Podrido, el jitomate estaba podrido, aún así, me lo comí, escurría por mi codo un poco de su jugo rojizo y pasé mi lengua por todo mi brazo, ninguna gota escapó a mi voraz hambre. Un ligero rayo de luz se filtraba por el pequeño agujero, de lograr alcanzarlo, estaba segura, mi mano pasaría por ese hueco que alimentaba mi prisión de aire, de esperanza, de sueños y de ese leve resplandor que jamás lograba tocar, yo soy tan pequeña y esa perforación está a casi tres metros de altura; cientos de veces, apilaba las plumas de gallina que eran introducidas por ese orificio, me subía hasta la cima de todas las plumas y brincaba con todas las fuerzas que lograban mis piernas, me estiraba el doble de lo que mi cuerpo podría, normalmente, bueno, eso creía yo. Tosía cada vez que apilaba las plumas, a veces vomitaba, las plumas en la oscuridad causaban un gran revuelo, no lo veía, pero, mi nariz y garganta daban cuenta de ello, que tos tan escandalosa y fastidiosa, ni modo, en la pequeña prisión no hay un centímetro sin que esté invadida por las plumas, debo respirarlas por todos los poros de mi cuerpo.
Qué comezón!, no logro aliviarla, es desesperante, se me clavan las plumas en todo el cuerpo, es una picazón eterna, no hay paz, todo lo llenan, me las trago cada vez que toso, cada vez que suelto una palabra o un pensamiento hablado, hasta en los oídos se introducen estas condenadas plumas. ¡Qué infierno!
Siempre me he preguntado el por qué de las plumas, cierto es que, es una tortura, pero, a quién se le ocurrió que algo que viaja ligero en el viento, que lograría acariciar o arrancarte una carcajada, también lograría ser una maldición. ¿De dónde sacan tantas plumas?, ¿dónde estoy?, ¿qué tipo de prisión es esta?, acaso, ¿será el purgatorio? Plumas!, malditas plumas!, con sólo pensarlas, pican más.
Día a día, va creciendo el nivel de plumas, me llegan al busto, en cada paso, por más lento que sea, las plumas crean un sofocante y asfixiante ambiente, he sentido morir tantas veces, tosiendo; a veces, he tardado tanto en encontrar la cebolla que me arrojan para comer, ahora, son cebollas, desde hace muchas semanas, anteriormente, eran jitomates; mañana, ¿qué será?, ¿qué me arrojarán?, ¿me olvidarán?, ¡ojalá!
Cada vez que lanzan un puñado de plumas, llegan humedecidas, es su método de enviarme agua, debo chupar las plumas para hidratarme, varias veces al día, ¡muero de sed!; por tres días, me enviaron el puñado de plumas mojadas en agua salada, aún así las chupé hasta el cansancio, me imaginé un delicioso caldo de pollo, ¡cómo lo disfruté!; lo grave, la sed que me atormentó después, tres días no recibí plumas húmedas, creí morir, estuve a punto de suicidarme tragando plumas en mi desesperación, no lo logré, sólo vomité y vomité; lo poco que orinaba, lo hacía en las plumas y bebía mi orina, ¡deseaba tanto morir! ¡Aún respiro!
Sólo quisiera saber por qué estoy en esta prisión, ¿de qué se me acusa?, ¿cuál fue mi pecado?; desperté en este agujero insano, sin plumas y, ahora, estoy a punto de ser cubierta por ellas; MILES, SÍ, miles de veces grité mi desconcierto, mi inocencia, imploré, recé, acepté lo que ellos quisieran, me declaré culpable de lo que fuera, para ser liberada, si ellos veían en mi a un demonio, en ello me convertiría; ¡la libertad todo lo vale!, al grado de negarse uno mismo. Me han lapidado con lo más sutil, ¡pesan tanto! Intenté hacer racimos de plumillas, atándolas con las plumas más largas, hice cientos de bultos con ellas, pero, fueron tantas que casi enloquecí, extravié la cuenta, no me he perdido.
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