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lunes, 16 de julio de 2018

El veneno de la Sirena (Capítulo VIII)


¡Es una pesadilla! ¿Qué hago conmigo? ¿Cuándo vi en esos ojillos de muerte, vida? ¿Cómo he llegado a amar a quien sólo me consume? ¿Acaso estoy desquiciado? ¿Dónde hallé tanta estupidez dentro de mí? ¿Qué pretendo al poner mi alma en charola para ese monstruo? ¡Qué vil soy conmigo mismo! y sigo sin comprender, soy necio cada vez que recuerdo a mi amada sirena, me veo en sus ojos y no me mira; vivo para añorarla, desdicha la mía! Tanto que recordarle, tanta sed de su presencia. Vivo y muero en esta desesperación, recordando la caricia divina de su cabello azul tornasol sobre mi desnudez, a veces tan dócil cuando recorre todos mis caminos, hurgando; a veces tan latigueante en la fiesta frenética  de nuestros cuerpos y ¿así lo prefiero?, ¿violento y mortal?

¿Acaso, mi corazón ya no es de hombre? ¿Cuándo se ha visto un llanto varonil al consolar con mi mano mi pasión desesperada? ¡Mi mente tan fiel a su recuerdo! Me descubro como un idiota, un demente postrado ante el cuadro del mar, desfalleciendo por esa hechicera marina de ojos malévolos; no duermo sin ella, despierto en sus brazos olorosos a mar, ¡me miento!, ¡no está aquí!, también me descubro con lágrimas que disfrazan las salpicadas del mar; me importa un comino que mi compañera de roca se percate de ello, es más, en definitiva, intuyo que ella también está a su espera, ¡maldita!, ¡sí, la maldigo!, ¡la Sirena es mía!, ¡soy su dueño!, ¡no la compartiré con ella!, ¡mil veces maldita!; ¡soy el peor de los despreciables!, de esta dama únicamente he recibido consuelo a todos mis sentidos, ha mimado mis anhelos, ¡perdón!, ¿en que me he convertido?, ¡tonto de mí, no soy nada de la Sirena!, ¡ella es dueña de este imbécil apasionado!, ¡su canto es mi ley!, ¡su mirada, lo que penetra mi corazón; su cuerpo diamantado... todo!

¿Huyes de mí? Da la cara, ¡cobarde!..., ¡te lo imploro, ven! ¡He deshonrado mi apellido!, el cobarde soy yo; acaricio mi anillo, recuerdo el significado de cada parte del escudo, el principal, ¡Honor!  ¡y yo lo he perdido! La paloma de sus manos me sostiene mi barbilla, mi compañera está preocupada por mi vago comportamiento; besa mis lágrimas, hierve mi deseo con su roce, delicadamente me lleva al lecho de prendas heredadas, ahí alivia el fuego de mis venas, la llamarada que me consume, pero, el arrebato de mi mente la confunde con el fulgor de ese cuerpo extraviado en el mar; ¡lujuria traidora, no es ella!, ¡no me traiciones!, ama a esta dama, no nubles tus emociones, ella es real, ¡perfecta!; nunca lo logré, hurgué en su pecho sin pezones y no bebí ni una estrella, no centelleó ningún diamante. ¿Cómo ser feliz con otro cuerpo?, ella me posee en la distancia, ¿acaso, nunca podré liberarme de lo dulce de sus labios salados?

Nuestros desfallecidos cuerpos entrelazados eran besados tímidamente por el mar, la marea subía más de lo normal, como negarme ante ese cuerpo dorado iluminado por los últimos destellos del sol, estaba más delgada y hallé deleite en sus carnes flácidas; cuando fui rescatado por su bote, ella poseía muchos atributos, no la considero bonita, pero sí que llamaba la atención de los marineros, la dama los mantuvo a raya pues no se desprendía de su pequeña hija, hasta lo inevitable. Brillaba su cuerpo húmedo con la luna llena, ahí, como una piscina para amantes, sucumbimos entre lo salado del agua y la miel de sus pechos lisos, no cerré los ojos, parecía ser la primera vez que la poseía, no perdí detalle de sus lunares, sus cicatrices pequeñas, al palparlas, sus platas perdidos entre sus cabello oscuros, las arrugas de su dulce mirada, esa forma de mirar me turbó y sus besos encarcelaban a los míos, me poseía a besos, ¿como no lo noté antes? ¡Soy un zoquete!


Tiernamente, con sus abrazos íntimos, con sus bellos ojos, con su cabello oscuro, pero, principalmente, por esos ojos que me sonreían, confortaba mi ser, un poco a mis sentidos, un poco a mi pasión por la Sirena. El recuerdo de la Sirena vive, ¡vive!, a pesar mío. Transcurren los días, a veces, entre malestares estomacales, el dolor de mi rodilla derecha y nuestro intento para aprender a nadar, pues algún día tendremos que salir de aquí, dice la dama, yo no lo deseo. ¡Bendita lluvia!, ligera o tormentosa, la lluvia es nuestro manantial de agua dulce, chorreamos y el canto de la Sirena lastima nuestros oídos, mis sentidos se atizan vigorosamente, el aroma del mar es desplazado por el repugnante hedor de la sirena y paladeo el dulce veneno de su boca; mi compañera se ciñe a mi cuerpo, temblorosa, me deshago de sus brazos y camino hacia mi sueño diamantado, aprisiono sus labios cortantes y me asquea su aliento. Si es verdad que existe un diablo, ese demonio es ella, la Sirena, por la que vendo mi alma, aunque caiga fulminado al instante al beber la ponzoña de su beso.



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