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lunes, 16 de julio de 2018

El veneno de la Sirena (Capítulo VIII)


¡Es una pesadilla! ¿Qué hago conmigo? ¿Cuándo vi en esos ojillos de muerte, vida? ¿Cómo he llegado a amar a quien sólo me consume? ¿Acaso estoy desquiciado? ¿Dónde hallé tanta estupidez dentro de mí? ¿Qué pretendo al poner mi alma en charola para ese monstruo? ¡Qué vil soy conmigo mismo! y sigo sin comprender, soy necio cada vez que recuerdo a mi amada sirena, me veo en sus ojos y no me mira; vivo para añorarla, desdicha la mía! Tanto que recordarle, tanta sed de su presencia. Vivo y muero en esta desesperación, recordando la caricia divina de su cabello azul tornasol sobre mi desnudez, a veces tan dócil cuando recorre todos mis caminos, hurgando; a veces tan latigueante en la fiesta frenética  de nuestros cuerpos y ¿así lo prefiero?, ¿violento y mortal?

¿Acaso, mi corazón ya no es de hombre? ¿Cuándo se ha visto un llanto varonil al consolar con mi mano mi pasión desesperada? ¡Mi mente tan fiel a su recuerdo! Me descubro como un idiota, un demente postrado ante el cuadro del mar, desfalleciendo por esa hechicera marina de ojos malévolos; no duermo sin ella, despierto en sus brazos olorosos a mar, ¡me miento!, ¡no está aquí!, también me descubro con lágrimas que disfrazan las salpicadas del mar; me importa un comino que mi compañera de roca se percate de ello, es más, en definitiva, intuyo que ella también está a su espera, ¡maldita!, ¡sí, la maldigo!, ¡la Sirena es mía!, ¡soy su dueño!, ¡no la compartiré con ella!, ¡mil veces maldita!; ¡soy el peor de los despreciables!, de esta dama únicamente he recibido consuelo a todos mis sentidos, ha mimado mis anhelos, ¡perdón!, ¿en que me he convertido?, ¡tonto de mí, no soy nada de la Sirena!, ¡ella es dueña de este imbécil apasionado!, ¡su canto es mi ley!, ¡su mirada, lo que penetra mi corazón; su cuerpo diamantado... todo!

¿Huyes de mí? Da la cara, ¡cobarde!..., ¡te lo imploro, ven! ¡He deshonrado mi apellido!, el cobarde soy yo; acaricio mi anillo, recuerdo el significado de cada parte del escudo, el principal, ¡Honor!  ¡y yo lo he perdido! La paloma de sus manos me sostiene mi barbilla, mi compañera está preocupada por mi vago comportamiento; besa mis lágrimas, hierve mi deseo con su roce, delicadamente me lleva al lecho de prendas heredadas, ahí alivia el fuego de mis venas, la llamarada que me consume, pero, el arrebato de mi mente la confunde con el fulgor de ese cuerpo extraviado en el mar; ¡lujuria traidora, no es ella!, ¡no me traiciones!, ama a esta dama, no nubles tus emociones, ella es real, ¡perfecta!; nunca lo logré, hurgué en su pecho sin pezones y no bebí ni una estrella, no centelleó ningún diamante. ¿Cómo ser feliz con otro cuerpo?, ella me posee en la distancia, ¿acaso, nunca podré liberarme de lo dulce de sus labios salados?

Nuestros desfallecidos cuerpos entrelazados eran besados tímidamente por el mar, la marea subía más de lo normal, como negarme ante ese cuerpo dorado iluminado por los últimos destellos del sol, estaba más delgada y hallé deleite en sus carnes flácidas; cuando fui rescatado por su bote, ella poseía muchos atributos, no la considero bonita, pero sí que llamaba la atención de los marineros, la dama los mantuvo a raya pues no se desprendía de su pequeña hija, hasta lo inevitable. Brillaba su cuerpo húmedo con la luna llena, ahí, como una piscina para amantes, sucumbimos entre lo salado del agua y la miel de sus pechos lisos, no cerré los ojos, parecía ser la primera vez que la poseía, no perdí detalle de sus lunares, sus cicatrices pequeñas, al palparlas, sus platas perdidos entre sus cabello oscuros, las arrugas de su dulce mirada, esa forma de mirar me turbó y sus besos encarcelaban a los míos, me poseía a besos, ¿como no lo noté antes? ¡Soy un zoquete!


Tiernamente, con sus abrazos íntimos, con sus bellos ojos, con su cabello oscuro, pero, principalmente, por esos ojos que me sonreían, confortaba mi ser, un poco a mis sentidos, un poco a mi pasión por la Sirena. El recuerdo de la Sirena vive, ¡vive!, a pesar mío. Transcurren los días, a veces, entre malestares estomacales, el dolor de mi rodilla derecha y nuestro intento para aprender a nadar, pues algún día tendremos que salir de aquí, dice la dama, yo no lo deseo. ¡Bendita lluvia!, ligera o tormentosa, la lluvia es nuestro manantial de agua dulce, chorreamos y el canto de la Sirena lastima nuestros oídos, mis sentidos se atizan vigorosamente, el aroma del mar es desplazado por el repugnante hedor de la sirena y paladeo el dulce veneno de su boca; mi compañera se ciñe a mi cuerpo, temblorosa, me deshago de sus brazos y camino hacia mi sueño diamantado, aprisiono sus labios cortantes y me asquea su aliento. Si es verdad que existe un diablo, ese demonio es ella, la Sirena, por la que vendo mi alma, aunque caiga fulminado al instante al beber la ponzoña de su beso.



sábado, 14 de julio de 2018

Riama

Manchada de sangre, sin pantaletas, la blusa rota y el sostén reventado, los pantalones no los veía por ningún lado, tenía un gran malestar y, aún aturdida, la euforia de la noche le estaba cobrando con ese deterioro de su cuerpo; recordaba haber sentido el máximo placer de su vida, había sido indescriptible, ni siquiera recordaba cómo había llegado a su casa; el uso de enervantes, había sido su despegue; su madre se había ido de casa con su nuevo novio y esa era su venganza. Embarazada, terminó abandonando la secundaria, el abultado vientre lo mantenía en secreto usando la ropa de su mamá, los grandes blusones, sus mallas y una chamarra grande disfrazaban su embarazo.  El Niky era su novio desde que ingresaron a la secundaria, su nombre, Miguel, vive en Babel y el apodo era con N, no con M,  por Naco, dicen sus cuates. El Niky le dio a probar su primera cerveza y en una fiesta de Babel le enseñó a fumar juanita y también le mostró sensaciones inimaginables al recorrer su cuerpo.  Riama estaba orgullosa de ser la novia de el Niky, todas las chicas la envidiaban, era el chico malo, el de la risa torcida, el que siempre traía cigarros de la buena, fumándolos y ofreciéndolos a todos los que quisieran un toque, ahí, en el sanitario de varones de la secundaria, donde también fue sorprendido con algunas chicas, las chicas malas.  El Niky terminó siendo expulsado de la secundaria, después de muchas advertencias, pese al llanto de su madre.

Riama seguía consumiendo lo que el Niky le ofrecía, sin su madre, Riama no tenía la posibilidad de comprar droga, su madre se aparecía una o dos veces al mes por su casa y les llevaba alimentos, a la abuela le daba dinero para cubrir los gastos necesarios, incluyendo los gastos escolares, saludaba brevemente a Riama y se retiraba, ni siquiera se había percatado del embarazo de su hija.  Armándose de valor, Riama, le preguntó a el Nicky sobre el futuro de ella y del bebé que estaba esperando, en qué hospital se tendría que atender?, dónde vivirían ellos dos y el futuro bebé?, el Nicky soltó una carcajada, con obscenidades le dijo a Riama que él no había sido el único la primera vez que, ella, bajo los efectos de los enervantes, había abierto sus piernas a todo el que quisiera, las veces que quisieran,  que si no se acordaba, que él no sería responsable de ese bebé, que le colgara el paquete a cualquiera de los otros cinco amigos de juerga y drogas; además, que por eso, él ya no quería volver a tener sexo con ella.  Riama, lloró amargamente, no recordaba haber tenido sexo con los otros, ahora entendía por qué, cada vez que se reunían en la esquina de su casa a consumir lo que el Niky les vendía, sus amigos le daban a probar de todo, hasta perderse, ellos se lo cobrarían a ella después, cuando no se diera cuenta.

La madre de Riama, furiosa, la jaloneaba en la cama del hospital, cuestionándola sobre el padre del bebé, la abuela le había avisado que Riama estaba en trabajo de parto en un hospital de salubridad, ni ella se había dado cuenta, hasta que su nietecita le pidió ayuda porque el bebé estaba por nacer.  Dos toallas sanitarias hacían la función de zapatos, eran sostenidas con cinta de curación y era difícil caminar con ellas, Riama, sólo arrastraba los pies, para que no se despegaran las toallas sanitarias y tener que salir descalza del hospital, nadie le había llevado ropa ni a ella ni al bebé; el bebé era llevado envuelto en una sábana, Riama portaba la bata del hospital y otra sábana que le cubría la abertura de la bata, en la espalda, como una capa de superhéroe, pensó ella, entre la vergüenza y tristeza de pasar entre las personas que la observaban al cruzar la salida; miradas de lástima y de burla, risillas indiscretas que la señalaban con todo y el pequeño envoltorio que llevaba en sus brazos.

La madre de Riama le reclamó a la abuela por no haberla cuidado y la abuela, a su vez, le reclamaba a su hija el no hacerse cargo de Riama, además, ella estaba anciana y muy enferma, ya no era capaz de andar tras su nieta, cuidándola, una a otra se reclamaban sin parar; Riama sólo veía al bebé llorando, no sabía qué hacer, hasta que su madre se lo colocó en el pecho para ser alimentado. Riama acudió a clases de opción laboral, su madre la obligaba a asistir, de esa forma, Riama trabajaría desde su casa, sin descuidar a su bebé y su madre se encargaría de vender sus productos; con lo obtenido, Riama tendría para los gastos necesarios de su pequeño hijo, su madre le seguiría apoyando en lo básico, no le alcanzaba para más.  Riama volvió a desertar de sus clases, ahora buscaba ansiosamente a cualquiera de sus amigos de juerga, en Babel, entre la tierra amarillenta ellos siempre le proporcionaban "algo" para ser consumido, en pago ella les proporcionaba sexo, subían las escaleras de su casa hasta su cuarto de azotea, a escondidas de su abuela, la cual estaba entretenida en los cuidados del bebé; a veces, era detrás de los autos estacionados en la calle de Babilonia, a veces, era necesario en el mismo poste de luz, donde también consumía con ansiedad su pago. Desde muy temprano, Riama sonreía demencialmente, muchas veces, se quedaba dormida en la calle, en la banqueta, en brazos de su compañero de arranque y caída.  El efímero placer que obtenía de lo que consumía, sentirse invencible, ir más allá del tiempo y del espacio, la tenían enganchada letalmente.

 Su madre volvió a jalonearla al sacarla del hospital, en las mismas condiciones que la vez anterior, Riama aún no tenía 15 años y ya era madre de un pequeño de casi un año y una hermosa bebé.  El Niky había cambiado, había estado en un reformatorio y a su regreso, ya no era el de antes, juraba que no volvería a caer en una cárcel; trataría de ganarse la vida de otra forma y se haría cargo de Riama y su hijo, el grande, moreno como el Niky, de la nena, no, era rubia.  El Niky dormía y Riama bajaba silenciosamente las escaleras de caracol, de metal, en sigilo se reunía con sus compañeros de estímulos intensos y sexo, en la calle protagonizaban todo, la esquina más oscura era testigo de ello. El Niky tuvo que ayudarla a subir al cuarto de azotea varias veces, le suplicaba que no lo hiciera, que la amaba y que pensara en sus hijos.  Riama no había dejado de querer a el Niky; se esforzaba, volvía a sus clases, ahí siempre encontraba todo tipo de ayuda, para ella y para sus niños, le obsequiaban lo que era indispensable en cada necesidad urgente, ahí hallaba respuesta, además, se sentía comprendida y protegida. La urgencia imperiosa de sustancias la extraviaban en cada intento de liberarse de ellas, las deseaba con lágrimas, volteaba a ver a sus hijos y volvía a la calle, en busca del disparo a la felicidad.

El Niky la abandonó, Riama no entendía el por qué, sólo era sexo en su cuarto de azotea con sus amigos, amigos de el Niky. Su madre amenazaba con echarla de su casa, cada vez que llevaba los víveres a la abuela enferma; Riama estaba extremadamente delgada, con un tercer embarazo, el rostro era una profunda caverna, había perdido algunos dientes y su aspecto era una ruina.  Se consolaba en los brazos de todos, que el Niky la dejara le había dolido demasiado, le dolía el dinero que le daba, ahora ya no tenía dinero para comprar sus sueños en ese barrio de confusión, nuevamente, dependía en absoluto del pago con sexo, era tan desenfrenada su necesidad que tenía qué suplicar por un toque, apenas si lo estaba pidiendo y ya se estaba levantando la blusa ante las risotadas burlonas y palabras humillantes de sus cuates; su círculo de amigos se había ampliado, era necesario para ella. Viendo a sus niños llorar y sus necesidades, Riama se juraba intentar dejarlo, nuevamente volvía al lugar donde se sentía persona, sus clases, ya trabajaba unos días, vendía sus productos, le daban ayuda, ya tenían un espacio para ella en una clínica, sólo debían presentarse voluntariamente; sólo que, había un problema: con el dinero en la mano y su abultado vientre, temblaba, saboreaba, soñaba con su confusión, detener su corazón en cada viaje; Riama, por decisión propia, había quedado sin voluntad!

Riama con su bebé en brazos y los otros dos pequeños, su rostro enmarcado por golpes, vaga en la gran  calle de Babel, tierra amarillenta que mancha el calzado de todos los que transitan esa extensa calle y también algunos espíritus confusos; es una tierra prometida, la venta de todo tipo de drogas atrae también a extranjeros, el lenguaje confuso de ellos no impide el éxito del barrio, con sólo la palabra Babel o Babilonia, todos logran llegar a ese reino que les conduce al cielo. Riama ya no tiene éxito, su aspecto lastimoso,  su vientre abultado y su sonrisa desdentada ahuyentan a cualquier candidato razonable; sólo los más perdidos se rinden a su minifalda y su pronunciado escote, la mierda de Babel, dicen todos, Riama, ahora, les pertenece, ahora que necesita mayor intesidad para palpar sus sensaciones gratificantes, la recibe de ellos, la boñiga del barrio. Cuando vuelve a su azotea, sus hijos con golosinas en mano, leche y pan; Riama lleva al bebé en una mano y en la otra, pastillas o polvo; su vida se atenta con tanta aristas, como las drogas que consume. En cada recorrido del lodo amarillento hacia Babel, Riama se desmorona, la lluvia les moja, el bebé llora y es consolado con el pezón de su madre, sus otros dos pequeños siguen los pasos torpes de su madre, unas manitas se aferra a la minifalda de Riama cada vez que resbalan en el lodo pesado, mientras las gotas de lluvia resbalan por sus caritas. Sin matices, blanco y negro, en delirio, así la vida de esa niña que juega a ser madre, que yace en esa tierra de Nimrod, tierra de dioses falsos, sustancias que prometen eternidad, tierra que no es origen de vida, sino el incipiente abismo a la autodestrucción.

lunes, 2 de julio de 2018

El Rey no ha muerto, viva el Rey!


A un ademán de su mano enjoyada, cesó de nevar, surgieron los colores brillantes y opacos en forma de flor; el lago congelado volvió a ser cálido, miles de burbujas crearon ondas en sus cristalinas aguas, bañando las flores recién nacidas, los que ahí transitaban o jugaban el en momento del deshielo, ahora beben su pureza en el fondo de el lago azul, azul porque es el espejo del cielo, de las montañas, del castillo y del Rey mismo, quien desde su ventanal, apoyado en los vitrales magníficos, desmentía que nadie hubiera desaparecido en esas aguas vitales. Sopló sobre los perfumados aromas de sus jardines y, con este acto, el olvido se hizo presente, nadie extrañaría lo que ya no existe en su memoria, a esos desgraciados que se ahogaron en el momento del deshielo.  El pueblo vive en paz y felicidad. A antojo del Rey, los habitantes más hermosos y perfectos viven eternamente; con un chasquido de sus dedos, los indeseables se convierten en polvo e igualmente son negados desde los vientres de sus propias madres, desaparece todo vestigio de ellos, con el sólo hecho de no existir no es suficiente, también hay que negarlo.

Las cosechas del pueblo son las más generosas de todos los alrededores, los aldeanos cantan en sus faenas del campo, las frutas y verduras son acariciadas por tan nobles manos; creen en la justicia de su Rey, aman su bondad y veneran su sabiduría. Las sequías e inundaciones son prohibidas por el dedo del rey, las ahuyenta, estas tuercen su camino y terminan en cualquier otro reino, la desgracia de su existir no puede ser omitida, siempre cumplirá su función, los desastres naturales son necesarios, crean un equilibrio.  Justo en el cenit  del sol, el Rey logra volver a su sombra, esa parte tenebrosa donde yacen los espectros, los muertos olvidados, los muertos que no logran morir porque ni siquiera han nacido al ser negada su concepción en sus madres, en el olvido no existe vida, no existe muerte, estos errantes lo han confirmado. Ahí en ese espacio suspendido, el rey halla su verdadero ser, su negro y turbio corazón, su hipocresía, su deshonra, su cruel y malvada alma; nada de su ser siniestro se puede truncar, es necesario para seguir alimentando al Rey, a capricho de él.  ¿Negando, se llega a existir?

La verdad se disfraza, las mentiras se creen, la maldad y la violencia no existen, sólo el orden y la disciplina. Su reino es el más famoso en toda la faz de la tierra, su esplendor se divisa desde otros reinos envidiosos, haciendo sangrar de anhelo sus corazones; quien lo visita, será feliz eternamente, quien no lo conoce vivirá en desgracia y pesadumbre. Cada extranjero deja de serlo cuando pone un pie en sus ricas tierras, miel y leche le son obsequiadas, envuelto en abrazos fraternales, el forastero se convierte en hijo de esa tierra, hermano de todos, esposo de alguna tierna doncella; hay quien no puede volver a su patria, se destierran ellos mismos, no pueden añorar lo que no añoran y si alguna vez, en un extraño rincón de su mente reciben el llamado de sus antepasados, los forasteros, justo en el umbral de la salida del reino, sus propios pasos retroceden, se niegan a abandonar la gloria de ese terruño, ya no se pertenecen ni a ellos mismos, su lealtad está donde el nuevo Rey, quien le ha cobijado con su manto púrpura bañado en oro, quien ha besado su mejilla, llamándolo hijo pródigo, quien le ha compartido su vino y le ha permitido besar su anillo ataviado en piedras preciosas; aquellos que dejan atrás,  sufrirán, su familia abandonada, colocará un altar en su memoria y no olvidaran a su hermano, hijo, padre, que no regresó a su hogar, hasta que se detenga el último corazón de su dinastía.

En los cuadros decorativos de varias generaciones que decoran del castillo, se puede distinguir al mismo Rey, su mismo increíble atuendo, el mismo fulgor de su Corona y el mismo anillo de oro, nadie parece haberse percatado de ello y quien logra hacerlo, desaparece misteriosamente, al igual que cualquier otro inconforme de sus leyes, de su riqueza, de sus maltratos, son aniquilados y perecen en el aroma del olvido. Todos lloran la ausencia de su Reina, justo cuando inicia la nieve, es cuando es recordada, sólo los cuadros muestran la belleza de tan distinguida dama, nadie sabe más de ella, lloran porque aman a su Rey, por la orfandad en que quedó al partir su compañera. Sin embargo, es consolado, cada mujer que distrae los ojos del Rey, termina en su lecho, sin importar si es casada o soltera, siembra sus semillas en ellas, sus hijos viven al amparo de otros padres, nunca ha reconocido a ninguno, son hijos indeseados, no necesita herederos, el Rey vivirá para siempre, las llama a capricho, ellas le son fieles, ni en tortura confesarían su amor clandestino, auténtico, a su amante Rey.  Algunos maridos reaccionan al sentir como sus esposas abandonan el lecho nupcial y, en sigilo, las espían,  conocen el destino de sus compañeras; el Rey logra discernirlo y a los maridos traicionados les hace caer en un sopor, aliviando sus mentes, despejando toda sospecha; los más renuentes, fingen, el poder de su Rey no es absoluto, existen mentes rebeldes y fuertes, tampoco ignoran a los que se ausentan para siempre, como tampoco ignoran el amplio poder de su temible Rey.

La confianza del Rey hacia sus súbditos es admirable, bebe su vino sin temor a ser envenenado, sus alimentos no los cuestiona ni un segundo, camina entre ellos sin escolta, saluda de mano, abrazo y deposita tiernos besos en sus mejillas; los enfermos y ancianos son visitados periódicamente por el Rey y un séquito de médicos, son cuidadosamente atendidos, cuánta misericordia de su majestad; a orillas de la muerte, el Rey teme el discernimiento de estas personas, porque recobran sus vivencias extraviadas, las que el Rey hizo perdedizas con sus encantamientos, las que lo delatan cómo es realmente, mostrando lo perverso de su soberanía; las almas errantes, espectros que gimen por su descanso, por su venganza, murmuran a los oídos de algunos de los enfermos o ancianos, los más graves, el Rey se anticipa a la última mirada de odio, a las últimas palabras acusadoras, en este punto, ellos, los enfermos y los ancianos que están al borde de la muerte, ya lo saben todo, en este punto, la "bondad" del Rey les retira del "sufrimiento", acallando las voces y miradas que denuncian su maldad.
Los reinos vecinos tienen alianzas y le rinden tributos a el Rey, los reinos que le declararon la guerra, simplemente, son borrados! Engatuzado, cualquier extranjero, acogido por el Rey, en los sopores del vino, revela debilidades y fortalezas de su reino abandonado, informa a detalle todo lo relacionado a su anterior rey, acerca de sus planes, de sus pecados, haciendo vulnerable a cualquier adversario; el rey, juega sucio, siempre gana; a voluntad, los elementos naturales le obedecen, son sus aliados; su pueblo vive a su sombra, nunca pierde, es el Rey!

A través de los años, surgen mentes brillantes, son catalogados entre locos y genios; malditos locos de la verdad, palpan la verdad-verdad y en cada intento de corregir ese camino torcido de su amado Rey, son sacrificados, las gotas de esperma que les dieron vida también los desconocen; con rabia, son castradas las demandas de una nueva y mejor vida; del cambio y una nueva sangre, sangre fresca; ellos también yacen en el exilio sombrío, no pueden morir, son envueltos en el abrazo mortuorio y descarnado de los que beben su último aliento, ahora también son espectros. Los ojos del rey penetran en las miradas de todos, reconoce cualquier desconfianza, odio o traición de su pueblo; algunos de sus más leales colaboradores han probado su espada llena de piedras preciosas, siempre creen poder engañarle, sublevar al pueblo y derrocarlo, o enriquecerse a espaldas de su Rey; el Rey siempre los perdona públicamente, conoce sus pecados y los mantiene cerca de él, es peor estar solo, con estos actos, el pueblo le admira más, aman a su Rey benévolo, lo adoran como se adora a un dios de amor.

Las niñas que hurtó y amó, secretamente, infantes febriles, ansiosas de su lecho, fueron aliviadas en ese sopor de olvido, cada vez que se hartaba de ellas; ahora, al correr de los años, aquellas niñas, son las ancianas desdentadas que le guiñen a su paso, es inevitable, a la sombra de la muerte, renacen sus memorias idas y ese deseo quemante de volver a ser poseídas por ese amante perfecto, renace; a un movimiento de su mano blanca, caen muertas, ancianas malditas, verdades indestructibles, Muerte incorruptible, , se lamenta el Rey, sólo con ese ser sombrío y tenebroso no logra ni un ápice su poder; le ha burlado, evita su aliento, la mece en el tiempo, ella, la Muerte, sonríe, tétricamente, ¿complacida o irónica?, no logra descifrarlo,  el Rey es eterno, ese manto negro no podrá amortajarlo, nunca, ella no lo pierde de vista, abiertamente, le sonríe, la Muerte, sonríe.

El Rey no decreta leyes, las ejecuta con su propia mano, magia negra, cuántos crímenes, déspota hipócrita, tirano cruel; ¿cómo puede dormir?, muchos ya se cuestionan con la cabeza gacha y el puño cerrado, evitan verle a los ojos o serán sentenciados; el Rey no mira, observa corazones, escudriña almas; están perdidos, deben someterse y besar su sombra o ni una mota de polvo queda de quien  se resiste a la bendición de su mano santa. 

Las pestes de los otros reinos no les tocan, su castillo es inmune; las pestes son maldiciones que desata el alma del Rey que se corroe en iniquidad, no se pueden ignorar y, el Rey, las arroja lejos, vaciando lamentos y muerte al pueblo señalado. Hastiado de la rutina, el Rey, deambula en los inmensos jardines, dormita, sueña su muerte, ve los rostros de la traición, divertido, permite un avance, tres, todos e inmediatamente prueban su espada enloquecida, cerrando el hades a esas almas traidoras, condenadas a vagar en eternidad como negros espectros. Ahí, en esa zona extraviada, llena de murmullos sedientos, indescifrables, los espectros, también se rebelan, ofrecen sus almas errantes a cambio de venganza; la cadena siniestra de su Rey es tan extensa qué, hay que acabarla; entre vivos y muertos lo lograrían; no más matanzas contra su prole, no más abusos y vejaciones; los muertos habían hablado, eran dinastías cegadas a capricho del Rey; la Muerte, le sonríe a los espectros.  En cada dulce sueño, pesadilla, delirio, las almas perdidas musitaban oraciones antiguas, cantos idos,  al oído de los vivos, adultos y niños, animales, árboles; hervía como un contagio intangible, como la melodía de los grillos; el Rey, desnudo, entre sus resoplidos y jadeos de amor con una de sus amantes, escuchó el zumbido, no movió ni un dedo, no hizo nada por acallarlo, el acto del amor no se puede abandonar, es un pecado. Aún desnudo, el Rey, apoyado en los vitrales, iluminado por la luna llena, sintió un escalofrío, todo parecía en paz, indagó en corazones fatigados, jóvenes, fieles, ojos en reposo, inclusive en los soldados apostados que vigilaban, cabeceaban; sin percibir peligro, volvió al cuerpo de la amante adormilada.

El sol calentaba los sembradíos, las frutas emitían un aroma perfumado, las gotas de rocío en las flores lanzaban destellos al ser tocadas por el sol, el Rey pisaba el césped húmedo, lo único que le perturbaba día a día de sus tantos años vividos era el cenit del sol, jamás lograba omitirlo, daría 100 años de su vida por borrarlo; ¿cómo negar lo sucio de su existencia?, si los espantos están ahí para recordarlo, justo en el cenit, entraba a su sombra, el Rey, contemplaba con repudio que no se iban, nunca, los espectros jalaban su manto, se colgaban de su espada, de su corona, de su anillo, clamaban venganza y, a un ligero ademán de su mano blanca, retrocedían asustados; aún muertos, los espectros se preguntaban: ¿qué más daño podría causarles?, el Rey leía sus mente y les contestaba burlón: ¡No existir, ni en la vida, ni en la muerte!, ¿les parece poco?

El Rey, hastiado de vivir, esa noche oscura, sin luna, se sumergió en la inocencia de unas infantes; realmente, nadie le amaba de verdad, todo era manipulado por él, pero, seducidas esas criaturas y ante el resplandor de su Rey, anhelantes, lo amaban, era su dios; ese candor era el que lograba llenarle un poco, la pureza era su alimento. El murmullo intenso volvió a despertarle, la flama de la chimenea pintaba de dorado los  cuerpecitos que reposaban en el lecho divino; desnudo, hostigaba con su entendimiento al pueblo, nada le fue develado!, solo oscuridad; se apoyó en los vitrales fríos y recordó a su esposa muerta, la Reina que se atrevió a maldecirlo al descubrir el demonio perverso que era su amado Rey y, negándose a parir al hijo que llevaba en su vientre, sucumbió por propia mano con la espada del monarca; el suspiro del Rey cubrió de un ligero cristal helado todo su reino, tantos años y aún le dolía la muerte de la mujer que realmente amó, que seguía amando; volvió a meterse entre esos pequeños cuerpos y un escalofrío le invadió el alma. 

Los pies desnudos, pisaban el hielo delgado, no tenían frío, iban embravecidos por el odio hacia el tirano, llevaban de la mano a esos espíritus negados, muertos suspendidos en la nada; las visiones de los hechos más torcidos del Rey habían sido contempladas por todo su pueblo, aliviándoles del olvido y la negación de todos esos seres extraviados; se levantaron contra su Rey, el murmullo era inquebrantable, la tierra se cimbró, los árboles y sembradíos permanecieron quietos, no hubo nadie en vida que no descubriera el hechizo del Rey, sus ojos veían, realmente, por primera vez, la mascarada se había caído; sigilosos, se colaron por todas las rendijas, los negados espectros envolvieron el raciocinio del Rey, turbándolo, el Rey dormía plácidamente; se lanzaron a su cuerpo, cual jauría de lobos, lo apuñalaron, alguien tomó su espada y cercenó su cabeza, al verlo, los demás, cortaron en pedazos el cuerpo que aún se estremecía y convulsionaba en pequeños temblores, intentaba incorporarse y hechar a correr, pero, antes de intentarlo, desprendieron todos sus miembros y lo cortaron en pedazos más pequeños; la estampida humana, llevando en alto cada parte del rompecabezas de su Rey, bramaba en vítores, justicia!, libertad!, muera el Rey!...

La fogata era enorme, de tan altas flamas que iluminaba hasta los bosques y riachuelos que se desplazaban en los alrededores del reino; chirriaban los pedazos de carne que arrojaban a las grandes flamas, los negros espectros arremetían con soplos de viento lúgubre para avivar más la lumbre,  era un día de fiesta, de luto, de... ¡“Qué han hecho, insensatos!”, rugió una voz espantosa, fue escuchada hasta en los reinos vecinos, desatando un torbellino que elevó la lumbre de la gran fogata hasta más allá del firmamento; el que había cercenado la cabeza, la sostenía extasiado, contemplando todo la escaramuza, nadie se había acordado de la cabeza; cesaron de bailar, de hacer piruetas y de beber los vinos en las copas de oro decoradas con gemas del Rey; abrieron paso al hombre que portaba la cabeza del soberano, en sus manos, los ojos del Rey fulguraban diabólicamente, su boca retorcida llena de sangre lanzó un soplido y todo quedó helado, hasta los riachuelos guardaron silencio y quedaron suspendidos; algunos aldeanos buscaban entre las brasas las partes del cuerpo del Rey, sin resultado.

Los espectros descarnados coexistirían entre el espanto de los vivos, el horror no les dejaría vivir en paz; los espectros no tendrían descanso, ni existirían ante la vida y la muerte, en pena, vagarían sin descanso en los sueños de cada aldeano, para consternación de los vivos, jamás volverían a dormir en sosiego, el castigo era mutuo.  El Rey no volvería a evadir ni a negar nada, ni a nadie. El pueblo querían sus confesiones, sus secretos, pues el suplicio también sería de ellos, el Rey, les compartiría todo.  La corona creaba un halo de santo sobre la cabeza del Rey, las piedras preciosas centelleaban al igual que el escudriño de los ojos del Rey en cada rostro y corazón de su pueblo; aquel que cercenó su cabeza, viviría para siempre, al igual que los más atractivos, se quedaría a resguardo de su Rey, de lo que quedaba de él, lo sostendría eternamente, en la caja de oro y cristal, sobre el cojín púrpura de terciopelo, con aplicaciones de piedras preciosas; este vasallo sería el encargado de complacer en todo a su Rey; no envejecería, pero no podría tener dinastía, vería ir desapareciendo a todos sus seres queridos. El poder del Rey sí era absoluto, a un solo pestañeo, a cualquier adversario lo pondría en su condición, le haría perder la cabeza. La Muerte sonreía desde lejos, no había perdido detalle, los espectros le miraban con rencor y con duda, sintiéndose traicionados por ella, qué vileza, corearon en un hálito tenebroso; la Muerte, con ironía penetró  los ojos de los espectros, abrió su boca muda y les susurró, espeluznantemente: “¡Lo intenté!”.