Entradas populares

domingo, 11 de noviembre de 2018

Las Sirenas no existen (Capítulo X)

Dulce agravio, secuestra mis sueños, la vigilia tan fría y vacía, su sabor salado es el deleite de mi pesadilla. ¿Quién se cree? Nuestros cuerpos, de la dama y el mío, hablan del tiempo atrás, a mí no me importan los días idos o los que vienen; si hubo alguien que me esperaba, ya no existe, ha muerto con cada beso o agasajo que me brinda la Sirena, se esfuma lo que fui. Estamos convertidos en piltrafas que aún respiran, somos el alimento de ese adefesio, ¿cuándo terminará de consumirnos?, ¿por qué juega con nosotros?, ¿algún día dará fin a este dulce tormento?

¿Cómo volvió tan rápido la Sirena?, ¿estaba espiándonos? No, su hedor la delata. Les contemplo extasiado, no quiero sufrir y son tal para cual; hiervo de coraje, sostengo mi anillo atado en el bies de una mis prendas, trato de concentrarme en mis recuerdos, en mi familia, amigos, sin éxito; la Sirena bebe de los muslos de la dama, no pierdo detalle de su acto o sacrificio, el cuerpo delgado de mi compañera da lástima y la Sirena se deleita con ella. No puedo aborrecerlas, ellas son mías como yo de ellas, nos pertenecemos. En el compás de sus cuerpos, danza mi mirada, se aman con tanta pasión, como si fuera la última vez, aquí he deseado tener un lienzo y poder plasmar su erotismo, poder demostrar con un cuadro la presencia de ese ser increíble. No soporto más, hundo mi rostro entre mis manos, sus jadeos y la entonación de la Sirena me torturan, simplemente no puedo tolerar que ellas me traicionen. Estos pensamientos me consumen, las necesito, las deseo, las odio.

Aprieto los puños y sollozo suavemente, la Sirena inunda mi ser, atormenta mis sentidos sedientos, lucho por mí, no quiero perder, ya no, he de vivir, deseo vivir, pero,  ella en mi cuerpo me conduce a la muerte, en sus pechos diamantados me extravío, mi mente la evoca a cada instante, sólo vivo para ella. Tanta confusión me hacen dudar de mi juicio, ella es un engendro, es un diablo, sospecho que es un desvarío, que no estoy aquí, que el tiempo no se ha detenido. ¡Las Sirenas no existen!, grito enloquecido, ¡No existen!, ¡No existen! y me quiebro en un llanto desgarrador. El silencio es molesto, oscureció y la llovizna diluye la sal de mis ojos; ellas, abrazadas, en una pose relajada, no terminan de acariciarse, soy invisible, ellas no me ven, no me escuchan; en todo lo vasto de este mar, de este cielo infinito  colmado de fulgores, estoy tan solo.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario