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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Hedentina en la ciudad

Los ojos se cierran, 
La boca se enmudece y 
La nariz se ahoga

Mierda, toda la calle olía a mierda, cerré la puerta e intenté alejarme lo más rápido de casa, la fetidez atontaba los sentidos; antes de salir de casa, observé los pequeños excrementos de los dos perros que aún no había recogido su dueño, suponiendo que ese era el motivo de ese horrible hedor, me despedí de ellos agitando mi mano derecha aún con las llaves en la mano, al otro lado de la reja el moreno brincaba  alborotado, apoyado en el metal con sus dos patas delanteras e intentando acariciar mi mano con su lengua, pero, sólo recibió un tajante, "no comas tu popo, moreno", apuntando con mi dedo hacia su plato metálico, rebosante de alimento para perro, el moreno gruñó hacia el mieles, su compañero que también acudió al sonido de mis llaves, ahí se inició la pelea, acompañada de fieros gruñidos de los dos perritos chihuahua, volví mi atención a sus escasos deshechos entre las doradas hojas del único árbol de la casa, observé que el viejo árbol estaba casi pelón en esta fría mañana, también noté que el moreno había cambiado el pleito por un bocado de su propio excremento, vociferé nuevamente, "deja eso, moreno" y salí tratando de encontrar un aire más puro.

Varias calles estaban sucias de inmundicia, caminé aprisa e intentando no pisar la suciedad, crucé varias manzanas hasta que logré abordar mi autobús, mareada  de esa hediondez; me concentré en la lectura de  mi libro intitulado "El tufo de la aromaterapia", de la escritora, Mundicis Fraganchis; después de casi treinta minutos, llegué a mi destino y al bajar del colectivo, increíble, el aturdido hedor volvió a patear, las personas se cubrían la nariz con sus bufandas, las manos, la solapa de sus trajes, con el puño de sus prendas, con sus bolsos, con los dedos pulgar e índice, con pastillas de chicle, con migajón, con uvas, con trozos de gelatina, con pedacitos de tamal; bueno, hasta con mechones de cabello largo; era insólito ese aire viciado, sospeché e hice todas las conjeturas herráticas y alucinantes hasta que me dí por vencida cuando escuché tanta extravagancia de  las personas al comentar entre ellas lo siguiente: "vengo del zócalo, huele peor, es la contaminación que huele a popo"; "toda la ciudad huele mal, ya tiene varios días, no se hagan pen...";  "huele espantoso desde Sátelite, hubo manifestaciones y entre los caballos  y la multitud dejaron esta porquería"; "desde la Villa huele también a excremento, colapsó el drenaje de toda la ciudad y este es el resultado"; "es la mala vibra de la gente envidiosa, de seguir así, les crecerán colas de chango"; "en las Águilas hasta te vomitas, gente graciosa que se sienta en todos lados, antes sólo orinaban en los árboles, los puentes, los postes y miren nada más, ahora defecan hasta en el segundo piso del  periférico"; "esto es en toda la ciudad, son las mascotas que sacan a pasear y sus dueños no recogen sus cochinadas, yo prefiero un pez"; "es un virus nuevo de la influenza"; "son los deshechos de todos los puestos de tacos de carne podrida, yo por eso sólo como verduras y chilaquiles"; "es la maldición de Tláloc, hay que encenderle una veladora, rezarle un rosario y ponerlo de cabeza para que llueva y lave la ciudad"; una señora de falda larga (manchada de excremento) con sombrilla, pese a lo nublado del día, inquisidora, espetaba, "es el fin de los tiempos, son las plagas de Egipto, arrepiéntanse, abracen un nopal bien espinoso  y lean las sagradísimas escrituras"...



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