Un brindis por la vida y
el privilegio de estar,
Feliz Año Nuevo❗️
Qué sean colmados de bendiciones en su camino.
Reciban un fraternal abrazo lleno de luz y cariño,
Azteca.
Te doy la más cordial bienvenida al mundo de las Letras y Manualidades de Azteca!
Con sus manos arrugadas me ofreció un jarro con café y leche clavel, me acercó la azucarera, una cuchara y una concha; era su forma de dar la bienvenida, siéntate, mijita, di la vuelta a la barra de la cocina, abracé suavemente a mi abuelita y besé su cabecita blanca; olía a café con canela y el sol iluminaba alegremente la ventana de la cocina; llegué sintiéndome que no valía nada, sintiéndome culpable de todos los problemas en mi matrimonio, de ser una mala persona, como siempre, mi esposo me culpaba de todo y esa mañana llena de insultos volví a creerlo; entre sorbos de café y la charla cariñosa de mi abuelita, el nudo de mi garganta y mi profunda tristeza, se fueron disipando; nada cambiaba, sin embargo, después de tomar ese rico café, podía llevar mi carga en secreto y volver a mi casa, a enfrentarme con ese hombre cruel y violento
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Miraba el ataúd de mi madre con profundo dolor y tristeza; yo no escuchaba el rosario que rezaban las personas que nos acompañaban a su velorio, había un gran vacío, sólo era mi madre muerta y la pena incomprensible de verla ahí, inmóvil, sin sufrimiento e indiferente a nuestro llanto; alguien puso en mi mano un vaso desechable con café humeante, lo acerqué a mis labios y ahí lo mantuve, sin beberlo, sentía el calor y el delicioso aroma, esto me hizo recordar aquel café de olla o café instantáneo que preparaba mi amada madre, el café que debía tomar antes de irme a trabajar, no debía irme con el estómago vacío o aquel café para acompañar los deliciosos hot cakes con mermelada de fresa y cajeta envinada que ella nos preparaba. Al sepultarla, parte de mí se quedó en su tumba. En todo el novenario se servía café, aquí, parecía más un elixir para tragarse la tristeza que aquella deliciosa bebida llena del amor de mi dulce madre.
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La horrible noche cuando falleció mi hijo, parecía más una pesadilla nebulosa, gritaba y lloraba; no comprendía porque mi joven hijo no contestaba su celular, le marqué hasta la madrugada, bañada en llanto, mi hermana me arrebató mi celular, diciendo entre sollozos, ya basta, Raúl está muerto, no entendí nada, pregunté, si ya había regresado Raúl y mi hermana me abrazo con un llanto convulsivo. Abrazaba al cuerpo de mi hijo, firmemente, tuvieron que arrancarme de él, maldije a todos e intenté golpear a quienes me retiraban del ataúd, esto lo supe después, estaba enloquecida, no era yo, había nacido una nueva versión de mí. Lejos quedó esa madre de rostro iluminado, llena de orgullo por los logros escolares de mi hijo, de la alegría que contagiaba a todos al hablar de mi pequeño. Raúl me aviso que iría al cine con sus compañeros de preparatoria y su recién novia, le veía tan feliz que no podría negarme; fue un accidente y le toco morir a mi pequeño de 17 años y al joven conductor. La irrealidad en la que flotaba en el velatorio, fue interrumpida por los gritos de la joven novia de mi hijo cuando llegó al velorio, iba con un brazo lesionado, sus padres la envolvían con ternura entre sus brazos, sentí tan sincero su dolor que me acerqué a la joven y nos fundimos en un abrazo; no se cuanto tiempo permanecimos así, sentía su delgado cuerpo temblar y su llanto se confundía con el mío. Ahí no bebí café, tampoco en su novenario, los días transcurren como si nada, los veo pasar sin importarme en lo absoluto, vivo porque respiro, pero estoy muerta en esta vida. Ya ha pasado mucho tiempo y en la recámara de mi hijo encontré un termo mediano, tenía restos de café, estaba lleno de hongos y apestaba; recordé cuando mi hijo se llevaba su termo lleno de café a la prepa, decía que al tomarlo, le recordaba a su madre y a su abuelita, que era como estar en casa, siempre; después de lavar el termo y desinfectarlo, me serví un humeante café, su aroma me devolvió un momento a mi hijo y a mi madre; me senté en el escritorio de Raúl, con una gran tristeza, lloré mi dolor inagotable y saboreé lo amargo del café y lo dulce del piloncillo, como todo en la vida.
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Un café con canela era parte del desayuno y la cena, era más un gusto de mi padre, no podía faltar en la mesa; al fallecer mi padre, no volvimos a tomar café ya que de hacerlo, solamente terminábamos en un mar de llanto al recordarlo.
Cuando mi madre, aún joven y guapa, me presento a su novio, me opuse cortante a esa relación o a cualquier otra; fue mi egoísmo, era apenas un tonto adolescente , por lo que ella, enojada, me hizo prometerle que nunca me casaría y ella tampoco pondría un hombre en nuestras vidas.
Estudie y ejercí mi profesión, le ofrecí a mi madre lo mejor que estuvo a mi alcance, pese a ello, mi madre vivió con amargura y recordándome mi promesa; nunca conocí mujer, cada vez que intentaba una relación, la culpa de no cumplir mi palabra me fustigaba, cuando volvía a casa, por las noches, mi madre me recibía con esa mirada escrutadora y de advertencia; fui fiel a mi promesa.
Tengo 82 años, enfermo, con deterioro físico, todavía me puedo valer por mí mismo, aún a esta edad, no faltan mujeres que pretenden una relación amorosa conmigo y se bien que moriré en soledad; mi padre me hizo un hombre cabal, por lo que no deshonraré la promesa que hice hace tantos años a mi madre. Ahora bebo café con canela, como mi padre, lo preparo con dos cucharadas de azúcar, pese a ello, percibo su sabor más amargo de lo normal, su aroma me traslada a tiempos idos y me conforta en mi tristeza cruel y amarga; que espero termine en poco tiempo.
Fueron pasos perdidos los que me llevaron ahí y suspiré
No estabas tú, sólo la fuente, amparada en la sombra de los frondosos árboles
Encontré lo viejo, ruinas y lo ido
No te busqué, nunca lo hice
Alguna vez acaricié tu recuerdo y lo colgaba en el olvido
Evoqué cuando escape de tus brazos y de tus besos que se perdieron en el viento
Ni siquiera vi tus lágrimas ni tu súplica
Huí entre la brisa de la Fuente y del frío por ese amor que moría
Cobardemente, cerré mis sentidos a ti, con un adiós rápido
Pues de volver a tus brazos, me habría quedado en tu cobijo, por siempre
No te quedaste ahí, en tu fría tumba
Tu recuerdo no se arrumba
Tu dulce aroma es lo que me ancla en esta vida turbia
Día a día, evoco tu caricia tibia
A veces, mi egoísmo, urge tu sonrisa, tu abrazo
Y me conforta saber que velas mi paso
En ocasiones, me reprocho no haberte dado más de lo que te brindé
Aunque sé bien que me bendecías hasta por pequeñeces que olvidé
En mis batallas, evoco tu cariño para sosegar mis miedos, mi alma,
En cada ruina o certeza, busco tu dulzura que me sostiene y me calma
Tu amor, flama eterna, que comprende mi llanto de niña y mi sonrisa
Gracias por tu amor profundo, por tanto y por todo,
Madre mía.
Tomó una parte de sí
Para sellar aquella gran pena
De esos ojos inundados de amor
Daría todo su ser
Su alma, sus abriles
Y lo que aún no poseía
Por ella, por su dulzura
Por sanar lo irreparable
Pues entre fragmentos
El polvo se dispersa
Y camina entre sus tibios brazos
Con besos rotos y colmados de cariño
Con un arrullo de paz, bendito
De la preciosa ternura de su madre
En el momento que corté su trenza con mi machete, después de nuestro pleito de novios, Hermila, la mujer que amaba, golpeó mi pecho con sus pequeños puños, lloraba al decir, Fausto, qué has hecho?, el río bullicioso pareció enfadarse por mi vil acto, pude haberla ultrajado entre los maizales, pude actuar como un cobarde y quitarle la vida; sin embargo, la despojé de toda su protección al huir en mi caballo, con su gran trenza negra en mi mano.
Quizo tata dios o el destino que falleciera el padre de Hermila, don Ruvidio, fue el pretexto para que mi amada Hermila anduviera con la cabeza cubierta con su rebozo por mucho tiempo, en señal de luto, sólo su madre y sus hermanos sabían de la vergüenza de su cabello mutilado; entretanto, yo soñaba con sus labios, sus pequeños ojos negros y ese cuerpo que sólo palpé dos veces cuando cobraba valentía con el alcohol, fue mía todas las noches estrelladas al acariciar con su larga trenza todo mi cuerpo, cometí todos los pecados en su negro cabello, su dulce aroma lo bebí hasta agotarlo, antes de montar mi caballo, cada mañana, para irme a mi jornada en el campo, besaba la larga trenza y ella, me bendecía.
Ambos nos casamos y tuvimos nuestros hijos; mi esposa, Rumi, cuidaba de la trenza de Hermila, cada semana le compraba un listón y la trenzaba con cariño; antes de partir al campo, Rumi me acercaba la trenza de Hermila para que la besara, después, besaba su blanca frente y partía con una sonrisa llena de deseo por aquella mujer que no lograba olvidar. Hermila me evito por largos años, coincidíamos en la iglesia, en las fiestas del pueblo y otras celebraciones; sentía merecer su desprecio.
Enviudamos con meses de diferencia, nuestros hijos ya estaban casados y no me contuve más; me presenté en su casa y le ofrecí matrimonio enfrente de sus hijos. Fue un gran escándalo en nuestro pueblo y no nos importó. Sus hijos y sus hermanos me odiaron y no se opusieron; fue el acto más valiente de Hermila, cuando vio su larga trenza en el altar de Rumi, sollozó y ahí me contó de sus penurias y de lo inválida que la había dejado al cortarle su cabello; por años le amé con el gran ardor contenido y pese a nuestra edad, fuimos los amantes más lujuriosos, entonces, ignoraba que al poseer la larga trenza de Hermila, poseía todo su ser, siempre había sido mía.
Envejecimos juntos, nos llenaron de nietos y nuestra pasión no se apagaba. Hermila enfermo de gravedad, con su voz débil, susurraba: siempre seré tuya, Fausto. Después de sepultarla, volví a mi antiguo vicio con su trenza larga, mis arrugadas manos se aferraban cada noche a dos cuerpos, uno moreno y otro blanco, nos amábamos hasta que me vencía el sueño; mi virilidad no menguaba, mis dos esposas llegaban a mi lecho en cuanto tomaba la larga trenza, sabía que no era un sueño, nos confundíamos los tres, sus largos cabellos se enredaban en mi cuerpo, si era demencia, la locura me hacia el hombre más feliz.
Cata, mi hija, ruborizada, me pidió que fuera más discreto con las mujeres que me visitaban en las noches, que todo el pueblo chismeaba sobre los gritos pecaminosos que escuchaban mis vecinos, que ya estaban indagando quiénes eran esas mujeres deshonestas. Quién podría creer lo que sucedía cada noche, ahora estaba seguro que no estaba perdiendo el juicio, Hermila y Rumi, llegaban cada vez que gozaba con la larga trenza; con estas cavilaciones, tomé la trenza y peinándola, noté un mechón más claro, estaba discretamente colocado, no se notaba, suspiré y comprendí que ese mechón de cabellos castaños pertenecía a Rumi, ella debió colocarlo ahí y trenzarlo, uniéndose a Hermila, en una conexión poderosa y antigua; ahora todo estaba claro, por eso llegaban las dos en cuanto acariciaba la trenza, ahí surgía la magia, era un pacto divino, ellas serían mías y yo de ellas, por siempre.
Al primer rayo del sol
Ya le esperaba, impaciente
Con las manos en los bolsillos del pantalón
Por qué tardaba en llegar?
Acaso, se había olvidado de él?
Por doquier, buscaba su sombra
En un perpetuo anhelo
Al anochecer, Sonreía, meneando la cabeza
Suspiraba, impaciente por conocerla y
Exigirle que cumpliera su promesa
Aún, no se cumplía tu plazo, le dijo ella al oído y
Le acarició su mejilla, al llegar en sigilo
Le abrazo un instante y pareció eterno sufrimiento
Sus labios gélidos buscaron la boca tibia de él
Ahí, vio su majestuosa faz oscura y agradecido
Exhaló su último soplo de vida
Después de golpear a Chuno, lloré en mi cama, desperté con el maquillaje corrido y vestida, ni siquiera me había quitado los tacones; al bajar a la cocina, Chuno ya estaba listo para ir al colegio, mami, siéntate, desayuna, me dijo, y le temblaba la mano, noté sus ojos hinchados, desayunaba su cereal con prisa y le ordené que masticara bien, sentí culpa al ver el moretón en su mejilla, no recordaba con qué le había pegado, sólo recorde su cuerpecito relajado cuando le arroje a su cama; no me detendría en castigar a mi hijo, anteriormente, me golpeaba mi abultado abdomen, me jalaba el cabello o me abofeteaba enfrente de mi gran espejo, el desfogue que sentí al violentar a mi niño de seis años fue suficiente para lograr sentirme en paz por varios días; es mi hijo, sólo mio, de nadie más.
Embarazada, lloré abrazada a Chuno, mi joven novio, pensé que nos casaríamos de inmediato, nos amábamos con locura, Chuno me prometió que terminaría la carrera de abogado, que compraría una casa y que nos casaríamos; mis padres me permitieron quedarme en casa cuando nació mi hijo, mi padre me consiguió un empleo en su oficina, debía cubrir los gastos de mi pequeño, Chuno, mi novio, no me permitió nombrar a nuestro hijo como mi padre, sería , Chuno, como él.
Emocionada, compré mi vestido de novia, blanco, de encajes, Chuno ya tenía trabajo en provincia y compraría una casa de interés social. Mi madre, en su lecho de muerte, me dijo que lamentaba no haberme visto en el altar con los Chunos y del brazo de mi padre para entregarme a mi amado novio. Mis padres le heredaron la casa a mi hijo, sus ahorros de toda la vida y su tristeza por saber quién era mi novio querido.
Chuno, ha postergado nuestra boda, al principio, me decía que era su adorada novia y que tendría que serle fiel; hoy, sólo me grita que no ande de puta. Ahora tiene una estabilidad económica, su trabajo le impide tener tiempo para visitarnos, pocas veces al año visita al pequeño Chuno, se queda con nosotros un día o dos, me da un poco de efectivo, tenemos sexo y huye.
Por años, emocionada, sacaba mi vestido de novia y fantaseaba con nuestra ceremonia de bodas; también había comprado artículos para nuestra casa, para cuando viviéramos juntos, tendríamos todo nuevo. Chuno salió dando un portazo, su enojo en cada visita es más grande, en cuanto lo vi entrar, le lancé una lista de reclamos y no lo soportó, ni siquiera saludó a nuestro hijo; enfurecida, desgarré el vestido de encajes y rompí vajilla, jarrones y todo lo que se podía hacer añicos, mi hijo intentó detenerme, estaba destruyendo todo lo que había adquirido llena de ilusión.
Reviso mi maquillaje en mi gran espejo, detesto mi gordura, he realizado todas las dietas y ninguna me funciona. No sé porque sigo aferrándome al cuerpo y labios de Chuno, mi amado novio, cada vez que viene, me conformo con sus migajas y su desprecio; empiezo a odiarlo, ya no hay paz con él y con su ausencia, en cada partida, lo maldigo. He deseado vivir otra vida, otro amor y siento que mi hijo me estorba; el gran amor de juventud se distorsiona, no logro romper este vínculo, anhelo a aquel joven amante y aunque se con certeza que nunca será mío, que no me ama y, lo peor, que yo me miento; estoy estancada, me siento la novia vestida de blanco, vacía y extraviada. Mi hijo hace todo para complacerme, me miente, finge y descubrí que sólo me odia; en cada enfrentamiento con mi novio, termino desquitándome con mi hijo, es el mártir que aún me soporta, ya es un adolescente y podría con facilidad doblegarme físicamente y no lo hace; muchas veces le grite que por su culpa, esto y aquello; y así lo siento, mi hijo es culpable de todo, de no haber nacido, yo ya estaría casada con cualquiera y sería muy feliz.
Entre llanto y suspiros, recapacito en esta fría madrugada, comprare otro vestido de novia, más moderno, haré otra dieta, le hablaré a mi amado novio y lo perdonaré por nuestra última pelea; le exigiré que cumpla su promesa de matrimonio, haremos una fiesta pequeña, tengo mis ahorros, podré ayudarlo con los gastos de nuestra boda, mi cariño le cambiará ese feo carácter explosivo y violento; le brindaré la casa de mis padres, haré cuanto me pida. Le marqué a mi amado novio, aún era de madrugada y en su furia, me ha lanzado insultos crueles, es probable que estuviese dormido, pudo no entender mi ofrecimiento, mañana, sábado, le vuelvo a marcar, cuando esté más tranquilo.
El hombre de las moscas
Rezaba, la bruja blanca, levantaba su libro sagrado, amenazante, cómo dispuesta a azotar a quien no le escuchara, todo aquel que se cruzara en su camino era amenazado por ser consumido en los ardientes infiernos, sus seguidores le imitaban, vociferaban de forma cruel sobre un Dios castigador y furioso; algunas personas, huían despavoridas, otras más, se sometían al adoctrinamiento, algunas más, se burlaban y murmuraban que, su dios era el verdadero.
Entre mendigos y gente doliente; la bruja blanca y sus acompañantes, intimidaban más que consolar, al pie de un árbol frondoso, un hombre rodeado de moscas, parecía dormir sobre una cobija, su mano derecha hacía de almohada, la mano izquierda la tenía sobre su costado, agarraba con firmeza su muslo, como si de esa manera se sostuviera de continuar en el mundo, a dos metros de distancia, emitía un fuerte hedor el hombre, tenía unos ojos oscuros y profundos, un rostro sumamente afilado, denotaba la presencia de la muerte, la bruja blanca y su séquito, no se atrevieron a acercarse más, la barrera maloliente los obligó a retroceder; sólo se limitaron a verle con asco y desearon huir a toda prisa cuando las moscas empezaron a rodearles con lujuriosos zumbidos, uno de los seguidores, corrió asqueado a un riachuelo que estaba a unos pasos, frenéticamente , se sumergió en la corriente fría y cristalina para lavarse el hedor del hombre de las moscas, unos más, no soportó las náuseas y vomitó sobre el vestido de la bruja blanca; abriéndose paso entre los patéticos religiosos, una dama de capa azul, como el cielo, se acercó al hombre postrado, con respeto, le ofreció un jarro de agua del riachuelo y alimentó, le dedicó unas palabras llenas de cariño para confortarlo, el hombre de las moscas ya estaba adherido a las raíces del árbol, sólo podía mover sus manos y cara; ya no emitía sonido alguno, las moscas hablaban por él, lo protegían, a la dama de capa azul le permitieron el acercamiento, el hombre de las moscas desprendió su mano de su muslo e intentó levantarlo, sin éxito, volteó su rostro para mirar a los ojos a la dama de la capa azul y ella desapareció entre los árboles, alejándose del zumbido ensordecedor y protector de las moscas.
Después de la golpiza que nos propinó mi padre, corrí hacia el cementerio, el cual quedaba a doce cuadras de mi casa, era domingo, día de visita a los muertos y además, habría dos sepelios, lo cual representaba trabajo para mí y dinero; de tumba en tumba, limpiando y acarreando agua, terminé tan cansado esa tarde, con las manos llenas de ampollas, tierra y monedas, las cuales entregué a padre, feliz por haber cumplido mi cuota de ese día; mi madre me esperaba con un plato de sopa y frijoles, mis hermanos mayores ya jugueteaban en el patio, sólo alcancé a probar unas cucharadas y me quedé dormido en la silla, un manotazo de padre me despertó y madre me cargó hasta la cama que compartía con mis hermanos.
Madre nos amenazaba con un, le voy a decir a tu padre, ya verás, sin lograr controlarnos, once hombres y una mujer, además, habían muerto cuatro hermanos mas, con una docena de chiquilllos, era difícil para mi pobre madre, sólo los golpes y amenazas vociferantes de padre lograban mantener la paz en casa. Yo era el octavo hijo, mi hermana era la más pequeña y desde los cuatro años de edad era obligación de todos el tener que llevar dinero a casa o no comíamos, varias veces, nos quedamos sin comer, madre obedecía ciegamente a padre, las constantes golpizas que le daba padre no dejaban ver su rostro natural, siempre llena de moretones, derrames en los ojos y los labios hinchados; sin embargo, madre era la mujer más hermosa del mundo para mi.
Todos nos esforzábamos tanto en el trabajo como en la escuela, una mala nota escolar concluía en una buena tunda de cinturonazos. Yo soñaba con ser presidente de México y crear una ley para proteger a los niños de los cinturonazos de los padres, dolían tanto que, a veces no me podía sentar en los pupitres de la escuela.
La fecha donde todos coincidíamos en la mesa era navidad, imaginaba que nosotros éramos como los doce apóstoles en la última cena y un judas, mi padre. A punta de golpes, padre levantaba de la cama a todos, nos bañábamos con agua fría, ni mi hermanita se salvaba, algunas veces, tratamos de protegerla y sólo recibimos un castigo mayor, en el patio había un árbol frondoso y ahí era el lugar de castigo preferido de mi padre, nos ataba al árbol por horas, sin derecho a alimento y agua; un tormento que probé varias veces, por lo que me discipliné voluntariamente e hice todo lo posible para superarme y nunca tener que volver a pasar hambre y sed.
Una casa con un pequeño jardín, sin árbol alguno, un título, un empleo medianamente acorde a mis aspiraciones, matrimonio e hijos, una vida vacía y truncada; nada me satisfacía, fui infiel varías veces, hasta que creí hallar a la mujer ideal, bote a mi familia por ella y volví a casa, después de un mes, nunca supe en qué fallé con el amor de mi vida, Rapidita, la secretaría más hermosa que había conocido y así como su nombre, fue nuestra relación. Mi esposa, Reina, me acepto con los brazos abiertos, mis pequeños hijos no entendían el llanto cotidiano de su madre, ni mi indiferencia, cumplía económicamente con mi familia, jamás levante la mano a Reina ni a mis hijos, sin embargo, en mi casa siempre sospeche que, tambien vivía un Judas.
Repetidamente, debía hacer viajes de trabajo y siempre había una nueva Rapidita en mi lecho de hotel, cada vez que tenía sexo con mi esposa o alguien más, por mucho tiempo, el cuerpo y rostro eran de Rapidita, por lo que me discipliné en nunca hablar durante el sexo, sólo su nombre jugueteaba en mis labios: Ra-pi-di-ta.
Mis canas me obligan a evocar tantas vivencias, miro sin sentimiento nuestras fotos familiares y los títulos de mis hijos que cuelgan de la pared; mi padre cambió con los años y ahora es un hombre bonachón, con múltiples conquistas, las cuales iniciaron desde que éramos tan pequeños, trato de entenderlo, mi madre ha muerto y a ella le limpio su lápida, aprovecho para limpiar y deshierbar las tumbas cercanas a mi madre, cansado, como en los viejos tiempos, de tumba en tumba, no espero unos centavos en pago, solo queda el anhelo de su mano tibia en mi mejilla. Entre las tumbas del cementerio, un niño fue abusado, un niño que temía más a contárselo a su padre que al acto mismo, había tanto para decir y sólo era tragado y sellado en mi boca. De los doce apóstoles, sólo quedamos seis y Judas, por ello será difícil volver a una última cena; haré lo mismo que con mi madre, decirle a mi padre que, pese a todo, gracias y que lo amo. Me quedaré, tristemente, sin saber qué he estado buscando en esta vida.
Asqueado, el predicador, no perdía de vista el cuerpo de la enorme rata, estuvo a punto de pisarla, pese al salto forzado que hizo cuando la vio, su calzado, bien lustrado, quedó manchado de sangre, maldiciendo, usó su cubrebocas de tela para limpiar esa inmundicia, después, dio gracias a dios por no haber pisado a la rata prensada, imaginó que se la podría haber llevado adherida a la suela de su zapato, besuqueó su biblia y se alejó a toda prisa.
Despojaron al borracho de sus pertenencias, lo patearon en el piso lodoso y se repartieron el botín; eran los tres mosqueperros, cada noche, los tres hombres se apostaban afuera del bar del callejón de la rata, siempre a la espera de ebrios, un fácil negocio, entre aullidos y risotadas, vieron a otro cliente que salía del bar, daba un paso hacia adelante, dos para atrás, canturreaba algo incomprensible, cuando los mosqueperros le tundieron la golpiza, el hombre se abrazó con desesperación a los maleantes, la rata, la rata, gritó aterrorizado. El predicador se asomó al callejón, nunca entendió si era mandató divino o su curiosidad de ver si aún estaba el cuerpo de la rata aplastada, más que horrorizado, lanzó una mentada de madre a grandes gritos, los rayos del sol iluminaban los restos de cinco personas, habían sido casi devorados por algo y el predicador había manchado de sangre su calzado, nuevamente.
El dueño del bar daba trozos de comida a la rata, desde su llegada al callejón para iniciar su negocio, la conoció viva, muerta, enorme, dueña absoluta del callejón, ella decidía quien podía quedarse a vivir en el callejón o quien debía morir; el dueño del bar descartó teorías sobre que le daba ese poder, no coincidía con la luna, con las estaciones, con nada, parecía un capricho de algo misterioso, una maldición; a través de los años, dejó de temerle, pues a él nunca le había hecho daño, el dueño del bar le proporcionó una guarida y alimentó a la rata; solamente, en una o dos ocasiones al año, ocurría un fenómeno incomprensible: la rata se transformaba en humano, aquí, la rata-humano no sólo bebía alcohol y fumaba, también recorría la ciudad, se enamoraba y sufría y ante este desencanto, rezaba para convertirse nuevamente en rata; la peor miseria para una rata, decía cuando estaba ebria: era ser humano.
Entre los charcos pestilentes del callejón, un sinnúmero de ocasiones, la rata había muerto prensada por autos, la rata se entretenía toreando a los coches o motocicletas que pasaban por el callejón, un día después volvía a la vida y se divertía con su cuerpo aplanado, ya no le gustaba su cuerpo regordete. En sus fases de humano, la rata-humano, siempre se detenía en cualquier espejo, ese cuerpo era delgado y gustaba de vestirse con trajes sastre, los cuales habían sido obsequios del dueño del bar. Entre copas, el dueño del bar le compartía sus pesares, alegrías, pecados y también aprendió de Dios y del diablo; por lo que, la rata, decidió no elegir ninguno de los dos bandos, no deseaba temerle a nadie ni atarse a nada, ni ambicionar algo efímero, su libertad era envidiable para el dueño del bar, de ese animal, había adquirido una gran lección: no aferrarse a nada, poseyendo solamente cada instante de vida y muerte.
Con otras compañeras de baile, logro darle el festín a sus deseos, las saboreó entre los arbustos y los frondosos árboles del extenso jardín que imperaba en aquella oscuridad, centelleando los rostros maquillados de esas chicas, ocasionalmente, por las luces del festivo gran salón.
Frustrado, volvió a la fiesta, con el cabello un poco revuelto y con unos rastros de hojas secas en sus pantalones; aún tenía sed de sexo, deseaba a la mujer que le había incitado sus instintos, le buscó por el resto de la fiesta, sin éxito, del enojo por no hallar a aquella mujer, pasó a recordar, nuevamente, a sus antiguas conquistas, ahí, en esos fantasmas, olvidaría ese busto y esos ojos iluminados que le había recordado que, él, aún era un hombre.