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domingo, 31 de mayo de 2020

Los rosales de Mónica

Hincada en el pasto, algo invisible atrapó su mano en el momento que retiraba las hojas secas de las rosas,  Mónica retiró su mano bruscamente de los rosales, gritando horrorizada, corre a su cocina y se sienta, llorando, apoya su cabeza en la mesa, al mismo tiempo que se lleva las manos al vientre y pide perdón a sus bebés no nacidos; Mónica se siente tan culpable de interrumpir esos embarazos, todo por amor a Favo, su esposo, le ama tanto y no soporta la idea de perderlo. Con los ojos hinchados y aún temerosa de la extraña presencia del jardín, ve entrar a Favo, porta un traje gris, Mónica no pierde ningún detalle del aspecto de Favo, es tan delgado y con sus negras patillas ensortijadas, afinan más su rostro, sus cejas enmarcan unos ojos oscuros y su boca voluptuosa, hacen estremecer a Mónica, como el día que le besó por primera vez, en la fiesta de la empresa donde laboran su padre y Favo, castigando su cuerpo contra la pared, en esa oscuridad de la terraza y los helechos lujuriosos, en medio de sensaciones desconocidas y pecaminosas, donde ella sólo se abandonó a las manos urgentes de Favo, sin saber qué hacer, envuelta en ese calor naciente y el palpitar del cuerpo de Favo, supo que ese hombre era el amor de su vida.

Favo abofeteó a Mónica cuando ella le anunció que estaba embarazada, le dio un puñetazo en la cara y otro en el vientre y la pateó en las nalgas por pendeja, salió furioso de su casa, Mónica en el piso, sangraba de la nariz y de la boca,  sintiendo la culpa del embarazo, el primero, Mónica se atrevió a pensar que Favo se alegraría con la noticia y olvidaría lo que le exigió cuando le propuso matrimonio. Los padres de Mónica escucharon atónitos la propuesta de matrimonio, seguido de las condiciones que Favo le imponía a su prometida, que no deseaba hijos, que ella se tenía que cuidar siempre y no debía engordar, de lo contrario, les devolvería a su hija, la madre de Favo no pudo opinar, bien que conocía los deseos de su hijo y nada le haría cambiar de opinión, o, definitivamente, no se casaban. Mónica lucía espléndida en su boda, en contraste con los ojos desorbitados y furiosos de su padre y las tristes lágrimas de su madre, Mónica aceptó todas las demandas de su prometido, le amaba con locura, haría lo que Favo le pidiera, todo.

Un médico, amigo de su suegra, mantiene a Mónica con los cuidados necesarios para evitar embarazos, métodos empleados por la madre de Favo, al fallar éstos, este mismo médico se hace cargo de interrumpir los embarazos de Mónica, los gastos médicos son cubiertos por los padres de Favo, el desgaste emocional es cubierto por Mónica y el médico entrega a Mónica, secretamente, un bultito envuelto en gasas, con manchas de sangre, a petición de ella. El tercer embarazo de Mónica fue un aborto espontáneo, Mónica nunca se percató porque continuaba con los periodos, sucedió cuando Mónica aseaba la casa, la gran mancha roja en el piso blanco le hizo un hueco en su corazón, este bebé renunció a la vida que no le esperaba; con las manos manchadas de sangre, Mónica cubre con la tierra del jardín el pequeño envoltorio blanco, semanas después, surge un bello rosal rojo, los tiene de varios colores, en las tardes, cuando ella riega su jardín, el aroma a rosas es embriagante, el perfume penetra hasta su alcoba, a su lecho, ahí, cuando palpitan sus cuerpos, Favo le dice a Mónica que apestan demasiado sus rosas y que un día de estos las rociará con petróleo y ella encenderá el fósforo, Mónica jamás le ha develado a Favo que sus hijos no nacidos los ha sepultado entre los rosales, nunca lo sabrá, nunca los quiso Favo, son  sólo de ella.

Con la mesa puesta primorosamente, noche a noche, Mónica espera a Favo, algunas noches no llega a casa y al día siguiente vuelve con manchas de labial en la camisa, las primeras veces, Mónica lloraba interminablemente y cuando reclamaba a su esposo, éste le propinaba una golpiza, ignorándola por varios días o se ausentaba  y a su regreso, Mónica volvía a recibir golpes; nunca volvió a reclamarle nada a Favo, las noches que permanece sola, se observaba en el espejo, cuestionándose qué ve Favo en sus amantes. Mónica come sólo lo necesario para mantenerse esbelta y cuida de no asolearse para evitar arrugas en su piel blanca. La soledad de Mónica se intensifica cada día, Favo le negó el derecho a trabajar o a alguna otra actividad, le advirtió sobre no tener amigas y mucho menos que metiera a alguien a su casa, que el día que lo hiciera, sacaría a todos a patadas de ahí, que su mujer sólo se debe dedicar a su casa y a él; la familia de Mónica evita a Favo y ante ese rechazo, ella también se aleja más de sus padres. Mónica se refugia en su jardín, evoca  el recuerdo de sus hijos, de lo que pudo haber sido, de lo que pudo haberlos amado, sin nada más que hacer, se desahoga al concentrarse en mantener sus plantas en perfectas condiciones y, a la llegada de Favo, se esmera con gran diligencia en tener contento a su esposo, sólo él  importa en su existencia.

Al discurrir de los años, Mónica se hunde en un fango de culpabilidad, de celos, de conformismo, de tristeza y de abandono. Mónica continúa puliendo su aspecto, Favo pule sus gustos con las chicas más jóvenes, se descara más y más; cuando bebe, golpea con placer a Mónica y le grita con  cinismo cómo lleva a cabo sus actos sexuales con sus amantes y en la vieja bruja en que se está convirtiendo Mónica. Un día, Favo, ebrio, le escupe a Mónica que ya tiene un hijo varón con una joven amante, Mónica siente enloquecer y golpea los vidrios de las ventanas; Favo, enardecido, la toma por los cabellos y la arroja al jardín, Mónica toca con las puntas de los dedos las rosas, sangra de las manos y llora quedamente; siente una caricia en su mejilla y el aroma de los rosales se vuelve más intenso, Mónica retrocede asustadísima y cae en el pasto; en ese instante, Favo sale de la casa, vocifera insultos y patea a Mónica;  algunos vecinos, atraídos por la violencia escandalosa, los gritos de Favo y los alaridos de Mónica, tratan de interceder, lo cual desafía más a Favo y les reparte golpes  e improperios; cuando los vecinos se retiran, sin haber logrado controlarlo y con algún golpe de los que repartió su vecino borracho, Favo, más iracundo que antes, dirige nuevamente su furia a Mónica, cayendo de bruces sobre los rosales.

Favo aún  no comprende lo que sucedió en el jardín, cada vez que cruza hacia la casa, un escalofrío intenso le recorre el cuerpo al pasar por los rosales, recuerda, perfectamente,  patear  la cara de Mónica, cuando una mano de gran fuerza le dio un empellón, lanzándolo a los rosales, recuerda que intentó incorporarse varias veces, sin éxito, pues era jalado de manos y pies hacia las rosas; su rostro, manos y pecho, fueron atendidos por el médico de su madre, con grandes espinas clavadas, inclusive una rama mediana se incrustó en su brazo, es ilógico, dijo el médico y preguntó, escéptico, ¿cómo metiste todo esto en tu cuerpo?; Mónica, sobrecogida en la camilla y con el rostro amoratado, no daba crédito a lo que vio en su jardín.

Desconfiada, Mónica, evita, en lo posible, el jardín, lo ha abandonado, después de que Favo arrojó petróleo sobre los rosales e intentó arrojarles un fósforo encendido, como lo había prometido anteriormente, el fósforo jamás se logró encender, por más intentos que hizo Favo, la chispa nunca se dio, también le ordenó a Mónica que lo intentara, sin lograr hacer arder ningún cerillo, no había viento, no había permiso para la flama. El jardín luce sofisticado con tantas rosas, su fuerte fragancia la advierten hasta los vecinos más lejanos y todos ellos desean conocer los rosales de Mónica y los secretos con los que logra abonar la tierra de su jardín; Mónica, nerviosa, se tuerce los dedos ante cada uno de ellos, excusándose con las personas de no tener tiempo de atenderlos y pasarlos a su jardín, que sólo se limita a regar cada noche sus rosas y que no hay secreto alguno, que la tierra es fértil y más mentiras.  No admite lo que ocurre ahí, ha adelgazado demasiado, no logra conciliar el sueño, cada vez que arroja un balde con agua y cloro al jardín, para evitar que sigan creciendo los rosales, siente una mano invisible que la jala hacia sus rosas. Favo, pretextando viajes de trabajo, se ausenta por días o semanas, Mónica sabe que lo ama, sólo eso. Mónica, en su aislamiento, ahora se infringe daño, se golpea el vientre, las piernas, se abofetea y tira fuertemente de su cabello, cuando Favo se percata de sus moretones, en la intimidad, continúa su acto y le planta unas cachetadas, seguido de, eres una pobre pendeja. Mónica observa el jardín, desde la ventana de la alcoba, percibiéndose como las blancas cortinas de gasa, ligera y transparente se estremecen cuando se escucha un murmullo dulce, suave y perfumado; desde hace semanas no toma las pastillas anticonceptivas, le dará un hijo a Favo, aunque la mate.

El secreto sólo es compartido con sus padres y éstos le suplican a Mónica que abandone a su esposo, que la llevaran a un lugar distante y seguro para que nazca su hijo.  Mónica se faja cuando Favo esta en casa, continúa con sus viajes de "negocios", lo cual favorece a el embarazo y cuerpo de Mónica, en esos días de ausencia de Favo, Mónica admira su abdomen y fantasea que en cuanto nazca el niño, no niña, debe ser niño para que Favo lo acepte, serán una armoniosa familia, ese nacimiento será el milagro deseado, asegura Mónica.  Una sucursal de la empresa requiere a Favo en otro estado por algunos meses, la suerte está de su parte, cree Mónica y después de una golpiza que arremete Favo en contra del cuerpo gordo de su esposa, se encamina al nuevo proyecto de su empresa, eso sí, bajo la amenaza de que a su regreso Mónica debe estar nuevamente en forma o la abandonará, las gordan le asquean a Favo.

El secreto es confesado a la madre de Favo, quien se enternece con la idea de ser abuela, con el apoyo de su suegra y sus padres, nace el bebé, un varón, un maravilloso milagro, todos se encuentran muy felices y en la primera oportunidad, Mónica lleva a su hijo al jardín,  llora con aflicción sobre las tumbas olorosas a rosas, acuna a su hijo en su pecho, sin lograr evitar mojar la carita de su pequeño.  El cuerpo de Mónica está más delgado que de costumbre, además de alimentar al bebé, ella come poco, quiere lucir lo mejor posible para el regreso del amor de su vida, Favo.  Al atardecer, los padres de Mónica, su suegra y Mónica, reciben a Favo en la gran estancia, Favo llega con cara de pocos amigos y cansado del viaje, da un vistazo al cuerpo de Mónica y parlotea fanfarronamente, más te vale; se dirige a su madre para saludarla y ella, seria, lo  esquiva, al mismo tiempo que señala hacia la pequeña cuna, Favo, atónito, sólo golpea la madera que protege a su hijo y se lanza a golpes sobre la aterrorizada Mónica, en medio de gritos de los abuelos, es un varón, es tu hijo, Favo, enfurecido, golpea brutalmente a su esposa, Mónica intenta huir y Favo logra darle alcance en el jardín; nadie logra quitarsélo de encima, su suegro es derribado de un puñetazo y su madre de un fuerte empellón, la madre de Mónica sostiene a su nieto y sólo atina a gritar histérica al ver a su hija bañada en sangre; algunos vecinos, alertados por la gresca, desean ayudar a la pobre mujer y son recibidos por golpes; aprisionada entre Favo y los rosales, Mónica  está a punto de morir y es en ese instante en que Favo es cubierto por los fragantes rosales, cual boa a su presa, Favo es presionado hasta dejarlo sin vida. 


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