Ahora, decide!
Iba a morir en horas, en uno o dos días máximo, lo escuchó de los médicos, cuando daban el reporte a sus colegas, en el cambio de turno. De un tirón se arrancó la cinta adhesiva y, al mismo tiempo, sacó la aguja que le administraba los medicamentos en el brazo; ya había advertido la bolsa que contenía la ropa del paciente en coma, la bolsa estaba sobre la mesita que se encontraba junto a su cama, el familiar de ese enfermo no se encontraba en ese momento, lo cual aprovechó Valentín para tomar las prendas, prestadas.
El pantalón le apretaba, era incómodo, los zapatos casi le ajustaban, sólo la chamarra beige era de su talla, la manga derecha fue manchada de sangre, era del sangrado de su brazo, le ardía un poco, era tolerable. Había logrado escaparse del hospital, sin ser visto. Antes de partir tenía que atender asuntos importantes, vitales para él, no podía morirse sin completar ese rompecabezas de su vida. Nadie estaba enterado de que se encontraba en el hospital, muriendo, ni su familia, ni sus amigos, ni su amada Vrisy. Y, era imperante envolverse en la fragancia de Vrisy!
Entró jadeante al salón de eventos, escurría sudor por su rostro pálido y su cuello, había corrido varias calles, era la boda de su prima Lisa, se encontraban todos sus familiares en esa fiesta. Le miraron sorprendidos, algunos se percataron de la mancha de sangre en la chamarra y se alarmaron, "¿Valentín, qué te pasó, estás bien?", "¿Valentín, estás herido?", le rodearon, poco a poco, con múltiples preguntas. Lisa, con su vestido vaporoso, blanco y de la mano de su flamante marido le miraba asustada. Valentín, ya repuesto, con lágrimas en los ojos, entre abrazos y besos hacia sus familiares les manifestaba su amor, les suplicaba su perdón y les llenaba de bendiciones, también otorgó perdón a aquellos que alguna vez le habían causado daño, el tío odioso y hasta el cuñado infiel fueron perdonados; se liberaba y los liberaba, sin rencores y sin odio, sin cadenas eternas, las cadenas que se arrastran cuando se odia. Alguien solicitó que pararan la música, fue ahí cuando se despidió de todos, no les expuso que estaba a punto de morir. Sumamente sorprendidos, todos, confundidos, algunos llorosos, le tuvieron que soltar; Valentín se safó de esas manos, de esas lágrimas, de esos besos, de esos ¡"Te quiero"!. Tomó el micrófono de la mano del cantante que amenizaba la fiesta y, con la voz entrecortada, logró decir: "¡Vivan intensamente, hoy!". Ahora era el turno de sus amigos. Salió apresurado del salón de eventos, sin volver el rostro, sin más adiós que su silueta perdiéndose al cerrar la puerta.
Sus tres amigos le miraban con enojo, Jovin le mostraba el reloj antiguo que estaba en la entrada del restaurante, con el dedo índice; Zapata le mostraba un puño y al mismo tiempo le sonrió; Carmelo se levantó y le reclamó por esa insensata impuntualidad, ya habían terminado de comer, por qué llegaba tan tarde a su reunión de cuatachos, quiso reclamarle más pero, Valentín lo abrazó con fuerza y le agradeció todos los favores que había recibido de él, de su amigo verdadero, Carmelo lo retiró de sí, era impropio entre caballeros ese tipo de demostraciones y en público, más impropio. Entre brindis y palabras fuertes, les reconocía a los tres esa gran amistad y tantos testimonios de lealtad. Les pidió perdón por los malos entendidos y, a su vez, él les perdonaba de cualquier rencilla u ofensa. Viendo a la cara a Jovin, le suplicó le perdonara haberle sido infiel con su novia Cata, Jovin estuvo a punto de soltarle un puñetazo, pero Valentín lo abrazó y le dio un beso en la mejilla, al mismo tiempo que le decía "¡No es el de Judas!", "¡Perdóname, te lo suplico!"; Jovin abrió los ojos enormemente y se ruborizó hasta las orejas, Zapata y Carmelo sostenían a ambos, querían evitar una disputa. Volvía a liberarse y a liberarlos, no habría cadenas eternas. Zapata estaba a punto de llorar y no comprendía el por qué de la conducta de Valentín. Jovin estaba más tranquilo y él si le exigió explicación a todo ese mitote, mirando a Zapata, les recordaba que no era una reunión de niñas, ese era Jovin, no se callaba nada. Valentín no dijo nada de su condición, no era necesario, estos tres viejos amigos ya lo habían intuido, Zapata no apartaba la mirada húmeda de la chamarra manchada de sangre, la chamarra que había tomado prestada Valentín. Valentín no era de emociones, siempre se reprimía, era seco y tajante, pero gentil. Su actitud hablaba más de la cuenta. Se despidió rápidamente entre apretones de manos y palmadas fuertes en las espaldas de todos. Dijo adiós a "El trébol de cuatro", "El trébol de cuatachos", su lema.
Era el turno de Vrisy. Tocó fuertemente a su puerta, aquí ya sudaba frío, le temblaban las manos y las piernas, casi sentía paz, casi, por que su amada Vrisy era la última para completar sus pendientes de "Antes de morir", desfallecía por verle, no quería caer sin verse reflejado por última vez en esos ojos llenos de ternura, no quería partir sin haber probado ese néctar de sus labios. Había sido duro con ella en la última cita, Vrisy hablaba verdad y Valentín no había soportado una de esas verdades; las verdades duelen tanto, a veces, discurría en su cabeza. Había dejado de enviarle mensajes durante el día, de llamarle por las mañanas para decirle que la amaba y narrarle brevemente el plan de cada día, el plan que ella le escuchaba interesada, opinando, riendo, animando y, al final, recibía la bendición de Vrisy con un "Te Amo", casi en susurro. En varias semanas, la había evitado, Vrisy tuvo situaciones difíciles, recurría a él, buscaba su mano y Valentín se negó, con excusas absurdas. No deseaba verla. Le remordía terriblemente esa actitud con la que había castigado a Vrisy, en cada mensaje que recibía de ella, se negaba a responderle; en cada llamada la enviaba a mensaje de voz o, si le contestaba, era frío y tajante, siempre argumentando que estaba demasiado ocupado y que no tenía tiempo de nada, ni de escribir; recibiendo en respuesta, palabras de amor y paciencia.
Se merecía el puñetazo de Jovin, en el rostro, era un verdadero idiota, ¿cómo había dejado al último a Vrisy?, si él deseaba morir en los brazos de ella, todos los insultos se agolparon a su mente, eran para él mismo, hasta inventó algunos más, ese era la más cruel de las condenas, viviría por siempre en el purgatorio, su Vrisy amada no lo dejaría morir en paz, siempre le atormentaría no decirle cuán grande era su amor, cuán arrepentido estaba de haberle negado y haberse negado de ese gran cariño, de ese amor infinito. Sentado en el piso, recargado en la puerta, sitiendo morir, percibía un olor extraño, no lo distinguía, "¿Así huele la muerte?", le envolvía esa fragancia enrarecida. Se levantó, tembloroso, con la chamarra beige empapada, sudaba frío, se acercó a un auto estacionado enfrente de la casa de Vrisy y se vio en el espejo retrovisor, intentaba ordenar su cabello lacio y secar el sudor de su rostro con la manga húmeda de la chamarra beige, al mirar fijamente su rostro descubrió unas enormes ojeras negras, un oscurecimiento alrededor de los ojos, su piel era delgada y pálida, casi blanca. "¿Esta es la máscara de la muerte?", "¿Ya está cerca?", "¡Aún no, espera!", "¡Te lo suplico, espera!", "¡Permíteme ver a Vrisy, no me puedo ir así!", lloraba como un niño, era difícil respirar, jadeaba, haciendo un esfuerzo sobrehumano, volvió a golpear la puerta, gritando: "¡Vrisy, Vrisy, perdóname!", "¡Vrisy, yo te amo!", "¡Hermosa mía, perdóname!", "¡No te castigué a ti, me castigué a mí, perdóname!".
"¿Valentín, qué sucede?", escuchó el grito de su amada Vrisy a unos metros de él, venía caminando en la calle, con unas bolsas en las manos, "¿Por qué gritas así?". Valentín, tropezando, intentó correr hacia Vrisy, las piernas no le obedecían, las arrastraba, ansiaba meterse en sus brazos, besarle los ojos, su frente, su mentón, sus mejillas y saborear ese beso que lo enloquecía, ese beso que siempre afloraba para él. Casi a punto de tomarle la mano, sintió un desvanecimiento, aspiraba ver esos ojos tiernos, pero, ya no pudo levantar su cara, se desplomó.
Suspendido, no tocaba el piso, se vio a sí mismo en la cama del hospital, inmóvil, los ojos hundidos, con oxígeno, conectado a un monitor cardiaco y a muchos cables más, incluyendo el que le suministraba suero y medicamentos. Se llevaban al paciente que estaba en coma, le cubrían el rostro con la sábana, había muerto. Cuando pasó la camilla cerca de él, Valentín le agradeció la ropa prestada, lo acompañó hasta el pasillo, fue ahí cuando se percató que el familiar del paciente en coma, llorando en la recepción, llevaba en un brazo la bolsa con la ropa de su pariente muerto.
Rodeado de médicos y enfermeras, se veía a sí mismo, trataban de reanimarlo, el monitor emitía la señal de alarma. Valentín tenía los ojos abiertos, sin brillo, alguien llegó corriendo con otro equipo médico. Valentín no alcanzaba a interpretar qué sucedía, ¿qué hacía fuera de sí, de su cuerpo?, no llevaba la chamarra beige, ni el pantalón ajustado, ni el calzado que había tomado, que había robado. Aseguraba haber estado con su familia, con "El trébol de cuatachos" y se afligía por no haber logrado tomar la mano de su amada Vrisy, por no haberle gritado cuanto la amaba, hasta el cansancio. Manaban tantas preguntas, desde cómo había llegado ahí, hasta de qué estaba muriendo y cómo es qué no lograron dar aviso a sus seres queridos; enojado, triste, frustrado, impotente, lloraba sin lágrimas. Era un estúpido, un tonto, jamás había llegado a nadie, jamás pidió perdón, jamás le perdonaron, arrastraría la cadena eterna del odio, de todos aquellos que le odiaban y a los que ya no podría suplicarles su perdón: perdón por tantos errores y arrebatos; perdón por tantos sinsabores; perdón por no asistir a la boda de su prima Lisa, cuando él era el padrino de anillos; perdón por haber sido infiel a su gran amigo Jovin.
Lo que se llevaría a donde fuera, en silencio o en agonía, en oscuridad o en tortura, sería el amor reprimido hacia Vrisy, todo lo que le negó lo asfixiaba, aún en la muerte. ¿Era demasiado tarde?, ¿cómo suplicar una oportunidad más?, ¿a quién? La batalla sobre su cuerpo llegaba a su fin, le desconectaron todo, le cubrían con la sábana el rostro, al igual que al paciente vecino, el paciente que estaba en coma; con una pequeña diferencia: a él, a Valentín nadie le lloraba. Intento gritar e implorar por ver una vez más a todos sus seres amados, su amada Vrisy, ¿dónde estaba?, necesitaba sus manos en su rostro, que ella le cerrara los ojos a ese cuerpo inerte, qué le colmara de besos ese rostro helado, necesitaba su bendición y le susurrara "Te Amo", "Te Amo, Valentín", como le susurraba en esas llamadas, por las mañanas.
Ansiaba maldecir por negarle la presencia y calidez de Vrisy, por negarle a exonerar y liberar sus pecados de su gente amada, principalmente, por negarle el amor de su amada Vrisy; parecía que estaba desapareciendo, dejaba de escuchar al personal del hospital y se alejaba de su cuerpo cubierto con la sábana, era el fin, haciendo un esfuerzo supremo gritó: "¿Por qué me niegas la oportunidad de amar, de despedirme, de que me perdonen?, ¿Por qué?", "¿Eres cruel?", ya no emitió sonido alguno, parecía sólo un pensamiento con potencia, lloraba desgarradoramente, pero, sin lágrimas, sin jadeos, sin aire, como en secreto; aquí, Valentín recibió respuesta, era una brisa iluminada, le traspasaba todo su ser, todas sus sensaciones y le dijo: "¡No culpes, tenías todo para ser feliz. El único que negó todo lo que reclamas y fue cruel a tu alma, fuiste Tu mismo!; volvió la mirada a su cuerpo y se había disipado; aún alcanzó a sentir, débilmente, antes de morir, la siguiente respuesta: "¡El amor que te llevas, el que no entregaste, el que no recibiste, no fue resolución de ellos, Tú así lo decidiste!". La brisa se llenó de tinieblas.
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