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lunes, 30 de diciembre de 2019

Un cirio para la Sirena (Capítulo XVI)

Espanta tanta soledad, escucho el canto salado, perdiéndome en ese manto gris y la tenue neblina; cierro mis ojos bañados en llanto y percibo el vaivén del mar aún en la roca firme; el débil quejido de la dama me devuelve a la realidad, observo con horror que sus pechos sangran y sus muslos, mancillados con violencia, indican con hilillos rojo brillante el camino hacia donde se hallaba su sexo, la bella Sirena lo convirtió en una masa coagulante y grotesca; enloquecido, presiono sus lesiones con las prendas húmedas, tratando de contener la hemorragia, el nivel del mar empieza a subir, sostengo la cabeza de mi compañera con la mano izquierda y con la derecha continúo presionando  entre sus piernas, no logro controlar mi sollozo, incrédulo por lo que hizo la bella Sirena con mi compañera de roca, mi cabeza es un marasmo, no acierto a comprender esta transgresión a mi amada dama.

No hallo un indicio de sentimientos de parte de la Sirena, la fantasía es mía, no existe amor en la majestuosa Sirena, sólo se descarga en nosotros, fuimos su última opción, un cirio para la Sirena, un cirio encendido para ser rezado con la turbulencia del mar y el desenfreno de su pasión; sólo nos contempló como objetos para ser usados y deshechados. No me ama, no le importo. ¿Por qué voy en pos de una ilusión qué no vale nada? ¿Por qué mi corazón le pertenece a alguien tan despreciable? ¿Por qué me traiciono?

Aún postrado ante mi tierna dama que perece, una sombra me cubre, me seduce y vuelvo a degradarme ante su manto estrellado; no hay luna, sólo bruma, sin embargo, en medio de la oscuridad, bebo sus fulgores, sus ojos tiene una luz que perforan mi ser y, con tesón, me profano, doblegándome a sus instintos; mi anillo, atado en unos jirones de mi camisa, se clava en mi costado y, titubeando por un instante, logré cuestionarme, ¿qué opinaría Quirino al saber que se puede copular con una Sirena?, ¿qué opinaría mi familia al saber que amo a este ser depravado y aberrante?; intenté reclamarle por tomar la vida de la tierna dama y, lamentablemente, me tiré de cabeza en el torbellino erótico de mi amada Sirena y enloquecí desaforadamente en su cuerpo; con avidez, en sus pechos diamantados, bebí grandes tragos de su sangre, sin lograr saciar este desierto de mi ardiente sed, olvidándome, en extravío, de vivir y hasta de la muerte misma.

El cuerpo de mi dulce compañera de roca desapareció, sólo quedaron las prendas manchadas de sangre, por fin se reuniría con su amadísima hija, esa niña inocente que entregó a la Sirena con los ojos cerrados y el corazón llorando. Sé que mi fin se acerca, debo suponer que la hermosa Sirena se hartó de nosotros y de no ser así, ¿por qué sacrificó a esa noble dama?  Con tristeza y enojo, recordé observar a ambas en un arrebato amoroso, en poses perversas de su inagotable sexualidad, dignas de un cuadro, cuadro para ser admirado y destruido.  Recuerdo, vagamente, un dulce deleite, envuelto en sus bellísimos senos  y el canto suave de la sirena, no supe cuando es que me quedé dormido y cuando desperté, con ligero sobresalto,  pude ver cuando la sirena se deslizaba sigilosamente hacia el mar, dejando un rastro ensangrentado, jamás imaginé que ya había tomado la vida de mi compañera de roca; en su agonía, logré confesarle a mi bella dama cuánto le amaba y cuán agradecido estaba por su ternura y presencia en esta funesta soledad y repitiéndole, inconsolable, no me abandones,  hasta que se apagó la suavidad de sus ojos y la vil Sirena me tomó en su abrazo llameante, palpitante...




miércoles, 25 de diciembre de 2019

Hedentina en la ciudad

Los ojos se cierran, 
La boca se enmudece y 
La nariz se ahoga

Mierda, toda la calle olía a mierda, cerré la puerta e intenté alejarme lo más rápido de casa, la fetidez atontaba los sentidos; antes de salir de casa, observé los pequeños excrementos de los dos perros que aún no había recogido su dueño, suponiendo que ese era el motivo de ese horrible hedor, me despedí de ellos agitando mi mano derecha aún con las llaves en la mano, al otro lado de la reja el moreno brincaba  alborotado, apoyado en el metal con sus dos patas delanteras e intentando acariciar mi mano con su lengua, pero, sólo recibió un tajante, "no comas tu popo, moreno", apuntando con mi dedo hacia su plato metálico, rebosante de alimento para perro, el moreno gruñó hacia el mieles, su compañero que también acudió al sonido de mis llaves, ahí se inició la pelea, acompañada de fieros gruñidos de los dos perritos chihuahua, volví mi atención a sus escasos deshechos entre las doradas hojas del único árbol de la casa, observé que el viejo árbol estaba casi pelón en esta fría mañana, también noté que el moreno había cambiado el pleito por un bocado de su propio excremento, vociferé nuevamente, "deja eso, moreno" y salí tratando de encontrar un aire más puro.

Varias calles estaban sucias de inmundicia, caminé aprisa e intentando no pisar la suciedad, crucé varias manzanas hasta que logré abordar mi autobús, mareada  de esa hediondez; me concentré en la lectura de  mi libro intitulado "El tufo de la aromaterapia", de la escritora, Mundicis Fraganchis; después de casi treinta minutos, llegué a mi destino y al bajar del colectivo, increíble, el aturdido hedor volvió a patear, las personas se cubrían la nariz con sus bufandas, las manos, la solapa de sus trajes, con el puño de sus prendas, con sus bolsos, con los dedos pulgar e índice, con pastillas de chicle, con migajón, con uvas, con trozos de gelatina, con pedacitos de tamal; bueno, hasta con mechones de cabello largo; era insólito ese aire viciado, sospeché e hice todas las conjeturas herráticas y alucinantes hasta que me dí por vencida cuando escuché tanta extravagancia de  las personas al comentar entre ellas lo siguiente: "vengo del zócalo, huele peor, es la contaminación que huele a popo"; "toda la ciudad huele mal, ya tiene varios días, no se hagan pen...";  "huele espantoso desde Sátelite, hubo manifestaciones y entre los caballos  y la multitud dejaron esta porquería"; "desde la Villa huele también a excremento, colapsó el drenaje de toda la ciudad y este es el resultado"; "es la mala vibra de la gente envidiosa, de seguir así, les crecerán colas de chango"; "en las Águilas hasta te vomitas, gente graciosa que se sienta en todos lados, antes sólo orinaban en los árboles, los puentes, los postes y miren nada más, ahora defecan hasta en el segundo piso del  periférico"; "esto es en toda la ciudad, son las mascotas que sacan a pasear y sus dueños no recogen sus cochinadas, yo prefiero un pez"; "es un virus nuevo de la influenza"; "son los deshechos de todos los puestos de tacos de carne podrida, yo por eso sólo como verduras y chilaquiles"; "es la maldición de Tláloc, hay que encenderle una veladora, rezarle un rosario y ponerlo de cabeza para que llueva y lave la ciudad"; una señora de falda larga (manchada de excremento) con sombrilla, pese a lo nublado del día, inquisidora, espetaba, "es el fin de los tiempos, son las plagas de Egipto, arrepiéntanse, abracen un nopal bien espinoso  y lean las sagradísimas escrituras"...



jueves, 12 de diciembre de 2019

Coatlicue (Tonatzin, “nuestra madre venerada”)

  


Coatlicue era venerada como la madre de los dioses y estaba representada como una mujer que usa una falda de serpientes. Tiene los pechos caídos, que simbolizan la fertilidad, un collar de manos y corazones humanos que representan la vida.   Coatlicue dió a luz a Huitzilopochtli. Diosa de la vida y de la muerte (mitología Azteca).

 La colosal estatua de Coatlicue del Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México, supera en fuerza expresiva a las creaciones más refinadas de pueblos que, como el maya, concebían a la vida y a los dioses en una forma más serena.