Mandamiento:
¡Guardarás el Secreto!
Igna, dijo: "¿No quieres tu regalo?", Parña, con lágrimas, respondiendo débilmente, se atrevió a balbucear: "¡No!", "Ya no"!, Igna: "Lo guardaré para otro día" y se alejó. Parña volaba con temor, en soledad, era mariposa, con sabor a sal, sin color, invisible, así lo deseaba: ¡Invisible!
Evitaba a Igna, se escondía, no había secreto que Igna no conociera, siempre hurgaba, le hallaba. No había plazo que no se cumpliera, los plazos de Parña se cumplían, uno a uno. Parña, en alerta, creaba estrategias que jamás funcionaron, escondites que, por más lejanos que fueran, siempre eran asaltados por Igna. En su poder, Parña se volvía invisible, aún invisible, con temblor, soñaba en ser mariposa y volar, sólo volar, huir, quizás.
Como criatura frágil, Parña clamaba en oración: "¿Dónde estás, madre?", "¿Por qué no me proteges mi ángel de la guarda?", "¿Dónde estás mi dios?". Igna bebía sin culpa, acaso, ¿la inocencia seduce?, ¿el poder saca lo peor de sí mismo? La única respuesta veraz era de Parña: "¡El infierno sí existe y no hay edad para ello!". ¡Llegas al infierno sin merecerlo!, simplemente, sin esperarlo, ¡"Alguien te empuja a ese abismo, con éxito"!
Desparecían los días y las noches, el ser invisible era cotidiano, con cinismo, sin reparar en la presencia de los demás. Aquella vez, cuando lo vio en mano de Igna, ese gran regalo, a sus ojos infantiles e inocentes le había fascinado, el brillo le cautivó, esa vez sí lo anhelaba, ahora ya no lo quería, era como una maldición; con el regalo en mano, con el poder de autoridad que se confiere a un guardián, Igna ya le envolvía, sin poder liberarse, mientras Parña en su mente volaba, era mariposa, con sabor a sal, sin color, invisible, volando, volando, no lograba fugarse, nunca lo logró.
Igna sólo le llamaba, Parña, huía, su grito era mudo, sus lágrimas eran ignoradas, estaba vencida. No había más allá, no había el rincón más remoto del mundo, no había magia para desaparecer, no había ser que le protegiera, no había oración que recibiera respuesta, no había dios omnipotente que lo evitara, sólo en su mente, hallaba el milagro, lograba ser mariposa. En cada promesa de regalo, Parña moría, se resistía, con escalofrío, temblando en su plañir; al final, esperaba en su vuelo de mariposa invisible; era tan grande su anhelo de ser invisible, que cuando le fue concedido, fue tragedia, Igna también se hizo invisible.
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