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miércoles, 20 de marzo de 2019

El mundo es de la Sirena (Capítulo XII)

Hablo vacío y desamparo; que el incompleto soy yo y que yo no existo; que el mundo es de la Sirena y que yo sólo pertenezco a la nada. Me miro en el espejo del mar apacible, con asco y desprecio, la aberración que llegué a sentir por la Sirena me fue devuelta en este espejo marino. En la vida, me doy cuenta, sólo se juega con una sola moneda y ésta es de una sola cara, a saber, lo que das, te es devuelto.

¿Qué haces?, dice mi compañera de roca y toca mi cabeza inclinada, a la vez que apoyo mi barbilla en mi pecho, sin levantar el rostro, le contesto: destruyéndome. Día con día, no dejo de pensar en la Sirena, me abandono en el abrazo de una soledad, aislándome de todo cuanto me rodea, he permanecido junto a los conductos que nos surten de peces, los atravieso con la espada decorada de aquel gallardo oficial; he comido con gula cada pez que cae en mi mano, sin embargo, ni siquiera me percato de ello, es la dama quien me lo hace notar, ella me observa desde una distancia prudente, quizás tenga miedo de la furia de mi mano cada vez que ensarto uno de estos coloridos pecesitos, quizás estoy enloqueciendo y ella ya se ha percatado que he dejado de ser un idiota sólo para convertirme en el peor enemigo de mí mismo y, sin dejar de comer peces, mis lágrimas salan cada bocado. ¿Qué me sucede?, ¿por qué me destruyo?, el torbellino caótico de mi mente no cesa, desconozco el tiempo que he permanecido en esta roca, de hecho, dudo de que el tiempo exista, siento que no puedo más, vomito en varias ocasiones y, débilmente, vuelvo a comer. ¿Qué se hace cuando ya no se cuenta con uno mismo?

La Sirena me mira perversamente burlona, prendida de mi compañera de roca, procaz, se enrosca en la dama  y su bello pecho salpicado de destellos de sol ciegan más mi cordura, una hebra de sangre en su boca, violenta mi cuerpo. Rijoso, atormentado, prefiero apagar mi mente para no soñarme en ella, cautivo de su fétido aliento y para no extasiarme en su sensual danza con la dama y en lo erótico de sus copas, cuánta sed, agonizo por mi bella Sirena, señora y dueña de este minúsculo mundo.

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