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jueves, 23 de febrero de 2017

Tita

Rebosa de llanto, de amor, de inocencia
de búsqueda y yace perdida aún encontrándose.


Se oculta del sol, su cabello desaseado, su vestido sucio deja ver parte de su ropa interior, le faltan dos botones en la parte del busto, Tita no parece darse cuenta de ello; sentada en la entrada de su casa, abraza tiernamente a su gato, lo regaña, lo besa y sigue conversando con el minino.  El gato le observa y mueve su cabeza al son del dedo acusador de Tita; acto seguido, es besuqueado, el gato cierra los ojos y dormita con el arrullo de los brazos de su dueña.

Navidad, es 25 de diciembre, una vecina se acerca a Tita y le lleva un poco de alimento, se lo entrega en mano, le da dos tiernos besos en cada mejilla, la abraza y acaricia su pequeña cabecita, es tan frágil su figura; Tita derrama unas lágrimas y agradece con su voz temblorosa el gesto de su vecina, la cual se aleja conmovida y llenando a Tita de bendiciones.

Tita del brazo de su gallardo esposo camina hacia la iglesia, elegantemente vestidos, cada navidad van a dar gracias a la virgen de Guadalupe y aprovechan para suplicarle  que les haga el milagro de vida, de enviarles un hijo.  Terminada la misa, caminan entre la feria, saborean un rico ponche; la algarabía es tan ruidosa que se tienen que hablar muy de cerca, casi en el oído para platicar, y, de vez en vez, se dan un beso.

Tita sale de su ensueño, comparte con el gato la comida que le brindaron, con sus deditos le da pequeños bocados al gato, con las palabras más dulces de amor, de su negado amor maternal.  La culpa fue de los olores de los alimentos, en lo profundo de su mente,  estaban sus recuerdos olvidados y ahora evocados por esos aromas tan familiares; su carita llena de lágrimas, esta vez, se dio cuenta de lo sucia y desaliñado de su aspecto.  

Volvió a su portal, con los botones faltantes de su vestido, aunque de diferente color, cabello peinado y rostro limpio, "¡Qué vergüenza!", se decía Tita, "¡Qué van a decir los vecinos!".  El gato pegado a sus piernas, la cola rozaba insistente a su dueña, demandaba ser atendido; Tita sentada, observaba caras desconocidas y sonrientes, no le decían nada, sólo por cortesía les devolvía el saludo con una inclinación de cabeza, es muy educada, nunca haría una grosería a gente tan amable.

Abrazada a su esposo, como tantas veces, lloraba desconsolada, el niño tan deseado no llegaba, los años se escurrían sin darles esa bendición.  Qué culpa estaba pagando para recibir ese castigo.  Su esposo sólo la abrazaba, no decía ni una sola palabra, mudo,  adhería su sufrimiento al de ella.  Sus rezos insistentes le harían el milagro, estaba tan segura.  

Entre oraciones y llantos se marchitó la espera, aquella bella pareja de gran ánimo ya no existía; ahora, cabizbajos, caminar pausado, aún tomado del brazo, con ausencia de risas.  El amor aún vivía, entre ellos y el ángel postergado.  La esperanza, débil, pero no la perdían.  Por ahora, varios perros eran tan amados por Tita, "¡Cuando llegue el heredero, regalaré casi a todos, sólo me quedaré con uno!", decía Tita.

Ahogada en sollozos, abrazada a su gato, aún en la entrada de su casa, en la madrugada, el frío no le calaba.  Se asomaba a la calle, a ambos lados, su esposo no llegaba, era tarde, muy preocupada tocaba a las puertas de sus vecinos, pedía ayuda, quería preguntar si alguien sabía de él.  Sin respuesta, las puertas permanecía cerradas, los vecinos estaban hartos de tener qué explicarle miles de veces la muerte de su esposo, tanto de día como  en la madrugada, hacía tantos años de eso.

Día a día, sentada en su portal, esperaba, su marido llegaría, lo vería dar vuelta en la esquina, "¡Es tan apuesto!", decía Tita, su corazón latía desenfrenado al recordar su noviazgo.  El gato dormía en ese cálido abrazo, día y noche, no lo soltaba.  Fiel a su espera, sin contar las horas, los días, los meses; sin ocuparse de ella, de su aspecto, Tita moría en vida.  Su mente daba saltos entre el presente y pasado, otros más, se perdía.  En cada raro destello de lucidez y dándose cuenta de su lastimoso estado, se hincaba ante su pequeño altar y le rogaba con gran denuedo a la virgen de Guadalupe, ahora ya no pedía el milagro de vida, ahora pedía el milagro de la muerte.




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