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sábado, 27 de mayo de 2017

Grito desesperado

Un grito desesperado, cierro mis oídos
¿Qué importa el dolor?
Entrega total
¿Qué hago conmigo?
No quiero hacer algo incorrecto
Dime, ¿qué es lo correcto?
Nadie me abandona, eso lo hago yo
¿Por qué me destruyo?
Me tiro al precipicio
¿Podré rescatarme?
Mi llanto es vacío, sin clamor
¿Silencio?
Sé qué soy, sé qué existo
¿Debo encontrarme?
Perdí la vereda, no hay camino
¿Busco mis pasos?
Me hundo en silencio e indiferencia
¿Negación,  más?
Llevo marcas
 ¿Huellas turbias?
Caídas continuas, nada me sostiene
¿Ni señal, ni olvido?
La soledad me habita, me enlaza
¿Lágrimas, indolencia?
Pesar, titubeo
¿Miraré mi alma?
Mi mente en quebranto
¿Seré un bálsamo?
Juicio y castigo
¿Acaso, no soy mortal?
Tropiezo, vuelvo a tropezar, me hundo
¿Tenderé mi mano?
Eco al  silencio
¿Debo mentir o hablar verdad?
Hallé un infierno, sí existe
¿Qué hago aquí, quién me sentencia?





La promesa del sol

Hundiéndose lentamente el sol
en el horizonte lejano,
dejaba en oscuridad a la sal del mar y 
ella, en sus cristales,
conservaba las últimas tonalidades
del astro rey,
las cuales refulgían casi en oscuridad y
eran transformadas en agua de metales;
así se despedían,
con la promesa del sol de bañarle con
sus primeros rayos del día siguiente y
hacerla brillar cual oro pulido...






La secta


Tysia, entre risas, le dijo a Ana Ceci, hablando por teléfono; "¿No es una secta satánica, verdad?", Ana Ceci, no contestó, Tysia, aún riendo, habló: "¡Es broma!", "¡Por supuesto que te acompaño a tu reunión, tengo tiempo!". Ana Ceci le dio la dirección.  Con diez minutos de retardo, llegó Tysia a la dirección correcta, sin encontrar a su amiga, en ese momento recibió una llamada de Ana Ceci, a su celular, le indicaba que no se moviera del lugar, pasaría por ella en unos minutos.  Ana Ceci llegó caminando, iba elegantemente vestida de rojo y negro, estaba irreconocible, encantadoramente ataviada, parecía modelo de revista; se saludaron efusivamente y Ana Ceci aclaró que la fiesta sería en otra dirección, un auto último modelo, negro, pasó por ellas y las trasladó al lugar de la dichosa fiesta.  Ya era de noche cuando llegaron a una gran mansión, rodeada de majestuosos árboles, al fondo de la mansión, Ana Ceci aclaró que era un restaurante exclusivo, que sería interesante y divertido, "¡Es una sorpresa!", "¡No te arrepentirás, lo juro!", dijo Ana Ceci; vaya qué era exclusivo, Tysia admiró varios autos deportivos en el estacionamiento, todos de color negro, todos los autos eran modelos recientes y, realmente, ese estacionamiento era un bello y fastuoso jardín, hermosamente iluminado, con infinidad de rosas rojas, de hecho, la mansión parecía emerger de ese lecho de interminables rosales rojos. Parecía un sueño.

La entrada era reducida y sombría, no entraron por la puerta principal, ingresaron por una puerta trasera, subieron varias escaleras muy estrechas, e interminables, casi no se veían los peldaños con la sutil iluminación en color rojo, Tysia tropezó en dos ocasiones, era una mansión muy grande.  Entraron en un gran salón, ya había muchas personas, vestidas con distinción.  En una mesa larga, que sugería un altar, había una gran cantidad de velas negras y pequeños ramos de rosas rojas en recipientes pequeños, todos de color negro, el mantel blanco destacaba en todo el decorado sombrío del salón, imperaba la iluminación con focos rojos, enfrente de la mesa había varias sillas vacías, Tysia fue invitada, muy cordialmente, a que ocupara un lugar en esas sillas negras.  Ana Ceci, se sentó detrás de ella y le susurró al oído: "¡Te va a gustar, ya verás, tu tranquila!", Tysia volteó a verla, y sonriendo  le susurró: "¿De qué se trata?", "¿Acaso, es una broma?", "¡Estos colores son una locura!", "¡Parece un macabro San Valentín!"; Ana Ceci le tomó la mano, muy seria, diciéndole muy discretamente: "¡No te puedo decir nada, tranquila, no pasará nada malo, aquí estaré contigo, no te abandonaré!", "¡Soy tu amiga!".  Llegaron otras personas con cara de susto, obvio, eran invitados, los delataban sus gestos y, además, vestían de diferentes colores, eran llevadas del brazo por una dama muy atractiva y elegante; se acercó otra persona y le ayudó a instalar a los invitados, junto a Tysia. La mayoría de las personas vestían de rojo y negro, sólo unos cuantos lo hacían de negro, totalmente; el salón fue cerrado.   Casi al unísono, todos los ahí presentes se colocaron una capa negra con capucha, el movimiento de las telas, rozándose entre sí, había creado una melodía de viento sin igual.

Tysia observó a su alrededor y, en la penumbra, se veían más personas, sólo lograba entrever las siluetas de las capuchas negras. Definitivamente, esta vez sin bromas, eso era una secta, banda de herejes, embusteros, se dijo Tysia internamente y se puso en alerta, algo no estaba bien.  Una música extraña invadió el ambiente, era una mezcla de música esotérica y una marcha funeral,  fue presentada una mujer de unos 50 años, como la líder, le llamaron "la madre", era de singular belleza, alta y delgada, con modales exageradamente refinados, portaba unos lentes oscuro, algo risorio para la iluminación tan tenue y sombría del salón, Tysia distinguió unos primorosos encajes negros en los puños que lucían en la blancura de las manos de "la madre".  La líder  pidió cerraran los ojos para meditar e inclinar la cabeza, todos, incluyendo a los seis invitados con gesto de desconcierto, lo hicieron, Tysia, discretamente, recorrió con la mirada a las personas que estaban cerca de ella y a las que estaban detrás de la mesa, una de ellas, vestido de negro absoluto, le observaba, pudo notarlo, no lograba ver su rostro por la penumbra que imperaba, pero percibía su fuerte energía y su enojo, un halo de un ligero resplandor le envolvía; Tysia, mesuradamente, escudriñaba el origen de esa luminosidad, sin lograrlo, decepcionada.  La líder hablaba pausadamente e invocaba a la fuerza interna de cada uno de los presentes, hablaba de una fuerza superior, de un Manty o algo así.  Tysia, no brindaba interés a esa verborrea, seguía ocupada viendo la postura de las manos, todos las mantenían de una forma torcida y entremezclando los dedos; Tysia saltó, la mano de Ana Ceci le tocaba el hombro y le dio dos palmaditas, parecía que quería tranquilizarla.

Les entregaron unas pulseras rojas con una figura extraña, parecía una cruz y otro dije extraño, fueron exclusivamente para los seis invitados, además, les obsequiaron un collar con unas pequeñas esferas, parecían perlas, pero eran una combinación de dorado y rojo metálico, ambas joyas con dijes extraños, con aplicaciones de cristales transparentes y rojos de un brillo fantástico,  en el centro del collar estaban los mismos dijes que colgaban en la pulsera roja, les pidieron que se los pusieran, acto seguido, fueron recibidos con un aplauso, una bienvenida de miradas extrañas y sonrisas indiscretas, algunos lo hacían con sonrisas torcidas, varios de los invitados no lograban acomodarse en sus sillas, se movían  continuamente, no encontraban la posición adecuada.

La líder dio un discurso, del cual Tysia sólo entendió que les invitaban a crecer, a empoderarse sobre los demás y obsequiarse a Manty, Mantry, o lo que fuera, el acento de "la madre" era extranjero, arrastraba las palabras, observaba fijamente a través de sus lentes oscuros, a cada uno de los seis invitados; Tysia no lograba colocarse la pulsera, el broche era muy pequeño, con sus largas uñas que se lo estaban dificultando, de forma reservada, hacía intentos por cerrar el broche, "la madre" se acercó y con gran habilidad le colocó la pulsera, después acarició su mejilla derecha, Tysia, involuntariamente, alejó el rostro de esa mano helada y rasposa, asemejaba una lija para madera. Tysia, ya acostumbrada a la penumbra, veía cómo los otros les observaban con avidez, ellos no apartaban su mirada intensa de los invitados, era molesto; de la parte de atrás, varias manos le acariciaron su ligeramente abultado abdomen, la cintura, la cadera, los brazos, el cuello, la cabeza y la espalda, parecía que se habían puesto de acuerdo, todas esas manos lo hicieron casi al mismo tiempo, Tysia, se levantó, incómoda como estaba, deseaba salir de ahí, se sentía un ambiente pesado, asfixiante, nadie le iba a toquetear sin su consentimiento, sintió, con brusquedad, unos brazos que la obligaron a sentarse, era Ana Ceci, en susurro cortante le ordenó, "¡Te calmas o no respondo!".  Tysia no podía dar crédito a ser obligada a permanecer, dos de los otros invitados intentaron hacer lo mismo, cuando vieron el trato hacia Tysia, acto seguido, con el mismo resultado, los obligaron a sentarse con rudeza.  Fue ahí cuando la líder, "la madre", se acercó a ellos, con gran ternura les habló y les preguntaba a cada uno de ellos si estaban dispuestos a dar el "Sí", de frente, les acariciaba con suavidad el rostro y la cabeza, al mismo tiempo que las manos de los que estaban detrás de ellos les adulaban con vehemencia; "la madre" se esmeraba recordándoles que obtendrían grandes beneficios que había mencionado anteriormente, un discurso que Tysia había ignorado, ideando la forma de escabullirse de esos lunáticos y salir huyendo.

Los primeros dos invitados dieron el ansiado "Sí", quizás habló por ellos la prudencia y el miedo; Tysia, sin disimular su desagrado, quiso hablar, pero las manos de Ana Ceci y alguien más la obligaron de manera ruda a callar y a continuar en su postura, Ana Ceci se acercó y le dijo al oído; "¡Acepta, di que Sí, o no saldrás de aquí!"; Tysia se desprendió de las manos que la contenían y se levantó violentamente, más tardó en hacerlo que en lo que la volvieron a sentar y una mano fuerte le cubrió la boca.  En su turno, la líder con sus lentes oscuros le cuestionó si otorgaba el "Sí", Tysia se negó, al mismo tiempo que recibía un golpe cruel y seco en la espalda de mano de Ana Ceci, Tysia airada, exigió le permitieran salir o serían acusados de secuestro.  Una mujer que la veía en la penumbra se acercó a Tysia, inmediatamente, la tomó de la barbilla y  la nuca, la dominó con una fuerza impresionante, forzándola a dar un "Sí" con la cabeza.

Tysia, con una copa en la mano, de la cual no había logrado beber, ese vino era pesado, viscoso, olía horrible, le causaba repulsión; en general, la sect solicitaba más copas del misterioso vino, se deleitaban con fascinación en él. Tysia no disimulaba su furia, su enojo, principalmente a Ana Ceci, por colocarla en esa postura tan peligrosa con esa bola de fanáticos, a algo que no lograba entender; estaba a punto de estallar por la gran impotencia que sentía por ser impedida a ausentarse de la reunión, el brindis era en honor a eso tan "sagrado" que les daría una vida llena de lujos, todo era tan incomprensible, parecía que hablaban en clave, no captaba nada de lo que exponían, incluyendo a los otros invitados, que intercambiaban miradas rápidas entre sí, de miedo, frustración, de asombro, pero, principalmente de pavor.  Los invitados fueron colocados frente al mantel blanco, entre caricias descaradas, cada uno de ellos encendía un grupo de cuatro velas negras, fueron colocadas en forma de cruz y en la cabeza de la supuesta cruz estaban los ramos de cuatro rosas rojas, cada ramo debería de ser besado por cada invitado, tres de ellos fueron obligados a hacerlo, Tysia, entre ellos, una chica muy joven lo hizo llorando, llevaba un vestido floreado y sandalias blancas, logró tomar del brazo a Tysia y se aferró a ella con gran fuerza, Tysia percibió la humedad de su mano y su temblor, no entendía quién de las dos temblaba más, si era por lo macabro de la ceremonia o las caricias subidas de tono con que eran arremetidas por la sect.

Iluminaron un poco más el salón, ahora se logró apreciar con más precisión el decorado, largas y gruesas cortinas en brocados rojo y negro cubrían los enormes ventanales, eran veinte, de gran altura, al igual que el techo del enorme salón, las lámparas de araña, antiguas, probablemente de bronce, habían sido encendidas, eran diez y aún así no lograban iluminar del todo, esto debido a los colores en negro y rojo encendido que imperaban en todo el decorado y en el vestuario de todos los adeptos, tanto varones como damas portaban sólo estos dos colores, la mayoría de las mujeres lucían vestidos largos, algunas llevaban minifaldas o vestidos cortos con medias negras y tacones negros; sus cuellos y manos destellaban con las pulseras y collares idénticos a los que les habían obsequiado a los seis invitados.  El lujo era exuberante.

La gran mayoría de los adeptos se acercaron a los invitados, los acorralaban con arrumacos frenéticos, mimos vigorosos y roces eróticos; lentamente, embelesados, les besaban en ambas mejillas,  cuatro besos en total, además eran olfateados cínicamente; de manera curiosa, algunos seguían olfateando a dos o más de ellos, sonreían siniestramente al detectar al indicado y le proporcionaban un pequeño o mediano obsequio negro, varios de la sect besaron en la boca a los invitados, en ultraje, hasta convencerlos, orillándolos hasta el paroxismo y ser correspondidos en su límite.  A los pies de los seis invitados se habían acumulado innumerables obsequios sobre la alfombra roja, excepto con la chica del vestido floreado y sandalias blancas, frente a ella se contemplaban alrededor de diez obsequios solamente.  Se acercaron los amigos de los invitados y de rodillas, ambos, abrieron todos los obsequios, Tysia no dejaba de lanzarle miradas de puñal a Ana Ceci, en cuanto estuviera a solas con ella, fuera de ahí, le daría unas bofetadas por exponerla a ese clan de locos degenerados, la conocía desde hacía varios años y nunca habría adivinado que su amiga sería capaz de esa tortuosidad hacia ella.  Infinidad de joyas valiosas y fajos de billetes eran los obsequios, era incalculable todo lo que tenía cada invitado entre sus manos, al grado de cambiar dramáticamente los rostros de miedo a miradas y sonrisas de codicia de algunos de los invitados, incluyendo a la chica del vestido floreado, a la cual le habían obsequiado dos collares en oro y piedras preciosas, además de varios gruesos fajos de billetes, su sonrisa enorme daba el "Sí", sinceramente, no importaba si la doctrina era falsa,  ni si el culto era una ortodoxia definida, ellos simplemente ya se estaban consagrando, sin restricción alguna, su "Sí" era ya una entrega absoluta, un juramento.  Casi todos recorrían con los dedos los billetes, los revisaban e intentaban hacer un cálculo mental de todo lo que tenían frente a sí, el temor había desaparecido por arte de magia. La sect les acechaba con un brillo insano, de enajenación en sus ojos; había quienes se acariciaban los labios con la punta de su lengua. Se adivinaba el placer en la mayoría de la sect, en un delicado vaivén contoneaban su cabeza o sus hombros, entornando los ojos hacia los seis invitados.

Nuevamente las luces se hicieron más tenues, "la madre", con sus lentes oscuros les indicó a los seis invitados agradecieran los obsequios de bienvenida, haciendo énfasis de que en cada prueba que superaran recibirían la misma dotación de obsequios, dependería de cada uno de ellos obtener más presentes.  Lealtad, obediencia absoluta y buscar a su futuro invitado, el invitado debería de reunir el perfil de ellos: de gran confianza, solo (sin familia) y  en austeridad o gran necesidad económica; se les concedía un tiempo límite para presentar a su invitado, se tendrían que dedicar a ello como prioridad, en cuerpo y alma, sin distracción.  Además, para no tener problemas fiscales y por el obvio giro económico, serían instalados en grandes empresas, con puestos de altos ejecutivos, de esta forma justificarían su nuevo estilo de vida.  Los invitados ya sentían el poder, serían protegidos, serían especiales, vestirían como ellos, disfrutarían  lo que jamás habían aspirado, ni en el más remoto de sus sueños.  Ignoraban si serían condenados. Nunca cuestionarían el velo religioso que les impondrían.  No habría conciencia, se someterían a lo que les fuera impuesto.  Vendían su alma, ni siquiera sabían a quién o a qué.  Don dinero y don poder habían hablado.

Creían estar soñando, los invitados, realmente asombrados, con espanto a despertar.  Ya sin recelo, harían todo, todo lo necesario para no salir de esa nueva vida prometida que aún no iniciaban.  Sin mantel blanco, sin velas y rosas, la mesa de mármol negro lucía una caja larga de terciopelo, en negro y rojo con sus símbolos extraños, en dorado; "la madre", con sus lentes oscuros,  de voz solemne e inclinándose ante la presencia omnipresente de  Jayri, el elegido, el gran maestro; Jayri se incorporó con su halo de un ligero resplandor que le seguía envolviendo; había permanecido sentado en una silla de respaldo alto, era una silla antigua, sobria, de estilo aristocrático, en terciopelo color rojo; el elegido portaba su capa negra, con capucha, únicamente se lograban ver las joyas que resaltaban en su traje negro, el rostro era negado, se advertía oscuridad en esa capucha negra. El silencio hermético imperó, Jayri habló con voz estruendosa, pero, haciendo uso de frases tiernas, como un padre hablando a sus hijos pequeños, con acento extranjero.

Todas las miradas se posaron en la chica del vestido floreado, automáticamente, el resto de los invitados se hicieron a un lado, dejando en la mira a la chica, quien ya se cubría la boca con ambas manos, en la mano derecha aún tenía los dos collares valiosos que le habían obsequiado.  "La madre" con una habilidad increíble, casi saltando sobre ella, la tomó del talle, con gran fuerza; en un instante, varios de los seguidores sostenían a la horrorizada chica sobre la mesa de mármol negro; Jayri invocando a su tal Manty o Mantry, al mismo tiempo que abría la caja larga de terciopelo negro y rojo, quedando al descubierto una daga preciosa con hoja curva, con caracteres extraños e incrustaciones de piedras preciosas en rojo, en toda la pieza, incluyendo la empuñadura, la hoja tenía dos filos y esa obra de arte refulgía mortalmente, tenía sed; el elegido, Jayri la sostuvo en lo alto con sus dos manos pálidas, las cuales lucían la pulsera que portaban todos los adeptos y los invitados; ante las miradas deseosas, de frente, de reojo, de todos los presentes, iniciaron un murmullo qué culminaba en las tonalidades de la música rara que habían escuchado casi al inicio.  Nuevamente, se hizo un silencio total, sólo el jadeo turbado de la chica del vestido floreado era la única distracción de la ausencia del sonido.  El elegido musitó una palabras y Tysia, adivinando el holocausto, se abalanzó sobre Jayri y "la madre", tropezando con las joyas y billetes que estaban a sus pies; Ana Ceci fue la primera en reaccionar, estaba cerca de su amiga y  estrelló la copa con un poco de vino en el rostro de Tysia, al mismo tiempo que le tomaba del cuello, con fiereza, gritándole: "¡Estúpida, cuánto te odio!". En el forcejeo, volaron los lentes de "la madre" y Tysia se encontró con dos oscuras cavernas en el rostro de la líder. Entre el rostro oscuro del elegido y el rostro descompuesto de su querida amiga, Ana Ceci, llena de odio y sus palabras confirmando ese odio, Tysia fue golpeada, no supo más. 

La sect, en gran algarabía, festejaba, todo el rito se había consumado, su profecía de amor había sido saciada, colmados sus instintos, sus caprichos agudos más ocultos estaban realizados. Sus nuevos miembros ya habían colocado sus obsequios en maletas negras de fina piel, dos de las maletas llevaban manchas de sangre, nadie las distinguió, sólo "la madre" se percató de ello y le exigió a Ana Ceci limpiara esas manchas rojas.  Antes de la salida del sol, entre abrazos exaltados y sus cuatro besos, algunos besos se obsequiaban temerarios, hechizando, con delirio y muchos besos eran devueltos con la misma técnica o eran superados en entusiasmo; los cuatro besos eran la promesa de un próximo rito, se despedía toda la sect con este contacto, así se garantizaba ese sacrificio, esa promesa sagrada de sangre; se retiraban en paz, en empalago, desfogados, algunos en sosiego; otros más, insatisfechos, codiciando ya el siguiente rito. Cada nuevo miembro era envuelto, antes de salir del gran salón, en una larga capa negra con capucha, la capa era colocada por las manos pálidas de el elegido, el gran maestro con su rostro sombrío, sin ser mostrado,  envuelto en su capucha, rodeado por ese halo de ligero resplandor, Jayri depositaba a manera de despedida y de promesa, cariñosamente, con una energía palpitante, los cuatro besos en las mejillas de los cinco nuevos seguidores, incluyendo a la chica de vestido floreado y sandalias blancas.






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miércoles, 24 de mayo de 2017

La agonía del amor

Por qué me condenas?

En frigidez, su seco corazón, evapora desprecio.
Palpita insensible a los días de estío, donde fallecíamos de amor.
Desdeña la agonía del fuego sagrado de mi fiel corazón.
¿A dónde irá el calor ardiente, la agitación embravecida de esta pasión?

Quema el hielo de sus ojos apagados.
Mira sin ver en la distancia.
Esquiva mis luceros ardientes.
¿A dónde fue su mirada qué refulgía como el fuego mismo?

Habla en apatía y frialdad.
Desvía su mejilla y su boca de mi tibio beso.
Mimos inexplorados, brincando al viento, en extravío.
¿Qué fue de ese ardor cuando aprisionaba mis labios?

Su abrazo lisonjero, gigante, abierto,
Qué urgía despacio en mi cuerpo y se hacía estrecho,
Hoy tan negado, mueren mis brazos sin el hilván de sus dedos.
¿Cuándo se llenó de vacío ser ceñida en la protección de ese lazo?

En desolación, sus letras desfallecen en el olvido.
Arruinó la llave que tenía para escribir la poesía.
Sediento mi sentir del verso qué codiciaba recorrer mi alma.
¿Dónde anidan esos símbolos sagrados qué culminaban en frenesí?

En su soberbia y desdén a este tierno corazón,
Mi corazón qué yace en tinieblas sin él, agonizante,
Muere mil veces, sin morir, en gran tortura,
Sólo se extingue en sombría condena con su deserción a este amor.

Eterno se hace el tiempo ante el sufrimiento.
Perpetuo el pesar amargo sin el latido de todo su ser.
La agonía del amor se torna infinita.
Ignoraba que existen lágrimas de fuego, por la profunda tristeza y
La insaciable avidez a su  querer, por la inminente muerte.

Aún envuelta en miles de llamas negadas a extinguirse,
Me rodea, apretando gélidamente, su desamparo a este cupido caído.
¿Habrá desenlace a esta aflicción, será pesaroso en su amnesia a esta falsa ilusión?
¿A dónde se ausentan los suspiros, los roces, los "te amo", el vacío de sus palabras,
El deseo, las miradas que hablaban y acariciaban, los corazones rotos,
Promesas incumplidas, tantas ilusiones, el encantamiento qué seducía,
La consagración de su cuerpo, la bendición de su amor?
Por qué ahí quiero ir a vivir yo.

Eres una daga clavada dulcemente en mi corazón, un hechizo, maleficio de amor.
Esta daga qué alguna vez dio vida, ahora será mi muerte, lenta, en silencio y
De no morir de esta agonía, aprenderé a vivir con ella.
Caminaré sola, sin magia, en adversidad, con un hueco en mi mano,
Y, aunque me arranque un pedazo de mí,  sé qué,
Algún día, aprenderé a vivir sin ti.





Esplendor en otoño


Inhalaba suavemente el dulzón de su inocencia.
En todos los aromas deleitados, la novicia le corrompía.
Era su risa cristalina, sincera, cual sonora melodía de sirena.
Eran sus ojos llenos de sorpresa el encantamiento que le seducía.
Sus manos pequeñas se asían al estropeado amor que se le ofrendaba.
Esa boca inexperta, ambiciosa de ser adulada.
Sacudiendo el miedo original, reclamaba el arrullo de sus brazos secos.
Así, ansiaba, temerosa, ser aprendiz de ese amor en otoño.
En sobresalto y candor, naufragó en esas sienes de plata.
En torpeza, aspiraba dar el beso maduro que  no había estrenado.
No existen las temporadas, ni los espacios, cuando se ama,
Y, aunque era otoño, sus manos enlazadas estrechamente,
Existían sólo para ellos en los días, meses,
Años, inventos de fases que no existieron.
El capullo tierno de ese amor será perpetuo.
No se detendrán los tiempos, es ineludible ese deseo,
Pero, el recuerdo del esplendor en otoño, será eterno.



Bisutería con búhos



domingo, 21 de mayo de 2017

No temas

¡Arrasaron con todas tus huellas
Tu memoria derrengada en ellos
Nada quedó de ti
Ni piedra sobre piedra
Codiciosos rampantes
Dicen qué nunca exististe
Mienten los mentirosos en su verdad
Niegan con los ojos cerrados tu foto cuando los ves
Te ignoran hasta con su corazón que tú hiciste palpitar
No temas, hermosa mía
No perteneces a mis reminiscencias amadas
Aún escucho tu presencia arrullando mi mano
En bruma me visitas en mi caminar
Con nitidez estás en mi soñar
Me sigues amparando en la oscuridad
Tu muerte no fue certera, vives
Discierno tu buen amor
Bruñido tu recuerdo en mí
Cree, no te has ido, nunca lo hiciste
Vivirás en mí hasta que me desvanezca!

Los colores del amor

A veces, el amor se siente en diferentes matices,
algunos dicen que es blanco,
otros le ven en rosa, hay quien asegura es rojo,
hasta lo han tocado en arcoiris;
alguna leyenda dice que son flores de diversos colores
y especies;
los mortalmente heridos dicen que:
han probado el sable del amor en negros colores.
¿A quién hemos de creerle?


Será la Muerte... Amor?


Será la Muerte... Amor?
Ella a mis sueños te devuelve, hablas sin dolor, sonríes sin tristeza y mitigas mi aflicción!


Será la Muerte... Esperanza?
Entre la bruma de mis sueños, ella, te torna, transmites paz, una serenidad que va sanando tu vacío e ilumina mi alma sombría!


Será la Muerte... Compasión?
Me siente padecer y ella, en su piedad, te permite regresar en mi ensueño, aliviando mi corazón en reposo!

 

 

Bordado con listón



Galería "Cire"

Artesanías


jueves, 11 de mayo de 2017

Tánatos


A la osadía!

Había muerto joven y, se opuso a desaparecer, se soltó del abrazo de la muerte, con gritos mudos, le había exigido a Dios: piedad, vida; a la muerte: que detuviera el tiempo, que se olvidara de él, de su trance; nunca supo quién le cedió no morir, ya muerto; no sabía si la vida o la muerte le había sonreído y temeroso de romper el pacto con el Mayor, optó por ser invisible a voluntad propia, así, no le reconocería el ser más superior y ésta es la historia de un ser nacido del dolor de su propia muerte. Sus ojos rojizos, iracundos, de fuerza bestial. Atravesaba personas y objetos. Podía ser tocado a voluntad de él, poseía sombra, podía estar a la luz del sol. Decidía a quién mostrarse y a quién no, aunque era invisible.  Cuando se mostraba a alguien, lo hacía con los puños cerrados, con cualquier tipo de luz, no podía ocultar sus garras, en la penumbra, éstas,  se transformaban en manos.  La gran casona antigua, herencia familiar, parecía sobrecogerse con la existencia de este ser maligno, de que habitara en ella; dejó de crujir, la calidez tenue de su ambiente desapareció, imperaba el silencio absoluto, lastimaba los oídos y un frío gélido se palpaba, se respiraba; las personas que pasaban frente a la casona percibían súbitamente la maldad y volvían en sus pasos, envueltos en un aire helado; en poco tiempo ese camino boscoso se hizo intransitable, macabro, girando inesperadamente en pequeñas corrientes un viento del olvido.

Manipulaba lo que le rodeaba, podía herir a personas y lanzar objetos, miraba al futuro, de forma turbia, pero, con ello lograba planear cómo cazar a sus vivos, su sacrificio tan deseable, tan apetitoso; odiaba esa sed de sangre que le quemaba, qué deleite al beberla, aquí, se arrepentía de odiar esa sed, la amaba.  Había dejado de ser humano, era un animal, una bestia.   Trataba de mantener en su mente que no era todopoderoso, tenía que recordárselo a diario, no era un Dios; dependía de ese ser, quien fuera; ese Dios lo reclamaría a voluntad, de proponérselo; mientras, mantendría a esa Divinidad satisfecho con la sangre de sus víctimas, de sus corazones juveniles qué latían impetuosamente, al grado de saltar entre sus garras, incontenibles, varias veces, esos corazones ansiosos de vida caían de sus dedos torcidos, eso lo exaltaba más, se negaban a morir, al igual que él y se extasiaba al pensar que les negarían el pacto, exclusivo de él.  El enemigo invencible de los humanos era el tiempo y la muerte, él, Tánatos, los había derrocado.

Se negaba a ser descendiente de Caín, lo era, por ello había heredado la oscuridad. Se desconocía la forma de purificarle o expulsarle. Se ignoraba cómo invocarle o controlarle. Deseaba venganza, de su muerte, de su juventud truncada.  Al paso de los años ya estaba harto. Jamás sería viejo. Deseaba contagiar su terror a la muerte, a la vida, su miedo a la soledad, su repulsión a su despreciable familia, pues recordaba su vida pasada y esto era un precio que pagaría siempre, una cadena maldita. Qué los demás pagaran por sus pecados, eran carne, eran piltrafas para ser amalgamados y fundidos en estrago.  Quizás buscaba, sin saberlo, el perdón, ser castigado... nunca lo sabremos. Todos los demás eran una bola de pendejos, estaban locos, no merecían vivir, deseaba lastimarlos, destruirlos, destrozarlos, jugaba cruentamente con sus sentidos, los enloquecía, quería llevarles a la paranoia, eran tan idiotas, estúpidos, orates y los cazaba.

Después de recrearse atrevidamente, ejecutaba a sus víctimas, las marcaba con una pluma de ave dorada, poseía cuatro plumas, había llegado con ellas cuando fue soltado del manto de la muerte; con desprecio, hacía su marca extraña en el rostro de los muertos, les escupía a la cara y reía socarronamente, cantaba, filosofaba, les injuriaba; acto seguido, se alimentaba de ellos, no dejaba huella, ni gota de sangre.  Era desalmado, con gran avidez de placer, venganza y, principalmente, ofrendaba a la muerte estos sacrificios, era un soborno, según él, pagaba su tiempo de no-vida. Su forma de agradecer la sangre extraña qué corría en su corazón, ya no era de humano; ¡Sí!, por supuesto, su corazón seguía latiendo.

Ocasionalmente, se escondía, aterrorizado del mundo hasta enloquecer, por periodos y se convencía de no desear la muerte. En uno de estos retiros voluntarios, alguien cruzaba su jardín, una joven, de ojos sonrientes y le besaba...  Había visto el futuro, alguien le amaría.  Era imposible. Una chica de frágil figura,¿qué sucedía?, ¿alguien se burlaba de él?, gritaba suplicando respuestas. Sabía dónde vivía, su nombre y más.  Frente a ella, invisible, la atravesó, cuando hacía esto, percibía el alma de la persona, no sería engañado; había bondad, limpieza en esa alma y adivinó qué ella ya lo había visto en tres ocasiones, de noche, sólo de pasada, cuando él iba al encuentro de su caza.  Le envolvió su aroma, tan dulce, qué se le hizo un nudo en la garganta, fue sacudido.  Era la mayor idiotez.  La mataría, como a las demás, se arrepintió, juró no hacerlo.

Maquinó todo, decidió mostrarse como el joven que era, decidió ser tocado, decidió hablarle, decidió que fuera al manto de la noche para mostrar sus manos, decidió lo que ella decidiera, ya lo había vislumbrado.  Tánatos, frente a ella, no podía hablar, el corazón latía como aquellos corazones que bailaban en sus garras.  La joven, con mirada firme, creía ver a un chico tímido. Tánatos no podía manipular la voluntad de alguien vivo, no era necesario, ella, Verli, sería suya, le amaría, lo veía en la bruma.

Desposados, en la gran casa de Tánatos, lo primero qué vio al entrar Verli, fueron las cuatro plumas doradas, dentro de un jarrón, sobre una repisa difícil de alcanzar, Tánatos desvió su atención con un beso.   Poseía cierta inteligencia y astucia, lo sabía y se engañaba, se creía aún con vestigios humanos e inmortal.  Lo que no sabía, acababa de ocurrir, nunca podría consumar su unión, Verli, abandonada en el lecho no acababa de comprender esa desatención, la renuncia de sus besos, el sonido de objetos cayendo y estrellándose con tanta brutalidad en la casona, temerosa, se escondió entre las sábanas, abrazaba fuertemente no el cuerpo del joven Tánatos, abrazaba una almohada en su noche de bodas.

Amanecía con Tánatos a su lado, vestido, le rodeaba con sus brazos y apoyaba su cabeza en su pecho, por un tiempo fue así.  Tánatos, mantenía la casa en penumbra y desaparecía de noche.  Verli se refugiaba en el jardín, entre rosas y espinas; entre árboles y frutas; no lograba una conversación con su esposo, la evadía, cada vez era más complicado y culminaba con el mal humor de Tánatos.  Le amaba y ella entendería cualquier imposibilidad que tuviera, le sugería contactar a un médico especialista, o lo que él quisiera; deseaba verlo feliz, no lo presionaría.

Los besos, los mimos se fueron alejando y dieron paso a la extraña forma de actuar de Tánatos, nunca salía al jardín con ella, se ausentaba casi todo el día; le aterraba que cuando estaban juntos desaparecía mágicamente, con todo y que la habitación estuviera cerrada, buscaba puertas secretas por donde él pudiera salir sin ser notado, nunca descubrió una.  Veía una extraña mirada en su amado cada vez que portaba una de las plumas doradas, las plumas que habían desaparecido del florero, las plumas que transformaban el rostro de Tánatos.

Era miedo, sí que lo era, Tánatos ya no despertaba a su lado y al salir de su alcoba, Tánatos de pie, frente a la puerta, sostenía la pluma dorada; Verli sentía un golpe en el estómago y un frío que le recorría la espalda. Ahora lo evitaba, ya había notado lo rojo de sus ojos, esa distorsión en la forma de verla, esa mirada de puñal refulgía y le penetraba su mente y corazón.  Se encerraba, despavorida, casi no comía, abandonó el jardín y toda la casa.  Vivía confinada en su alcoba, por su ventanal, discretamente, entre las cortinas veía salir a su esposo, pero nunca lograba ver que usara la puerta, era tan rápido.  A veces, escuchaba murmullos apagados, sonidos de violencia, Tánatos ya no respondía ningún cuestionamiento; la insultaba, ella le temía, era incontrolable lo que sentía, le amaba aún, pero temblaba de pies a cabeza ante su presencia. Despertaba horrorizada, constantemente, alguien le acariciaba violentamente y cada vez que encendía una lámpara de aceite, registraba cada rincón de su alcoba, sin encontrar a nadie.  Sentía un viento que le atravesaba el cuerpo, un viento tibio pero, le helaba el alma.

Su apariencia era sombría, vaporosa o como cualquier mortal, a  voluntad se mostraba según su estado de ánimo, o según los planes hacia ella.  Jamás lograría amar plenamente a su esposa, confirmaba que ese amor era una burla, un castigo, un cobro del pacto de muerte. La odiaba. Aborrecía no hundirse en su cuerpo, en sus brazos, en sus besos, en su calor, en su aroma, en su cabello. En secreto, invisible, se deleitaba en ella mientras dormía, no le importaba el estado en el que ella se encontraba a estas alturas. Cada vez que la atravesaba ya podía escuchar sus pensamientos de abandonarle pues vivía en delirio, en pavor, no se creía capaz de aguantar la vida de pánico junto a él.

Volvió a odiar la sed de sangre, esta vez le quemaba la sed por Verli, no la dejaría ir, era suya, ella no rompería el sueño de amor, no se lo permitiría, tendría su castigo.  Verli, con maletas en mano bajaba la gran escalera, lloraba por ese amor truncado, convertido en no sabía qué, por ese abandono cruel, por ese maltrato psicológico, temblaba, anhelaba salir de ahí, buscaba la paz a su alma y la paz a Tánatos, deseaba que su amado encontrara a otra mujer capaz de inspirarle y amarle para siempre, qué él fuera feliz.  Una mano la detuvo con violencia, rodaron las maletas, no había nadie junto a ella; salieron disparados algunos objetos hacia ella, algunos lograron golpearla y otros los logró esquivar, aterrada, enloquecida, trató de llegar a la puerta, pero un puñetazo que no vio venir le dio en el rostro.  Despertó y le costaba trabajo respirar, jadeó, sentía que se ahogaba, se llevó las manos al rostro y se las manchó de sangre, algo oprimía su cuello, no había nadie, manoteó y se aferró a alguien que no lograba ver, Tánatos se hizo visible y dijo: "¡Qué ruin eres, maldita!", "¡A mí, nadie me deja!", "¡Sólo eres veneno que respiro!"; Verli no comprendió lo sucedido, con la mirada fija en su esposo, dejó de respirar, soltando suavemente el cuerpo de Tánatos.  

En el piso, junto a Tánatos, estaban las cuatro plumas doradas, las usaba en Verli, en esa idiota a la que aún creía amar; era tan estúpida y tonta que no logró descifrar lo que era él, supo que ella le amaba aún muriendo.  Le acarició con sus garras, le besaba enloquecido, tenía todas las lámparas encendidas, no perdería ningún detalle de ese sacrificio. Sus ojos furiosos e inyectados de sangre no podían concebir lo que veían, Verli había sido su única oportunidad de redimirse, Tánatos estaba viendo, entre sus sollozos incontenibles y temblando como un niño,  veía el futuro, esta vez, con gran claridad, sin bruma, Verli era un obsequio, una joya inconmesurable, era el último ser que le amaría, él viviría eternamente, joven, en abandono.





Besos dados

Se alejaba en silencio para no ser visto,
caminaba pausado, 
arrastrando suavemente los pies
para no ser escuchado.
En abandono, en secreto,
Ya le veía marcharse.
Alejándose, le fragmentaba su alma.
Hay cosas que no se exigen, 
El amor es uno de ellos.
No podía contenerle,
se desvaneció de sus manos.
Sostenía en sus brazos su aroma.
En su mente, su recuerdo.
En su corazón ardían las brazas,
No sabía como apagarlas,
Dejaría que se consumieran,
Las lágrimas que caían,
Quizás, las apagarían, en tortura.
Sólo su beso se revelaba.
No le dejaría irse, labios tercos.
Le recordaría entre cenizas,
Su silueta y su fragancia.
Evocaría su ternura, su calor, 
sus palabras, su roce.
Viviría en sus labios,
 en su aliento, 
en su tibieza, 
Ahí, en la distancia.
Esa boca era suya,

Se la había entregado con

tantos besos dados.






                   

Juego de bisutería



Cristal checo, piedras artesanales, níkel e imaginación.
A divertirse!

domingo, 7 de mayo de 2017

Todo de ti

Te quiero aquí,
Junto a mí.
Este deseo me tortura,
Pero, lo hace con dulzura, 
En sosiego y, a veces, 
en maldad, turbado.
Esta sed de tu alma
Trato de disiparla con
Los besos que me has brindado,
sin conseguirlo, en agonía,
por la avidez en mis labios.
Este ingrato hábito
De soñar despierta,
Tomando todo de ti,
Menos tu mano.

El mago

La silueta emanaba magia,
el contorno de su sonrisa!

Crujían las hojas secas con sus pisadas, deseaba llegar al arroyo a calmar su sed,  pocos metros la separaban, saboreaba el agua en su boca seca; la detuvieron unos gritos y lamentos; buscó entre los arbustos, se encontró a un hombre colgando al filo de un abismo, sin pensarlo, corrió a buscar ayuda, no encontró persona alguna, regresó en sus pasos ideando la manera de ayudar a ese pobre hombre.

Aferrado a una roca filosa, sus manos sangraban, no conocía esas tierras, unos arbustos frondosos lo habían engañado, al tratar de cruzarlos cayó al vacío.  Unas horas de sufriente eternidad y, por fin, una soga gruesa, rasposa, le rodeaba los brazos.

La mujer ató la soga vieja a un árbol, amarrada de la cintura, usó lo que restaba de la cuerda para sacar al hombre herido.  No fue fácil, varias veces estuvieron a punto de caer los dos y quedar colgados de la misma soga en ese abismo de pesadilla.  Llenos de tierra, casi desmayados, a salvo, se reponían.

Su cabellera abundante se sumergió en el arroyo, bebía con desesperación, esa sed pendiente la había torturado por varias horas; el hombre sentado a la orilla del arroyo, acurrucado a un árbol, consolado por el temblor de las palabras y manos que lo atendían.  La mujer compartió con él sus víveres que llevaba en su morral, los había comprado en el pueblo cercano, eran para sus hijos, seguramente ya estarían alarmados de la tardanza de su madre, pensó ella.

No le obedecían sus piernas, seguía alterado, le dijo a la mujer: ¡No te ví llegar!  Ella trataba de distraerlo, platicaron de sus ocupaciones, él de su peregrinar, conversaron de sus familias, del abismo que debía varias muertes y de ese paisaje que era salpicado y alimentado por el arroyo.  

Aún tambaleante, apoyado en una rama gruesa, como bastón, y en el hombro de la mujer, lograron llegar a la entrada del  pueblo.  La mujer había perdido los zapatos en esa hazaña, el aspecto de los dos era lastimosa.  El hombre le pidió que lo dejara descansar en el tronco de un árbol caído y que ella siguiera su camino.  Ella quería repelar, deseaba llevarlo a un lugar seguro, cuando el hombre la interrumpió:  ¡Soy un mago, pide lo que más anhelas, poder, oro, salud, habla y te será dado!, su voz sonó con estruendo.

Temerosa, incrédula, divertida y curiosa, lo miraba con disimulo.  El mago insistió: ¡Sólo pide, sólo una cosa, apresúrate, tus hijos lloran!  Pensó en sus hijos sufriendo por ella e inmediatamente se alejó apresurada, a pesar de las heridas de sus pies descalzos, no había avanzado mucho y, a un par de metros,  el mago obstaculizaba su camino, ¿cómo logró llegar antes? ¿realmente es un mago?, ella se preguntó en su mente.  ¡Sí!, contestó el mago con más estruendo.

El miedo era real. Ella quería huir, gritar.  El mago habló dulcemente: ¡No temas! ¡Sólo pide y te dejaré ir!  Sintió confianza, posó sus ojos en él, buscaba verdad y preguntó la mujer: ¿Lo que más deseo, me lo darás?  El mago afirmó, confundido.   Dijo ella: ¡Deseo la capacidad de dar amor!, su voz firme, no dejó dudas.  El mago le contestó: ¡No te puedo dar lo que ya posees!.  La mujer lo miró fijamente, con duda, sorprendida, los ojos del mago brillaban extrañamente.  El mago aclaró, nervioso: ¡Cada vez que miras a alguien abrazas su alma, besas heridas, es intangible, te guardan en ellos; posees dos sonrisas, una de ellas da fuerza y paz; la otra, tranquilidad y alegría; tu entrega es completa e incondicional; tu corazón, aún roto, es constructivo, benigno; tu amor refleja el bien y el mal..." 

El silencio imperaba. Sólo se observaban. El mago, turbado, haciendo un esfuerzo por hablar, reiteró: ¡Pide algo, cualquier cosa!  La mujer contestó sin vacilar: ¡No necesito nada más!, esta vez, sonriente, percibiendo esa magia, la magia verdadera que emitía  él; se acercó con paso seguro, le dio un beso en la frente, al mago, tiernamente y se alejó, sonriendo.  El mago se quedó confundido, dudaba y un ligero temblor surgió de su pecho.  Su capacidad  sobrenatural, su poder, nada le habría funcionado, nada le había sido develado, ni salvado; el resultado, contrario a su ciencia oculta, arcaica, fue más maravilloso e inexplicable: "¡Se había perdido en el abismo infinito de esa tierna mirada!".

Bordados con listón





                          Galería "Olivia"

Bordado con listón y bisutería




Galería "Olivia"



lunes, 1 de mayo de 2017

Lo inconfesable del Amor

¿Hasta que la muerte

los separe?


Amado pisó el acelerador  del auto, hasta el fondo, maldiciendo al conductor del autobús por haberse atravesado en su camino, trató de embestirlo,  Yuvika sintió el roce salvaje de las láminas de ambos autos, se aferró a el asiento de copiloto con la mano izquierda; con la mano derecha cubrió su abultado abdomen, presionó con fuerza a su bebé, fue un instinto, preservar a ese ser inocente; el autobús se alejó a toda velocidad, dejando furioso a Amado, Yuvika le reclamó por exponerlos de manera tan inconsciente, Amado veía con odio, no contestó.  Era el primer incidente en auto, un juramento: se sumarían, se multiplicarían; Amado, al volante, los expondría en los años venideros; los choques vendrían uno a uno, las consecuencias físicas en su familia, las arrastrarían por siempre, Amado lo había jurado, tenía palabra y la cumpliría.

Prohibido ver familia, incluyendo a la madre de Yuvika, quien se encontraba gravemente enferma en el hospital; Yuvika se negó a obedecerlo, acudió al hospital, Amado, contrariado, exigió que la visita fuera momentánea, él demandaba atención exclusiva, le valía madres que su suegra estuviera muriendo, ese, no era su problema.

Exigía control del salario y vestimenta de Yuvika, "¡Qué nadie la vea!", decía.  Yuvika fue leal y honesta a su marido, siempre.  Los celos de Amado eran incontenibles, en cada varón que posaba los ojos en Yuvika, aunque fuera un instante, recibían insultos y amenazas; Yuvika, llevaba la peor parte, coqueta, cínica, desgraciada e insulto tras insulto, era merecedora, ella tenía la culpa, lo garantizaba Amado; la letanía era por horas, por días. La espiaría, la acosaría, era joven, era culpable, nadie tenía que hablarle, nadie tenía que mirarle, era la oferta de Amado hacia Yuvika y la consumaría de por vida.

La mamá de Yuvika tenía otras hijas, pequeñas, a ellas les tocaba mantenerla económicamente y cuidarla, sentenció Amado.  Una prohibición más para Yuvika: retirar la ayuda económica hacia su familia, esta vez hablaba en serio, no más visitas a su madre.  Tras graves amenazas de Amado, Yuvika desobedecía, visitaba a su familia, de manera rápida. A escondidas de Amado, seguía aportando ayuda económica a su  querida madre, la amaba y sufría intensamente viendo cómo se consumía por su enfermedad, amaba a sus hermanitas y trataba de cubrir sus necesidades más apremiantes.

Enfurecido, Amado arrojó una madera a la cabeza de Yuvika, a la vez que le gritaba exaltado: "¡Hija de la chingada!", "¿Acaso crees que puedes verme la cara de pendejo?"; Yuvika logró esquivar el golpe, la madera golpeó sin piedad la blanca pared e hizo un hueco en el cemento.  Ese hueco también se le hizo en el corazón y, aunque no había logrado su objetivo ese golpe, Amado sí había logrado herir la mente de esa aterrada esposa; sus dos pequeños hijos lloraban asustados, Yuvika, temblando, controló su miedo y los tomó en sus brazos, tratando de calmarlos. Enterado de su desobediencia, siempre había "alguien de la familia" de Amado que le ponía al tanto de las actividades de su esposa.  Amado se juraba que a su esposa no le quedarían ganas de volver a ver a su familia.  Ya en silencio, sola, Yuvika lloraba como una niña, como una huérfana, vacía.

En medio de gritos inconfesables, de puterías, de chingaderas, de amenazarla con quitarle a sus hijos, le arrojó un objeto con toda su furia a Yuvika, cuando ella bajaba las escaleras, esta vez logró centrarla bien y golpearla en el estómago, Yuvika cayó por el impacto en uno de los peldaños;  las lágrimas de Yuvika no eran por el golpe físico, eran por el gran dolor de su mente y por un hueco más que había logrado hacerle Amado en el corazón de ella.  Vertía, incontenible, más lágrimas, ese varón sería capaz de borrar de su vida a sus hijos.  

Amado se desapareció con sus hijos por un tiempo, "¡A esa hija de la puta madre, ahora sí se la lleva la chingada"!, decía Amado. Sin embargo, había milagros, alguien intervino y persuadió a Amado a devolverle los niños a Yuvika o sería acusado de secuestro.  Ella, doblegada, sometida, con la pesadilla infernal de perder a sus hijos, de no verlos nunca más, escuchó la sentencia de Amado: obediencia absoluta.  Estaba demostrado de lo que ese hombre era capaz.  El castigo más grande para Yuvika estaba en sus hijos, decía Amado: "¡Con ellos, te parto tu madre!".  Se desataba el caudal de sus ojos, la sal hinchaba sus párpados; ante cada promesa de fuga, él, zarandeaba a los asustados niños, ellos lloraban, tornábase cruel  el sollozo de esos inocentes.  Protegía a sus hijos en su abrazo de madre, contra su pecho, con cariño húmedo, alrededor de ellos danzaban los descaros de dicho padre.

Se intensificaron las ofensas, los gritos, las humillaciones, sin importar el lugar o quien estuviera presente, incluyendo a sus dos pequeños hijos,  exhibía su poder ante todo el que quisiera ver, se regodeaba en ello.  Yuvika era la responsable directa de cualquier situación que no le pareciera a su esposo y era castigada.  Era condicionada cuando asistían a reuniones, no moverse  un centímetro de donde le fuera indicado, la evadía, la ignoraba y cuando algo alteraba a Amado, Yuvika pagaba las consecuencias frente a familiares o amigos.  A antojo de Amado, Yuvika era violentada, así, a su antojo.  Ni qué decir de visitar a su familia, Yuvika sólo entraba a dejar dinero, saludando rápidamente; inventaba excusas y gastos a su esposo, para justificar ese capital que entregaba a su familia.  En la huida diligente, para evitar ser vista en casa de su familia, a su paso, dejaba huellas, gotas saladas.

Ella, ya había abandonado su empleo, a exigencias y amenazas de desaparecer a sus hijos, era palabra de Amado.  El chantaje económico era común.  La amenaza de echarles de la casa, en medio de maldiciones, a grito bravo, era escuchado por los vecinos, Amado parecía deleitarse en lucir su control sobre su familia,  se pulía en actitud violenta y frases que surgían en medio de cualquier incitación, ya no existían motivos, era a placer, sin horario, a su antojo.  El llanto de sus hijos lo exaltaba más, agudizaba sus palabras impropias hacia ellos, sabía el efecto que causaba a Yuvika.  Ella, apretaba el puño, respiraba profundo, se tragaba la sal de sus ojos, no les daba permiso del rocío.  Le desprendía a los niños de su padre, ella los abrazaba, los protegía, su boca hablaba ternura, amor infinito, de un dios que les cuidaba y de ella que, les defendería; hablaba sin sal, ya no se lo permitía.

Amado, ya sin poder económico, se exhaltaba a cada instante; ahora, reclamaba sus posesiones, todo le pertenecía, no recordaba que Yuvika había invertido años de trabajo, física y económicamente en todo lo que poseían; en ese olvido, Amado desterraba a su familia, hacía uso de su jerga:  "¡Eres una cabrona, una hija de la chingada!",  "¡A chingar a su madre!",  "¡Todos, se me van a chingar a su madre!".  Yuvika buscaba la manera de trabajar y llevar el sustento a sus niños, siempre lo había hecho, en su ir y venir de lucha, era aporreada por las maldiciones y obscenidades sin fin de Amado. Esa madre, trabajaba arduamente, sin descuidar a sus hijos, sin negarles el amparo que brindaban sus brazos y sus labios.

Las heridas en la mente de Yuvika estaban latentes, se rebelaban, quería sentirse bien; los huecos de su corazón eran demasiados.    Ya nada dolía.  Nunca se percató, realmente, en qué frase ofensiva, o en qué acto de bajeza, en qué tiempo tenebroso, empezó a confrontarlo.  "¡El veneno está en la dosis!", pero, contrario a el efecto deseado, ese veneno le fortaleció, ese veneno cambió sus expectativas, ese veneno transformó su malestar psicológico en valentía,  ya no dudaba, lo enfrentaba; gritaba y devolvía tosquedad por tosquedad (tuvo a un gran maestro en zafiedad); levantaba el puño, levantaba la voz y la frente. Yuvika ya decidía, no había tiempo que perder, superaba la adversidad, se liberaba de sus garras, de su infierno, de la promesa de condena eterna, quebró el pacto y tiró la ofrenda de amor perpetúo.

Yuvika, poco a poco, en calma, aceptaba su responsabilidad.  Tuvo que cambiar el rumbo, la violencia, generaba violencia y no quería destruirse, ella, sería constructiva; percibía el peligro y, a su vez, aumentaban sus fuerzas; su reacción era de lucha; su miedo, su ansiedad, los cortó, no supo cuándo, ya no estaban.  Había serenidad en ella, se recuperaba;  tenía confianza en sí misma; no olvidaría esa tortura amarga pero, no se estancaría en ella.  Lograba, paulatinamente, el control sobre ella. Ella, quería adueñarse de su propia vida.  Se amaba y porque se amaba, partieron, ella y sus hijos, audazmente, en diligente huida, sin volver la vista atrás, de lo contrario: se convertirían en estatuas de sal.  Y, al amarse, se salvaba, por que, en libertad absoluta, en la distancia, voluntariamente, ella, Yuvika, con gran capacidad: "¡A Amado, le perdonaba!".



Aunque no exista

Volviendo su  rostro,
negaba su mirada!



¡Tenía fe en morir, pero,
Por ti me creí eterna.
Si estos ojos tuyos
No despiertan,
Tras fiarme de los dados
Hechados por la Muerte,
No sufras por mí,
Amor mío.
Nuestro amor
todo lo vence.
A donde su abrazo
eterno me lleve,
En silencio, sin placer
En oscuridad,
En paz o en tormento,
Daré honor a aquel susurro brindado:
"O Tú, o Nada".
Seguiré sintiendo
Aunque no exista.
El buen Dios hará de lado su ira,
tras discurrir en mi corazón.
En su sabiduría eterna el
dictó: "Ama y Vencerás".
Lo que Dios me dio, esta vez,
No me lo quitará, pues
Me ha quitado suficiente.
Nos bendecirá.
Nuestro amor brillará en
las tinieblas.
Seré ceniza o esencia enamorada!

 

 

Bisutería "corazón"


Juego de baño Bordado con listón


Manta bondeada, listones con aplicación en dorado, hilos para bordar en verde y dorado metálico, encaje en color crudo.