Regresaste de la muerte y te metiste en mi lecho,
En desasosiego, extrañándome, suspirándote.
Buscabas mi fragancia en la almohada, al no hallarla,
Te cedí la más mullida, la pequeña y de rosas;
Tu rostro se hundió en ella y, sonriendo,
Reposó tu cabello ondulado.
Toqué tus manos, tu cuerpo, helados, te arropé y charlamos,
Como si nunca te hubieras ido, como si siempre hubieras estado.
Tomaste mis dedos, también fríos, me pediste que,
Uniera mi cuerpo al tuyo y prometiste tibieza;
Cuando cumpliste, no podía apartar mis ojos de los tuyos, ahí,
En el fondo de ellos, estaba el rostro ignoto, la belleza sombría y eterna.
Te doy la más cordial bienvenida al mundo de las Letras y Manualidades de Azteca!
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