El engendro de sus pesadillas, las peores, de su infancia, de toda su vida; le vio venir a lo lejos, ahí, esa temible existencia, tembló, las piernas no obedecieron sus pasos, dudaron al verlo venir, se cuestionó, en confusión, "¿Existe?", "¡Sí! y le sudaron sus manos. Pasó junto a él, esa bestia infrahumana agachó la cabeza, hizo huidiza la mirada de diablo; no era tan temible, ya no. Ese color de bronce, piel agrietada, ya no parecía tan sombrío; como le había engañado con su miedo de pequeña inocente, cuando le miraba aterrorizada, le veía imponente y malvado; en realidad, es frágil, si ella quisiera, podría romperlo con sólo desearlo. Se arrastra cual serpiente cuarteada, ahora, verle, era lastimero.
Cuándo fue que ese ser mustio y desgraciado, le había rasgado la mente, el alma, sus tres corazones; cómo pudo atreverse a romper el umbral del juicio de sus tres mentes fantasiosas e inocentes. Acaso, ¿un demonio le poseía?, acaso, ¿eran tres malditos espíritus, todos en él? Cómo era que en esa oscuridad nebulosa siempre estaba presente y brillaban esos ojos enardecidos, aferrada a un dios sin piedad, arrinconada entre papel sepia y metal impuro, maleable, era consumida en sus tres almas por la insaciable voracidad de ese zafio ser siniestro.
¿Dios todo lo sabe?, siempre se cuestionó, por años, demasiados y, si todo lo veía, ¿por qué no musitó nada a su oído? La única respuesta que escribió su magia, su compañera, su sombra, fue la negación, lucifer no existe, es una blasfemia en la vida; las manos humanas, son humanas, no pueden ser garras ardientes; no fueron creados los alientos viscosos, quemantes, que manan el más puro veneno cuando quieren decir una palabra suave y, en un soplo de voz, atraviesan lo frágil del más tierno corazón, de dos, de tres, de los que sean necesarios, hasta destruirlos.
Se doblan sus rodillas, su cintura, su mente, bañada en llanto, aún no sabe cómo es que vive, qué es lo que late en su pecho. Pisará firme, siempre lo ha hecho, aunque su alma en derrumbe no abandona esa oscuridad, no puede, en esa penumbra murieron tres, cómo olvidarlas y, aunque existen, van en abandono, muertas, en trance, negándose a ser traspasadas por la bocanada de un vil dragón.
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