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domingo, 25 de febrero de 2018

Coqueta vaquita toallero


Puedes elaborarla en dubetina, terciopelo, fieltro, manta, etc; las manchas puedes aplicarlas con pintura para tela o pintura textil inflable. Para el fleco puedes emplear cordón de algodón, estambre, henequén, etc.; no olvides sus moños, con ellos luce más coqueta!

viernes, 23 de febrero de 2018

La Sirena, ella y yo (Capítulo VI)

Llameaba el mar con los últimos rayos del sol que caía, el astro rey desaparecía o era tragado por el mar. La Sirena me tenía en una desesperación, su canto ausente, su ondular de cabello con la brisa marina lo añoraba, hasta su aroma fétido, el cual era ya una esencia de vida, lo buscaba en el perfume del mar. Por días enteros no me había obsequiado una mirada, moría por una, por un aleteo de sus pestañas; en todos sus ángulos le admiré de lejos, entre cada beso de aquellos miserables; la Sirena tiene labios de pez, se aprecian más de perfil; sus ojos son un misterio, a veces se aprecian saltones, otras, profundos y alargados, cambian de color, del verde-azuloso al oscuro más profundo, ¿cómo lo logra?

Llovía incesante, el cielo plomizo.  Con mi lengua, cual minino en su leche, entre las rocas nuestros labios bebían agua de lluvia, bendición torrencial.  Nuestras fuerzas se aferraban a la roca más alta, el nivel del mar casi nos cubría la cintura, ¿moriríamos?, la mujer oraba furiosa, lanzaba al cielo todas sus plegarias, también pedía perdón por haber entregado a su pequeña hija a la bella Sirena, gritaba y gritaba, creo que lloraba o sus ojos eran demasiado brillantes; sentí el roce de un velo delicado, ligero, puse toda mi atención; saltò y casi se estrella en mi rostro, parecía una mosca gigante, más plana, casi de mi estatura, nos rodeó y nos acariciaba las piernas.

Las gotas golpeaban con fiereza, sin soltarnos, inicié el arrullo de la Sirena, esta vez yo emitía ese canto, bueno, lo intentaba; la mujer abofeteó mi rostro una, dos, varias veces, quizás lloraba, ese canto era maldito para ella, para mí, una oración.  Cansada de golpearme, se abrazó a mí y me besó con tanta pasión, locura y, sí, lloraba, ya convencido, le correspondí, la sangre me hervía, aún llovía, suave, pero le correspondí con la furia del mar, me hizo suyo, me apoyaba entre la roca, el agua y el animal que aún no se retiraba, arrojé nuestras prendas a la punta de la roca, de lo contrario, quedaríamos desnudos para siempre, completamente, sus besos desfogaban su alma, su miedo, su culpa; su cuerpo erizó todos mis sentidos, exploté, explotó, fuimos uno y así continuamos, varias veces, hasta que la lluvía cesó; el animal negro y ligero continuaba dando giros en torno a nuestra pasión.

La tibieza del sol me descubrió bebiendo de la copa de sus senos, podría haber sido su hijo, bebí tanto de ellos que, la mujer ya se quejaba, débil, pero, jamás me separó de ese busto sin pezones; eran lisos, deliciosos, dos gotas de miel, confieso que fui tan lujurioso como con la bella Sirena, o como la Sirena lo era con todos; como fuera, bebía sediento de esos senos, ¡lástima!, sin estrellas.  Alcancé a percibir el asqueroso aroma de la hermosa Sirena, ¡era ella!, alcancé a ver el brillo de su busto y su cuello, sin embargo, el abrazo erótico continuó, nos mecíamos con cadencia y continué bebiendo de sus labios y de sus senos sin pezones; la bella Sirena contempló todo, nos mataría, ¡lo sé!, la mujer lo intuía, intentó separar su beso de mi cuerpo, cuando olió su perfume podrido, no se lo permití, la amé con locura y ella me correspondió, superando mi frenesí, la Sirena se quedó hipnotizada, no perdía detalle de nuestros cuerpos desnudos;  el sol, aún tibio...