Notas de piano golpean mis oídos, es un sueño suave, la armonía melodiosa endulza mi ser, su cadencia sonora me traslada al paraíso, danzamos en el viento, ciñe mi cuerpo delicadamente, aún así, me adhiero más y más a su cuerpo y su busto resplandeciente me ha cegado, no hay cadenas, nada me ata y soy tan de la Sirena; el mar salpica mis piernas, mi cabello húmedo también baila, sus acordes entrecortados disparan mi cuerpo, descargo mi existencia en su ser y me recibe lenta y furiosa; saboreo su boca, sediento, en calma y zozobro en sus labios, mis manos no logran recorrer todo su cuerpo, en sigilo y presuroso, es tan extenso, estoy ansioso, en embeleso, las notas me hechizan, en delirio, tiemblo, su arrebato me trastorna, sin firmamento, sin mi roca, sin la espuma del océano, nada a que afianzarse, sólo a su canto, el canto que haría perder la vida a cualquier marinero, pero, yo, perdí el cosmos, ¿quién me hallará? Admito, he naufragado con más desesperación en el cuerpo de la Sirena que en la roca misma.
Desfallecido en su pecho, la Sirena, murmura a mi oído y le he comprendido, me ha confiado su voluntad, que soy suyo, que la dama es su esclava y que las estrellas cumplieron su promesa cuando nos halló, uno a uno, me embriaga su melodía, su canto de vida y de muerte es la maldición del amor, de la profundidad de su lecho marino, de mi caída y mi entrega. Acaso, ¿sueño?, no, palpé mi sangre y me siento débil, ellas sonríen, me percato que estoy enmedio del candado de sus brazos, las dos recorren a besos mi cuerpo, sonríen entre sí cada vez que se encuentran sus miradas, sus manos atrevidas palpan todo de mí, van más allá de los límites, les correspondo, beben de mí y yo de ellas; extasiado, me abandono a sus talles, sin discernir si mi abandono es a la muerte misma, ¿ya no me importa?, ¿no son ellas mi fortuna fatal?; duele y no, no me besan, la dama y la Sirena muerden mi delgado cuerpo, liban mi sangre...
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