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martes, 27 de agosto de 2019

Los ojos de la sirena (Capítulo XIV)


A cada chasquido del mar, sobre la roca, miraba anhelante, loco, deseando hallar la silueta de esa hechicera marina, habían llegado trozos de madera y un gran baúl; por lo que deduje que la Sirena estaría muy ocupada con esos cuerpos sanos, vigorosos, para saciar su sed de sangre, reconozco que lloré al imaginarla envolviendo a esos desgraciados náufragos sólo para conducirlos a una muerte más rápida. Únicamente, hallamos en el baúl, ropa, alhajas, monedas de oro y plata; alimentos es lo que más apetecíamos, como el mayor de los tesoros y, nada, sólo esta basura.

La dama está sumamente decaída, tampoco pierde de vista el horizonte, buscando los luceros que ciegan nuestro ser; rechaza las clases de natación, por más que la apremio, sus ojos permanecen cerrados aunque no duerme, lloroso, le pedí que no muera, que no me abandone a esa soledad espantosa, entre esa palabras suplicantes, besé sus labios, su rostro, su cabellera, sus senos, su sexo y, aquí, la dama siempre vuelve a la vida; después de amarnos, con una débil sonrisa, mi compañera de roca me prometió que no me dejará solo e, inmediatamente, comió de los pecesitos ensartados en la espada. Dialogamos abrazados y susurré un secreto al oído de la dama, una confesión que me permite continuar vivo.

Respingó mi corazón, después de un día y otro de espera, esa mirada grabada en mi mente y ese centelleo en sus ojos, traspasó mi alma, allí estaba mi amante Sirena, desconozco el tiempo de su traición, de su ausencia, sin memoria, salté al busto diamantado, ella apoyó mi cabeza en la luz de su pecho y, embelesado, reviví en el arrullo de su corazón, en mí, ese latido me hace vibrar el cuerpo entero; sé que esto no es eterno, lo que dure será suficiente para esta desvenjecida alma mía.  Los tres cuerpos entrelazados se confundían, de haber una mirada indiscreta, nunca sabría el inicio o el final de cada uno de nosotros; entre besos y suspiros, lancé una mirada significativa a mi compañera de roca, justo cuando nuestras miradas se cruzaron y ella se asió de las copas de la bella Sirena; la dama, encadenada al busto brillante de la hechicera marina, se nutrió de su sangre; un hebra de sangre se deslizó hasta su barbilla, yo, prendido, en el cuerpo de la Sirena, le poseía lascivamente. Nos quedamos solos, entre una espuma y unas ondas cristalinas que dejó mi amada Sirena cuando se sumergió en ese mar oscuro; abrazado al talle de la dama, noté que se veía mejorada, me sonrió con dulzura y sus ojos destellaron como los de la Sirena; el secreto que había descubierto para sobrevivir, era beber la sangre de la Sirena,  la dama tiene color en sus mejillas, la mejora se advierte a tal grado que, la dama, con ímpetu, se vuelve a enfundar en mi cuerpo.

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