Brillaban siniestramente sus ojos, rozó sus pantorrillas, ahogó un grito al percibir ese látigo espinoso, agudizó su mirada y logró ver una sombra que giraba en torno a ella; todo estaba en penumbra, a tientas logró palpar uno de los sillones, lo usaría para ubicarse, buscaba la lámpara o el enorme jarrón, algo que le indicara dónde estaba y poder localizar la puerta hacia la salida, en ese momento, algo mordió su mano derecha, gritó con horror, no lograba desprenderse de esa boca furiosa que emitía un jadeo y, a la vez, la mantenía aprisionada entre sus dientes filosos, dolía espantosamente, le gritaba a Esmeralda, su hija, ella estaría durmiendo en una de las recámaras de la planta baja, tenía la esperanza de que la escuchara, el jaloneo era intenso; algo se enredó en sus pies y cayó, golpeándose en la cabeza.
Un rayo de luz incomodó a sus ojos, se filtraba por entre las gruesas cortinas, Elsa trataba de incorporarse, un dolor de cabeza insoportable, se llevó las manos a las sienes y notó pastosa parte de su cara. Lavaba su rostro en el lavabo, cuando entró Esmeralda y al verla se asustó tanto que palideció, la blusa estaba manchada de sangre, colgaban tirones de tela de la manga derecha, la mano inflamada y con las heridas que dejaron la mordida y el forcejeo, ni qué decir del lavabo, cubierto de sangre. Elsa, apresurada, metía la ropa en sus maletas, la mano derecha vendada no ayudaba mucho; Esmeralda, sentada en la cama, le insistía que algún animal era el causante de ese ataque, que no hallaron ninguna huella y que seguramente, esa bestia, la había mordido porque estaba más asustado que ella; ¡"Vamos Ma, tranquila, ya pasó!", "¡Recuéstate, necesitas descansar!", "¡Te lo suplico!", "¡Obedece!".
El viejo caserón lucía triste, era una mañana brumosa, húmeda, fría y fue invadida por el griterío de los gemelos, corriendo, entraron por la puerta principal, en su carrera, Gersón chocó con las maletas de su Bibi, cayendo de bruces y las risas gritonas se convirtieron en un llanto escandaloso. Sentados en la sala, Elsa tenía en sus piernas a su amado nieto limpiándole las lágrimas, entre palabras cariñosas y besos tiernos; "¡Bibi: ¿que le pasó a tus piernas?!", preguntó Maxi, señalando los cortes en las pantorrillas de Elsa, Maxi continuó: "¿Te salió sangre?", "¿Te vas a morir?", al mismo tiempo que tocaba su mano hinchada y caliente. En el baño, Emeralda consolaba el llanto de su hermanita Dennis, su amada hermana menor, finalmente, el marido la había abandonado por otra, era infiel desde el noviazgo, después de casados, en el embarazo de Dennis, en todo el tiempo que compartieron juntos, Dennis compartía a su marido con cualquiera que mirara esos ojos color miel, seductores y atrevidos; siempre lo supo, siempre creyó que él cambiaría, que el tiempo le haría madurar, que sus hijos lograrían el milagro de no irse tras cualquier falda o escote; se mintió, siempre.
Las puertas se cerraban solas, era complicado abrirlas, aún con llave en cerradura. Las maletas en el desván; el susto de Elsa había sido superado por la amargura de su pequeña Dennis y de esos bellos niños, sus nietos, sus pequeños que no dejaban de preguntar por su padre, principalmente, en las noches, entre lágrimas se quedaban dormidos, sin dejar de musitar el nombre de ese cruel padre. Todo el día correteaban sin parar por toda la casona, por los jardines, los nietos de Elsa eran unos cascabelitos que daban vida a esa triste realidad, entre gritos, risas, iluminaban la realidad de Dennis y la realidad de Elsa, la Bibi de los gemelos. El cáncer de Elsa la tenía en bancarrota, había empleado todo su patrimonio en sus operaciones y tratamientos; al parecer, ya lo había superado, continuarían los chequeos, le habían advertido la posibilidad de que volviera a surgir esa enfermedad; estaba repuesta, físicamente o al menos se esforzaba; moralmente, maltrecha; emocionalmente, se daba todo el ánimo para fortalecerse a sí misma y a su familia; ahora tenía tres miembros más que proteger, buscaría el modo de sanear la economía. La casona había pertenecido a la familia, el último tío, Angus, hermano de su madre, se la había heredado; nadie de la familia le había cuestionado nada, la casa estaba en mal estado, requería de reparaciones y Elsa no las había podido costear, aún así, estaba habitable. No había a donde ir, aunque Elsa estuvo a punto de salir corriendo de ahí, desde aquella noche extraña, entendía perfectamente que ahí pertenecían, por ahora, cuando la economía mejorara, sería distinto, sólo esperaba que "eso" no se volviera a meter a la casa, ahora, le preocupaban enormemente sus nietos.
Con el poco dinero que Dennis aportó, se cambiaron todas las chapas de las puertas, además se colocaron dobles cerrojos en las puertas principales y ventanas de la planta baja, la seguridad era primordial. Elsa deseaba poner barrotes en las ventanas, pero el dinero se había agotado. Esmeralda invertía todo su salario y no lograba cubrir todos los gastos de la casa; Dennis estaba a la búsqueda de empleo, no quería pedirle un centavo a su esposo, quería demostrarle que ella era autosuficiente y que sacaría adelante a sus pequeños hijos, mientras, comían lo que su madre y hermana podían ofrecerles. Elsa recurría a todos sus conocidos para que le recomendaran en alguna plaza laboral, su edad ya era un impedimiento, además, los estragos de su enfermedad aún se notaban.
Haciendo limpieza en el desván, Elsa y Dennis habían encontrado varios baúles, llenos de antigüedades; Elsa y Esmeralda habían llegado de manera emergente a vivir al caserón, después de la venta precipitada de su casa para cubrir las facturas del hospital y no habían tenido la oportunidad de revisar todo lo que éste contenía. Casi la mayoría de las antigüedades fueron vendidas a una tienda que se especializaba en comerciar con el pasado. La paga había sido buena, por lo que recorrieron todas las habitaciones y vendieron todo lo que no utilizarían. Con lo obtenido, dispusieron acondicionar parte de la casa para ser rentada. Con dos pequeños departamentos en renta, desahogaron sus gastos y tuvieron un poco más de tranquilidad. En todo este trance, nada "extraño" había ocurrido, excepto que, Elsa, cada vez que pasaba por la barde enorme de piedra, la cual dividía la propiedad del terreno boscoso, sentía un escalofrío y huía apresurada ante esa sensación. Dennis, padecía lo mismo, rehuía a acercarse a esa barda de piedra, decía que era vigilada por algo, envuelta por algo que no lograba ver; ese lugar era sombrío, aún de día. Esa barda había permanecido ahí, desde que Elsa tenía memoria y en esa barda inmensa se apoyaba parte de la construcción del caserón, parecía sostener la casa, le daba un aspecto de ser una fortaleza. Con más personas en la casona, Elsa se mantenía casi tranquila, "eso" que se había atrevido a entrar a la casa, quizás, sería ahuyentado al ver más personas y más movimiento. Quizás, nunca adivinaría qué era lo que le había atacado esa noche, aunque, todas las noches se lo cuestionaba con un escalofrío que le recorría hasta la punta de los pies.
En sus manitas, Maxi y Gersón, llevaban flores de todos los colores, una de las inquilinas leía en el jardín y Maxi le dio un ramito de flores. los petálos botaron entre las páginas del libro . Entraron corriendo, tropezando y gritando: "¡Yo gané, llegué primero!", "¡No, fui yo!", aventaron más flores en la mesa de la cocina, para que su Bibi las pusiera en un jarrón con agua; Elsa y Dennis entraron después a la casona, Esmeralda conversaba con la inquilina, en el jardín; Elsa se detuvo en seco, algo estaba mal, toda la fruta que había estado colocada en un frutero, en la cocina, estaba regada por toda la alfombra de la sala y el pasillo de la entrada, deshecha, parecía que había sido pisoteada con violencia; los gemelos voltearon a ver a su Bibi y, casi en coro, dijeron: "¡Yo no fui!". Se revisó hasta el último rincón de la casa, nada había sido violado, ninguna puerta forzada, la inquilina no había visto nada, había permanecido ahí por un buen lapso de tiempo, leyendo y no vio nada extraño. Elsa solicitó le instalaran los barrotes en las ventanas. Había peligro.
Llegaron muy tarde, venían del hospital, Maxi había enfermado, con su alta temperatura lo habían mantenido en el hospital, hasta realizarle estudios de laboratorios para determinar qué tenía y controlarle la fiebre. Gersón llegó dormido, en brazos de Esmeralda y Dennis cargaba a Maxi que lloraba, aún sentía molestias y, además, quería a su papá, Dennis intentó comunicarse con Jacobo, su esposo, desde el hospital, pero le rechazó la llamada varias veces, finalmente, le dejó un mensaje de texto, explicándole la condición de Maxi. Al entrar a la casona, estaba en oscuridad, la Bibi de los gemelos intentó iluminar con su celular para que no se tropezaran y buscaba el interruptor para encender las lámparas, "algo" enredó su mano, era el látigo espinoso, trató de mantener la calma y quiso hablar pero, no logro emitir ninguna palabra, Dennis gritó: "¡Quién eres!", "¡Suéltame, idiota!"; Maxi dejó de llorar y quedó en silencio, se zafó de los brazos de su madre, logró llegar con su abuela y le dijo: "¡Bibi, son ellos!"; Esmeralda no entendía, le pareció ver una sombra que se movía, pero, no estaba segura, además logró encender una de las lámparas y, sin soltar a Gersón, llegó a uno de los interruptores e iluminó toda la sala, no había nada, la mano de Elsa tenía pequeñas cortaduras y sangraba un poco, Dennis lloraba suave, no quería asustar a sus hijos, no lograba contenerse, había sido mordida en la mejilla, tenía hilos de sangre y una de sus manos tenía pequeñas cortadas, también sangraba. El silencio era absoluto, lastimaba, el ambiente estaba helado, ahí continuaba esa presencia, se intuía.
Volvieron a la casona, envueltas en su luto negro, Dennis con una gasa en la mejilla y vendada la mano herida, al igual que su madre. Entraron las tres a la casona, tristes, con los ojos hinchados de tanto llorar, arrastrando los pies, oliendo a el perfume de los muertos; se quedaron en la entrada, Elsa y Esmeralda sostenían a Dennis, convulsionada en llanto, no entendía cuál de esas dos muertes le dolía más, una de esas muertes le había roto el corazón, la otra, su psique. Jamás se espera la muerte, jamás se cree que entrará por la puerta, sin tocar, sin anunciarse, ella es Ama de cobrar a su antojo la vida que más desea y, esta vez, había codiciado dos almas. Elsa besaba, amorosamente, las cabezas de sus dos hijas, Dennis, envuelta en los brazos de su madre y su hermana, lloraba, intentaba vaciar todo el dolor que se crea al dejar bajo la tierra a quien más amaba, la tumba en soledad, en esa soledad que, también persigue en vida; la soledad de los muertos se comparte hasta que se está con ellos y es ahí cuando la soledad de la muerte propia se hereda a quien más le ama, esa es la condición del amor, del verdadero amor: "Amar hasta después de la muerte".
A toda hora sucedía este fenómeno, Dennis, demostraba enojo en cuanto lo percibía, quería tener enfrente a esa amenaza maligna para partirla en pedazos, destruirla de una vez, le maldecía con todas las palabras que conocía para ello. Entre sueños, lograba identificar esa presencia y se levantaba con furia, tirando golpes y obscenidades, amanecía con algunas heridas, siempre, esa fuerza extraña, lograba tocarla, al igual que a su hermana y su madre. Una de las familias que vivían en los departamentos que rentaba Elsa, también habían sido tocados por esa fuerza, huyeron con algunas mordidas y heridas en diferentes partes del cuerpo, sólo se llevaron algunas de sus pertenencias, tiempo después, enviaron por lo que habían abandonado, jamás volvieron a la casona. El funeral lo habían costeado con un préstamo, nuevamente, se encontraban sin dinero, hasta que se terminaran las averiguaciones, se podría proceder a cobrar los seguros de vida, estaban a favor de Dennis y, por ello, era sospechosa. Se seguía un proceso legal. Mientras, Dennis, sin un centavo, permanecería con su familia en la casona. No tenía a quien más acudir, algunas amistades le habían dado la espalda, la señalaban como culpable de esa tragedia. Algún día se demostraría lo contrario, tenía fe; Dennis no debía nada, esas muertes ni en la más horrible de sus pesadillas las hubiera imaginado; lloraría su pérdida en medio de su familia y la casona. No tenía a dónde ir y llevarse a todos sus seres amados, lejos de esa fuerza misteriosa que, día a día, les ocasionaba las más extrañas sensaciones de miedo y agresiones.
Dennis, entre sueños, alcanzó a escuchar los gritos de sus gemelos, soñaba que corrían en el jardín, con flores en sus manitas, corrían detrás de su Bibi, su abuela que, también coreaba con sus risas y sus gritos de alegría a sus pequeñitos. El llanto de uno de ellos la despertó de inmediato, asustada, confundida, a sus pies estaba esa mole oscura, sobre la cama, le veía con ojos siniestros, parecía que sonreía y se lamía lo que parecía su boca, era oscuro, sin forma, sólo sus ojos refulgían, aún en esa luz matutina; Dennis temblaba, intentó levantarse pero, "eso" prensaba sus pies, la inmovilizó, Dennis tomó la lámpara de su mesita de noche, se la aventó al cuerpo umbrío, el cual sonrío grotescamente y, lentamente, como deleitándose, se acercó a Dennis. La puerta de la recámara de Dennis se abrió violentamente, era Maxi, seguido de Gersón y su Bibi, le llevaban flores en sus manitas; Bibi colocó a sus nietos atrás de ella, Dennis estaba envuelta en esa masa negra, no podía hablar, miraba con lágrimas a sus hijos y a su madre, suplicaba por sus hijos en su mente; los gemelos le veían en silencio, se asomaban detrás del vestido de su Bibi, estaban sonrojados y sudorosos, su Bibi, trató de protegerlos e intentó sacarlos de la habitación, pensaba rápidamente cómo ayudar a su pequeña hija y no exponer a sus nietos, Gersón se soltó del abrazo de su Bibi y de manera rápida se abalanzó a la masa oscura, puso sobre ella las flores de colores que llevaba, le miró fijamente, con decisión y movió su cabeza, era un "no", un "deja a mi madre", con sus manitas colocadas sobre esa piel negra, velluda, inició un movimiento, como una caricia, no dejo de hacerlo hasta que soltó a su madre, sus ojos brillosos y perversos parecían dormitar, se entrecerraban y volvían a abrirse, mirando fijamente a Gersón y a Maxi, sin descuidar a la abuela. Maxi intentaba escabullirse de la protección de su Bibi, extendía sus bracitos hacia donde su madre, sin conseguirlo. Aún con Maxi en los brazos, Elsa se asomó por la ventana, seguía con la mirada a esa mole negra, de alguna manera logró salir de la recámara de Dennis y llegó a la enorme barda de piedra, no era uno, eran más, cada uno poseía una cabeza y una especie de látigo con espinas, se filtraron en la gruesa pared de piedra, habían dejado manchas de inmundicia, las huella de ellos, Gersón estaba justamente sobre una de esas manchas.
Esmeralda llevaba ropa limpia de los gemelos en un cesto, intentó entrar a la recámara de ellos y, como siempre, las puertas estaban cerradas con llave, era un fastidio, en cuanto se salían de alguna habitación, las puertas se cerraban, era difícil abrirlas, con todo y llave. Sentada, afuera de la recámara, esperaba el milagro de que la puerta deseara ser abierta, al parecer, así funcionaba; Esmeralda estaba harta de vencer a cada puerta y sus dedos también. Aún afuera, hastiada de suplicarle a las puertas para que se abrieran, Esmeralda, con desgano, meditaba lo que estaba sucediendo, era una broma de mal gusto, de quién fuera. De pronto escuchó un ruido violento en la recámara de los gemelos y se asomó por la cerradura, sobre los cobertores de los gemelos, en las dos camas, yacían recostados esos seres oscuros; dos de ellos mordisqueaban el cobertor, a la vez que rozaban, con lo que parecían sus caras, los cobertores lo disfrutaban y se quedaban quietos, como dormitando; en la otra cama, al parecer, era uno, olfateaba el cobertor y, al mismo tiempo, lo hacía jirones, con enfado. Esmeralda salió tropezando en los escalones, aterrorizada, los gemelos estaban con su Bibi, jugaban, voltearon a ver su tía y Esmeralda trató de comportarse para no asustarlos, pero su rostro mudo e impávido, no consiguió dominar sus lágrimas. Los gemelos, aposentados en los brazos de Esmeralda, secaban sus lágrimas y le daban tiernos besitos; Gersón le dijo al oído, "No dejaré que te mate, te amo!"; Esmeralda cesó su llanto y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, advirtió que Gersón y Maxi observaban la gran pared de piedra, con sus rostros serios.
Lograron rentar el departamento abandonado a unos estudiantes, eran tres, de buen carácter y muy efusivos, escuchaban su música con un volumen alto; Elsa lo había permitido y la otra inquilina lo aceptó con agrado, esa casa siempre estaba muy silenciosa, pero era demasiado silencio para ella, realmente agradeció la llegada de esos chicos bulliciosos. En el jardín se reunían todos, en torno a los gemelos, los estudiantes disfrutaban jugar con ellos y un balón, entre la música moderna, habían optado por comer ahí, además, los jóvenes siempre eran visitados por sus amigos, el lugar boscoso realmente era muy agradable para ellos y lo disfrutaban, era una multitud; por unos momentos, la familia de Elsa lograba olvidarse de esos seres. La inmundicia aparecía por todos lados y a sabiendas de que no había mascotas, los estudiantes decidieron espiar por turnos, para descubrir al culpable y ahuyentarlo a palos, para siempre; sólo lo comentaron con la otra inquilina de Elsa.
Los gemelos no volvieron a dormir solos, ahora lo hacían con su madre, no querían separarse de ella por la noche, realmente, querían protegerla, pese a su corta edad, percibían el peligro que les acechaba. Dormían con las luces encendidas, pero, misteriosamente, se interrumpía la electricidad y toda la casona quedaba en oscuridad; la fiesta cotidiana de los chicos era suspendida, se escuchaban los silbidos de los estudiantes, seguidos de canciones mal entonadas, más silbidos y más risotadas, hasta que poco a poco se iban apagando sus gargantas en el transcurrir de la noche. Cuando esta oscuridad forzada sucedía, Elsa y sus hijas rodeaban a los gemelos, casi no lograban conciliar el sueño, se sabían vigiladas, en la oscuridad total se escuchaba una especie de ronroneo grotesco, infame, haciendo que se erizaran los vellos de su piel, por lo menos de Elsa y sus hijas. Casi al amanecer, Esmeralda dormía enmedio de los gemelos; Elsa tomaba la mano de Dennis entre las suyas, lloraba en calma, aún no aceptaba que Jacobo, su esposo estuviera muerto, en ese lamentable accidente de auto también había muerto su amante en turno, era la secretaria de Jacobo, joven y bonita, bueno, lo había sido; Dennis lamentaba todo lo sucedido, le decía a su madre que ella jamás hubiera deseado algo así para ellos dos, amaba a Jacobo, ¿qué sería de sus pequeños?, ¿cómo les explicaría que su padre no volvería jamás?, aún no se los había dicho y ya habían transcurrido varias semanas; el sol ya se asomaba tímidamente y hacía brillar las lágrimas de Dennis y su madre.
"¡Lo ví!", dijo uno de los estudiante, "¡Lo vio!", contestó otro de ellos, "¡No sé qué sea, pero es peligroso!", al mismo tiempo que hablaba, les mostraba la mordida en una de sus manos, "¡Quise atraparlo, pero me aventó, al mismo tiempo que él me atrapó la mano, vean como me dejó!", acto seguido, mostraba la mano a todos, nuevamente, incluyendo a la inquilina que gustaba de leer; "¡Me las va a pagar, a la próxima, lo mato!", dijo el estudiante herido; "¡No carnal, lo matamos!", dijo otro de ellos; Elsa y sus hijas se miraron entre sí; a unos metros estaban los gemelos en el columpio que colgaba de uno de los árboles, habían dejado de jugar impulsándose en él, quietos, no apartaban la vista de la enorme pared de piedra, sus rostros serios, sin sonrisas, veían más de lo que nadie se pudiera imaginar.
Gritos de auxilio, en la noche, vidrios rompiéndose con grave alboroto; Elsa y Dennis cruzaron el jardín corriendo al departamento de los estudiantes, estaba todo oscuro, aunque ellas sí tenían sus lámparas encendidas en la casona; uno de los estudiantes estaba cerca de la enorme y gruesa pared de piedra, tirado enmedio de las flores, otro de los chicos trataba de reanimarlo, el tercero, pisaba a fondo el acelerador de su auto, alejándose del peligro. En el hospital, el joven estudiante, lloroso y tembloroso, fue atendido, al igual que su amigo, ambos tenían graves mordidas y heridas múltiples en todo el cuerpo. La inquilina del otro departamento se encontraba dando fe a la autoridades del hospital, ella había logrado ver desde su ventana parte del ataque a los chicos. Solicitó enviaran una patrulla y a un servicio de control de fauna nociva y peligrosa, por teléfono, alegando que eran dos o tres bestias, que ella los había visto y que, además, temía por su seguridad.
Ambos departamentos fueron abandonados. Elsa y sus hijas no sabían qué hacer, a dónde ir. Elsa les había suplicado a algunos familiares que les permitieran pasar una temporada con ellos, en lo que lograban volver a rentar la casona y poder pagar el alquiler de una vivienda, todos se negaron; desde la enfermedad de Elsa, muchos de ellos se habían alejado, no deseaban ningún compromiso con ella, sin dinero, sin casa, con deudas; qué tal que quisiera pedirles dinero y, después, cómo les iba a pagar. Veían a Elsa como "no apta" para pertenecer a su familia, en realidad, era una carga para cualquiera. Dennis, era sospechosa del accidente de Jacobo, por lo tanto, entre más lejos de ellas, mejor. Se habían transformado en la familia incómoda e indeseable de la parentela.
Cenaban, estaban agotadas, demasiadas emociones, aún no eran las ocho de la noche y ya deseaban tirarse en la cama; los gemelos estaban muy silenciosos, no probaban bocado, sólo veían a su madre, a su Bibi y a su tía, sus caritas serias, se extrañaba la algarabía de ellos, Dennis estaba preocupada. Alguien tocó a la puerta, era el agente de la aseguradora, le entregó a Dennis los cheques de las pólizas de los seguros de vida que había adquirido Jacobo, "¡Hay que pensar en nuestros hijos!", decía Jacobo cada vez que pagaba la adquisición de uno de los seguros de vida, cuánta razón había tenido. Con ese capital podrían irse a donde quisieran, invertir para el futuro de todos y, principalmente, para abandonar inmediatamente la casona, alejarse definitivamente de ese peligro que les acechaba, sentenció Dennis.
Las maletas volvieron a ser llenadas de manera urgente, lo que se caía fuera de ellas, ahí se quedaba, corrían de recámara a recámara llevando y trayendo ropa, no debían olvidar los tenis de los gemelos, no olvidarían los documentos oficiales, sólo lo necesario, no llevarían más, después enviarían por lo que se quedara. La casona familiar sería vendida, como terreno, como lo que fuera, pero se olvidarían para siempre de ese malévolo lugar. Los gemelos pateaban débilmente el balón en su recámara, tenían sueño, Gersón se chupaba el pulgar de la mano izquierda, advirtió su Bibi, adquirió ese hábito después de ver a su madre en peligro con esa mole sombría, no lo hacía anteriormente. Alquilaron un servicio de taxi, en dos autos metieron maletas, bolsas de plástico atestadas con ropa y cobertores, huían, eso era lo que estaban haciendo y lo admitían entre ellas, los dos choferes les ayudaban con las últimas bolsas que estaban en la sala, cuando la casa quedó en oscuridad, Dennis corrió a uno de los autos, ahí, adentro, estaban los gemelos con su Bibi, listos para partir, dormidos, seguramente. Los autos estaban casi en la entrada de la casa, había sido necesario estacionarlos entre los rosales y demás flores, había luna llena e iluminaba el jardín, filtrándose entre las ramas de los árboles. Ambos autos estaban vacíos, ni los gemelos, ni Elsa; Dennis gritó alarmada, pidió ayuda, corriendo por todo el jardín, en busca de sus hijos y de Elsa, salieron de la casa Esmeralda y los dos choferes, al escuchar los gritos de Dennis, Esmeralda corrió hacia la enorme pared de piedra, hacia atrás de la casona y les pidió a los choferes que la ayudaran, Dennis hizo lo mismo. Los gemelos estaban rodeados en ese abrazo oscuro, Gersón, estirándose, acariciaba con su manita izquierda a su Bibi, que estaba en el suelo, desplomada, Maxi parecía dormido, sólo se veía su rostro; Esmeralda y Dennis zarandeaban a la masa velluda y espinosa, tratando de arrebatarles a los gemelos, a su vez, les suplicaban a los dos choferes que las ayudaran, uno de ellos ya trataba de reanimar a Elsa, el segundo chofer se abalanzó sobre esa masa, tratando de ayudar a sus clientas. La masa negra se adhería firmemente a la enorme y gruesa pared de piedra, los gemelos parecían ser absorbidos por ella. Entre esos ojos extraños, brillantes, perversos, emergía ese ronroneo, ahora más suave. El cabello de Dennis, alborotado, se perdía en esa negrura, al igual que el chofer.
Al amanecer, personal de seguridad del servicio de envíos, se hallaba inspeccionando las unidades de taxi, había una patrulla y dos ambulancias, una de las ambulancias tenía a Elsa, la Bibi de los gemelos, en una camilla. Sentada sobre las rosas marchitas, Esmeralda, con la mirada fija en la enorme y gruesa pared de piedra, era atendida en sus heridas, eran varias, profundas, en sus brazos, cuello, rostro, su blusa blanca, manchada de sangre, no sabía de quién era la sangre que entintaba su blusa; un oficial le extendió los cheques de la aseguradora, los había encontrado en la entrada principal de la casona, le reiteró que los tomará; el personal de seguridad del servicio de envío le cuestionó acerca del paradero de sus dos choferes, de su integridad física y algo más; Esmeralda dejó de escucharlos, el bullicio de su mente le consumía toda su atención. Esmeralda, a lo lejos escuchaba la vocecita de Gersón, percibía su delicado aliento cuando le dijo al oído, "¡No dejaré que te mate, te amo!", en cada mejilla herida, sintió un tierno beso húmedo, así le besaban Gersón y Maxi; en la cabeza percibió el beso de su madre y el roce del abrazo pleno que le entregaba Dennis, su hermanita. Esmeralda, ahora, sostenía la mirada en la camilla donde yacía Elsa, su madre, la Bibi de los gemelos, una sábana blanca cubría su rostro. De las flores marchitan, emergió un dulce aroma, llevado por una suave brisa, envolviéndolo todo.