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lunes, 2 de julio de 2018

El Rey no ha muerto, viva el Rey!


A un ademán de su mano enjoyada, cesó de nevar, surgieron los colores brillantes y opacos en forma de flor; el lago congelado volvió a ser cálido, miles de burbujas crearon ondas en sus cristalinas aguas, bañando las flores recién nacidas, los que ahí transitaban o jugaban el en momento del deshielo, ahora beben su pureza en el fondo de el lago azul, azul porque es el espejo del cielo, de las montañas, del castillo y del Rey mismo, quien desde su ventanal, apoyado en los vitrales magníficos, desmentía que nadie hubiera desaparecido en esas aguas vitales. Sopló sobre los perfumados aromas de sus jardines y, con este acto, el olvido se hizo presente, nadie extrañaría lo que ya no existe en su memoria, a esos desgraciados que se ahogaron en el momento del deshielo.  El pueblo vive en paz y felicidad. A antojo del Rey, los habitantes más hermosos y perfectos viven eternamente; con un chasquido de sus dedos, los indeseables se convierten en polvo e igualmente son negados desde los vientres de sus propias madres, desaparece todo vestigio de ellos, con el sólo hecho de no existir no es suficiente, también hay que negarlo.

Las cosechas del pueblo son las más generosas de todos los alrededores, los aldeanos cantan en sus faenas del campo, las frutas y verduras son acariciadas por tan nobles manos; creen en la justicia de su Rey, aman su bondad y veneran su sabiduría. Las sequías e inundaciones son prohibidas por el dedo del rey, las ahuyenta, estas tuercen su camino y terminan en cualquier otro reino, la desgracia de su existir no puede ser omitida, siempre cumplirá su función, los desastres naturales son necesarios, crean un equilibrio.  Justo en el cenit  del sol, el Rey logra volver a su sombra, esa parte tenebrosa donde yacen los espectros, los muertos olvidados, los muertos que no logran morir porque ni siquiera han nacido al ser negada su concepción en sus madres, en el olvido no existe vida, no existe muerte, estos errantes lo han confirmado. Ahí en ese espacio suspendido, el rey halla su verdadero ser, su negro y turbio corazón, su hipocresía, su deshonra, su cruel y malvada alma; nada de su ser siniestro se puede truncar, es necesario para seguir alimentando al Rey, a capricho de él.  ¿Negando, se llega a existir?

La verdad se disfraza, las mentiras se creen, la maldad y la violencia no existen, sólo el orden y la disciplina. Su reino es el más famoso en toda la faz de la tierra, su esplendor se divisa desde otros reinos envidiosos, haciendo sangrar de anhelo sus corazones; quien lo visita, será feliz eternamente, quien no lo conoce vivirá en desgracia y pesadumbre. Cada extranjero deja de serlo cuando pone un pie en sus ricas tierras, miel y leche le son obsequiadas, envuelto en abrazos fraternales, el forastero se convierte en hijo de esa tierra, hermano de todos, esposo de alguna tierna doncella; hay quien no puede volver a su patria, se destierran ellos mismos, no pueden añorar lo que no añoran y si alguna vez, en un extraño rincón de su mente reciben el llamado de sus antepasados, los forasteros, justo en el umbral de la salida del reino, sus propios pasos retroceden, se niegan a abandonar la gloria de ese terruño, ya no se pertenecen ni a ellos mismos, su lealtad está donde el nuevo Rey, quien le ha cobijado con su manto púrpura bañado en oro, quien ha besado su mejilla, llamándolo hijo pródigo, quien le ha compartido su vino y le ha permitido besar su anillo ataviado en piedras preciosas; aquellos que dejan atrás,  sufrirán, su familia abandonada, colocará un altar en su memoria y no olvidaran a su hermano, hijo, padre, que no regresó a su hogar, hasta que se detenga el último corazón de su dinastía.

En los cuadros decorativos de varias generaciones que decoran del castillo, se puede distinguir al mismo Rey, su mismo increíble atuendo, el mismo fulgor de su Corona y el mismo anillo de oro, nadie parece haberse percatado de ello y quien logra hacerlo, desaparece misteriosamente, al igual que cualquier otro inconforme de sus leyes, de su riqueza, de sus maltratos, son aniquilados y perecen en el aroma del olvido. Todos lloran la ausencia de su Reina, justo cuando inicia la nieve, es cuando es recordada, sólo los cuadros muestran la belleza de tan distinguida dama, nadie sabe más de ella, lloran porque aman a su Rey, por la orfandad en que quedó al partir su compañera. Sin embargo, es consolado, cada mujer que distrae los ojos del Rey, termina en su lecho, sin importar si es casada o soltera, siembra sus semillas en ellas, sus hijos viven al amparo de otros padres, nunca ha reconocido a ninguno, son hijos indeseados, no necesita herederos, el Rey vivirá para siempre, las llama a capricho, ellas le son fieles, ni en tortura confesarían su amor clandestino, auténtico, a su amante Rey.  Algunos maridos reaccionan al sentir como sus esposas abandonan el lecho nupcial y, en sigilo, las espían,  conocen el destino de sus compañeras; el Rey logra discernirlo y a los maridos traicionados les hace caer en un sopor, aliviando sus mentes, despejando toda sospecha; los más renuentes, fingen, el poder de su Rey no es absoluto, existen mentes rebeldes y fuertes, tampoco ignoran a los que se ausentan para siempre, como tampoco ignoran el amplio poder de su temible Rey.

La confianza del Rey hacia sus súbditos es admirable, bebe su vino sin temor a ser envenenado, sus alimentos no los cuestiona ni un segundo, camina entre ellos sin escolta, saluda de mano, abrazo y deposita tiernos besos en sus mejillas; los enfermos y ancianos son visitados periódicamente por el Rey y un séquito de médicos, son cuidadosamente atendidos, cuánta misericordia de su majestad; a orillas de la muerte, el Rey teme el discernimiento de estas personas, porque recobran sus vivencias extraviadas, las que el Rey hizo perdedizas con sus encantamientos, las que lo delatan cómo es realmente, mostrando lo perverso de su soberanía; las almas errantes, espectros que gimen por su descanso, por su venganza, murmuran a los oídos de algunos de los enfermos o ancianos, los más graves, el Rey se anticipa a la última mirada de odio, a las últimas palabras acusadoras, en este punto, ellos, los enfermos y los ancianos que están al borde de la muerte, ya lo saben todo, en este punto, la "bondad" del Rey les retira del "sufrimiento", acallando las voces y miradas que denuncian su maldad.
Los reinos vecinos tienen alianzas y le rinden tributos a el Rey, los reinos que le declararon la guerra, simplemente, son borrados! Engatuzado, cualquier extranjero, acogido por el Rey, en los sopores del vino, revela debilidades y fortalezas de su reino abandonado, informa a detalle todo lo relacionado a su anterior rey, acerca de sus planes, de sus pecados, haciendo vulnerable a cualquier adversario; el rey, juega sucio, siempre gana; a voluntad, los elementos naturales le obedecen, son sus aliados; su pueblo vive a su sombra, nunca pierde, es el Rey!

A través de los años, surgen mentes brillantes, son catalogados entre locos y genios; malditos locos de la verdad, palpan la verdad-verdad y en cada intento de corregir ese camino torcido de su amado Rey, son sacrificados, las gotas de esperma que les dieron vida también los desconocen; con rabia, son castradas las demandas de una nueva y mejor vida; del cambio y una nueva sangre, sangre fresca; ellos también yacen en el exilio sombrío, no pueden morir, son envueltos en el abrazo mortuorio y descarnado de los que beben su último aliento, ahora también son espectros. Los ojos del rey penetran en las miradas de todos, reconoce cualquier desconfianza, odio o traición de su pueblo; algunos de sus más leales colaboradores han probado su espada llena de piedras preciosas, siempre creen poder engañarle, sublevar al pueblo y derrocarlo, o enriquecerse a espaldas de su Rey; el Rey siempre los perdona públicamente, conoce sus pecados y los mantiene cerca de él, es peor estar solo, con estos actos, el pueblo le admira más, aman a su Rey benévolo, lo adoran como se adora a un dios de amor.

Las niñas que hurtó y amó, secretamente, infantes febriles, ansiosas de su lecho, fueron aliviadas en ese sopor de olvido, cada vez que se hartaba de ellas; ahora, al correr de los años, aquellas niñas, son las ancianas desdentadas que le guiñen a su paso, es inevitable, a la sombra de la muerte, renacen sus memorias idas y ese deseo quemante de volver a ser poseídas por ese amante perfecto, renace; a un movimiento de su mano blanca, caen muertas, ancianas malditas, verdades indestructibles, Muerte incorruptible, , se lamenta el Rey, sólo con ese ser sombrío y tenebroso no logra ni un ápice su poder; le ha burlado, evita su aliento, la mece en el tiempo, ella, la Muerte, sonríe, tétricamente, ¿complacida o irónica?, no logra descifrarlo,  el Rey es eterno, ese manto negro no podrá amortajarlo, nunca, ella no lo pierde de vista, abiertamente, le sonríe, la Muerte, sonríe.

El Rey no decreta leyes, las ejecuta con su propia mano, magia negra, cuántos crímenes, déspota hipócrita, tirano cruel; ¿cómo puede dormir?, muchos ya se cuestionan con la cabeza gacha y el puño cerrado, evitan verle a los ojos o serán sentenciados; el Rey no mira, observa corazones, escudriña almas; están perdidos, deben someterse y besar su sombra o ni una mota de polvo queda de quien  se resiste a la bendición de su mano santa. 

Las pestes de los otros reinos no les tocan, su castillo es inmune; las pestes son maldiciones que desata el alma del Rey que se corroe en iniquidad, no se pueden ignorar y, el Rey, las arroja lejos, vaciando lamentos y muerte al pueblo señalado. Hastiado de la rutina, el Rey, deambula en los inmensos jardines, dormita, sueña su muerte, ve los rostros de la traición, divertido, permite un avance, tres, todos e inmediatamente prueban su espada enloquecida, cerrando el hades a esas almas traidoras, condenadas a vagar en eternidad como negros espectros. Ahí, en esa zona extraviada, llena de murmullos sedientos, indescifrables, los espectros, también se rebelan, ofrecen sus almas errantes a cambio de venganza; la cadena siniestra de su Rey es tan extensa qué, hay que acabarla; entre vivos y muertos lo lograrían; no más matanzas contra su prole, no más abusos y vejaciones; los muertos habían hablado, eran dinastías cegadas a capricho del Rey; la Muerte, le sonríe a los espectros.  En cada dulce sueño, pesadilla, delirio, las almas perdidas musitaban oraciones antiguas, cantos idos,  al oído de los vivos, adultos y niños, animales, árboles; hervía como un contagio intangible, como la melodía de los grillos; el Rey, desnudo, entre sus resoplidos y jadeos de amor con una de sus amantes, escuchó el zumbido, no movió ni un dedo, no hizo nada por acallarlo, el acto del amor no se puede abandonar, es un pecado. Aún desnudo, el Rey, apoyado en los vitrales, iluminado por la luna llena, sintió un escalofrío, todo parecía en paz, indagó en corazones fatigados, jóvenes, fieles, ojos en reposo, inclusive en los soldados apostados que vigilaban, cabeceaban; sin percibir peligro, volvió al cuerpo de la amante adormilada.

El sol calentaba los sembradíos, las frutas emitían un aroma perfumado, las gotas de rocío en las flores lanzaban destellos al ser tocadas por el sol, el Rey pisaba el césped húmedo, lo único que le perturbaba día a día de sus tantos años vividos era el cenit del sol, jamás lograba omitirlo, daría 100 años de su vida por borrarlo; ¿cómo negar lo sucio de su existencia?, si los espantos están ahí para recordarlo, justo en el cenit, entraba a su sombra, el Rey, contemplaba con repudio que no se iban, nunca, los espectros jalaban su manto, se colgaban de su espada, de su corona, de su anillo, clamaban venganza y, a un ligero ademán de su mano blanca, retrocedían asustados; aún muertos, los espectros se preguntaban: ¿qué más daño podría causarles?, el Rey leía sus mente y les contestaba burlón: ¡No existir, ni en la vida, ni en la muerte!, ¿les parece poco?

El Rey, hastiado de vivir, esa noche oscura, sin luna, se sumergió en la inocencia de unas infantes; realmente, nadie le amaba de verdad, todo era manipulado por él, pero, seducidas esas criaturas y ante el resplandor de su Rey, anhelantes, lo amaban, era su dios; ese candor era el que lograba llenarle un poco, la pureza era su alimento. El murmullo intenso volvió a despertarle, la flama de la chimenea pintaba de dorado los  cuerpecitos que reposaban en el lecho divino; desnudo, hostigaba con su entendimiento al pueblo, nada le fue develado!, solo oscuridad; se apoyó en los vitrales fríos y recordó a su esposa muerta, la Reina que se atrevió a maldecirlo al descubrir el demonio perverso que era su amado Rey y, negándose a parir al hijo que llevaba en su vientre, sucumbió por propia mano con la espada del monarca; el suspiro del Rey cubrió de un ligero cristal helado todo su reino, tantos años y aún le dolía la muerte de la mujer que realmente amó, que seguía amando; volvió a meterse entre esos pequeños cuerpos y un escalofrío le invadió el alma. 

Los pies desnudos, pisaban el hielo delgado, no tenían frío, iban embravecidos por el odio hacia el tirano, llevaban de la mano a esos espíritus negados, muertos suspendidos en la nada; las visiones de los hechos más torcidos del Rey habían sido contempladas por todo su pueblo, aliviándoles del olvido y la negación de todos esos seres extraviados; se levantaron contra su Rey, el murmullo era inquebrantable, la tierra se cimbró, los árboles y sembradíos permanecieron quietos, no hubo nadie en vida que no descubriera el hechizo del Rey, sus ojos veían, realmente, por primera vez, la mascarada se había caído; sigilosos, se colaron por todas las rendijas, los negados espectros envolvieron el raciocinio del Rey, turbándolo, el Rey dormía plácidamente; se lanzaron a su cuerpo, cual jauría de lobos, lo apuñalaron, alguien tomó su espada y cercenó su cabeza, al verlo, los demás, cortaron en pedazos el cuerpo que aún se estremecía y convulsionaba en pequeños temblores, intentaba incorporarse y hechar a correr, pero, antes de intentarlo, desprendieron todos sus miembros y lo cortaron en pedazos más pequeños; la estampida humana, llevando en alto cada parte del rompecabezas de su Rey, bramaba en vítores, justicia!, libertad!, muera el Rey!...

La fogata era enorme, de tan altas flamas que iluminaba hasta los bosques y riachuelos que se desplazaban en los alrededores del reino; chirriaban los pedazos de carne que arrojaban a las grandes flamas, los negros espectros arremetían con soplos de viento lúgubre para avivar más la lumbre,  era un día de fiesta, de luto, de... ¡“Qué han hecho, insensatos!”, rugió una voz espantosa, fue escuchada hasta en los reinos vecinos, desatando un torbellino que elevó la lumbre de la gran fogata hasta más allá del firmamento; el que había cercenado la cabeza, la sostenía extasiado, contemplando todo la escaramuza, nadie se había acordado de la cabeza; cesaron de bailar, de hacer piruetas y de beber los vinos en las copas de oro decoradas con gemas del Rey; abrieron paso al hombre que portaba la cabeza del soberano, en sus manos, los ojos del Rey fulguraban diabólicamente, su boca retorcida llena de sangre lanzó un soplido y todo quedó helado, hasta los riachuelos guardaron silencio y quedaron suspendidos; algunos aldeanos buscaban entre las brasas las partes del cuerpo del Rey, sin resultado.

Los espectros descarnados coexistirían entre el espanto de los vivos, el horror no les dejaría vivir en paz; los espectros no tendrían descanso, ni existirían ante la vida y la muerte, en pena, vagarían sin descanso en los sueños de cada aldeano, para consternación de los vivos, jamás volverían a dormir en sosiego, el castigo era mutuo.  El Rey no volvería a evadir ni a negar nada, ni a nadie. El pueblo querían sus confesiones, sus secretos, pues el suplicio también sería de ellos, el Rey, les compartiría todo.  La corona creaba un halo de santo sobre la cabeza del Rey, las piedras preciosas centelleaban al igual que el escudriño de los ojos del Rey en cada rostro y corazón de su pueblo; aquel que cercenó su cabeza, viviría para siempre, al igual que los más atractivos, se quedaría a resguardo de su Rey, de lo que quedaba de él, lo sostendría eternamente, en la caja de oro y cristal, sobre el cojín púrpura de terciopelo, con aplicaciones de piedras preciosas; este vasallo sería el encargado de complacer en todo a su Rey; no envejecería, pero no podría tener dinastía, vería ir desapareciendo a todos sus seres queridos. El poder del Rey sí era absoluto, a un solo pestañeo, a cualquier adversario lo pondría en su condición, le haría perder la cabeza. La Muerte sonreía desde lejos, no había perdido detalle, los espectros le miraban con rencor y con duda, sintiéndose traicionados por ella, qué vileza, corearon en un hálito tenebroso; la Muerte, con ironía penetró  los ojos de los espectros, abrió su boca muda y les susurró, espeluznantemente: “¡Lo intenté!”.







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