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lunes, 1 de mayo de 2017

Lo inconfesable del Amor

¿Hasta que la muerte

los separe?


Amado pisó el acelerador  del auto, hasta el fondo, maldiciendo al conductor del autobús por haberse atravesado en su camino, trató de embestirlo,  Yuvika sintió el roce salvaje de las láminas de ambos autos, se aferró a el asiento de copiloto con la mano izquierda; con la mano derecha cubrió su abultado abdomen, presionó con fuerza a su bebé, fue un instinto, preservar a ese ser inocente; el autobús se alejó a toda velocidad, dejando furioso a Amado, Yuvika le reclamó por exponerlos de manera tan inconsciente, Amado veía con odio, no contestó.  Era el primer incidente en auto, un juramento: se sumarían, se multiplicarían; Amado, al volante, los expondría en los años venideros; los choques vendrían uno a uno, las consecuencias físicas en su familia, las arrastrarían por siempre, Amado lo había jurado, tenía palabra y la cumpliría.

Prohibido ver familia, incluyendo a la madre de Yuvika, quien se encontraba gravemente enferma en el hospital; Yuvika se negó a obedecerlo, acudió al hospital, Amado, contrariado, exigió que la visita fuera momentánea, él demandaba atención exclusiva, le valía madres que su suegra estuviera muriendo, ese, no era su problema.

Exigía control del salario y vestimenta de Yuvika, "¡Qué nadie la vea!", decía.  Yuvika fue leal y honesta a su marido, siempre.  Los celos de Amado eran incontenibles, en cada varón que posaba los ojos en Yuvika, aunque fuera un instante, recibían insultos y amenazas; Yuvika, llevaba la peor parte, coqueta, cínica, desgraciada e insulto tras insulto, era merecedora, ella tenía la culpa, lo garantizaba Amado; la letanía era por horas, por días. La espiaría, la acosaría, era joven, era culpable, nadie tenía que hablarle, nadie tenía que mirarle, era la oferta de Amado hacia Yuvika y la consumaría de por vida.

La mamá de Yuvika tenía otras hijas, pequeñas, a ellas les tocaba mantenerla económicamente y cuidarla, sentenció Amado.  Una prohibición más para Yuvika: retirar la ayuda económica hacia su familia, esta vez hablaba en serio, no más visitas a su madre.  Tras graves amenazas de Amado, Yuvika desobedecía, visitaba a su familia, de manera rápida. A escondidas de Amado, seguía aportando ayuda económica a su  querida madre, la amaba y sufría intensamente viendo cómo se consumía por su enfermedad, amaba a sus hermanitas y trataba de cubrir sus necesidades más apremiantes.

Enfurecido, Amado arrojó una madera a la cabeza de Yuvika, a la vez que le gritaba exaltado: "¡Hija de la chingada!", "¿Acaso crees que puedes verme la cara de pendejo?"; Yuvika logró esquivar el golpe, la madera golpeó sin piedad la blanca pared e hizo un hueco en el cemento.  Ese hueco también se le hizo en el corazón y, aunque no había logrado su objetivo ese golpe, Amado sí había logrado herir la mente de esa aterrada esposa; sus dos pequeños hijos lloraban asustados, Yuvika, temblando, controló su miedo y los tomó en sus brazos, tratando de calmarlos. Enterado de su desobediencia, siempre había "alguien de la familia" de Amado que le ponía al tanto de las actividades de su esposa.  Amado se juraba que a su esposa no le quedarían ganas de volver a ver a su familia.  Ya en silencio, sola, Yuvika lloraba como una niña, como una huérfana, vacía.

En medio de gritos inconfesables, de puterías, de chingaderas, de amenazarla con quitarle a sus hijos, le arrojó un objeto con toda su furia a Yuvika, cuando ella bajaba las escaleras, esta vez logró centrarla bien y golpearla en el estómago, Yuvika cayó por el impacto en uno de los peldaños;  las lágrimas de Yuvika no eran por el golpe físico, eran por el gran dolor de su mente y por un hueco más que había logrado hacerle Amado en el corazón de ella.  Vertía, incontenible, más lágrimas, ese varón sería capaz de borrar de su vida a sus hijos.  

Amado se desapareció con sus hijos por un tiempo, "¡A esa hija de la puta madre, ahora sí se la lleva la chingada"!, decía Amado. Sin embargo, había milagros, alguien intervino y persuadió a Amado a devolverle los niños a Yuvika o sería acusado de secuestro.  Ella, doblegada, sometida, con la pesadilla infernal de perder a sus hijos, de no verlos nunca más, escuchó la sentencia de Amado: obediencia absoluta.  Estaba demostrado de lo que ese hombre era capaz.  El castigo más grande para Yuvika estaba en sus hijos, decía Amado: "¡Con ellos, te parto tu madre!".  Se desataba el caudal de sus ojos, la sal hinchaba sus párpados; ante cada promesa de fuga, él, zarandeaba a los asustados niños, ellos lloraban, tornábase cruel  el sollozo de esos inocentes.  Protegía a sus hijos en su abrazo de madre, contra su pecho, con cariño húmedo, alrededor de ellos danzaban los descaros de dicho padre.

Se intensificaron las ofensas, los gritos, las humillaciones, sin importar el lugar o quien estuviera presente, incluyendo a sus dos pequeños hijos,  exhibía su poder ante todo el que quisiera ver, se regodeaba en ello.  Yuvika era la responsable directa de cualquier situación que no le pareciera a su esposo y era castigada.  Era condicionada cuando asistían a reuniones, no moverse  un centímetro de donde le fuera indicado, la evadía, la ignoraba y cuando algo alteraba a Amado, Yuvika pagaba las consecuencias frente a familiares o amigos.  A antojo de Amado, Yuvika era violentada, así, a su antojo.  Ni qué decir de visitar a su familia, Yuvika sólo entraba a dejar dinero, saludando rápidamente; inventaba excusas y gastos a su esposo, para justificar ese capital que entregaba a su familia.  En la huida diligente, para evitar ser vista en casa de su familia, a su paso, dejaba huellas, gotas saladas.

Ella, ya había abandonado su empleo, a exigencias y amenazas de desaparecer a sus hijos, era palabra de Amado.  El chantaje económico era común.  La amenaza de echarles de la casa, en medio de maldiciones, a grito bravo, era escuchado por los vecinos, Amado parecía deleitarse en lucir su control sobre su familia,  se pulía en actitud violenta y frases que surgían en medio de cualquier incitación, ya no existían motivos, era a placer, sin horario, a su antojo.  El llanto de sus hijos lo exaltaba más, agudizaba sus palabras impropias hacia ellos, sabía el efecto que causaba a Yuvika.  Ella, apretaba el puño, respiraba profundo, se tragaba la sal de sus ojos, no les daba permiso del rocío.  Le desprendía a los niños de su padre, ella los abrazaba, los protegía, su boca hablaba ternura, amor infinito, de un dios que les cuidaba y de ella que, les defendería; hablaba sin sal, ya no se lo permitía.

Amado, ya sin poder económico, se exhaltaba a cada instante; ahora, reclamaba sus posesiones, todo le pertenecía, no recordaba que Yuvika había invertido años de trabajo, física y económicamente en todo lo que poseían; en ese olvido, Amado desterraba a su familia, hacía uso de su jerga:  "¡Eres una cabrona, una hija de la chingada!",  "¡A chingar a su madre!",  "¡Todos, se me van a chingar a su madre!".  Yuvika buscaba la manera de trabajar y llevar el sustento a sus niños, siempre lo había hecho, en su ir y venir de lucha, era aporreada por las maldiciones y obscenidades sin fin de Amado. Esa madre, trabajaba arduamente, sin descuidar a sus hijos, sin negarles el amparo que brindaban sus brazos y sus labios.

Las heridas en la mente de Yuvika estaban latentes, se rebelaban, quería sentirse bien; los huecos de su corazón eran demasiados.    Ya nada dolía.  Nunca se percató, realmente, en qué frase ofensiva, o en qué acto de bajeza, en qué tiempo tenebroso, empezó a confrontarlo.  "¡El veneno está en la dosis!", pero, contrario a el efecto deseado, ese veneno le fortaleció, ese veneno cambió sus expectativas, ese veneno transformó su malestar psicológico en valentía,  ya no dudaba, lo enfrentaba; gritaba y devolvía tosquedad por tosquedad (tuvo a un gran maestro en zafiedad); levantaba el puño, levantaba la voz y la frente. Yuvika ya decidía, no había tiempo que perder, superaba la adversidad, se liberaba de sus garras, de su infierno, de la promesa de condena eterna, quebró el pacto y tiró la ofrenda de amor perpetúo.

Yuvika, poco a poco, en calma, aceptaba su responsabilidad.  Tuvo que cambiar el rumbo, la violencia, generaba violencia y no quería destruirse, ella, sería constructiva; percibía el peligro y, a su vez, aumentaban sus fuerzas; su reacción era de lucha; su miedo, su ansiedad, los cortó, no supo cuándo, ya no estaban.  Había serenidad en ella, se recuperaba;  tenía confianza en sí misma; no olvidaría esa tortura amarga pero, no se estancaría en ella.  Lograba, paulatinamente, el control sobre ella. Ella, quería adueñarse de su propia vida.  Se amaba y porque se amaba, partieron, ella y sus hijos, audazmente, en diligente huida, sin volver la vista atrás, de lo contrario: se convertirían en estatuas de sal.  Y, al amarse, se salvaba, por que, en libertad absoluta, en la distancia, voluntariamente, ella, Yuvika, con gran capacidad: "¡A Amado, le perdonaba!".



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