¿soy un error de él?
Después del sexo, con desgano, revisaba su celular, su compañera le abrazó deseando un beso, el más bello, el de agradecimiento, el de "gracias, amor, estuviste estupenda", Taris le ignoró, sin apartar sus ojos del celular, le dijo: "¡Vámonos, tengo un compromiso importante!", besó rápidamente a su compañera de sexo, ni siquiera pareció darse cuenta del enojo de ella, realmente, no le importaba lo que ella pensara. El sol brillaba intensamente y Taris tenía frío en el alma, no lo disfrutaba, ardían sus ojos con cada sollozo suave; aborrecía su pacto con la soledad, a veces dudaba si la soledad le era impuesta o la deseaba, ¿a dónde le llevaría? Tenía la respuesta, vivía ahí, en un abismo de soledad, su abismo era muy profundo y por ello tenía fuertes depresiones. No podía amar, ni querer, sólo pretendía que alguien le quisiera. Tenía ideas paranoides, las fue construyendo a lo largo de los años. Además, era duro estar solo pero, era más duro que los demás se aprovecharan de él, estaba firmemente convencido de ello, en especial las damas, siempre buscaban la forma de sacar algún provecho de su relación laboral o sentimental, le consideraban urgido de cariño, varias veces cayó en esas trampas y, a su vez, ellas caían en las de Taris, él también sacaba provecho de ellas, nunca lo reconocía, el único mártir: era él; el resultado, según Taris: no volvería a sufrir, mejor solo que mal acompañado. Taris consideraba ser poseedor de una sensibilidad especial, se creía distinto, no se identificaba fácilmente con nadie. Nadie le comprendía. La realidad, sufría en soledad, se la tragaba, nadie lo sabría, nunca.
Inventaba cómo llenar su soledad. Había elegido vivir solo como viaje interior, era su proyecto de vida personal, fue a partir de una experiencia negativa en pareja; una parte en su interior se cerró, pues no había garantía de felicidad. Estaba resentido y acentuaba su egoísmo. No se privaba de nada, a veces, se sentía afortunado. No sabía vivir en pareja y no le era necesario. No sabía convivir. Quería ser fuerte emocionalmente pero, vivía amargado. Tuvo más intentos de romances, con la creencia de que ya no podía funcionar con nadie y terminaba no funcionando bien. Amaba los placeres sensuales, le atraía el placer y las ganas de disfrutar, principalmente, el sexo. Varias de sus parejas le amaron sinceramente, hacían planes de vida con él, para siempre; Taris se emocionaba al principio, les llenaba de detalles y cuando algo ya no era de su grado, se rompía el encanto para ambos; Taris les relegaba en su indiferencia, en su desprecio, poco a poco, ese amor se desvanecía entre su frialdad y el llanto de su amada en turno. A él nadie le diría nada con lo que no estuviera de acuerdo, a él nadie le exigiría nada, jamás otorgaría nada de sí, nadie era merecedor de su amor; para él, sólo era transitorio el cariño, el evidenciado amor y la pasión que le entregaba cada mujer; en su haber estaban desde las jóvenes ingenuas, hasta las casadas, su lista era interminable. Secretamente, Taris se vengaría del amor, por el cual había sufrido tanto, el amor traicionado que se llevaría hasta la muerte, jamás podría olvidarle a "esa", a la traidora maldita, jamás le abandonaría, la llevaba en carne viva, "¡Maldita puta!", decía Taris cada día de su vida.
Caminaba a su trabajo, apático, diariamente pasaba por un parque, en cada infante que veía, lo hacía con aversión, las risas infantiles eran un estruendo molesto a sus oídos, le asqueaban, odiaba a esos mocosos. Taris se consideraba especial en su trabajo, era un buen observador externo, perfeccionista, detallista y ordenado, muy comprometido; por otra parte, su lado insano estaba lleno de orgullo, engaño, envidia, miedo, creando antipatía entre sus compañeros de trabajo, fingía que no le importaba el rechazo o la aceptación de ellos. Tenía amistades superficiales, pocas, su limitación estaba en establecer relaciones personales. En ocasiones, tenía dificultades de atención y se aislaba; no encontraba compañía, no sabía convivir y prefería aislarse que esforzarse. Era más fácil estar solo.
Con el paso de los años, cambiaba sus tácticas en el amor, ensayaba en ellas, pero, ya no podía ver en nadie la promesa de amor, él se negó a ello. En general, todas sus parejas le seguían abandonando con la sospecha de infidelidad,de desamor, de abandono, de desidia, hasta de aburrimiento; se había vuelto huraño, tirano, maniático, imperativo, atrapado en sí; en su vida tan cerrada, ellas perdían el tiempo opinando, Taris tenía la razón en todo y no había poder humano que lo convenciera de lo contrario; las congelaba en pendiente, pobres estúpidas, para cuando tuviera tiempo, con ellas en sus manos, se reponía de su retiro y la soledad le hacía cosquillas a su vanidad, ellas no eran indispensables, las ignoraba; en muchas ocasiones, ellas no le abandonaban, huían.
Se escabullía del presente, del amor truncado, del dolor de su propio sufrimiento. No quería límites y le gustaba estar así, se convencía con discursos internos. Se animaba y trataba de disfrutar el presente como nadie. En su hastío mundano, cambiaba de opinión, necesitaba de compañía, no le satisfacían sus relaciones sociales deficientes, a veces, cuando se hallaba en grupo seguía sintiéndose solo, era tan desagradable y doloroso no llenarse de la gente, ni un gramo; en la cama, constantemente, con alguien a su lado, no lograba concentrarse en disfrutar de ese cuerpo, seguía sintiendo el vacío que produce el abandono. La soledad le dolía, llenándole de melancolía, deseaba tanto a alguien a quién decirle. Trataba de estar a gusto consigo mismo aunque a veces ya no se soportaba. Su soledad era el disfraz del miedo a la vida.
Taris creía firmemente que se amaba tanto a sí mismo, que era el más solo de todos; confinado en sí mismo, de por vida. A sus objetos los amaba, los acariciaba, conversaba con ellos, sus cosas llenaban un poco su aislamiento, eran permanentes, eran su familia pero, eran cosas, frías, inmóviles, carentes de ternura, de afecto, de palabras, de tacto. Discurrían más años, su cuerpo hablaba de esos años idos, ahora, trataba de ser útil con los demás, buscaba un séquito, quería hacerse notar, quería saber que existía para alguien más. Mentía, se hacía el sufrido para ser aceptado, mentiría las veces que fuera necesario. Era tan arrogante pero, lo haría a un lado, ya padecía su mayor enfermedad: la soledad, tan ruin. Tenía tantas vivencias, tanta experiencia y no tenía con quien compartirlo. Anhelaba lucirse, presumir, tenía hambre de éxito.
Brincaba de cama en cama, con lujuria, cuando se lo proponía. No perdía oportunidad en la búsqueda de placer, de la presencia de alguien, era importante; el placer en solitario era ya una desgracia para Taris, por más ardor que se obsequiaba, no era tan satisfactorio en su día a día, como en antaño, esa humedad, lejos de saborearlo, le asqueaba y, a veces, terminaba llorando con ese beso de su mano, era seco, era trágico, igual que el interior de su corazón. Sus amoríos continuaban siendo ocasionales, pese a su edad, ya no era un joven; siempre había un prospecto, las seducía con mentiras, hacía todo por quedar bien con ellas pero, era un fantoche, deseaba ser admirado, esa sed nunca se apagaría, deseaba llamar la atención, al igual que en el pasado. Aún en brazos de su compañera en turno, volvía su atención hacia otra. En ese trayecto siempre había alguien diferente, con curiosidad, Taris se divertía, fingiendo admiración y amor por la chica "diferente". Todas suponían ser así, "diferentes", hasta que el desdén de Taris les fustigaba el corazón; algunas, como en el pasado, no buscaba su dinero, su posición, no querían usarlo, una de ellas se había enamorado de la imagen que Taris representaba ante los demás: un ser lleno de bondad, de ternura, de confianza, de altruismo, de generosidad, de falso interés hacia ella, ella en su amor ciego, le creía, le abrió su corazón, también creyó ser "diferente", la diferente en turno de Taris. Surgió un gran amor desinteresado, verdadero, eso creía esa ingenua alma enamorada.
La soledad de Taris inició en su niñez, se reforzó en la adolescencia y continuó en la vida adulta. Era una soledad crónica. Se centraba en la figura de su madre, la idealizaba. Su madre era el único ser digno que podía mirar a la cara. Valoraba mal a todas las mujeres, eran indignas, tan fáciles de engañar, eran para disfrutarse, eran cosas, eran bobas, idiotas, eran su entretenimiento sexual; ya no las soportaba ni de compañeras en alguna reunión para divertirse, le hastiaban hasta la desesperación, o llevándolas de su mano a su erotismo, muchas veces, le estorbaban; eran etapas en donde se angustiaba y volvía a su antojo del manoseo ermitaño; en fiestas, de cualquier tipo, observaba pacientemente a las mujeres que acudían, había tanto qué elegir, con sólo presentarse como un hombre afamado, siempre conseguía el sexo de esa noche, y con suerte, de algunas noches más. Taris quería seguir dándose el gusto de gozar. Nadie tendría un lugar en su vida, todas eran amigas ocasionales, novias de alcoba, fugaces, sin compromiso. Las seducía con gran ingenio, era ya un maestro en este arte, después de tantos años, sólo a eso se había dedicado: a mentir en el amor.
Taris no lograba recordar los nombres de las chicas, era ya tan difícil aprendérselos todos, estaba harto de esforzarse en tratar de recordarlos, qué pereza; optó por hablarles rigurosamente con adjetivos como: hermosa, bella, linda, preciosa, cariño, etc., así nunca se equivocaría con ninguna y todas serían halagadas con esto, eran tan imbéciles, todas. En su mente, las recordaba con otro tipo de adjetivos: la estúpida, la cascarrabias, la idiota, la doblemente idiota, la triplemente estúpida, la burra, la facilota, la zorra, la detestable, la engreída, la sabia, la codiciosa, la diferente, etc., eran interminables sus apodos, así las identificaba fácilmente.
La ingenua enamorada "diferente" en turno, le entregó el corazón, se aventó de cabeza por él, ignoraba que Taris se deleitaba en otros brazos, qué nunca sería importante en la vida de él, al igual que todas las anteriores. Viviendo el supuesto amor de Taris, por un tiempo, Taris se dejó amar, había algo diferente en ella. No soltaba los brazos de otra de sus novias, una chica que exigía se dedicara a ella en cuerpo y dinero; Taris disfrutaba a esta dama interesada, con promesas que iba posponiendo, ella, ingenua, esperaba fielmente las promesas que le beneficiarían, principalmente, en su economía.
Taris no conocía las otras caras de la vida, no tuvo necesidad de ello, no llevó el ciclo de vida que llevaba la mayoría de las personas, con aciertos y errores, de familia; era un ser incompleto, sin comprender el por qué lo dejaban, se hastiaba más de la vida; por ello, optó por divertirse un poco más de tiempo con la "diferente" que tenía en sus brazos; al mismo tiempo que se entregaba en la cama de la dama interesada en su economía, que le distrajeran de su hastío. Les hablaba con toda la verborrea adquirida, con todo su falso estilo y educación. Sobre la soledad, él era su preferido, eso no lo omitía; todas querían curar su soledad, el se burlaba de ellas, "¡Estas viejas ridículas, no saben nada de la soledad!", decía Taris. El abandono de aquella infiel, de aquella maldita puta, el desamor que él manifestaba por culpa de esa desgraciada, con esa desgastada historia les envolvía a ellas; Taris, en sigilo se reía cínicamente de esas bobas; seguiría retorciéndose en estas quejas de retiro, de esa mujer que nunca le había amado, obteniendo lo que deseaba, una comitiva de sexo.
Podía irse de copas con sus amiguetes, pero no podía expresar un dolor, un desasosiego o una preocupación. Ese aislamiento sentimental le hostigaba, eran tantas desgracias que, realmente, deseaba compartir su sentir, abrir un poco su corazón o reventaría; lo hizo con la "diferente" en turno, con ella discernía su corazón que podría hacerlo, así que, abrió la válvula de escape y compartió sus emociones, vivencias, todo lo que le ahogaba, lo hizo poco a poco, en pequeñas dosis, fue tomando confianza hasta que sintió un bálsamo tan inmenso en su corazón, en su psique. Taris se sentía desorientado por soltar sus inquietudes con esa "diferente"; le molestaba un poco, pero, fue un alivio haberlo hecho, descargar parte de su carga, era tan necesario.
Se fue olvidando de la dama interesada, ni promesas, ni dinero, ni llamadas, nada, al grado de que, ella lo mandó lejos, Taris se burlaba de esa necia, ya la estaba olvidando; aún había tantos prospectos, ya las estaba trabajando, ya caerían en sus redes; por ahora, se dedicaría a la "diferente", le había sanado un poco el alma, en verdad, parecía "diferente" a todas. Se recreaba en ella, sin abandonar sus proyectos en otras, todo era agradable, la disfrutaba con cierto recelo. Lo que nunca presintió, no tan pronto, fue impotencia sexual, ocasionalmente, entre sus depresiones, sus ansiedades, ya estaba ocurriendo, le ocurrió con la "diferente", qué pereza recordar su nombre; la "diferente" fue comprensiva y no aminoró su amor por Taris; le amaba realmente y estaba dispuesta a todo con él. Nuevamente, sólo fue un tiempo, Taris se empezaba a sentir cómodo con la "diferente", en verdad que así lo sentía; cuando ella habló verdad, fue una estocada, las verdades eran espadas, no lo soportaba, no tenía qué hacerlo. Aplicaría el mismo método que con las anteriores: su mirada de reojo y con desprecio al verla, indiferencia cruel, olvido; pondría su barrera en el corazón, ella lo había tocado; en poco tiempo esa mujer le abandonaría, Taris tenía tanta flojera de hacerlo él mismo, de terminarla, de decirle el fastidio que le producía y que se fuera, qué era lo mejor; lo haría ella, ella jamás fue necesaria en su vida, qué se largue, pensaba Taris, una retrasada menos y la echaba en su amnesia.
Taris empezó a tratarse la disfunción sexual, le preocupaba, aunque consideraba que ya había disfrutado demasiadas vaginas, mejoraría, estaba realmente convencido, buscaría alternativas para lograr recrearse con cualquiera. En el tiempo sin ella, sin la última "diferente", notaba la diferencia que había creado en su vida, Taris cerró su corazón y no le daría más poder sobre él; ella tendría que sufrir la soledad, la más cruel, con desprecio y el abandono, la castigaría un tiempo y, después, se retiraría como todas. Continuaba con su asedio hacia las otras, no podía perder tiempo, alguien más tendría qué darle placer, así sería. Algo oprimía su pecho, disgustado, triste, deprimido, finalmente, le hablaba a la "diferente", terminó buscándola, con enojo, ella surgía en su pensamiento ante cada angustia, temor, pesar; con ella se desahogaba, buscaba su ternura, su voz, su "te amo", su "te extraño", su "te necesito", sin devolverle una palabra de cariño, no era necesario, ella estaba ahí, para él. De vez en cuando, a ratos, encendía su corazón, la deseaba, se consumía por ella. Le levantaba el castigo. La amaba, la poseía, entre sus brazos olvidaba todo, hasta su soledad; ella, la "diferente", trataba de entenderlo, era feliz, plena, le amaba.
Taris, se reprochaba, qué tenía ella, que las demás no; ya había una que otra compañera de cama, sólo cumplían su función y Taris las desechaba, no podía ver en esas otras lo que tenía ella, ninguna lograba colmar sus sensaciones y menos su corazón. Enojado consigo mismo, vertía su enojo en ella. Le abandonaba por tiempo prolongado, la ignoraba, la deseaba y nuevamente surgía una repulsión hacia ella. Ya no quería verla. Anhelaba que ella se fuera, igual que la primera puta que le abandonó. No lograba convencerse de esos deseos de abandono. Se sumergía en cuantas bocas estuvieran dispuestas, en verdad, quería desaparecerla de su vida, ¿por qué era tan difícil de olvidar su calor, su delicadeza, sus mimos, su corazón?
Nunca le perdonaría la verdad de ella, reflexionaba y Taris aceptaba que ella tenía razón, a veces se lo hacía saber a ella, después se arrepentía, por qué tenía qué darle explicaciones a esa idiota. Se creaba un círculo vicioso de abandono, de culparla, de necesitarla, casi de odiarla y amarla. Taris se oponía a cualquier contacto con ella, se disgustaba por necesitarla, por ¿amarla?, luchaba con sus emociones, no estaba dispuesto a ceder en nada, una mujer no merece tanto. Cuando se doblegaba y la buscaba nuevamente, en sus conversaciones, quería impresionarla con salvajismo, no era sano. Deseaba que le tuviera miedo, deseaba hacerle ver que él tenía el control, con facilidad se enojaba de no estar de acuerdo con ella, cuando le concedía la llamada, en la cual Taris hablaba con mando, sus idea de dominarla estaba latente. Sería lo que él quisiera, como él quisiera y cuando él quisiera.
En su vida cotidiana, conversaba una y otra vez las mismas anécdotas, muchas veces se burlaban de él, Taris parecía no darse cuenta de ello. Seguía manipulando a los demás para obtener beneficio propio, la mayoría caía, sobre todo las jóvenes ingenuas, otros más se alejaban burlonamente de él, era un viejo rídiculo y necio. Había aumentado su delirio de fama, a quien estuviera dispuesto a escuchar hablaba de los versátil que era, de lo mucho que había trabajado, cómo lo realizaba de excelente manera, y de cómo se hablaba tan bien de él en su trabajo, en tantos sitios; se consideraba ser reconocido por ser tan exitoso en todo lo que desarrollaba; ante estas llamadas de atención hacia su persona, muchos seguían riendo socarronamente de él, "¡Ya se le botó la canica!", "¡Viejo deschavetado!", decían algunos; otros más, le creían y llenaban su ego.
Aún tenía buena memoria e inteligencia pero, le daba flojera actuar con hechos. Conocía bien que, con sólo una llamada, tendría a alguna dama en su puerta, entre sus vecinas, señoras solteronas, divorciadas o viudas, ya solas, había quienes deseaban ser la señora de Taris, siempre las deslumbraba con su gentil trato y sus aires de bondad y éxito, como a muchas otras; estaban a la expectativa de una palabra suya para entregarle inmediatamente todo. Taris sabía perfectamente de las necesidades de ese séquito femenino tan estúpido, pero deseaba mantenerse a raya en su casa, en santa paz, sin complicaciones; deseaba ser deseado, adorado, que le llenaran su ego, ellas cumplirían esa función, a distancia; el sexo siempre era en casa de ellas, en la oficina, en cualquier lugar, pero, en su casa, jamás; ninguna merecía ese privilegio, viejas ilusas, despreciables; la única con ese poder, de estar o establecerse en su hogar, había sido su santa madre.
Su existencia sin satisfacciones familiares, sus temores de vida, de lo que ya estaba padeciendo en la vejez y todo lo que veía venir, el terror a su abismo profundo de soledad y al mismo tiempo la necesidad de esa soledad, le estaban desgarrando recónditamente. Se prometía ante su sombra, ante al espejo: "¡Nadie te verá caer, nadie te verá suplicar; así te pudras, nadie lo podrá descifrar!". Admiraba su sombra cuando era más alta que él. Admiraba ser asediado por esas viejas fantasiosas, hijas de la mala vida, "¡Podrán ser más tontas!", decía Taris, "¡Semejantes burras!". Se mofaba de esa bola de imbéciles, le fastidiaban tanto.
Gradualmente, la amante "diferente", se fue desprendiendo del olvido de Taris; en algún momento, la mascarada de amor se desvaneció de su rostro, se percató de lo indiferente que era para Taris y lamentó amargamente haber sido un amor baladí para él. La realidad le llegó a la conciencia, la dureza de su amante y su frialdad mental, le generó un miedo y vacío enloquecedor; entre lágrimas, desató el lazo de Taris. En duelo, tuvo que alejarse, o se perdería para siempre en ese monstruo veleidoso que consumía los corazones cuando rebosaban de amor hacia él y el resto era pisoteado con escarnio y ferocidad, hasta hacer desaparecer el más diminuto sentimiento noble de quien le amaba.
Con altanería exaltada, la dejó partir, ella era una idiota, ella se lo perdía, desgraciada, perversa, ¿cómo se atrevía a dejarlo, a él?, qué pendeja. Ya en calma, se cuestionaba si su corazón aún latía o qué era lo que aún lo mantenía respirando. Era factible que Dios ya se hubiera olvidado de él y que solo deambulara sin vida, eso explicaría lo maldito que era, pensaba Taris, con su mirada abúlica, perdiéndose en el infinito. Taris, con gélida indiferencia se permitiría ser olvidado por todas ellas, sin importar lo que le hubieran hecho sentir, o lo que aún soñaba de esas tiernas manos. Su abismo profundo se lo había creado él mismo, bien que lo sabía. Reconocía que, eso era lo que quería ser. Su aislamiento que se originaba de la indiferencia individualista, que aboca a la angustia mórbida y acaba dejando siempre el amargo regusto de la muerte. De la muerte que sería la amante perfecta, quizás, no le juzgaría, ella nunca le abandonaría, no le exigiría, en sus brazos, su beso sería eterno, inmortal.
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