Até mi anillo a mi huesudo dedo con unos delgados hilachos, también, anudé bien la tela a mi delgada muñeca, jamás sería un desconocido entre los muertos, mi escudo me distinguiría, sólo por el legado familiar, porque, mi conducta en esta roca no es la de un humano, desconozco en qué me he convertido. No hay vuelta atrás, con la espada de aquel gallardo oficial en mis manos, sonrío patético, no hay nada aquí que me detenga, esta miseria de amor, me envilece. Ante el sólo pensamiento de mi familia y mis antepasados, me sonrojo, no tengo honra. No me castigo, debo aceptar la indignidad de mi conducta en esta maldita roca, ante estas cavilaciones, no advertí a la Sirena, debía tener un buen rato ahí, apoyada en la saliente roca, su cabello seco bailoteaba tímido ante el vientecillo marino, el sol estaba con todo, lo que hacía más fuerte el hedor de la Sirena, sentí asco cuando sus labios cortantes se unieron a los míos, su pegajosa saliva me sofocó, las manos de la hechicera marina intentaron desprenderme de la brillante espada, sin conseguirlo, ella, simplemente se enroscó en mi cuerpo desquiciado y sus larguísimos cabellos estimularon el engendro que soy, su melena se concentraba en cada resquicio y en recorrerme el cuerpo con delicadeza, percibía esta caricia divina sobre mi cuerpo, al mismo tiempo que se filtraba a mi sangre y a mis demonios contenidos.
No comprendía si negaba o liberaba al mundo de este ser singular. Estaba hecho, la Sirena no entendía la sangre que brotaba de su cuello, lanzó un graznido demoníaco, el cual casi me hizo perder el sentido, pese a que había colocado tapones de tela en mis oídos, para que ella no nublara mi juicio con su chillido ensordecedor, esperaba cualquier reacción violenta de ella, sin embargo, lo que nunca imaginé fue que, el ardiente sol fuera desplazado por negros nubarrones y violentos rayos, un mar embravecido azotó la saliente rocosa, con un rugido infernal, todo esto parecía un sueño, más bien, una pesadilla de niño; en mi desnudez, aún con la espada manchada de sangre en mis manos y el horror en mi rostro, pude notar las lágrimas de un color carmín intenso en sus ojos profundos y oscuros de mi bella Sirena; yo, bramaba, sostenía con firmeza, con una mano, la herida que le había ocasionado, besaba con locura su bello rostro, mi pecho se humedeció con su sangre y sus lágrimas, las lágrimas de mi amada eran quemantes; volví a comprender sus palabras, era un gimoteo desesperado, un llanto de Sirena, con chillidos que casi perforaban mis oídos y laceraban mi corazón.
No sé qué eran esas sombras dantescas, supuse que eran los fantasmas de los muertos de la Sirena, o los espectros de mis antepasados que venían a rescatarme de ella, no lograba distinguir bien las siluetas iluminadas por los enardecidos rayos que latigueaban el plomizo y tenebroso firmamento; mis ojos ardían, mi rostro estaba bañado en sangre, al igual que mi cuerpo; entre delirante sollozos, ahogados por su propia sangre, la bella Sirena alzaba sus brazos al cielo, con desesperación, su llanto era cada vez más agobiante, el mío era infrahumano, aún con espada en mano, no me separaba de su exquisito cuerpo y del fulgor de sus bellísimos senos, como un niño, me acurrucaba en ellos, sin dejar de presionar la herida de su cuello. El mar no tardaría en tragarnos en una iracunda bocanada, reclamaba a su Sirena, nunca fue mía.
Un escenario de horror me tenía al filo de la locura, fui arrancado del cuerpo de mi amada Sirena, eran ellos, vivos o muertos-vivos, sí, eran ellos, sólo que en otros cuerpos pasmosos, todas las personas que había conocido en medio de ese abismo salado y muchas personas más, su aspecto era alucinante, inclusive, la pequeña y su madre, mi tierna y amada compañera de roca, también estaban ahí, algunos, sobre la roca y, otros, suspendidos en el hirviente mar, no pronunciaron palabra alguna, emitían sonidos pavorosos, como los de la bella Sirena. Sin forcejeo alguno, sin tener una comprensión plena de lo que estaba sucediendo, cautivo en esta pesadilla inextricable, observé como la hermosa Sirena era conducida al oscuro mar, entre sollozos, me dijo que me amaba, creí haber enloquecido, esta vez, le entendía perfectamente, antes de desaparecer entre las aguas marinas, mi amada Sirena me lanzó una mirada bañada en el carmín de su llanto, presuroso, con aquellas notas lejanas de piano, con mi anillo y empuñando la espada, me lancé tras ella, perdiéndome en ese mar encolerizado.
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