La Sirena emergió de entre la neblina espesa y sofocante, sus ojillos hirientes y malévolos; escurría el agua salada de su bella silueta, brillante a la luz de la enorme luna, las olas en sosiego, daban la quietud que permite todo, disipándose la neblina, mágicamente, emitiendo los fulgores del ocaso de la luna, reflejándose en ese inmenso mar, iluminaba la oscuridad, el mar se me antojaba metálico, la luna, tan lejos y al alcance de mi mano, cual perla sagrada de los dioses.
Aferrándome a la roca, no apartaba mi mirada de ella, hermosa Sirena, cabello sedoso, azul tornasol, coral en sus labios, los míos, pálidos y temblorosos y fríos. Un sonido irritante, chillido inhumano, penetrante, le hizo bailar su cabellera y la parte de su extremidad, donde no existían piernas; pasó sus dedos rugosos y afilados por mis labios, mi cuello, mi cuerpo, mis piernas, mis defectos humanos, hasta el cansancio; de frente, acercó su boca y me sonrió, sus dientes cual perlas, afilados y con trozos de pescado entre ellos; "¿con esa boca da el beso mortal a los marineros?", pensé; acerco más sus labios filosos a los míos, pero, giré mi rostro.
Esto es una pesadilla, su hedor es insoportable, contrasta enormemente con su belleza, acaso, ¿alucino?, será que este mal sueño se aferra a mí, como yo a este peñasco, dudo de mí, ¿quiero despertar? Deseando lo que ella desea, se desliza la sombra. Entre los fulgores del sol naciente, dejando una nube espumosa, desapareció, quizás, acudió al llamado de sus hermanas; quizás, la luna caída le había hostigado...
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