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lunes, 11 de noviembre de 2019

Me abandono en un cielo ocre, sin pizca de azul, el viento furioso azotó a los pajarillos en la rama  y, éstos, aletearon sin trinos en su huida, pasaron tan deprisa junto de mí, precisamente cuando flotaba fuera de este cuerpo clavado por alfileres, seguramente, aquel brujo de magia negra sostenía a mi muñeca vudú cubriéndola de agujas filosas; no logré acariciar a ninguno de los pajarillos, justo cuando intenté pasar mis dedos por sus cabecillas, un torbellino cercenó todas las hojas del árbol y empujó con violencia los frágiles cuerpos de las aves; también trastabillé en el espacio y, en caída libre, retomé mi cuerpo inmóvil; sentí todo el dolor, ardorosamente quemante y no derramé ni una sola lágrima, pese a que mis ojos se humedecieron desbordantes.

Caminé entre ese amarillo oxidado y un capote negro en el horizonte amenazó con desplazar ese cielo insano; en realidad, no sé si camino o floto, lo que si sé es que, recorro el camino sinuoso cubierto de hojas secas porque éstas golpean mi ser al rodearlo con esta ventolera que les domina caprichosamente, todo se torna  amarillento y anaranjado intensos y sofocantes; difícil respirar, voy a tientas para no errar, este aire viciado de amarillos me oprime la garganta, vuelvo mi mirada en busca de la oscuridad prometedora y por algún encantamiento, se ha disipado aquella extensión negruzca, dando paso a un pavoroso cielo ensangrentado.




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