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sábado, 14 de julio de 2018

Riama

Manchada de sangre, sin pantaletas, la blusa rota y el sostén reventado, los pantalones no los veía por ningún lado, tenía un gran malestar y, aún aturdida, la euforia de la noche le estaba cobrando con ese deterioro de su cuerpo; recordaba haber sentido el máximo placer de su vida, había sido indescriptible, ni siquiera recordaba cómo había llegado a su casa; el uso de enervantes, había sido su despegue; su madre se había ido de casa con su nuevo novio y esa era su venganza. Embarazada, terminó abandonando la secundaria, el abultado vientre lo mantenía en secreto usando la ropa de su mamá, los grandes blusones, sus mallas y una chamarra grande disfrazaban su embarazo.  El Niky era su novio desde que ingresaron a la secundaria, su nombre, Miguel, vive en Babel y el apodo era con N, no con M,  por Naco, dicen sus cuates. El Niky le dio a probar su primera cerveza y en una fiesta de Babel le enseñó a fumar juanita y también le mostró sensaciones inimaginables al recorrer su cuerpo.  Riama estaba orgullosa de ser la novia de el Niky, todas las chicas la envidiaban, era el chico malo, el de la risa torcida, el que siempre traía cigarros de la buena, fumándolos y ofreciéndolos a todos los que quisieran un toque, ahí, en el sanitario de varones de la secundaria, donde también fue sorprendido con algunas chicas, las chicas malas.  El Niky terminó siendo expulsado de la secundaria, después de muchas advertencias, pese al llanto de su madre.

Riama seguía consumiendo lo que el Niky le ofrecía, sin su madre, Riama no tenía la posibilidad de comprar droga, su madre se aparecía una o dos veces al mes por su casa y les llevaba alimentos, a la abuela le daba dinero para cubrir los gastos necesarios, incluyendo los gastos escolares, saludaba brevemente a Riama y se retiraba, ni siquiera se había percatado del embarazo de su hija.  Armándose de valor, Riama, le preguntó a el Nicky sobre el futuro de ella y del bebé que estaba esperando, en qué hospital se tendría que atender?, dónde vivirían ellos dos y el futuro bebé?, el Nicky soltó una carcajada, con obscenidades le dijo a Riama que él no había sido el único la primera vez que, ella, bajo los efectos de los enervantes, había abierto sus piernas a todo el que quisiera, las veces que quisieran,  que si no se acordaba, que él no sería responsable de ese bebé, que le colgara el paquete a cualquiera de los otros cinco amigos de juerga y drogas; además, que por eso, él ya no quería volver a tener sexo con ella.  Riama, lloró amargamente, no recordaba haber tenido sexo con los otros, ahora entendía por qué, cada vez que se reunían en la esquina de su casa a consumir lo que el Niky les vendía, sus amigos le daban a probar de todo, hasta perderse, ellos se lo cobrarían a ella después, cuando no se diera cuenta.

La madre de Riama, furiosa, la jaloneaba en la cama del hospital, cuestionándola sobre el padre del bebé, la abuela le había avisado que Riama estaba en trabajo de parto en un hospital de salubridad, ni ella se había dado cuenta, hasta que su nietecita le pidió ayuda porque el bebé estaba por nacer.  Dos toallas sanitarias hacían la función de zapatos, eran sostenidas con cinta de curación y era difícil caminar con ellas, Riama, sólo arrastraba los pies, para que no se despegaran las toallas sanitarias y tener que salir descalza del hospital, nadie le había llevado ropa ni a ella ni al bebé; el bebé era llevado envuelto en una sábana, Riama portaba la bata del hospital y otra sábana que le cubría la abertura de la bata, en la espalda, como una capa de superhéroe, pensó ella, entre la vergüenza y tristeza de pasar entre las personas que la observaban al cruzar la salida; miradas de lástima y de burla, risillas indiscretas que la señalaban con todo y el pequeño envoltorio que llevaba en sus brazos.

La madre de Riama le reclamó a la abuela por no haberla cuidado y la abuela, a su vez, le reclamaba a su hija el no hacerse cargo de Riama, además, ella estaba anciana y muy enferma, ya no era capaz de andar tras su nieta, cuidándola, una a otra se reclamaban sin parar; Riama sólo veía al bebé llorando, no sabía qué hacer, hasta que su madre se lo colocó en el pecho para ser alimentado. Riama acudió a clases de opción laboral, su madre la obligaba a asistir, de esa forma, Riama trabajaría desde su casa, sin descuidar a su bebé y su madre se encargaría de vender sus productos; con lo obtenido, Riama tendría para los gastos necesarios de su pequeño hijo, su madre le seguiría apoyando en lo básico, no le alcanzaba para más.  Riama volvió a desertar de sus clases, ahora buscaba ansiosamente a cualquiera de sus amigos de juerga, en Babel, entre la tierra amarillenta ellos siempre le proporcionaban "algo" para ser consumido, en pago ella les proporcionaba sexo, subían las escaleras de su casa hasta su cuarto de azotea, a escondidas de su abuela, la cual estaba entretenida en los cuidados del bebé; a veces, era detrás de los autos estacionados en la calle de Babilonia, a veces, era necesario en el mismo poste de luz, donde también consumía con ansiedad su pago. Desde muy temprano, Riama sonreía demencialmente, muchas veces, se quedaba dormida en la calle, en la banqueta, en brazos de su compañero de arranque y caída.  El efímero placer que obtenía de lo que consumía, sentirse invencible, ir más allá del tiempo y del espacio, la tenían enganchada letalmente.

 Su madre volvió a jalonearla al sacarla del hospital, en las mismas condiciones que la vez anterior, Riama aún no tenía 15 años y ya era madre de un pequeño de casi un año y una hermosa bebé.  El Niky había cambiado, había estado en un reformatorio y a su regreso, ya no era el de antes, juraba que no volvería a caer en una cárcel; trataría de ganarse la vida de otra forma y se haría cargo de Riama y su hijo, el grande, moreno como el Niky, de la nena, no, era rubia.  El Niky dormía y Riama bajaba silenciosamente las escaleras de caracol, de metal, en sigilo se reunía con sus compañeros de estímulos intensos y sexo, en la calle protagonizaban todo, la esquina más oscura era testigo de ello. El Niky tuvo que ayudarla a subir al cuarto de azotea varias veces, le suplicaba que no lo hiciera, que la amaba y que pensara en sus hijos.  Riama no había dejado de querer a el Niky; se esforzaba, volvía a sus clases, ahí siempre encontraba todo tipo de ayuda, para ella y para sus niños, le obsequiaban lo que era indispensable en cada necesidad urgente, ahí hallaba respuesta, además, se sentía comprendida y protegida. La urgencia imperiosa de sustancias la extraviaban en cada intento de liberarse de ellas, las deseaba con lágrimas, volteaba a ver a sus hijos y volvía a la calle, en busca del disparo a la felicidad.

El Niky la abandonó, Riama no entendía el por qué, sólo era sexo en su cuarto de azotea con sus amigos, amigos de el Niky. Su madre amenazaba con echarla de su casa, cada vez que llevaba los víveres a la abuela enferma; Riama estaba extremadamente delgada, con un tercer embarazo, el rostro era una profunda caverna, había perdido algunos dientes y su aspecto era una ruina.  Se consolaba en los brazos de todos, que el Niky la dejara le había dolido demasiado, le dolía el dinero que le daba, ahora ya no tenía dinero para comprar sus sueños en ese barrio de confusión, nuevamente, dependía en absoluto del pago con sexo, era tan desenfrenada su necesidad que tenía qué suplicar por un toque, apenas si lo estaba pidiendo y ya se estaba levantando la blusa ante las risotadas burlonas y palabras humillantes de sus cuates; su círculo de amigos se había ampliado, era necesario para ella. Viendo a sus niños llorar y sus necesidades, Riama se juraba intentar dejarlo, nuevamente volvía al lugar donde se sentía persona, sus clases, ya trabajaba unos días, vendía sus productos, le daban ayuda, ya tenían un espacio para ella en una clínica, sólo debían presentarse voluntariamente; sólo que, había un problema: con el dinero en la mano y su abultado vientre, temblaba, saboreaba, soñaba con su confusión, detener su corazón en cada viaje; Riama, por decisión propia, había quedado sin voluntad!

Riama con su bebé en brazos y los otros dos pequeños, su rostro enmarcado por golpes, vaga en la gran  calle de Babel, tierra amarillenta que mancha el calzado de todos los que transitan esa extensa calle y también algunos espíritus confusos; es una tierra prometida, la venta de todo tipo de drogas atrae también a extranjeros, el lenguaje confuso de ellos no impide el éxito del barrio, con sólo la palabra Babel o Babilonia, todos logran llegar a ese reino que les conduce al cielo. Riama ya no tiene éxito, su aspecto lastimoso,  su vientre abultado y su sonrisa desdentada ahuyentan a cualquier candidato razonable; sólo los más perdidos se rinden a su minifalda y su pronunciado escote, la mierda de Babel, dicen todos, Riama, ahora, les pertenece, ahora que necesita mayor intesidad para palpar sus sensaciones gratificantes, la recibe de ellos, la boñiga del barrio. Cuando vuelve a su azotea, sus hijos con golosinas en mano, leche y pan; Riama lleva al bebé en una mano y en la otra, pastillas o polvo; su vida se atenta con tanta aristas, como las drogas que consume. En cada recorrido del lodo amarillento hacia Babel, Riama se desmorona, la lluvia les moja, el bebé llora y es consolado con el pezón de su madre, sus otros dos pequeños siguen los pasos torpes de su madre, unas manitas se aferra a la minifalda de Riama cada vez que resbalan en el lodo pesado, mientras las gotas de lluvia resbalan por sus caritas. Sin matices, blanco y negro, en delirio, así la vida de esa niña que juega a ser madre, que yace en esa tierra de Nimrod, tierra de dioses falsos, sustancias que prometen eternidad, tierra que no es origen de vida, sino el incipiente abismo a la autodestrucción.

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