El sol quemaba mi rostro, dormía, aferrándome a la roca filosa, tanto ardor me hizo abrir los ojos. Apenas daba una mirada al mar y una enorme ola me aventó a sus fauces saladas, giré y giré, algo jalaba mis pies, al mismo tiempo que, en desesperación, trataba de volver a la roca; me golpeé en la cabeza, en la rodilla derecha y mis dedos se desgarraron en el intento de adherirme a esa mole sólida.
De vuelta, en la protección de la roca y sin comprender cómo es que estaba a salvo, alguien me abrazó, de olor repulsivo, tenía más días de no bañarse, comparándolo conmigo, con suavidad, tomó mis manos, las cuales se negaban a abandonar la salvación, tenía mis ojos cerrados, aún aterrado, respiraba suavemente, en desplome, como si hubiera librado varias batallas.
Después de besar mis manos, mis dedos, en donde demoró más, susurraba unas notas que me seducían, uniendo más mi cuerpo regordete a su escultural figura; subió su beso a mi cabeza, yo dormitaba, me sentía en un dulce arrullo, ya soñaba; un dolor me hizo abandonar mi ensueño y traté de alejarme, mi rodilla derecha me lo impidió, parecía que algo se clavaba dentro de ella al tratar de pisar entre el magma frío, ¿"Acaso, los sueños duelen?"; la Sirena sonreía, un hilillo de sangre corría de sus labios y sus dientes de perla afilados, estaban manchados de sangre, mi sangre, había bebido de mi plasma!
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