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sábado, 27 de mayo de 2017

La secta


Tysia, entre risas, le dijo a Ana Ceci, hablando por teléfono; "¿No es una secta satánica, verdad?", Ana Ceci, no contestó, Tysia, aún riendo, habló: "¡Es broma!", "¡Por supuesto que te acompaño a tu reunión, tengo tiempo!". Ana Ceci le dio la dirección.  Con diez minutos de retardo, llegó Tysia a la dirección correcta, sin encontrar a su amiga, en ese momento recibió una llamada de Ana Ceci, a su celular, le indicaba que no se moviera del lugar, pasaría por ella en unos minutos.  Ana Ceci llegó caminando, iba elegantemente vestida de rojo y negro, estaba irreconocible, encantadoramente ataviada, parecía modelo de revista; se saludaron efusivamente y Ana Ceci aclaró que la fiesta sería en otra dirección, un auto último modelo, negro, pasó por ellas y las trasladó al lugar de la dichosa fiesta.  Ya era de noche cuando llegaron a una gran mansión, rodeada de majestuosos árboles, al fondo de la mansión, Ana Ceci aclaró que era un restaurante exclusivo, que sería interesante y divertido, "¡Es una sorpresa!", "¡No te arrepentirás, lo juro!", dijo Ana Ceci; vaya qué era exclusivo, Tysia admiró varios autos deportivos en el estacionamiento, todos de color negro, todos los autos eran modelos recientes y, realmente, ese estacionamiento era un bello y fastuoso jardín, hermosamente iluminado, con infinidad de rosas rojas, de hecho, la mansión parecía emerger de ese lecho de interminables rosales rojos. Parecía un sueño.

La entrada era reducida y sombría, no entraron por la puerta principal, ingresaron por una puerta trasera, subieron varias escaleras muy estrechas, e interminables, casi no se veían los peldaños con la sutil iluminación en color rojo, Tysia tropezó en dos ocasiones, era una mansión muy grande.  Entraron en un gran salón, ya había muchas personas, vestidas con distinción.  En una mesa larga, que sugería un altar, había una gran cantidad de velas negras y pequeños ramos de rosas rojas en recipientes pequeños, todos de color negro, el mantel blanco destacaba en todo el decorado sombrío del salón, imperaba la iluminación con focos rojos, enfrente de la mesa había varias sillas vacías, Tysia fue invitada, muy cordialmente, a que ocupara un lugar en esas sillas negras.  Ana Ceci, se sentó detrás de ella y le susurró al oído: "¡Te va a gustar, ya verás, tu tranquila!", Tysia volteó a verla, y sonriendo  le susurró: "¿De qué se trata?", "¿Acaso, es una broma?", "¡Estos colores son una locura!", "¡Parece un macabro San Valentín!"; Ana Ceci le tomó la mano, muy seria, diciéndole muy discretamente: "¡No te puedo decir nada, tranquila, no pasará nada malo, aquí estaré contigo, no te abandonaré!", "¡Soy tu amiga!".  Llegaron otras personas con cara de susto, obvio, eran invitados, los delataban sus gestos y, además, vestían de diferentes colores, eran llevadas del brazo por una dama muy atractiva y elegante; se acercó otra persona y le ayudó a instalar a los invitados, junto a Tysia. La mayoría de las personas vestían de rojo y negro, sólo unos cuantos lo hacían de negro, totalmente; el salón fue cerrado.   Casi al unísono, todos los ahí presentes se colocaron una capa negra con capucha, el movimiento de las telas, rozándose entre sí, había creado una melodía de viento sin igual.

Tysia observó a su alrededor y, en la penumbra, se veían más personas, sólo lograba entrever las siluetas de las capuchas negras. Definitivamente, esta vez sin bromas, eso era una secta, banda de herejes, embusteros, se dijo Tysia internamente y se puso en alerta, algo no estaba bien.  Una música extraña invadió el ambiente, era una mezcla de música esotérica y una marcha funeral,  fue presentada una mujer de unos 50 años, como la líder, le llamaron "la madre", era de singular belleza, alta y delgada, con modales exageradamente refinados, portaba unos lentes oscuro, algo risorio para la iluminación tan tenue y sombría del salón, Tysia distinguió unos primorosos encajes negros en los puños que lucían en la blancura de las manos de "la madre".  La líder  pidió cerraran los ojos para meditar e inclinar la cabeza, todos, incluyendo a los seis invitados con gesto de desconcierto, lo hicieron, Tysia, discretamente, recorrió con la mirada a las personas que estaban cerca de ella y a las que estaban detrás de la mesa, una de ellas, vestido de negro absoluto, le observaba, pudo notarlo, no lograba ver su rostro por la penumbra que imperaba, pero percibía su fuerte energía y su enojo, un halo de un ligero resplandor le envolvía; Tysia, mesuradamente, escudriñaba el origen de esa luminosidad, sin lograrlo, decepcionada.  La líder hablaba pausadamente e invocaba a la fuerza interna de cada uno de los presentes, hablaba de una fuerza superior, de un Manty o algo así.  Tysia, no brindaba interés a esa verborrea, seguía ocupada viendo la postura de las manos, todos las mantenían de una forma torcida y entremezclando los dedos; Tysia saltó, la mano de Ana Ceci le tocaba el hombro y le dio dos palmaditas, parecía que quería tranquilizarla.

Les entregaron unas pulseras rojas con una figura extraña, parecía una cruz y otro dije extraño, fueron exclusivamente para los seis invitados, además, les obsequiaron un collar con unas pequeñas esferas, parecían perlas, pero eran una combinación de dorado y rojo metálico, ambas joyas con dijes extraños, con aplicaciones de cristales transparentes y rojos de un brillo fantástico,  en el centro del collar estaban los mismos dijes que colgaban en la pulsera roja, les pidieron que se los pusieran, acto seguido, fueron recibidos con un aplauso, una bienvenida de miradas extrañas y sonrisas indiscretas, algunos lo hacían con sonrisas torcidas, varios de los invitados no lograban acomodarse en sus sillas, se movían  continuamente, no encontraban la posición adecuada.

La líder dio un discurso, del cual Tysia sólo entendió que les invitaban a crecer, a empoderarse sobre los demás y obsequiarse a Manty, Mantry, o lo que fuera, el acento de "la madre" era extranjero, arrastraba las palabras, observaba fijamente a través de sus lentes oscuros, a cada uno de los seis invitados; Tysia no lograba colocarse la pulsera, el broche era muy pequeño, con sus largas uñas que se lo estaban dificultando, de forma reservada, hacía intentos por cerrar el broche, "la madre" se acercó y con gran habilidad le colocó la pulsera, después acarició su mejilla derecha, Tysia, involuntariamente, alejó el rostro de esa mano helada y rasposa, asemejaba una lija para madera. Tysia, ya acostumbrada a la penumbra, veía cómo los otros les observaban con avidez, ellos no apartaban su mirada intensa de los invitados, era molesto; de la parte de atrás, varias manos le acariciaron su ligeramente abultado abdomen, la cintura, la cadera, los brazos, el cuello, la cabeza y la espalda, parecía que se habían puesto de acuerdo, todas esas manos lo hicieron casi al mismo tiempo, Tysia, se levantó, incómoda como estaba, deseaba salir de ahí, se sentía un ambiente pesado, asfixiante, nadie le iba a toquetear sin su consentimiento, sintió, con brusquedad, unos brazos que la obligaron a sentarse, era Ana Ceci, en susurro cortante le ordenó, "¡Te calmas o no respondo!".  Tysia no podía dar crédito a ser obligada a permanecer, dos de los otros invitados intentaron hacer lo mismo, cuando vieron el trato hacia Tysia, acto seguido, con el mismo resultado, los obligaron a sentarse con rudeza.  Fue ahí cuando la líder, "la madre", se acercó a ellos, con gran ternura les habló y les preguntaba a cada uno de ellos si estaban dispuestos a dar el "Sí", de frente, les acariciaba con suavidad el rostro y la cabeza, al mismo tiempo que las manos de los que estaban detrás de ellos les adulaban con vehemencia; "la madre" se esmeraba recordándoles que obtendrían grandes beneficios que había mencionado anteriormente, un discurso que Tysia había ignorado, ideando la forma de escabullirse de esos lunáticos y salir huyendo.

Los primeros dos invitados dieron el ansiado "Sí", quizás habló por ellos la prudencia y el miedo; Tysia, sin disimular su desagrado, quiso hablar, pero las manos de Ana Ceci y alguien más la obligaron de manera ruda a callar y a continuar en su postura, Ana Ceci se acercó y le dijo al oído; "¡Acepta, di que Sí, o no saldrás de aquí!"; Tysia se desprendió de las manos que la contenían y se levantó violentamente, más tardó en hacerlo que en lo que la volvieron a sentar y una mano fuerte le cubrió la boca.  En su turno, la líder con sus lentes oscuros le cuestionó si otorgaba el "Sí", Tysia se negó, al mismo tiempo que recibía un golpe cruel y seco en la espalda de mano de Ana Ceci, Tysia airada, exigió le permitieran salir o serían acusados de secuestro.  Una mujer que la veía en la penumbra se acercó a Tysia, inmediatamente, la tomó de la barbilla y  la nuca, la dominó con una fuerza impresionante, forzándola a dar un "Sí" con la cabeza.

Tysia, con una copa en la mano, de la cual no había logrado beber, ese vino era pesado, viscoso, olía horrible, le causaba repulsión; en general, la sect solicitaba más copas del misterioso vino, se deleitaban con fascinación en él. Tysia no disimulaba su furia, su enojo, principalmente a Ana Ceci, por colocarla en esa postura tan peligrosa con esa bola de fanáticos, a algo que no lograba entender; estaba a punto de estallar por la gran impotencia que sentía por ser impedida a ausentarse de la reunión, el brindis era en honor a eso tan "sagrado" que les daría una vida llena de lujos, todo era tan incomprensible, parecía que hablaban en clave, no captaba nada de lo que exponían, incluyendo a los otros invitados, que intercambiaban miradas rápidas entre sí, de miedo, frustración, de asombro, pero, principalmente de pavor.  Los invitados fueron colocados frente al mantel blanco, entre caricias descaradas, cada uno de ellos encendía un grupo de cuatro velas negras, fueron colocadas en forma de cruz y en la cabeza de la supuesta cruz estaban los ramos de cuatro rosas rojas, cada ramo debería de ser besado por cada invitado, tres de ellos fueron obligados a hacerlo, Tysia, entre ellos, una chica muy joven lo hizo llorando, llevaba un vestido floreado y sandalias blancas, logró tomar del brazo a Tysia y se aferró a ella con gran fuerza, Tysia percibió la humedad de su mano y su temblor, no entendía quién de las dos temblaba más, si era por lo macabro de la ceremonia o las caricias subidas de tono con que eran arremetidas por la sect.

Iluminaron un poco más el salón, ahora se logró apreciar con más precisión el decorado, largas y gruesas cortinas en brocados rojo y negro cubrían los enormes ventanales, eran veinte, de gran altura, al igual que el techo del enorme salón, las lámparas de araña, antiguas, probablemente de bronce, habían sido encendidas, eran diez y aún así no lograban iluminar del todo, esto debido a los colores en negro y rojo encendido que imperaban en todo el decorado y en el vestuario de todos los adeptos, tanto varones como damas portaban sólo estos dos colores, la mayoría de las mujeres lucían vestidos largos, algunas llevaban minifaldas o vestidos cortos con medias negras y tacones negros; sus cuellos y manos destellaban con las pulseras y collares idénticos a los que les habían obsequiado a los seis invitados.  El lujo era exuberante.

La gran mayoría de los adeptos se acercaron a los invitados, los acorralaban con arrumacos frenéticos, mimos vigorosos y roces eróticos; lentamente, embelesados, les besaban en ambas mejillas,  cuatro besos en total, además eran olfateados cínicamente; de manera curiosa, algunos seguían olfateando a dos o más de ellos, sonreían siniestramente al detectar al indicado y le proporcionaban un pequeño o mediano obsequio negro, varios de la sect besaron en la boca a los invitados, en ultraje, hasta convencerlos, orillándolos hasta el paroxismo y ser correspondidos en su límite.  A los pies de los seis invitados se habían acumulado innumerables obsequios sobre la alfombra roja, excepto con la chica del vestido floreado y sandalias blancas, frente a ella se contemplaban alrededor de diez obsequios solamente.  Se acercaron los amigos de los invitados y de rodillas, ambos, abrieron todos los obsequios, Tysia no dejaba de lanzarle miradas de puñal a Ana Ceci, en cuanto estuviera a solas con ella, fuera de ahí, le daría unas bofetadas por exponerla a ese clan de locos degenerados, la conocía desde hacía varios años y nunca habría adivinado que su amiga sería capaz de esa tortuosidad hacia ella.  Infinidad de joyas valiosas y fajos de billetes eran los obsequios, era incalculable todo lo que tenía cada invitado entre sus manos, al grado de cambiar dramáticamente los rostros de miedo a miradas y sonrisas de codicia de algunos de los invitados, incluyendo a la chica del vestido floreado, a la cual le habían obsequiado dos collares en oro y piedras preciosas, además de varios gruesos fajos de billetes, su sonrisa enorme daba el "Sí", sinceramente, no importaba si la doctrina era falsa,  ni si el culto era una ortodoxia definida, ellos simplemente ya se estaban consagrando, sin restricción alguna, su "Sí" era ya una entrega absoluta, un juramento.  Casi todos recorrían con los dedos los billetes, los revisaban e intentaban hacer un cálculo mental de todo lo que tenían frente a sí, el temor había desaparecido por arte de magia. La sect les acechaba con un brillo insano, de enajenación en sus ojos; había quienes se acariciaban los labios con la punta de su lengua. Se adivinaba el placer en la mayoría de la sect, en un delicado vaivén contoneaban su cabeza o sus hombros, entornando los ojos hacia los seis invitados.

Nuevamente las luces se hicieron más tenues, "la madre", con sus lentes oscuros les indicó a los seis invitados agradecieran los obsequios de bienvenida, haciendo énfasis de que en cada prueba que superaran recibirían la misma dotación de obsequios, dependería de cada uno de ellos obtener más presentes.  Lealtad, obediencia absoluta y buscar a su futuro invitado, el invitado debería de reunir el perfil de ellos: de gran confianza, solo (sin familia) y  en austeridad o gran necesidad económica; se les concedía un tiempo límite para presentar a su invitado, se tendrían que dedicar a ello como prioridad, en cuerpo y alma, sin distracción.  Además, para no tener problemas fiscales y por el obvio giro económico, serían instalados en grandes empresas, con puestos de altos ejecutivos, de esta forma justificarían su nuevo estilo de vida.  Los invitados ya sentían el poder, serían protegidos, serían especiales, vestirían como ellos, disfrutarían  lo que jamás habían aspirado, ni en el más remoto de sus sueños.  Ignoraban si serían condenados. Nunca cuestionarían el velo religioso que les impondrían.  No habría conciencia, se someterían a lo que les fuera impuesto.  Vendían su alma, ni siquiera sabían a quién o a qué.  Don dinero y don poder habían hablado.

Creían estar soñando, los invitados, realmente asombrados, con espanto a despertar.  Ya sin recelo, harían todo, todo lo necesario para no salir de esa nueva vida prometida que aún no iniciaban.  Sin mantel blanco, sin velas y rosas, la mesa de mármol negro lucía una caja larga de terciopelo, en negro y rojo con sus símbolos extraños, en dorado; "la madre", con sus lentes oscuros,  de voz solemne e inclinándose ante la presencia omnipresente de  Jayri, el elegido, el gran maestro; Jayri se incorporó con su halo de un ligero resplandor que le seguía envolviendo; había permanecido sentado en una silla de respaldo alto, era una silla antigua, sobria, de estilo aristocrático, en terciopelo color rojo; el elegido portaba su capa negra, con capucha, únicamente se lograban ver las joyas que resaltaban en su traje negro, el rostro era negado, se advertía oscuridad en esa capucha negra. El silencio hermético imperó, Jayri habló con voz estruendosa, pero, haciendo uso de frases tiernas, como un padre hablando a sus hijos pequeños, con acento extranjero.

Todas las miradas se posaron en la chica del vestido floreado, automáticamente, el resto de los invitados se hicieron a un lado, dejando en la mira a la chica, quien ya se cubría la boca con ambas manos, en la mano derecha aún tenía los dos collares valiosos que le habían obsequiado.  "La madre" con una habilidad increíble, casi saltando sobre ella, la tomó del talle, con gran fuerza; en un instante, varios de los seguidores sostenían a la horrorizada chica sobre la mesa de mármol negro; Jayri invocando a su tal Manty o Mantry, al mismo tiempo que abría la caja larga de terciopelo negro y rojo, quedando al descubierto una daga preciosa con hoja curva, con caracteres extraños e incrustaciones de piedras preciosas en rojo, en toda la pieza, incluyendo la empuñadura, la hoja tenía dos filos y esa obra de arte refulgía mortalmente, tenía sed; el elegido, Jayri la sostuvo en lo alto con sus dos manos pálidas, las cuales lucían la pulsera que portaban todos los adeptos y los invitados; ante las miradas deseosas, de frente, de reojo, de todos los presentes, iniciaron un murmullo qué culminaba en las tonalidades de la música rara que habían escuchado casi al inicio.  Nuevamente, se hizo un silencio total, sólo el jadeo turbado de la chica del vestido floreado era la única distracción de la ausencia del sonido.  El elegido musitó una palabras y Tysia, adivinando el holocausto, se abalanzó sobre Jayri y "la madre", tropezando con las joyas y billetes que estaban a sus pies; Ana Ceci fue la primera en reaccionar, estaba cerca de su amiga y  estrelló la copa con un poco de vino en el rostro de Tysia, al mismo tiempo que le tomaba del cuello, con fiereza, gritándole: "¡Estúpida, cuánto te odio!". En el forcejeo, volaron los lentes de "la madre" y Tysia se encontró con dos oscuras cavernas en el rostro de la líder. Entre el rostro oscuro del elegido y el rostro descompuesto de su querida amiga, Ana Ceci, llena de odio y sus palabras confirmando ese odio, Tysia fue golpeada, no supo más. 

La sect, en gran algarabía, festejaba, todo el rito se había consumado, su profecía de amor había sido saciada, colmados sus instintos, sus caprichos agudos más ocultos estaban realizados. Sus nuevos miembros ya habían colocado sus obsequios en maletas negras de fina piel, dos de las maletas llevaban manchas de sangre, nadie las distinguió, sólo "la madre" se percató de ello y le exigió a Ana Ceci limpiara esas manchas rojas.  Antes de la salida del sol, entre abrazos exaltados y sus cuatro besos, algunos besos se obsequiaban temerarios, hechizando, con delirio y muchos besos eran devueltos con la misma técnica o eran superados en entusiasmo; los cuatro besos eran la promesa de un próximo rito, se despedía toda la sect con este contacto, así se garantizaba ese sacrificio, esa promesa sagrada de sangre; se retiraban en paz, en empalago, desfogados, algunos en sosiego; otros más, insatisfechos, codiciando ya el siguiente rito. Cada nuevo miembro era envuelto, antes de salir del gran salón, en una larga capa negra con capucha, la capa era colocada por las manos pálidas de el elegido, el gran maestro con su rostro sombrío, sin ser mostrado,  envuelto en su capucha, rodeado por ese halo de ligero resplandor, Jayri depositaba a manera de despedida y de promesa, cariñosamente, con una energía palpitante, los cuatro besos en las mejillas de los cinco nuevos seguidores, incluyendo a la chica de vestido floreado y sandalias blancas.






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