sin siquiera voltear a verla, ¿ese padre Mery les azota a ustedes?, Belena, furiosa, lo cual le enrojeció hasta sus orejitas, le espetó grosera, ese padre Mery es el más santo de todos, es un altruista bondadoso, dice mi madre y todas la comunidad del rosario de María, además, siempre nos da dulces en las misas, alimento a los necesitados y nos bendice con sólo mirarnos, continuó Belena, sin dejar de llorar; Jesús, Julio y Sira, también ensalzaron al padre Mery, de como había unido a las familias, de las rifas que hacía para mejoras de la iglesia y justo en ese momento, una camioneta elegante, último modelo, pasó a gran velocidad, Belena le  hizo señas con las manos al padre Mery, quien iba al volante, pero éste, la ignoró y pisó más el acelerador; yo no quitaba los ojos de Samael, pensé que un rayo le iba a caer y a chamuscarlo por hereje, Samael me contestó, no, un rayo no podría quemarme, miraba la camioneta del padre Mery y dijo con sarcasmo, qué altruista el tal Mery, no es bondad, sólo se cree superior a todos, por eso ayuda a los débiles y desgraciados, él, se cree dios.

 Busqué a Samael en todo el espeso bosque, nadie quiso acompañarme, jugaban arrojándose lodo, cada mancha era considerada una herida, después de diez manchas, estabas muerto, es decir, habías perdido, dejé de escuchar sus risotadas, el susurro del río me invitó a meditar sobre este escalofriante personaje, todos coincidieron en que era un fantasma o un demonche; ¿un demonche?, grito Samael, vaya, ustedes sólo confirman lo que son y bajando de su tétrico carruaje, me ofreció unos bocadillos y una gaseosa, era obvio que este ser leía mi mente y mis antojos; caminamos hasta quedar enfrente de unos niños pequeños y toscamente groseros; los niños son corruptores de mayores, sólo mira como aplastan a los grillos, me dijo Samael, sentí pena por los grillos desmembrados y aplastados, aún así, tímida, le respondí que eran niños  y, en su inocencia, no sabían lo qué hacían;  Samael contestó airado, qué pureza e inocencia ni qué nada, son unos asesinos en potencia, temí por los chiquillos, supuse que Samael podría castigarlos, sin embargo, Samael sonrió o sus labios hermosos formaron una leve curva y pasó de largo a los pequeños crueles, en mi mente retumbaron sus palabras heladas: esos rapaces serán sus propios verdugos.

En medio de gran algarabía, todos bailamos alrededor de la fogata que Samael nos acondicionó, nuevamente, fuimos convidados con los mejores platillos y bebidas, todo estaba sobre una enorme mesa negra, la mesa flotaba, pasé mi mano en varias ocasiones por debajo de cada pata de la mesa, sólo rozaba el pasto húmedo, todos me observaban divertidos, Belena dijo, no es un truco, es pura magia negra, Samael ni se inmutó, Belena, con un cigarrillo en la boca, confesó, la pasamos de lo más lindo contigo, pero, no nos engañas, no eres mortal, ya, confiesa, ¿qué eres?, porque no eres un blanco angelito, soltó esto entre unas bocanadas de humo; Samael, no habló, no era necesario, su cuerpo se iluminó con una luz brillante y blanca, mostrando una alas y un atuendo igual de brillante, el cabello de Samael emitía rayos, su rostro era inmaculado, el grito de Belena al quemarse los dedos con la colilla del cigarrillo, nos volvió a la realidad, ¿Samael nos demostró que había sido un ángel y que por algún pecado, ahora era lo que era?, eso nos figuramos;  con una risa retorcida, sus ojos rojizos destellaron, había leído nuestras mentes y dijo, ¿quién le puso maldad a los colores?, tomó los dedos de Belena y éstos quedaron sin quemadura alguna.

Uno de los pequeños que martirizaban a los grillos desapareció, encabezados por el sacristán, en representación del padre Mery, las autoridades en sus patrullas y una gran cantidad de vecinos, lo encontraron después de una larga búsqueda, su cuerpecito flotaba entre las ramas de un árbol seco que era arrastrado por la corriente del río. Durante el funeral, busqué con la mente y la mirada a Samael, creo que todos pensamos que él era el causante de ese horrible accidente.  Por días, no lo volvimos a ver, en el recreo escolar nos reunimos a compartir nuestros alimentos, en silencio, nadie preguntó por ese demonche, yo, le extrañaba.  Con caras al sol, mochilas de almohadas, Belena, nos pasó un cigarrillo, cuando llegó a mí ya estaba húmedo y sentí asco, así que lo devolví; la gran sombra de Samael se interpuso entre el sol quemante y el mullido pasto, lo que le da valor a la vida es la muerte, dijo, su voz retumbó en nuestros oídos, sólo imaginen que nadie perdiera la vida, el caos en que viviría el hombre, sin el temor de cuidar de sí; lanzamos nuestros pensamientos, culpándolo de la muerte del chiquillo, entonces, Samael, inundó nuestras mentes con la escena de los pequeñitos, comían frutos caídos al pie de un árbol, como leoncitos, los frutos se los arrebataban y metían varios al mismo tiempo en sus boquitas, uno de ellos se atragantó y en su desesperación, intentó beber agua del río, ahí fue cuando cayó y fue arrastrado por las aguas presurosas; los pequeños rapaces no se dieron cuenta de nada, algunos peleaban entre sí por los últimos frutos y, otros, corrieron entre chillidos, con rasguños o sangre en la nariz, los más violentos defendieron con piedras y golpes el sabroso botín.

Belena lloriqueaba, Jesús había sido su novio y durante varios meses, Belena intentó reconquistarlo, al grado de meterse por la ventana de su habitación y suplicarle le diera otra oportunidad; después de misa, Jesús besó a Sira y tomados de la mano se alejaron ante la mirada idiota de Belena; todo un escándalo, Belena los abofeteó, les insultó y, abrazada a Jesús, le gritó a Sira los "pecados" cometidos durante el noviazgo con Jesús; muchos vecinos también escucharon. Belena, sería enviada con una tía al extranjero, para que todo fuera olvidado, el padre Mery, le mostró de lo que era capaz cuando se encerró con ella para absolverla de sus pecados; Belena, horrorizada, cabizbaja, triste, sólo me dijo que el padre Mery era malo, Samael, apareciendo de la nada, dijo, no existe la maldad, sólo es ignorancia.

Los padres de Belena, exigieron a Jesús que se casara con su hija, el embarazo de mi amiga era  notorio cuando la tía la devolvió a su familia; Jesús les juró a sus padres que hacía meses no tocaba a Belena y que ahora sólo lo hacía con Sira; Belena cayó en una profunda depresión, merodeaba la casa de Jesús y Sira y ante cada encuentro con él, suplicante, le juraba que ella no había hecho nada malo pero que, dios la castigaría a ella y a su familia en caso de decir la verdad; caía de rodillas ante Jesús y le imploraba que volviera con ella, que lo amaba y que no podría vivir sin él.  Belena, perdió al bebé, aún en la cama del hospital,  entre maldiciones y palabras amorosas, culpaba a Jesús y a Sira.  Las semanas no lograron menguar un ápice su dolor por su amor perdido, Belena llamaba a Jesús con nuevas suplicas y promesas, con tal de que la aceptara, otras veces, lo culpaba y maldecía; junto al río, sentadas, Belena y yo, en el espantoso carruaje de Samael, él le tomaba de las manos, después de escuchar una perorata de amor y odio de Belena, Samael, con voz abismal, al grado de helarme, dijo, ¿por qué culpas a ese chico, a Jesús?, nadie te puede dar amor, el amor es un florecimiento  interno, el ser humano nace con amor y ese amor te será fiel hasta la muerte, no mendigues amor, ni a Jesús ni a nadie, el amor es un tesoro propio, búscalo dentro de ti; Belena lloró más suave en el hombro de Samael, él nos sostuvo entre sus brazos, ante esos descubrimientos, también se desencadenaron en mí tristezas y el sentimiento de las pérdidas de Belena, mi llanto humedecía la capa negra; por increíble que parezca, Samael nos llevó hasta  nuestras casas en su tétrico carruaje, Belena se mostraba más tranquila cuando bajó del carruaje y lanzó una mirada profunda hacia la iglesia; Samael nos dijo: el valor de la vida, sólo es un episodio fugaz; vayan, disfruten de ella, no la desperdicien; mirando a cada una, con sus ojos rojizos centelleantes, musitó, sé suficiente para ti, o estás vacía; alejándose en su siniestro carruaje, todavía alcanzamos a escuchar, ¿recuerdan a la bestia?, entre el humo de su apestoso puro, concluyó, está noche volverá a la vida....

No asistimos a la escuela, mezclados entre tantas personas y varias patrullas, nos quedamos a presenciar la fatalidad de la iglesia, la puerta enorme de madera labrada estaba hecha astillas, al igual que varias de las largas bancas, la mesa enorme de mármol  estaba hecha añicos y ni qué decir de todas las imágenes, destruidas, las autoridades se rascaban la cabeza o la panza, sólo había marcas de enormes mordidas y lodo seco; en la habitación del padre Mery, sólo hallaron una pantufla salpicada de sangre y un botón dorado que pertenecía a la bata de seda del sacerdote; la lujosa camioneta estaba partida a la mitad, pérdida total, decía el hombre de la aseguradora a los policías. Indignación, sin tristeza, de todos los que acudían a la iglesia, faltaba la caja fuerte de la iglesia, ninguno de los padres que habían servido a dios en esa iglesia confiaban en los bancos, así que, esa caja fuerte era manejada exclusivamente por el padre en turno, para guardar los dineros de las limosnas; toda la comunidad consintió en que el padre Mery había huido con todo y la caja fuerte y qué, seguramente, estaría cumpliendo su sueño dorado, el cual había externado en varias ocasiones, de visitar París, la conmoción de la gente era que, en lugar de haber ido al vaticano, lo cual le hubieran perdonado sin excusa, estaría en la torre Eiffel, no lograban entender qué tendría esa estructura de hierro, por qué el padre Mery era tan estúpido, por qué no era más vital besar la mano santa del papa para ese padre del infierno, si vuelve, lo linchamos, gritaban y hacían una ola con las manos, como la que hacen la gente en los partidos de fútbol, en los estadios, todo esto entre chiflidos e insultos, nosotros reíamos divertidos por tantas ocurrencias de la muchedumbre y advertimos como saquearon los últimos utensilios de la iglesia; esperábamos el comentario de Belena, de que serían castigados por un rayo divino pero, esta vez, para desconcierto nuestro, no dijo nada.  De manera extraña, en las casas de los enfermos, ancianos, viudas desamparadas y todo aquel que vivía en gran necesidad; apareció una cantidad de dinero, un milagro, ese dinero lo emplearon para atender sus dolencias, para alimentarse, en fin, fue empleado para cubrir sus necesidades básicas; nosotros sabíamos que Samael había hecho esto y no le  preguntamos nada, sólo una mirada de complicidad recibió de nosotros mientras fumaba su apestoso puro.

Samael nos abrazó apretadamente, intuimos que era el final, que no volveríamos a verlo y Samael intuyó lo que mi corazón sobresaltado sentía por él; con ternura, me sostuvo entre sus brazos y me dijo al oído, Táber, soy mucho mayor que tú, llorosa, le respondí, sólo unos años, unos siglos, respondió él.  Sin soltarme de la mano, Samael se sentó en su carruaje extravagante y junto a él estaba el enorme cocodrilo, entre risitas, acaricié una de sus garras y le dije, qué lío armaste y aunque suene fantasioso, el enorme cocodrilo me devolvió la sonrisa; a mis espaldas, asustados, estaban todos, Julio, nervioso, enroscaba mi trenza en su mano de manera repetida, Belena me picaba la espalda con uno de sus dedos y sus ojos no perdían de vista al enorme cocodrilo; Jesús y Sira, abrazados, se colocaron a unos pasos de distancia de Belena, por si las dudas, pese a que Belena había hecho las paces con ellos, a petición de Samael y después de que éste le mostrara a Belena el futuro de Jesús, un hombre gordo, calvo, con ronquidos infernales y, además, alcohólico; de ahí en adelante, Belena, observaría con compasión a cada novia de Jesús.  Samael, la tarde anterior a su partida, me dijo: Táber, ¿quieres que te muestre tu futuro? y negué con la cabeza, deseaba descubrir las enseñanzas de Samael, en varias ocasiones no entendía sus frases pero, sabía que no mentía, quería saber de la vida y deleitarme con todos los sinsabores, habría un lugar y un tiempo para cada vivencia, pensaba todo esto sin apartar mi mirada de Samael, deseando que él estuviera en cada momento de mi vida.  ¿Qué ven?, nos preguntó uno de los albañiles que reparaban la iglesia,  sin responder, no perdimos de vista el enorme carruaje de Samael, una garra del enorme cocodrilo se agitaba como ademán de despedida hacia nosotros, ¿jóvenes están bien?, ¿qué les pasa?, varios de los trabajadores nos preguntaron,  acercándose a nosotros, miraban hacia donde apuntaban nuestras miradas y no entendían las muestras de adiós que hacíamos, nosotros los miramos más interrogantes que ellos; las personas no logran verme, escuché a Samael en mi mente, sólo ustedes, me aclaró y también me dijo, volveré a verte, no llores más, querida Táber y mi corazón brincó de alegría.


Los límites de la Sirena (Capítulo XVII)

Lázaro, levántate!
Y, Lázaro, caminó, burlándose de la vida y la muerte!

El viento susurra muerte a mi oído, un frío recorre mi ser, mi alma, respiro con dificultad y me duele el cuerpo; sin embargo, mi espíritu es el que se quebranta, el que me reclama haber torcido mi mente, el haber traicionado mi origen, mi anillo, mi escudo, mi humanidad. Demonio o no, la bella Sirena me lleva a los límites de la cordura, en el precipicio de su fogosidad sobrevivo gracias a la sangre que bebo de sus hermosos senos, ella jamás se queja, sólo me mira con sus ojos maliciosos y alargados, otras veces, se contorsiona vehementemente, como si le causara el mayor placer al succionar de sus pezones, aquí, siempre evoco a mi tierna dama, recordando cuando le compartí el secreto de vida si bebía de estos senos llenos de fulgores, todavía alucino cuando, al mismo tiempo, ambos bebíamos de este sensual demonio, mientras nuestros labios aprisionaban los pezones de la sirena, nos tomábamos de la mano y la mano de mi tierna dama era suave, aún cuando imprimía fuerza en la mía, jamás podré olvidarla. ¿En verdad, murió mi compañera de roca? y de ser así, ¿por qué aún siento sus mimos en mi ser?, especialmente, cuando rezo amorosamente en el placentero cuerpo de mi amada Sirena.

A su antojo, este ser veleidoso, va minando lo que resta de mí, comprendido el hecho de que no me ama, yo también me regocijo en ella, sin culpa, sin la estupidez humana que trunca a las personas con sus cadenas de creencias, de ideales, de prejuicios y demás; soy tan libre como la hermosa Sirena me lo permite, se regala a mí, sin confines, ya nadie me la disputa, he escudriñado su cuerpo a placer, y ella a envilecido y engrandecido mi ser como jamás lo hubiera imaginado, nunca tuve la más ínfima sensación como las que la bellísima Sirena desencadena en esta alma errante; es verdad que he probado más lo agrio de su hiriente ser, pero, su constante entrega desenfrenada alivia un poco esas agrias sensaciones. Voy de su mano, cosido a su talle y a su busto y a su canto. ¿Cuándo será mi fin? ¿Es real la Sirena? Quizás ya estoy muerto y esto es el infierno y la Sirena siempre ha sido el diablo que me posee. ¿Dónde hallaré la respuesta? ¿Aún respiro?  Sólo sé algo verdadero, sin su mirada, ya habría cruzado el umbral de la verdadera muerte.

domingo, 15 de marzo de 2020

La Abuela

No sabe lo que dice, no está lúcida
Dicen sus hijos ante su andar lento y la callan
Sus ojos nublados lloran las querellas de ellos
Sus gritos de pleito, no respetan a su madre ni tampoco sus puños
Su debilidad añeja, aleja más y más a sus retoños
Un estorbo no será más, que tristeza es llegar a viejo
Sus vástagos se niegan su temblorosa bendición
Ni siquiera voltean a verla, en ese rincón la Abuela se queda
Su mirada rugosa busca las manos firmes de sus hijos y
El triste vacío sostiene su aliento débil
Postrada, suplica por sus tiernos hijos y
Reza por un abrazo de ellos para despedirse
Un bullicio conforta su alma, sus nietos
Sus bisnietos, no sueltan a la Abuela
Encantados, escuchan sus historias añejas llenas de
Sabiduría y enseñanzas
Bebieron su amoroso café
Deleitaron sus tiernos platillos
Los regaños y consejos de la Abuela, son su tesoro
Fue su fortuna mezclar lo ido y lo nuevo
Entre risas y dulces amenazas de castigo de la Abuela
Los niños disfrutaron el placer de su arrugada mano y
El beso y el último aliento de su amada Abuela
Pero, la Abuela partió con la soledad de sus hijos
La misma ausencia que ellos mismos se heredaron
La pugna es incesante entre sus herederos
Su amor será eterno para sus nietos, la honrarán y
La Abuela estará latente, como la dulce brisa que acaricia
Todos los días, por las frescas mañanas




miércoles, 4 de marzo de 2020

Cual ladrón en la noche

Como un bandido de sus noches
Se desliza y se lleva su sueño y suspiros
Sin compasión, hurta sus deseos tejidos
También el roce de sus labios
El salado de sus mejillas y
Su ansia de derroche
Le hace dudar de su existencia, pues
No posee corazón
Le somete a amanecer con apagados latidos
Le obliga a hilar hondos bríos contenidos
Le orilla a buscar, ciegamente, fuerzas
Le espía para vaciar el calor de sus brazos
Se esconde y rompe sellos de ventanas y puertas
Y  el aire tapiado lo asalta, consumiendo a esa alma amante
Y, después, huye, cual ladrón en la noche