Sin un mañana
Rutvín, cose la boca de la pequeña niña con hilo negro, le pide en un susurro que cierre los ojos, la pequeña niña, aterrada, se acurruca en el rincón de su cama sin poder emitir ningún sonido, sus lágrimas se deslizan por sus mejillas regordetas y se mezclan con la sangre de su boca, cuando el rey de las niñas, Rutvín, culmina su acto vil, rápidamente, vuelve a vestir a la pequeña y salta de la ventana de la habitación, hacia la calle, sin antes haber arropado bien a su víctima, esa noche es particularmente más fría, se sube el cuello de su camisa para protegerse del viento helado y se pierde en medio de las calles mal iluminadas. El rey de las niñas se conformó un tiempo con toqueteos entre sus chiquillas vecinas, arrumacos discretos, cuidándose de las miradas de los adultos; a veces, obsequiaba una moneda a las nenas cuando iban de la mano de su familia, era un vecino respetable y nadie dudaba de su buena fe e integridad; la primera vez que abusó de una infanta fue tan excitante que, aún se estremece y hierve todo su cuerpo con sólo recordarlo; se las ingenia para introducirse hasta las recámaras de sus víctimas, siempre halla una puerta o ventana mal cerrada, cuando la suerte le sonríe, en la recámara halla a más de una pequeña y se regocija con todas, dejando tras de sí, boquitas cosidas con hilo negro. Quiso el destino que, a Don Rutvín, le nacieran diez hijas, como los mandamientos a cumplir, ningún varón y casi se borró el interés de asaltar las camitas infantiles del pueblo. Todas sus hijas conocieron el amor secreto de su padre, sólo a ellas no les cosió la boca con hilo negro, esta vez utilizó hilo invisible, ellas pasaron los años creyendo que de no amar a su progenitor de esa manera, algo grave le sucedería a su padre, con ese cuento las mantuvo desquiciadas en su lecho, aprovechaba las ausencias de su esposa, pretextando cualquier asunto o compra, enviaba a su mujer a los puntos más lejanos del pueblo o a la ciudad, el paciente padre se quedaba al "cuidado" de todas sus crías; curiosamente, su esposa siempre advirtió algo extraño en los juguetes de sus nenitas, todos eran cosidos de la boca con hilo negro, razón por la que ocultó sus madejas de hilos, a partir de ahí, los peluches o muñecas nuevas eran marcadas con tinta negra en la boca.
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El adorador de niños es el perverso más temido del pueblo, camuflajeado, este ser, permanece invisible entre los campos, bosques, calles. Procede sin horario, a su antojo, acecha a la sombra de un árbol, de un maguey, de un caballo o lo que sea, nadie jamás ha visto su rostro, arrebata de la mano de sus padres a los pequeños y como por magia negra, las criaturas desaparecen a la luz del día o a la luz de los faroles; cuando topa con un niño solitario, primero lo escupe, de esta manera se asegura de su buena fortuna, según él, para encontrarse continuamente con estos dulces bocadillos (niños) y entre más tiernos, mejor. Sin embargo, después de deleitarse en los pequeños, los deja en la puerta de sus casas, siempre con una bolsa de golosinas en mano, ensangrentados, maltrechos y una mordida en sus boquitas es la firma que llevarán toda su vida, la marca maldita de que le pertenecerán por siempre. Algunas veces, se llegan a escuchar los sollozos de estos pequeñitos, sin lograr encontrar el paradero de el adorador de niños en ninguna parte del pueblo, es un mago o brujo, sin nombre ni apellido, sin voz, sólo perciben su aroma, impregnado en los pequeños que tira a su paso.
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A grito pelón, rompiendo el silencio del atardecer, clama con su pregón, "no mueras, sé inmortal", seguido de un intenso chiflido que hace bailotear los trastes de todo el pueblo y llega a hacer volar en pedazos los vasos de vidrio y los cristales de las ventanas; es un hombre oscuro, llamado Vasel, de pies tan ligeros que, en un santiamén, atraviesa el pueblo o sube y baja del monte; viene de el cerro prohibido, ahí anidan la mayoría de los delincuentes, balas perdidas y seres licenciosos, ahí sólo se adentran los de dudosa reputación, en busca de sabrá dios. Vasel, vende inmortalidad, confirmado por personas que se olvidaron de morir, consumidos por los brebajes hirvientes de Vasel, deambulan sin sentido, sin tiempo, sin linaje, sin memoria, sólo con el infinito deseo descontrolado del siguiente brebaje hirviente, los conocen como "los inmortales de Vasel", siempre errantes, se mimetizaron a la oscuridad de Vasel, delinquen sin piedad para costearse un brebaje más de inmortalidad, una inmortalidad nunca es suficiente. Las víctimas, de los inmortales de Vasel, permiten los abusos y entregan, en sigilo, sus pertenencias, ni un leve clamor se les escapa cada vez que son saqueados, se han sometido por voluntad propia y cómo no han de hacerlo, pues aquél que se resiste a estos delincuentes, no sólo es asesinado, también, por conjuro de Vasel, los hace morir para siempre.
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El adorador de niños es el perverso más temido del pueblo, camuflajeado, este ser, permanece invisible entre los campos, bosques, calles. Procede sin horario, a su antojo, acecha a la sombra de un árbol, de un maguey, de un caballo o lo que sea, nadie jamás ha visto su rostro, arrebata de la mano de sus padres a los pequeños y como por magia negra, las criaturas desaparecen a la luz del día o a la luz de los faroles; cuando topa con un niño solitario, primero lo escupe, de esta manera se asegura de su buena fortuna, según él, para encontrarse continuamente con estos dulces bocadillos (niños) y entre más tiernos, mejor. Sin embargo, después de deleitarse en los pequeños, los deja en la puerta de sus casas, siempre con una bolsa de golosinas en mano, ensangrentados, maltrechos y una mordida en sus boquitas es la firma que llevarán toda su vida, la marca maldita de que le pertenecerán por siempre. Algunas veces, se llegan a escuchar los sollozos de estos pequeñitos, sin lograr encontrar el paradero de el adorador de niños en ninguna parte del pueblo, es un mago o brujo, sin nombre ni apellido, sin voz, sólo perciben su aroma, impregnado en los pequeños que tira a su paso.
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A grito pelón, rompiendo el silencio del atardecer, clama con su pregón, "no mueras, sé inmortal", seguido de un intenso chiflido que hace bailotear los trastes de todo el pueblo y llega a hacer volar en pedazos los vasos de vidrio y los cristales de las ventanas; es un hombre oscuro, llamado Vasel, de pies tan ligeros que, en un santiamén, atraviesa el pueblo o sube y baja del monte; viene de el cerro prohibido, ahí anidan la mayoría de los delincuentes, balas perdidas y seres licenciosos, ahí sólo se adentran los de dudosa reputación, en busca de sabrá dios. Vasel, vende inmortalidad, confirmado por personas que se olvidaron de morir, consumidos por los brebajes hirvientes de Vasel, deambulan sin sentido, sin tiempo, sin linaje, sin memoria, sólo con el infinito deseo descontrolado del siguiente brebaje hirviente, los conocen como "los inmortales de Vasel", siempre errantes, se mimetizaron a la oscuridad de Vasel, delinquen sin piedad para costearse un brebaje más de inmortalidad, una inmortalidad nunca es suficiente. Las víctimas, de los inmortales de Vasel, permiten los abusos y entregan, en sigilo, sus pertenencias, ni un leve clamor se les escapa cada vez que son saqueados, se han sometido por voluntad propia y cómo no han de hacerlo, pues aquél que se resiste a estos delincuentes, no sólo es asesinado, también, por conjuro de Vasel, los hace morir para siempre.
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