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domingo, 24 de septiembre de 2017

El demonio de mi almohada

Enardezco o tranquilizo al demonio que vive en mi almohada, en la penumbra,
Al abandono del sol, poso mi cabeza en ella, sólo para desatar mis manchas;
Espera de forma malsana mi canto; me encadena, se burla de la sal de mi llanto,
Me domina, acaricia mi cabello plata, fielmente y me confiesa hasta el amanecer.

Sin queja, en lucidez, escribo este poema, a ella, la almohada, a mi hoguera,
A mi paz, nube de mis pesadillas, de mis sueños serenos; creo que también me ama,
Me extraña de día, aunque sé que me odia; llora por mí, no lo admite, lo siento,
Me mece, se esmera, suspira mi congoja, conduciéndome a la irrealidad del ensueño,
O se regodea con mi sufrimiento, envileciendo mis lamentos, alimentándose de mi vela.

Ese demonio no muerde mi corazón, arrulla mis delirios que me coronan, los que me maldicen,
Los negros, los dolientes; elevándome a lo etéreo, purificándome, aliviándome de ti,
De ellos, de todo, de mí, cada vez que hundo mi rostro en él, naufragando, me anclo ahí;
En desvelo, el demonio, espera el sin fin de mi sollozo desvalido, rozando mis sienes, mi boca, mi frente.

Liberándome, sin conseguirlo, el demonio de mi almohada, sincerándose,
Se descubre en mis sueños, se devela que, es en realidad un ángel,
 Ángel caído, por mi causa, por ese chacal que me arruina,
Por esos engendros que me consumen, velnias que me arañan y carcomen mi alma;
Hechizo enviado a ungir mi cabeza con incienso, hasta que sonría, de noche, al alba, día a día.



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