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miércoles, 26 de septiembre de 2018

La traición de la Sirena (Capítulo IX)

Este cuerpo volvió a la vida, potente, ardiente, el tiempo se detuvo, el espacio era mío y la Sirena me arropó en su fétido aliento. Me hundí en su ser pestilente y cortante; mi sangre es la humilde ofrenda a este amor no correspondido, ¡soy un idiota!, me hundo en sus brillantes senos, caigo, en delirio febril, escalofrío, palpita esta vela, pierdo la cordura, mi alma ya no es mía, floto en esta roca como si se filtrara en mis huesos, en este instante soy un osado guerrero, con la dureza de esta piedra, su melena ondulante es una brisa divina en mi cuerpo, sonríe maliciosamente, la observo entre bruma y el dejo de mi alterada respiración, emite una melodía suave, no me quejo, es el eco de su aliento, asciendo y desciendo a la gloria, el cielo está en todas partes. Débil, permanece en el candado de mis brazos, flácida, ya no sonríe, brilla mi sangre en sus dientes filosos. Silencio denso. Ella, fría, yo, aún hervía.

Me despierta un golpe demandante, mi compañera de roca abofetea mi rostro, sangra mi labio, el que mordió la sirena, su mano tiñe de rojo y no se detiene, aprieta los labios y sus ojos brillan, ¿enojo?, ¿lágrimas?, que sé yo, soporto su desquite, es una loca, me incorporo y alejo mi rostro de su palma, me empuja y caigo en la roca, de cara a la espuma del mar, me apoyo en mi rodilla derecha y siento como si un gran alfiler se clavara nuevamente en ella, emito un quejido, me apoyo en mis manos para levantarme y mi compañera me patea las nalgas con gran fuerza, lánzandome al mar, me hundo en las frías aguas, pataleo e intento bracear, esta vez pesa  más el agua salada, me tenso con desesperación, mi manoteo lo percibo como entre lodo, todo el cuerpo me duele, pesado, eso es, me siento tan pesado y me hundo; algo delicado roza mi mano y mi cabeza, ¡la Sirena!, pienso anhelante, con fuerzas insospechadas, me aferro a ese roce y suelto mi cuerpo, no me resisto, que me lleve a donde mi destino, la muerte, al fondo del mar, que termine conmigo, ya.

Solloza, convulsivamente, abrazada a mí, aún enredado en el gran lazo de prendas atadas, tragué agua y no dejo de toser, mi compañera de roca rodea mi cuello y no me permite respirar libremente, no tengo fuerzas para hablar, intento apartarla de mí y mis brazos no me responden, así me quedo, asfixiado por ese abrazo de culpa, nunca fue la Sirena, nunca estará para mí, debo admitirlo, vaga mi pensamiento hacia sus diamantes. Total, respiro.


Todo mal, peor, la dama grita alterada: ¿prefieres a ese animal?, ¿qué te da que yo no tenga?, diciendo esto  y más, se arranca la ropa y, desnuda, se golpea sus pechos sin pezones y sus piernas delgadas; en su alegato, yo, aún postrado, con la cabeza inclinada entre mis manos, sintiéndome un traidor ruin, no me atrevo a ver sus dulces ojos, pero, mi voz se alzó y le pedí perdón,  le pedí perdón por mi debilidad hacia ese ser monstruoso, a ese ser que me debilitaba no sólo el cuerpo, sino todo mi ser, con sinceridad, le agradecí haberme rescatado de las fauces del mar; sediento de la dama, esperaba su perdón, sus brazos tiernos, sus labios ardientes y su cuerpo que no llegaban; aún postrado entre el lazo de prendas húmedas, el silencio me hizo levantar la mirada y el cabello de la Sirena ondeaba, contemplé cómo se mezclaba con la melena de mi compañera de roca, no me percaté de su llegada, en su danza erótica, la dama buscó mi mirada y la sostuvo por unos instantes, hasta que cerró sus ojos; estaba a punto de llover, el cielo encapotado heló mi corazón, o acaso fue el abrazo amante de esos dos cuerpos desnudos. No me até con las cuerdas, volví mi rostro hacia el mar rebelde, los sonidos de su amor golpeaban como gotas en mi rostro, ¿por qué la eligió a ella?, intenté no maldecir, pero, seguí cuestionando débilmente, llueve sobre esos cuerpos enlazados, llueve sobre mi largo soliloquio,  hoy, el enojo y la rabia me pertenecen, la traición no es de esa dama o mía, la traición es de la Sirena.

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