No, enfrenta todo!
Una vagina para gozar, fornicar y botarla! Una esclava sexual! El Ente, atendía. ¿El origen, es "sexo"? Génesis habló, Eva fue creada "después" del hombre, de "una parte" del hombre, era la "segunda", la "otra", ella era la "maldad", sedujo a Adán. Ella, es lo "oscuro", lo "dudoso", llena de debilidades, de fragilidad, sin firmeza, sin estabilidad; Eva era mujer, era sexo, el sexo débil... Andrés, hostigaba a su compañera de clase, Vania, jalaba sus trenzas para jugar con ellas, ponía cara de felicidad; la profesora Lupita habló, al recibir la queja de la niña de seis años: "¡No te quejes, Vania, lo que pasa es que le gustas!". Días después, Andrés persiguió a Vania por todo el patio de la escuela, le ofreció una naranja y le pidió que fuera su novia; la niña corrió con la profesora Lupita a denunciar tan insólita petición, estaba al borde de las lágrimas, la profesora Lupita soltó una carcajada y habló: "¡Qué te dije, Vania, le gustas, por eso te molesta!", "¡Dile que sí y ya no te volverá a jalar las trenzas!". El Ente escuchó, impasible, cuando Génesis habló.
Vania, arrojó por la ventana una bolsa llena de recuerdos, de maltratos, humillaciones, vejaciones, de todo tipo de violencias. Vania, hizo limpieza en su mente, en su corazón, ¡era suficiente!, ¡no más!, tomó todas las ofensas y las partió en mil pedazos, trituró todas las lágrimas vertidas, lavó las bajezas de el "primero". El "primero", ese hombre, el todopoderoso, el que escribía el mito de la mujer, desde el principio de los tiempos, del pentateuco, quien grabó en la mente de las mujeres y dictó en sus pergaminos la condición de la "otra", las "segundas" lo asumirían a través de los tiempos, estaba escrito, era "Ley". El Ente observaba, en silencio, recorriendo con su aliento su espalda blanca.
Después de un episodio violento con su esposo, Vania, pensó en denunciarlo; su suegra habló: "¡Piensa bien lo que quieres hacer!", "¿Acaso dejarás a tus hijos sin su padre?", "¡Eres egoísta, sólo piensas en ti y tus hijos, ¿qué culpa tienen?!", "¡Confórmate con lo que mi hijo te de y obedécelo en todo, así no volverás a tener problemas, no te volverá a maltratar!", "¡Conmigo no cuentes, él es mi hijo, a quien tengo qué apoyar es a él, a ti, no!".
Amigos y familia le decían a Vania de lo que era evidente: "¡No te lo mereces, no es justo ese maltrato!"; estaban equivocados, "!sí, sí se lo merecía!", "¡lo había permitido!", "¡había bajado la guardia!". En su mano estaba la respuesta a todo, al cambio, a la negación de ese beso violento y de su caricia dolorosa, de ser limitada, de lo que le negaba. Decidida, reunió la fuerza que realmente poseía, que siempre estuvo latente sin ser usada. Era fuerte, era capaz, no era la "segunda", ni la "otra", pertenecía a su misma especie, al hombre, al ser humano. La única debilidad de Vania estaba en su mente, tatuada en letras doradas, por sus antecesoras, las "otras", por casi todas las personas que le rodeaban, había sido así desde el principio; ¿cómo borrar esa leyenda de vida, algo normal, cotidiano, aceptado en servidumbre eterna? El ente sólo se movía alrededor, vigilando las debilidades de ella.
¿La mujer es sólo una matriz?, ¿su ciclo era una condenación? ¡no!, confinada en su sexo, siente cada vez más la esclavitud. Su feminidad, su delicadeza y suavidad, no le estorbarían más. El rol impuesto lo desafiaba y lo había botado en la bolsa de basura, ya tenía otra apertura en su mira. No era nueva su actitud, Vania, siempre había sido proveedora, siempre había luchado con ahínco, había arrastrado un lastre humano, un "dios" de tortura y al desprenderse de él, caminaba con más ligereza. El ente se movía a su paso, discurría esa mudanza, tocaba su mano fresca.
Vania, tuvo que arrancarse el tatuaje en letras doradas, omitía esa calumnia en sí misma y en su linaje, no lo transmitiría, al desprenderlo, buscaba encontrarse a sí misma, descubrió la mentira a través de la historia, a través de su propia dinastía, a través de toda su vida; la fuerza la adquirió, se fue cristalizando en su alma. No deseaba competir con nadie para autoafirmarse. Del corazón nacía su fuerza interior. Estaba lista, soplaba el viento de cambio, ella generaba todo. Vania, creía en sí misma. El ente respiraba en su nuca, se asomaba en su hombro y sonreía al examinar su cuerpo.
Y el Ente, se acercó a su oído y habló: "Vania, tus hijos son lo más importante en tu vida, ellos deben de saberlo y que no existe otra persona que te interese más, debes cuidar tu relación con ellos; tus hijos, siempre, deben tener la imagen de lo que su mamá es: una persona maravillosa, un ser excepcional; ellos jamás querrán ser suplidos por persona alguna. Jamás te debes poner en evidencia ante tus hijos con una relación sentimental, deberás ocultarla de ellos, tus hijos jamás deberán saber de ninguna otra persona que ames. Eres una maravillosa, hermosa y fuerte mujer que sabe afrontar la vida con la cara levantada. Es de suma importancia que cuides tu imagen ante tus hijos". Y, concluyó: "¡El hábito no hace al monje, pero bien que lo viste!".
Y, ella, habló, Querido Ente: "¡Qué funesta tu imagen de una madre!". "¡Sembré en mis hijos semillas diferentes, sólo espero que den fruto y de no darlo, es decisión de ellos!". "¡Ante mis hijos, he desnudado mi alma, conocen a la persona con todos los defectos y limitantes!", sin embargo, "¡También conocen al ser que se levanta, pese a las múltiples caídas, al ser que se aferra a luchar, sin importar el resultado!", "¡No me importa, en lo más mínimo, la imagen que tengan de mí, la herencia que deseo transmitir es de amor, fe, perseverancia y coraje. Ante ellos, soy un simple ser humano, con aciertos y miles de defectos; y jamás pretendería ser un ícono barato de madre!". El Ente, esta vez, se disculpó; dijo haber revisado sus palabras y no era lo que quería transmitir, ¿se había equivocado?, volvió a pedir disculpas. Esta vez, Vania, sonreía por tanta imbecilidad del Ente y sintió pena por él.
Ya había hablado, Vania, no permitiría a alguien más que destruyera su entusiasmo por vivir. Sería distinta a todas. Se advertía no tan dulce, veía las cosas de manera diferente. En este momento, otro punto de vista le vestía. Jamás sería la "santa" que el Ente le exigía. El ser complaciente era pasado. La opinión de los otros, era de ellos, la opinión de ella, era suya, propia, quizás, sin influencia. No caería en el juego de la "madre abnegada", lo que el Ente le susurraba al oído, eso era mezquino y mediocre. No seguiría el patrón de nadie, ahora, tenía uno propio. Poseía el poder de develar su psique y la fuerza que emanaba de sí misma. Ellas, "no" están hechas de nadie. Génesis miente.
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